Miles de personas se movilizaron en todo el país y el Centro de Montevideo se volvió violeta.
Valentina se lleva la cámara al ojo para sacarles una foto a sus compañeras mientras se preparan en la plaza Libertad para marchar en el Día Internacional de la Mujer. Los pañuelos violetas adornan sus muñecas, sus cuellos, sus mochilas. El violeta también es el color elegido para pintarse los ojos, la boca, las mejillas. Valentina es educadora de primera infancia y cree que este año, en particular, se dio una necesidad «imperiosa» de poder estar «firmes» y «juntas». Muchas veces, agrega, a las maestras y a las docentes se les adjudica un rol de «segundas mamás», pero este año la lucha y la conciencia ganaron fuerza entre sus pares.
A unos pocos metros, una tela violeta se extiende por el piso de la plaza. Una mujer y una niña pintan de blanco la primera letra de una palabra dibujada: «Desmadre». Lucía cuenta que hace tiempo se juntan para problematizar sus maternidades, porque la maternidad trajo también aparejadas muchas «angustias, culpas, agobio». Lo individual, con el tiempo, pasó a ser colectivo: «Tratamos de poner en cuestión los mandatos, confrontarlos, negar algunos y reflexionar cómo nos sentimos», dice, y añade: Desmadre: colectiva de maternidades feministas habla del «desmadre de salirse de los cauces preestablecidos. Es un río que desborda, que se desmadra». Mariana cuenta que buscan deconstuir el concepto «hegemónico» de madre como «mujer sacrificada, sufriente, que no tiene vida, una sexualidad, un trabajo. Es lo que queremos deconstruir con el desmadre».
Los retratos de Alison, Silvia, Mili, Mónica, Maite, Florencia, Catherine y Leticia pegados en varios árboles de la plaza muestran que siguen desaparecidas y no sabemos dónde están.
Alba tiene los labios pintados de violeta y una remera verde con el logo de la radio Vilardevoz. Mientras espera que arranque la marcha, levanta su cartel que dice: «Mujeres, locas, y pobres. Presentes siempre». Su lucha es contra el «machismo» y la «estigmatización». «Nosotros llevamos la etiqueta de la locura con mucho orgullo; la locura es nuestra alegría. Vivimos el machismo por ser mujeres, locas y pobres, y luchamos para deconstruir esa estigmatización», sostiene.
En el medio de la plaza un grupo de mujeres se pone trajes de colores, se pinta, se prepara para cantar. Son las mujeres que integran el Encuentro de Murgas de Mujeres y Mujeres Murguistas y que reivindican que sin ellas, no hay carnaval. «Hay menos mujeres en el carnaval oficial. Eso tiene que ver con la construcción de lo que es la murga, y lo que se permite y lo que no. En el colectivo somos pila: cuatro murgas integradas por mujeres y murgas mixtas con gran cantidad de mujeres. Las mujeres murguistas existimos y no estamos avaladas en el concurso oficial. Históricamente hubo mujeres en las murgas que en la memoria histórica desaparecieron», dice Chiara.
Las calles son cortadas por una pancarta y por mujeres que arman una cuerda humana para impedir que los autos sigan su recorrido. La marcha comienza, los cánticos empiezan a sonar con fuerza: «Ahora que estamos todas, ahora que sí nos ven, abajo el patriarcado que va a caer, que va a caer. Arriba el feminismo que va a vencer, que va a vencer». Los aplausos vienen y van. La marcha avanza.
Los carteles se levantan con diversas consignas: «De camino a casa quiero ser libre, no valiente», «Desnuda te incomoda, muerta ¿no?»,»¡Que te dé miedo a vos, macho!», «No puedo creer tener que seguir marchando por esta mierda!».
Luna sostiene uno de esos carteles, el suyo habla de la libertad de los cuerpos: «Lo que me llama hoy a venir es más que nada la lucha por la libertad de los cuerpos, ya sea desde la expresión física corporal hasta la libertad de las discapacidades, de las gordas, de las disidencias físicas y psicológicas que podamos llegar a tener entre todas. Muchas veces el feminismo heteronormativo tiende a callar eso, dando por supuesto que está todo en un mismo globo y dentro del feminismo hay un poco de todo», dice.
En una esquina se ven las banderas de la Asociación Trans del Uruguay. Karina habla de la importancia de que el cambio no sea sólo a través de leyes sino también de «consciencia». La ley integral de personas trans «está pronta», dice, sólo falta que estén los «recursos» y los «compromisos» para que las personas trans puedan «acceder a la salud, al trabajo, a la educación y, por último, a la reparatoria para las que fueron víctimas de la dictadura».
La previa
Los tarros de pintura están abiertos en el piso. Es mediodía y varias mujeres empiezan a darle color a un muro blanco en Ciudad Vieja. «Migramos con nuestras raíces y derechos», dirá en un par de horas el mural que une las calles Piedras y Solís. Las mujeres migrantes que llegan a Uruguay sólo pueden ampararse en la ley de interrupción voluntaria del embarazo si acreditan «fehacientemente su residencia habitual» durante un «período no inferior a un año». Valentina Requena, de Mujeres en el Horno, colectivo feminista que impulsó la pintada, cuenta que a la línea telefónica de asesoramiento para el aborto que tiene el colectivo «llaman una cantidad de mujeres migrantes que están llegando a nuestro país y no tienen el derecho al acceso al aborto. Muchas mujeres ya embarazadas o que quedan embarazadas acá pueden abortar en el sistema público sólo después del año. Nos vemos con la dificultad de que las mujeres migrantes no están pudiendo acceder a la medicación, porque el sistema te brinda toda la información pero después tú, si sos una mujer migrante, tenés que resolverlo por ti sola».