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Grito de Lares, Puerto Rico

Con el 23 de septiembre en los corazones…

Fuentes: Rebelión

En medio de toda la situación tan difícil que vive Puerto Rico con el impacto del huracán María, es importante sacar un minuto en nuestros corazones para recordar la gesta patriótica del Grito de Lares, que se conmemora todos los 23 de septiembre. Ese día, hace 149 años, un grupo de valientes patriotas boricuas se […]

En medio de toda la situación tan difícil que vive Puerto Rico con el impacto del huracán María, es importante sacar un minuto en nuestros corazones para recordar la gesta patriótica del Grito de Lares, que se conmemora todos los 23 de septiembre. Ese día, hace 149 años, un grupo de valientes patriotas boricuas se alzaron en pie de lucha en contra del coloniaje español para proclamar la República de Puerto Rico. Aunque fracasaron, pues era una empresa que solo habría podido lograrse con mejor preparación castrense, las heroínas y héroes de Lares marcaron con su acción un hito fundamental en nuestra historia. Al reclamar el derecho a la libertad política de Puerto Rico, anunciaron al mundo entero el despertar de nuestra nacionalidad y de nuestro sentimiento de amor a ese pedacito de tierra que llamamos Borinquen. Aún más, lo hicieron pregonando al mundo que éramos (y somos) un pueblo noble que aspira a la igualdad y justicia social. De ahí que, contrario incluso a la Declaración de Independencia de Estados Unidos de 1776, la proclama del Grito de Lares afirmó de entrada la abolición de la esclavitud. En la grandeza de nuestra humildad geográfica, el Grito de Lares enunciaba derechos civiles que la propia constitución original de Estados Unidos no contemplaba. Y es que los puntos de referencia del pensamiento patriótico de Betances eran, por derecho propio, las revoluciones de Haití y Cuba, ambas libradas por grandes masas de antillanos de origen negro. Lares no es, como se quiere proyectar, un día que ejemplifica nuestras debilidades frente a los imperios abusadores, sino una efeméride que marca la afirmación, bajo condiciones terribles, de nuestro derecho a una cultura y nacionalidad propia. Es día de conmemorar virtudes, no defectos.

El impacto del huracán María nos obliga a reflexionar sobre Lares no desde una perspectiva política estrecha, sino desde lo más hondo de nuestros corazones. Si algo ha quedado claro, durante estos dos días de tormenta y huracán, es que la fuente mayor de nuestra fortaleza y espíritu de sobrevivencia ha sido la cultura que nos define. Gran parte del dolor que sentimos hoy brota de ver cómo la lluvia y el viento han atentado en contra de los fundamentos de la cultura boricua en todas sus manifestaciones, físicas y espirituales. Los edificios, las plazas, y todas esas cosas materiales que siempre hemos dado por sentado en días normales, son elementos en que se expresan y se materializan la cultura de un pueblo. Lo son también las formas de organización social y de vida diaria, con sus defectos y virtudes. Por eso, cuando en los medios de prensa comerciales de Estados Unidos cuantifican el daño material del huracán María en Puerto Rico, como si fueran mera cosa de madera y cemento, para nosotros y nosotras, boricuas de corazón, lo que está en juego es mucho más; es todo lo que nos ha definido y define como pueblo. No creo ser el único que siente un dolor terrible al ver desaparecer, golpeados por la lluvia y el viento, las casas, calles e instituciones que son el contenido de todas las memorias que habitan en nuestras mentes. Sí, quiero ver a mi familia, con quien no hablo desde hace varios días, tan siquiera escucharlos, pero quiero también ver a mi Guayama como lo vi de niño o como lo vi hace apenas un mes atrás, lleno de ese denso aburrimiento que nos hace tan únicos a los brujos del pueblo de Palés Matos. Esta madrugada, al igual que a los hijos e hijas de tantos otros pueblos de mi isla, se me ha llenado el alma de una súbita nostalgia de lo que apenas hace semanas daba como inalterable. Es como si me estuvieran robando el derecho a los suspiros y alientos de vida. Un río inmenso e imparable de angustia y dolor inunda mi cuerpo entero.

En realidad, como puertorriqueño nacido en Estados Unidos, no puedo sino pensar en otro evento catastrófico de gran envergadura que golpeó brutalmente a nuestra gente. Me refiero a la emigración, masiva y forzada, de decenas de miles de familias boricuas entre 1937 y 1960. Sí, es correcto comparar, como hacemos hoy, el impacto de María con el de tormentas poderosas del pasado, como San Ciriaco y San Felipe; pero también hay que pensar en otras instancias que, aunque no surgidas de eventos atmosféricos, han provocado un trauma similar para grandes masas de nuestra población. De ellas, la emigración forzosa de boricuas al exterior entre 1937 y 1960 es la que viene a mi mente con más fuerza. El surgimiento de lo que hoy, eufemísticamente, llamamos la «diáspora» fue un evento terriblemente doloroso, que no cabe ni mucho menos en los límites estrechos del vocablo. Fue una tormenta tan grande como María.

No caigo en mezquindad al reprocharle al imperio, y sus agencias de «ley y orden», el que gran parte de esa emigración, entre 1937 y 1960, fue artificialmente provocada por un empeño prepotente de trastrocar el profundo sentimiento patriótico en nuestra isla para los tiempos de Albizu. Sea como sea, al igual que hoy con el huracán María, familias enteras de emigrados boricuas se vieron de un día para otros despojados de lo que siempre habían dado por cotidiano: su medio cultural, sus barrios, sus familiares cercanos, las calles de sus pueblos, las plazas en que se divertían, los flamboyanes de los cuales hacían gallitos, las palmas de coco, los ríos en que se bañaban y los paisajes sublimes de Puerto Rico. Si la diáspora de hoy, particularmente en lugares como Nueva York, siente en carne viva el dolor de nuestra gente en la isla, es porque ella también pasó por la experiencia amarga de ver su realidad cotidiana súbitamente demolida ante sus ojos. Acá vemos a Puerto Rico con los ojos con que mucha gente en la isla, lamentablemente, no nos vio en el pasado. Nos hermana un trauma muy similar, parte de una misma historia. El huracán María se comporta hoy como se comportó el imperio entre 1935 y 1960: desgajando de nuestras vidas los fundamentos, materiales y no materiales, de nuestra cultura.

Quiero retrotraerme por un instante al período de 1937-1943 a la incepción del fenómeno de la «diáspora» boricua. Albizu Campos estaba encarcelado en Atlanta por el alegado crimen de conspiración sediciosa; un vergonzoso fallo judicial resultante de un caso amapuchado por la fiscalía federal y las cortes del imperio. Miles de familias boricuas comenzaban a llegar a los barrios pobres de Nueva York, sin más recursos que las memorias que traían en sus corazones de lo que habían sido sus vidas en la isla. Como nuestras familias hoy en Puerto Rico con la tormenta, buscaban entonces un punto de referencia para mantenerse unidas ante la adversidad de llegar a un país que les era cultural y racialmente hostil. Algunas familias intentaron abordar los aviones con sus gallos; otras, traían semillas de palos de pana y, las que mejor se orientaron sobre las complejidades emocionales del exilio, cargaron con sus tambores y cuatros. En medio de toda esa convulsión social de barrios boricuas recién creados en la urbe de Nueva York, y a fuerza de luchar día a día, se aferraron a la cultura como una tabla de salvación.

No estaría escribiendo esto yo si no encerrara un cuento fabuloso de nuestra historia como pueblo sometido al coloniaje. Pues bien, además de todo lo anteriormente mencionado (los gallos, las semillas de pana, los cuatros y los tambores), las familias boricuas se trajeron la celebración del Grito de Lares para mantener a Puerto Rico vivo en sus corazones. Dejemos que sea el gran escritor cubano Jorge Mañach, amigo entrañable de Albizu Campos y profesor de Columbia University entre 1937 y 1943, quien nos hable de la figura de don Pedro y el significado de la celebración del Grito de Lares para la diáspora boricua de Nueva York:

«Para la época en que todavía (Albizu) purgaba su condena, cumplía yo mi exilio en los Estados Unidos, enseñando en la universidad de Columbia. Al otro lado del parque Morningside, bajando la abrupta meseta en que la universidad se hallaba enclavada, se extiende el hormiguero humano de Harlem -del Harlem puertorriqueño. Lo visitaba yo a menudo nada más que por oír español en las calles. Solía detenerme en esquinas y comercios a escuchar las conversaciones gesticulantes de los emigrados puertorriqueños sobre la política de la isla. Casi todos, al parecer, eran independentistas. En alguna ocasión, con motivo creo recordar, del aniversario del Grito de Lares, se celebró un acto en un teatro de la calle 110 y se me invitó a hablar en él. Evoqué recuerdos de Albizu al modo como le he venido haciendo en estos artículos y proclamé mi lealtad de martiano al noble ideal separatista. El público inmenso era un mar de voces y de gestos exaltados hasta el frenesí. En el barrio puertorriqueño de Nueva York, apretado y promiscuo, para el cual no se ha hecho ninguna de las bendiciones democráticas de los Estados Unidos, el ‘pitiyanquismo’ no ha penetrado». (Jorge Mañach. Recuerdos de Albizu. Revista Bohemia, La Habana, 12 de noviembre 19 de 1950, Año 42, núm. 46, p. 88).

Esto me lleva a un comentario final sobre la importancia de mantener la efeméride de Lares en nuestros corazones. El otro día, apenas par de horas antes de que llegara el huracán María a las costas de Puerto Rico, logré una breve comunicación electrónica con una muy admirada amiga, una artista del baile de bomba. Le pregunté, un poco angustiado, en qué podía ayudarla, estando yo acá tan lejos y ella tan cerca del peligro inminente. Sin titubear me contestó, como si sus palabras resumieran los anhelos mayores de nuestra gente: «Mantener la cultura viva, trabajemos ahora más que nunca en eso». Y en esas ando, con mi cultura muy viva en mi corazón y conmemorando el Grito de Lares.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.