Las Brigadas Vecinales de Observación de Derechos Humanos lanzan hoy una campaña para exigir el fin de los controles de identidad basados en criterios raciales por ser discriminatorios e ilegales. En este artículo cuentan las consecuencias de esta práctica en la vida cotidiana de miles de personas. Documentos: Informe 2010-2011 sobre controles de identidad racistas […]
Las Brigadas Vecinales de Observación de Derechos Humanos lanzan hoy una campaña para exigir el fin de los controles de identidad basados en criterios raciales por ser discriminatorios e ilegales. En este artículo cuentan las consecuencias de esta práctica en la vida cotidiana de miles de personas.
Documentos: Informe 2010-2011 sobre controles de identidad racistas en Madrid, por Brigadas Vecinales DD HH (PDF).
Exige el fin de las redadas racistas, vía Oigame.org.
Los controles de identidad racistas constituyen una práctica policial sistemática que se ha ido incrementando en los últimos años. Estos controles y redadas no tienen relación alguna con la persecución de delitos (no tener papeles no es un delito sino una falta administrativa equiparable a aparcar el coche en doble fila). Son discriminatorios, ilegales, vulneran múltiples derechos fundamentales (el de no discriminación e igualdad de trato, libertad de movimientos, a la integridad física y moral, derechos de reunión y asociación…) y perjudican gravemente la vida cotidiana de miles de personas, con «papeles» o no, que se ven expuestas a los controles policiales exclusivamente en base a su apariencia física.
Son el resultado más claro y concreto del racismo institucional que implanta una política de control que criminaliza a una parte de la población y que instaurando un toque de queda selectivo en la ciudad. Las consecuencias en el día a día son profundas, generan miedo e inseguridad entre las y los afectados. y los actos más comunes se convierten en actividades potencialmente peligrosas. Así lo reflejan testimonios como los de Abdelkader, que afirma que ha dejado de bajar al parque porque «es una locura» o Miguel que cuenta que vuelve en taxi de la obra en la que trabaja, a pesar del alto coste que este transporte representa para un sueldo de 800€ mensuales, para evitar las identificaciones. Manuel narra cómo un coche patrulla derrapó para interceptarlo una noche que volvía a casa después de ver un partido de fútbol con unos amigos sometiéndole a un interrogatorio totalmente arbitrario: «¿Dónde vives? (…), ¿Qué haces por aquí? (…). Vete para casa que ya es tarde…».
Uno de los efectos inmediatos es la limitación de los espacios y vías públicas. Ir a trabajar, hacer la compra, ir a buscar a los hijos e hijas al colegio, salir a tomar algo, viajar en el metro o el tren, se convierten en actividades de riesgo. Los controles de identidad suelen contar además con la complicidad y colaboración de la seguridad privada de las empresas de transporte. La libertad de las personas que son diariamente paradas, identificadas y eventualmente retenidas o detenidas se ve así seriamente coartada. Gustavo cuenta que cuando su hijo llora mucho y está muy nervioso no puede bajarle al parque «porque no tengo papeles». Una mujer boliviana relata la diferencia entre cómo vivió el primer control que sufrió a los pocos días de llegar a Madrid («les contesté que quiénes eran ellos para pedirme el pasaporte») y el último («me temblaban las piernas y me quedé callada»). Otro joven narra, emocionado, cómo pasó 24 horas en comisaría sólo por estar con su novia en la calle y serle requerida la documentación. Carlos, por su parte, dice que no puede echarse pareja, siente que le miran como si fuese buscando los dichosos papeles. Carlos apenas sale de su casa «por las redadas que están haciendo; de casa al trabajo y del trabajo a casa».
De este modo, los intensos controles selectivos sobre la población migrante generan por una parte la interiorización del miedo y por otra fomentan la asociación de determinados rasgos físicos con comportamientos delictivos. Ser considerado rutinariamente como «persona sospechosa» impulsa a muchos vecinos y vecinas a esconderse de la policía limitando sus movimientos, actividades y relaciones sociales, reforzándose a su vez la estigmatización y los prejuicios.
Lidia cuenta que su motivación para conseguir los papeles no es la de tener mayores derechos de ciudadanía, formales o laborales, sino la de evitar situaciones como la que vivió en una ocasión yendo a la casa en la que trabajaba (por 500 euros mensuales): acabó detenida durante 24 horas. Lidia insistió a los agentes que era madre soltera de una niña pequeña que quedaba en situación de desamparo durante ese tiempo pero su reclamo fue totalmente ignorado.
Las consecuencias de los controles no sólo son individuales, sino también colectivas. Afectan a la vida de ciudades y barrios, repercuten en la convivencia y socavan la libertad de todos y todas. Muchos espacios públicos se han visto empobrecidos por la alta presencia policial en parques, plazas y otros lugares habituales de reunión de vecinos y vecinas. No son «daños colaterales o efectos secundarios». La represión, fiscalización y control social que vivimos son objetivos centrales de estas prácticas. Visibilizar y denunciar los controles de identidad, relacionar estos mecanismos de coerción social con la falta de libertades de todos y todas y exigir el cumplimiento de los derechos humanos fundamentales, son acciones que forman parte del compromiso colectivo imprescindible para acabar con las redadas racistas.
Nota:
Este artículo forma parte de una serie, animada por personas de Madrilonia, Diagonal, Ferrocarril Clandestino, Brigadas Vecinales de Derechos Humanos y participantes en el 15M, con el objeto de enriquecer los debates surgidos en torno a las convocatorias del 10 al 18 de diciembre por los derechos de los inmigrantes.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/Consecuencias-cotidianas-de-los.html