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Conflictos de motivación política (I)

Fuentes: Rebelión

Partimos de la siguiente idea: la diferencia entre una sociedad despolitizada y otra que no lo está, radica en el grado de concienciación, compromiso y respuesta que adquieren sus miembros ante diversos planteamientos o decisiones que pueden conmover, directa o indirectamente, al colectivo. En este sentido, frente a las arbitrariedades que afectan al conjunto o […]

Partimos de la siguiente idea: la diferencia entre una sociedad despolitizada y otra que no lo está, radica en el grado de concienciación, compromiso y respuesta que adquieren sus miembros ante diversos planteamientos o decisiones que pueden conmover, directa o indirectamente, al colectivo. En este sentido, frente a las arbitrariedades que afectan al conjunto o parte de la población en un sistema aparentemente democrático como el neoliberal, cuya práctica se fundamenta en la restricción de los ámbitos de decisión a un reducido número de grupos de poder, sólo una ciudadanía consciente sabrá identificar el origen de tales abusos de autoridad y luchar contra ellos. Por este motivo, un grado elevado de compromiso político entre los ciudadanos implica un peligro real de desestabilización en regímenes, repetimos, aparentemente democráticos, es decir, supuestamente no opuestos a cambios estructurales surgidos de la voluntad popular.

En consecuencia, ante la incomodidad que se desprende de las apariencias y las suposiciones, los gobiernos de este tipo optan por la aplicación de medidas preventivas. Esto significa, realizar una gran inversión en desideologizar sesgadamente a la sociedad, o lo que es lo mismo, vaciar de contenido ideológico insurgente, de ideas subversivas, las cabezas otrora pensantes, para anularlas bajo los principios de inevitabilidad e irreversibilidad; o en versión castiza, bajo «la unidad de destino en lo universal». De este modo, pretenden conseguir que la ideología neoliberal que subyace a las decisiones políticas y económicas predominantes no sea considerada por el ciudadano como tal, sino como una especie de propósito divino anterior a cualquier aspiración humana. Es, en definitiva, el creacionismo aplicado a la política, y por tanto, a cualquier persona o colectivo.

Así que no nos llevemos a engaños. Cuando se habla de desideologizar la política, se está realmente tratando de imponer a la sociedad un único espacio teórico-ideológico, una única forma de hacer política, que requiere de una sumisión plena. Por ello, las medidas preventivas no son más que formas de represión social a gran escala, que a tenor de la inacción que presentan la mayoría de los colectivos humanos supeditados a regímenes capitalistas, han aportado unos rendimientos extraordinarios en las últimas décadas.

Sin embargo, encontramos algunas excepciones. En aquellos territorios en los que la población no se identifica con el escenario institucional desde el que accionan todos los recursos disponibles para la sometimiento ideológico y político, la sociedad se ha rebelado con mayor contundencia que en otros lugares, generando una serie réplicas ciudadanas que han frustrado definitivamente el proyecto reduccionista. La razón de este hecho constatable, no está en ningún tipo de superioridad moral, racial, o craneal, sino en la inexistencia de carga emocional afectiva hacia una superestructura en la que no se sienten representados.

Surgen así pueblos con un alto grado de concienciación y compromiso político, persistentes en su lucha contra la imposición de un único marco teórico-ideológico a la vez que identitario. En estos casos, los diversos procedimientos de coerción social se intensifican hasta límites de extrema crueldad. Los grupos de poder, recurren entonces a la aplicación de una violencia institucional directa, ejemplarizante y pública, obviando cualquier tipo de advertencia previa de lo que podría suceder en caso de desobediencia o no acatamiento. A modo de respuesta, frente a formas de represión despiadadas, las sociedades insumisas suelen reaccionar mediante el uso de todos los medios a su alcance, que si bien pudieran ser diferentes a los de su oponente, quizá la vehemencia con la que se emplean sea muy similar.

El resultado, finalmente, es la constatación de la existencia de conflictos políticos de gran calado, en ausencia de regímenes o marcos jurídicos democráticos que garanticen la defensa y, sobre todo, la materialización de proyectos o cambios políticos que emanen de la ciudadanía. Conflictos en los que el enfrentamiento discurre entre el grado de legalidad y legitimidad que unos y otros poseen en el uso de la violencia o la coacción, pero que en cualquier caso, genera, a ambos lados, la fatalidad de la pérdida y el dolor de los que se convierten en víctimas de un conflicto de motivación política. Por todo ello, parece obvio que sólo a partir del reconocimiento por todas las partes implicadas del carácter político de estas confrontaciones y sus integrantes, será posible alcanzar una resolución definitiva. Sin este primer paso, no habrá desenlace.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.