No he leído comentarios sobre una noticia aparecida el pasado sábado en la que se daba publicidad al II Informe Internacional de Violencia contra la Mujer coordinado por el Centro Reina Sofía. Del informe se deduce que España no es, ni de lejos, un lugar que destaque comparativamente por los muchos casos de violencia machista. […]
No he leído comentarios sobre una noticia aparecida el pasado sábado en la que se daba publicidad al II Informe Internacional de Violencia contra la Mujer coordinado por el Centro Reina Sofía. Del informe se deduce que España no es, ni de lejos, un lugar que destaque comparativamente por los muchos casos de violencia machista. Estados como el Reino Unido, Dinamarca, Finlandia, Hungría, Eslovenia y Suiza están por encima en ese desdichado ranking. De otros, como Italia, Irlanda, Francia y Grecia, ni siquiera se sabe qué lugar ocupan, porque no proporcionan datos, si es que los tienen.
De hecho, son aplastante mayoría los países del mundo que ni siquiera se toman el trabajo de llevar la cuenta de esos sucesos. (Las cuentas, habría que decir, porque son dos, al menos: la de las mujeres víctimas de graves actos de violencia machista dentro del marco familiar, protagonizados por padres y hermanos, por un lado, y, por otro, la de aquellas que son víctimas de sus parejas o ex parejas masculinas.) El desinterés por conocer la realidad demuestra de manera inapelable la ausencia de intención de corregirla.
El dato sobre España me parece digno de mención, pero no porque crea que de él se deduce que aquí estamos exagerando la importancia del problema -que haya quien esté todavía peor no significa que lo nuestro sea tolerable-, sino porque refuta los prejuicios sobre la relación de causa-efecto entre la violencia contra las mujeres y el tópico machismo extremo de los latinos. Las mujeres no son víctimas de ninguna particularidad cultural, sino del sistema patriarcal, que sigue imperando en la totalidad del mundo, incluyendo aquellos países en los que los usos y costumbres sociales van orientándose poco a poco en el sentido de la igualdad.
Ayer, según regresaba en coche para Madrid, oí en la radio a un experto en no me acuerdo qué argumentando que «más allá de los avances científicos y tecnológicos, los hombres actuales son esencialmente iguales a los que vivieron en los siglos XII o XIII». Él no hablaba de estas materias, pero no pude evitar relacionarlas.
Y pensé que lo peor del caso es que probablemente tiene razón.