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Consideraciones sobre la figura de Artigas y su legado

Fuentes: Rebelión

El artículo «La palabra como registro histórico» aborda aspectos muy variados vinculados a este tema. Sorprende el uso de la primera persona del plural cuando afirma «fuimos esclavistas» lo que sugiere que el autor es descendiente de la minoritaria clase dominante. Pero es la reflexión incidental sobre Artigas la que a mi juicio merece que […]

El artículo «La palabra como registro histórico» aborda aspectos muy variados vinculados a este tema. Sorprende el uso de la primera persona del plural cuando afirma «fuimos esclavistas» lo que sugiere que el autor es descendiente de la minoritaria clase dominante. Pero es la reflexión incidental sobre Artigas la que a mi juicio merece que abramos una polémica que debería ser llevada hasta sus últimas consecuencias.

Artigas fue borrado de la historia oficial «colorada» y reivindicado parcialmente por Oribe (quien en realidad lo había abandonado en 1817) y por dos célebres derrotados: Leandro Gómez y Aparicio Saravia.

Pero la veneración popular por Artigas fue tan grande que ese mismo partido «colorado» en el siglo XX lo comenzó a reivindicar lentamente, claro que ocultando su brújula social. El Ejército también se proclamó su heredero, tratando de convencernos que perseguir charrúas, invadir el Paraguay, violar los Derechos Humanos y martirizar a Haití era una consecuencia de la tradición artiguista. Dicen imitarlo. «Ahora que se reestablecieron las instituciones y la subversión fue derrotada, guardaremos el mismo silencio prudente que guardó el Prócer en el Paraguay» repite la revista «El soldado».

Desde los catorce años, en que rompió con su familia, Artigas perteneció al mundo pastoril de extramuros que desobedecía la Ley colonial. «Indios agauchados», afros fugados, criollos «aindiados» coincidían en lo esencial con los hacendados «cimarrones», siempre hostigados por el Cabildo y el Gremio de los Hacendados, latifundistas que residían en Montevideo.

Aún en el breve período que vistió uniforme miltar, Artigas protegió en secreto a estos sectores libertarios, que incluían a los hacendados «del campo» pero no a los latifundistas «con campos». El uniforme militar le garantizaba a «su» gente doble protección: contra los abusos del poder colonial y a la vez contra las partidas de salteadores donde efectivamente había criollos y hasta indios y afrodescendientes extraviados por el alcohol. Contra estos últimos y contra los portugueses Artigas cumplió cabalmente como policía de campaña, y su eficiencia le permitió disimular su complicidad con la gente de campo, pues su ineficiencia en otras persecuciones la justificaba por bruscos quebrantos de salud, quebrantos que desaparecieron misteriosamente en 1811. Si no hubiera sido esta su conducta no podría explicarse la devoción extraordinaria que le profesaron de inmediato en 1811 los humildes del campo y la expansión de su área de influencia hasta los confines andinos y selváticos ya en 1813. La gente sencilla no confía en los que se dan vuelta: evalúa conductas con memoria de décadas y hasta de siglos.

Allá por 1980 aparecieron ciertos «revisionistas» que con un claro afán de exhibicionismo tomaron textos de los masones «eurocultos» rioplatenses contemporáneos de Artigas que lo aborrecían y lo calumniaban. Republicaron estos documentos como un hallazgo, como una novedad. Muchos de los jóvenes que estudiaron bajo la última dictadura (1973-1984) que asociaban a Artigas con los militares, tomaron con alegría estos textos, cuya expansión fue contemporánea a la canción de un conocido cuarteto titulada «El día en que Artigas se emborrachó»·.

En ciertos sectores intelectuales ahora «queda bien» es «bien visto» relativizar a Artigas, porque de alguna manera así se justifica el relativismo y la frivolidad con la que el Frente Ampio escupe sobre su propia heroica historia. Si todo es relativo y siempre fue así ¿para qué preocuparse? Insisto: creo que vale la pena profundizar sobre estos aspectos, a 200 años de las instrucciones a los diputados orientales al Congreso interprovincial que tuvo lugar en Buenos Aires.

Gonzalo Abella, maestro e investigador de las raíces multiculturales de nuestra región, ha sido docente en seis países latinoamericanos. Ha escrito numerosos trabajos sobre temas educativos, sociales, históricos y novelas.


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