«El arte de la guerra se basa en el engaño», Sun Tzu
Lectura para Zavalitas [1] ecuatorianos
El epígrafe es válido. Demasiado. La declaratoria, por el Gobierno Mister Roy Gilchrist, de Conflicto Armado Interno (CAI) es un engaño, por los pésimos resultados económicos y sociales, para la gente de las barriadas urbanas de las ciudades ecuatorianas. Hace dos mil años, Sun Tzu escribió en El arte de la guerra que se precisan de cinco factores imprescindibles para conseguir la victoria: doctrina, tiempo, terreno, mando y disciplina. Y hoy se podría añadir un sexto: tecnología aplicada. ¿Se aplicaron? Nothing. Fracaso absoluto en resultados porque jamás hubo estrategias básicas. Ahora hay pérdidas económicas para muchos. Y ganancias en bruto para pocos. Así son las guerras de clases: beneficios y perjuicios.
La huida de familias, en la ciudad de Esmeraldas, ocurrían por la madrugada y con las prisas del miedo. Las ausencias eran notorias por las casas cerradas, desaparición de los grupos conversas vespertinas y el desasosiego por ser la próxima failia extorsionada. No hay fecha exacta, pero empezaron un día de algún mes del 2022. Es posible. Así comenzó la espiral del espanto. Las mala noticias eran incesantes. No hacía falta buscarlas, las primicias llegaban de boca en boca sobre cadáveres ensacados y abandonados en cualquier calle; descuartizamiento de personas y la distribución al azar de brazos, piernas y cabezas, en sitios públicos; tiroteos a residencias familiares sin horario ni anonimato y amenazas extorsivas satisfaciéndose por los testigos, a ellos el espanto los volvía de madera. El 31 de octubre de 2022, la escala de acojonamiento colectivo llegó el tope: dos cadáveres fueron colgados de un puente peatonal y el sitio es de mucho tránsito. La temerosidad se expandió hasta convertirse en algo imperioso. Para el 2023, el riesgo callejero era altísimo, mujeres y hombres esmeraldeños vivimos esa suma impensable de sobresaltos por el petardeo de las motocicletas, eso de que te miren con sospechas o al revés, proceder de la misma manera; o cambiar la rutina de la caminata vespertina o de las primeras horas de la noche por la rapidez automovílística. Para el 2024 y 2025, las bandas delincuenciales gozaban del notorio éxito de haber amilanado a gran parte de la ciudadanía. No disminuyeron las extorsiones ni los asaltos, las amenazas tenían (tienen) locuacidad diplomática.
Este jazzman se hizo la misma pregunta: “¿Cómo fue que el Ecuador descendió al infierno de los homicidios?” Está en la página 148, del libro titulado Bajo el imperio del terror, de Lizardo Herrera. (También es el título del artículo de Luis Córdova-Alarcón[2]). El Gobierno de Mister Roy Gilchirst, por las razones que se le antojaran, aunque ninguna sea para enfrentar y reducir la violencia, declaró que el país tenía un Conflicto Armado Interno. Está claro que es la aceleración del tránsito de república independiente al necolonialismo bajo los Estados Unidos. “Esto significa que la crisis de la violencia abrió una ventana de oportunidad para alinear al Ecuador con los intereses geoestratégicos de la potencia norteamericana”[3]. Presumo que este libro fue escrito con la ineludible necesidad de cambiar mirada y argumentos populares sobre la violencia. Hay que leerlo sí o sí. Es obligatorio, para cambiar o mejorar la perspectiva del análisis para no perderse con la humareda engañosa de los medias falsarios que favorece a los grupos sociales beneficiarios de este imperialismo lumpen.

No fue en calle luna ni en calle sol, pero si fue el martes 13, año 2023, cuando ocurrió el ataque armado al concejal Jayro Olaya, por la mañana. En las calles V. Rocafuerte y A. J. de Sucre, se contaron hasta nueve cartuchos. “Mide bien tus palabras o no vales ni un kilo”, advertían Willie Colon y Héctor Lavoe para otra historia urbana. Y es posible que Jairo demostrara a los asesinos, con el hastío cimarrón de sus palabras, desafío a sus amenazas. Él fue otra víctima de las estadísticas, 8004 homicidios intencionales en el 2023. Entonces, no caben dudas, vale el título del libro de Lizardo Herrera, Bajo el imperio del terror. Para nada hiperbólico; más bien es significado y significante de este tiempo social de una parte de las ciudades ecuatorianas, entre ellas las más pobladas, por ejemplo, Guayquil, Esmeraldas, Portoviejo, Machala, Quevedo, Manta, Durán, Quito. Mientras L. Herrera describe este periodo de terror operativizado por nuevos ejércitos necropolíticos, no ahorra cifras ni los detalles políticos que fertilizan el terror clasista. De acuerdo, pero rebuscando en lecturas marxistas, muy válidas sin dudas, este jazzman diría que es una lumpenización de la territorialidad urbana (y quizás rural). “Se trata de organizaciones autónomas —milicias o ejércitos privados— en constante metamorfosis que se desarrollan y entran en acción de acuerdo con los principios de segmentación y desterritorialización; esto es, se escinden o se fusionan según las circunstancias (Mbembe, 2011: 58-59)”[4]. Es acertada esta definición para nuestra comprensión de aquello que mencionamos como lumpenización organizada.
Esta lumpenización solo fue posible por la descomposición institucional del Estado ecuatoriano. De todas las acepciones dos precisan la descripción de ‘descomposición’: desguace y putrefacción. El segmento poblacional ecuatoriano más afectado es la juventud, L. Herrera ejemplifica: .”..el 39.3% de la población carcelaria ecuatoriana está compuesta por jóvenes varones entre los 18 y 30 años y, si ampliamos el rango de edad a 18-39 años, la cifra asciende al 70.48% (Núñez y Suárez, 2021: 27)…”[5] Aunque los detenidos en miles de operativos policiaco-militares suman decenas y decenas de miles de personas más del 90 % son jóvenes, menores a los 30 años. Inclusive niños asesinados como Los cuatro de Guayaquil. ¿Es la juventud de la territorialidad popular urbana causante del terror social? ¿O víctima de los productores de terror, funcionario estatal o bandido? ¿Ese grado de supuesta peligrosidad aumenta si el joven es afroecuatoriano? ¿Y qué perfilamiento social y racial tienen los jóvenes de los barrios de clase media? ¿O el terror estatal es contra la juventud empobrecida? L.Herrera da una señal: “Muchos de estos jóvenes o son encarcelados con sentencias muy largas —el 70.48% de la población carcelaria masculina del Ecuador tiene entre 18 y 39 años— o son asesinados, enterrados en fosas comunes, o, simplemente, desaparecen”[6]. El martes 9 de enero de 2024, Mister Roy Gilchrist declaró el Conflicto Armado Interno (de dudosa legalidad si miramos hacia la Corte Constitucional) a las bandas delincuenciales. Águilas Killers, Ak47, Gánster, Tigerones, Los Lobos, entre otras. Unas veintidós con miles de integrantes que cumplen diferentes misiones delictivas. Es para preocuparse. ¿Qué le ocurrirá a los jóvenes de los barrios empobrecidos con este sospechoso terrorismo de Estado? En el libro hay un dato ilustrativo y extensivo, de acuerdo a condiciones sociales, raciales y económicas, para la mayoría de las ciudades ecuatorianas: “En Durán en 2023, el 51% de las víctimas de homicidios fueron hombres menores de 30 años; los menores de 25 años, en particular, alcanzaron el 38% del total de las muertes violentas”[7]. En siete años (desde el 2017) desaparecieron las políticas públicas, aumentó el desempleo y el Estado se evaporó de las barriadas ecuatorianas y fue sustituído por el lumpenaje (en términos pseudo políticos). “…estos ejércitos necropolíticos tampoco tienen interés en la toma del Estado o la creación de un nuevo régimen político; por el contrario, su control territorial depende, en buena parte, de su complicidad con actores e instituciones estatales especialmente a nivel local”[8]. Resultado: perdimos la república de las calles.
La calle tuvo (aún tiene) eso de magia habitual, la pelota jugada con arte y satisfacción, el chiste rápido y a veces con lastimaduras breves, la frescura de conversaciones añejas, el piropo (machista, sin dudas) a las muchachas que archivan la rebeldía feminista (por ahora), la discusión político-partidista hasta donde alcance la paciencia y cuando se puede el casino al aire libre. “Por eso es barrio eterno, también universal y el que se mete con mi barrio me cae mal”, dice cantando Rubén Blades y es válido para nuestros barrios ecuatorianos. Ahora en la territorialidad urbana hay terror (miedo intenso o angustia imaginaria), la esquina se desagrega, se cambian los temas de conversación por determinadas presencias o mejor no comentar ciertas noticias para evitar la sentencia feroz de sapo, fingir asombro por el descuartizado cuando se sospechan razones y saber que eso de pillo buena gente no es la excepción (aunque quién sabe). Los barrios, muchos de ellos, padecen fiera lumpenización, despótica y con pocas garantías para la vida. Ahí la vida es género artístico real más que literario, hard boiled (dura e hirviendo). O thriller perceptivo, consciente y descripto con frases de doble sentido. La vorágine no es total porque aún queda algún remanente de respeto a ciertos códigos culturales ancestrales, en ciertos barrios de Esmeraldas y Guayaquil. Por ejemplo, la gente mayor de edad es tratada con cierta consideración. El joven que te perdona lo que sea con un “no se preocupe, tío, vaya nomás”. O acepta una crítica con alguna justificación respetuosa. ¿Tendrá fecha de caducidad ese requicio de educación ética?
La lumpenización de la territorialidad urbana es compleja para funcionar por dentro de la economía política (aproximación a la justicia social) y de las políticas económicas (aplicación de políticas gubernamentales). De una vez y en coincidencia con Lizardo Herrera este imperio de terror contra la gente de las barriadas no es un cataclismo moral, eso es un facilismo de cierta religiosidad malafesiva. Más bien es lo que Achille Mbembe categorizó como Necropolítica. Dicho como es: “El terror y el asesinato se convierten en medios para llevar a cabo el telos de la Historia que ya se conoce”[9]. Entendiendo el telos de criminalidad multiclasista ecuatoriana como objetivo o propósito económico para asociarse con el poder político o ser su otro yo competidor o complementario. En nuestro país ha sido bastante rápido y fácil, por el desmadre institucional causado por los tres últimos Gobiernos derechistas. El trío desastroso Moreno-Lasso-Noboa facilitaron el fortalecimiento del necropoder (calificativo de L. Herrera) de las organizaciones criminales. ”…el necropoder no tiene como meta deshacerse o reemplazar el gobierno, pues solo puede mantener su poder si el Estado se hace de la vista gorda y los deja actuar con impunidad en sus territorios”[10]. Exacto. Pero la operatividad es más compleja dice Lizardo Herrera: “No obstante, hay un cambio fundamental: el poder de dar muerte ya no reconoce una fuente centralizada o única, sino que se esparce por todo el tejido social y cada organización o ejército privado lo ejecuta siguiendo sus propias formas/normas de espectacularización de la violencia”[11]. El lumpenaje alcanza su fase ¿superior? al disputar con el Estado o quizás negociar espacios de beneficiosa influencia en la territorialidad urbana. Se dice fácil, pero es más complejo por las economías provenientes de acciones ilegales y sus mezclas con las legales. La cantidad de personas asesinadas se cotiza en bolsas de valores opacas, pero no desconocidas. El imperio del terror es imperialismo económico con sus vasos comunicantes políticos.
El Ecuador de ahora es muy diferente al del año 2017, aunque más no sea por las cifras: de 5,79 homicidios por cada 100 mil habitantes a 46,5 homicidios por cada 100 mil habitantes en el 2023; para el 2024, 38 homicidios por cada 100 mil y en estos primeros meses del 2025, 63 homicidios por cada 100 mil. Los llamados Grupos de Delincuencia Organizada (GDO) “…más que criminales sociales, funcionan como integrantes de organizaciones violentas […] explotan a aquellos jóvenes empobrecidos inmersos en guerras intestinas por el control de los territorios del narcotráfico/microtráfico en los barrios o en el exterior de las prisiones…”[12] La mayoría absoluta son jóvenes. L. Herrera apoyándose en una investigación periodística de Karol Noroña escribe que en el barrio La Zona, en Portoviejo, provincia de Manabí, “ahí no llegan los lujos ni el dinero asociados a la narco-cultura, allí la mayoría de sus habitantes vive o, mejor dicho, sobrevive con menos de 90 dólares mensuales hasta que la muerte les alcanza de un momento a otro”[13]. Son jóvenes casi la totalidad de los miembros operativos de los GDO de las ciudades ecuatorianas, también un alto porcentaje están por debajo de los 20 años. “Estos jóvenes creen que mantienen un ideal de barrio en la medida en que dicen que cuidan y sirven a su comunidad. Su guerra, declaran, es contra aquellos que los quieren eliminar; es decir, contra otros jóvenes como ellos que por cuestiones del destino se han transformado en sus competidores y a quienes, por supuesto, no dudan en matar”[14]. Esta lumpenización feroz de centenares de miles de jóvenes es el resultado trágico de la gestión política del Estado ecuatoriano para beneficiar a grupos sociales mínimos y angurrientos. Además con la complicidad económica de los medios conservadores de comunicación, fueron ellos que fortalecieron la polarización feroz con esta ideologización resumida en “no pienses solo odia a quién sea”. Y consiguieron con el truco publicitario multipropósito y de fácil absorción emocional de la “culpa es de…” causar el cataclismo social, económico y jurídico que se malvive en el país. Pero también el sostenimiento de este imperio lumpezco del terror.
Este jazzman teoriza que el lumpenaje ecuatoriano de este siglo XXI es el resultado maldito de cierta configuración social (organizaciones estructuradas para perdurar y soportar los golpes de los organismos de seguridad pública), alcance cultural (se explicaría como el fomento didáctico del comportamiento abusivo y delineado hacia la sociedad ecuatoriana más próxima) y finalidad política en proceso (no sé si partidista, pero comprensible por la evidente disputa del poder territorial al Estado). L. Herrera explica en su libro: “Paladines[15], con acierto, sostiene que las políticas de desestructuración de lo público y de un Estado reducido a su mínima expresión, perpetradas por Moreno, Lasso y ahora Noboa, llevaron al país a la delicada situación en la que se encuentra en la actualidad”[16]. Y explica el porqué las acciones de los Gobiernos de Guillermo Lasso y de Daniel Noboa (Mister Roy Gilchrist) fueron y son especialmente inútiles. “Es indudable que los dispositivos de la biopolítica neoliberal generan la misma violencia e inseguridad —la necropolítica— que dicen combatir”[17]. Ahora, sin ninguna postergación, la izquierda del Ecuador, con la denominación y el purismo primitivo que se le haya ocurrido exhibir, debe asumir y consumir tiempo de análisis para comprender, desaprender y reaprender a dialogar con la diversidad juvenil de las barriadas urbanas. Porque, ¿cuándo fue que la juventud se lumpenizó hasta perder la conciencia social de clase? ¿cuándo se trastornó esa solidaridad esencial de nuestra diversidad cultural? También aquello de laissez faire, laissez passer[18] de los niveles estatales (local, provincial y central) al gestionar lo público con este pretexto infame: la crisis económica. Después quieren resultados de un día para otro con la impuesta brutalidad policial y militar. O sea la detestable mano dura.
Notas:
[1] “¿En qué momento se había jodido el Perú? […]El era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento”, Conversación en la catedral, Mario Vargas Llosa, Seix Barral Biblioteca Breve, p. 3. https://biblioteca.sanmartincusco.edu.pe/wp-content/uploads/2021/08/Conversacion-en-la-catedral.pdf
[2] “Cómo Ecuador descendió al infierno homicida? Nueva Sociedad, 2024, enero, 2024. https://nuso.org/articulo/como-ecuador-descendio-al-infierno-homicida/
[3] Bajo el imperio del terror, Lizardo Herrera, Argus & Humanidades, Buenos Aires, Argentina – Los Ángeles, USA, 2025, p.148.
[4] Op. Cit., pp. 26-27.
[5] Op. Cit., p. 29.
[6] Op. Cit., pp. 34-35.
[7] Op. Cit., p. 35.
[8] Op. Cit., p. 28.
[9] Necropolítica, Achille Mbembe, Editorial Melusina, S. L., 2011, p. 31.
[10] Op. Cit., p.28.
[11] Op. Cit., p.28.
[12] Op. Cit., p. 49.
[13] Op. Cit., p. 50.
[14] Op. Cit., p. 51.
[15] Jorge Vicente Paladines Rodríguez, profesor de la Univresidad Central del Ecuador.
[16] Op. Cit., p. 55.
[17] Op. Cit., p. 55.
[18] Dejar hacer, dejar pasar, en francés.
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