Mientras que Chile se apresta a elegir un presidente que es un evasor contumaz de impuestos, y un experto en negocios turbios pero que despliega su know how o pericia de manera olímpica bajo la mirada cómplice de los opinólogos del dispositivo mediático de la oligarquía propietaria que lo financia a golpe de millones, la […]
Mientras que Chile se apresta a elegir un presidente que es un evasor contumaz de impuestos, y un experto en negocios turbios pero que despliega su know how o pericia de manera olímpica bajo la mirada cómplice de los opinólogos del dispositivo mediático de la oligarquía propietaria que lo financia a golpe de millones, la olla se destapa con otra filtración que revela la extensión y proporciones gigantescas de la corrupción de la elite mundial y de sus respectivas naciones. Esta vez los documentos que prueban los depósitos y movidas de dinero de los ricos del planeta en paraísos fiscales, se les ha llamado los «Paradise Papers», después de los Panamá Papers que involucraban a una oficina especialista en lavado de dinero de aquél país.
Estos expedientes que estaban en manos del bufete Offshore Appleby revelan una vez más los procedimientos utilizados por la elite mundial para enriquecerse sin trabajar y no cumplir con sus obligaciones legales primordiales. El resultado es el enriquecimiento ilícito y especulativo de estas esta clase parasitaria con estos giros dolosos, gracias a la globalización financiera al servicio de este tipo de movidas. Estos escándalos muestran de manera descarnada cómo las elites neoliberales ignoran algo fundamental en un sistema democrático: que pagarles impuestos al Estado (devolvérselos como tributo a la sociedad en la cual actúan como empresarios y propietarios de capital) es un deber ciudadano primordial.
Claro, evitar pagar sus impuestos es un deporte fiscal de lujo para las elites propietarias, deportivas y artísticas. Para eso tienen una cohorte de «fiscalistas». Al punto que para justificar sus prácticas corruptas comparan los impuestos que no pagaría un almacenero o un dentista (o no pagar el Transantiago), con los millones que evaden los Piñera de este mundo; los mismos que lo financian en Chile con contribuciones para su campaña y que figuran en la lista top de los más ricos de Chile en la revista Forbes.
Este tipo de razonamientos es demasiado complicado para los opinólogos de la prensa derechista.
Pero como siempre, los lacayos mercuriales como Carlos Peña (lea mis explicaciones en nota abajo) se horrorizan cuando el senador Navarro y candidato presidencial, en un foro, le lanza unas cuantas monedas en su cara al candidato de la oligarquía neoliberal (*). De los millones que Piñera ha evadido en paraísos fiscales y de los millones con que los clanes de la misma oligarquía propietaria le financian la campaña al millonario, ni chus ni mus.
La cantinela derechista consiste en decir que los chilenos viven en el mejor de los mundos posibles. Que son felices consumiendo … y endeudados; con salud, educación y pensiones malas, pero que se arreglarán cuando Chile «crezca» con Piñera (esto último no lo dicen así sino que apelan al «crecimiento» como una creencia religiosa y gracias a la varita mágica del candidato empresario). Que no hay mejor chichita que con la que se están curando los chilenos en el siglo XXI gracias a la Transición I. El corolario de lo anterior es que si los súper ricos chilenos invierten en Piñera es porque éste les dará un rendimiento seguro. Cada uno busca su propio interés individual, así se es «libre», reza la simplona ideología piñerista y neoliberal que Juan Andrés Fontaine transmite en su columna en El Mercurio.
Y en un país dónde la justicia permite sólo por un estrecho voto de la Suprema que se juzgue a los políticos por dejarse corromper por los que no pagan impuestos, es evidente que Chile con Piñera será el paraíso de la oligarquía capitalista propietaria, especulativa y especialista en prácticas corruptas.
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(*) Carlos Peña llega al extremo de distorsionar el pensamiento ético de Aristóteles en sus columnas al decir que para éste la mayor virtud es la «cortesía» (es la «lección» que le da a Navarro). En otros términos hay que callarse ante los poderosos y corruptos y … rendirles pleitesía. Como él lo hace (el rector de la UDP). Peña ignora que para Aristóteles la virtud política capital es la «prudencia». Pero pídale ser «prudente» a Piñera … el imprudente por excelencia, dominado por su pulsión incontrolable por la acumulación de dinero. Cuya «felicidad», compartida por la oligarquía, que le hace el regalo de financiarle la campaña a condición de que una vez en el gobierno vele por ella en su conjunto y pos sus intereses. Todos estos escándalos financieros y las prácticas de la elite propietaria y neoliberal muestran que la imprudencia es un comportamiento normal que le permite infringir las reglas para ganar dinero. Aquí sí que «se esconde y se teje el día a día de millones».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.