Traducido para Rebelión del gallego por Ana Salgado
-V-
Os preguntareis: ¿y la Constitución española? Como ciertos personajes de los esperpentos, está presente en el ambiente y en la trama sin hacerse ver apenas. En Luces de bohemia de Valle-Inclán hay en un momento dado una anotación de acción, prácticamente irrepresentable, que reza: «Cruza la escena un gato que chilla ¡viva España!» -me lo recordaba todavía recientemente Pancho Pillado-.
Es natural. Una constitución no es más que un documento donde se plasma un modelo político de estructuración de la sociedad resultante de un proceso constituyente. El proceso constituyente sucede en el seno de la sociedad misma como colectividad viva y en movimiento, no en un salón o cámara determinados. El proceso constituyente de la Iª República francesa, vertido en la declaración universal de los «droits de l»homme et du citoyen» y en la primera constitución democrático-burguesa de la Europa continental, fue la Revolución Francesa de 1789-92. El proceso constituyente de la Unión Soviética, primera federación de repúblicas socialistas en la historia del planeta, fue la revolución bolchevique de Octubre en 1917. El de la Constitución portuguesa hoy vigente, todavía y a pesar de todo, fue el proceso revolucionario que se desata con el golpe militar progresista del 25 de abril de 1974 y culmina en los gobiernos provisorios presididos por Vasco Gonçalves. Y el de la actual constitución española de 1978 lo estamos viendo reflejado aquí a través de un prisma que he echo explícito desde el mismo título: el de un socialista que luchó desde la adolescencia hasta hoy en el frente del nacionalismo gallego, esto es, en la vanguardia del proceso histórico-político de autodeterminación del pueblo gallego, pueblo que constituye una nación sin Estado en curso ascendente de accesión a la plena conciencia colectiva de su identidad como nación, y consecuentemente de lucha por el ejercicio de su soberanía -si empleamos, para entendernos, este término nacido en sus connotaciones semánticas contemporáneas en la misma revolución francesa precisamente-.
La identidad nacional de Galiza, su existencia histórica como nación en la dimensión sociopolítica del término -no en la superestructural que es siempre una «excrecencia», nunca de por sí un fenómeno estructural en la sociedad- estuvo siempre en contradicción con el hecho jurídico-político -superestructural, entonces- del Estado español. Esa contradicción, siempre existente, se agudizó en la historia a partir de la forma moderna y borbónica de Estado unitario centralista desde el XVIII, y se agravó con el Estado centralista español burgués, por dos razones primordiales: una, el desarrollo capitalista para el que ese Estado fue el instrumento superestructural que, mutatis mutandis, sirvió a los mismos fines cardinales en toda la historia contemporánea de Europa, pero que al actuar sobre la base económica gallega la convirtió además en una colonia «interna»; otra, el despertar y desarrollo que desde el XIX experimentó la conciencia nacional -si queréis, el «volkgeist», en las formulaciones teóricas europeas de la época- en la conciencia social de Galiza. La agravación y agudización de esa contradicción consigue su cumbre histórica con la fase franquista de Estado español totalitario y fascista.
Por otra parte ese fenómeno, en sus términos generales, no se da solamente con la realidad nacional gallega, sino también con las otras englobadas en el espacio territorial y político de ese Estado español: Euskalherria y Catalunya -o, en un sentido lato, los Países catalanes-. El fascismo, con su concepción totalitaria del Estado y su atosigante presión represiva sobre las libertades de cualquier tipo, agudiza no sólo las contradicciones de clase en la sociedad «española», sino también las contradicciones nacionales, esto es, entre el Estado unitario y anti-democrático y la realidad plurinacional de su base de asentamiento. De ahí justamente que los vectores primordiales de la dinámica socio-política antifascista sean el movimiento obrero -lucha de clase del proletariado- y los nacionalismos «periféricos» -lucha de las naciones dominadas por su autodeterminación-.
La liquidación del régimen franquista, o sea, el desmantelamiento del Estado fascista, tenía que resolver esas dos contradicciones, dar satisfacción a esas dos corrientes de movilización política de camadas populares, plasmar en una nueva fórmula de superestructura jurídico-política esas dos expresiones activas de la conciencia social. Sólo dándoles solución en el plano institucional «ex-novo» podría abrirse una situación democrática de amplio horizonte y estabilidad -«consolidarse» la democracia, como se suele predicar retórica y farisaicamente en los medios políticos oficiales de hoy-. En otras palabras, el proceso constituyente que se estaba operando de hecho en la sociedad ya bajo el franquismo caminaba en esa doble dirección. La vía de paso de ese proceso, para traducirse superestructuralmente, constitucionalmente, se llamaba en el argot de la época ruptura democrática. Y bien: se ha escamoteado la ruptura democrática, se han hurtado las reivindicaciones cardinales tanto del movimiento obrero cuanto de las luchas nacionalistas emancipadoras, se han adecentado los postulados esenciales previamente suscritos, al parecer, por todas las fuerzas y organizaciones democráticas, y se ha hecho una constitución consagradora de la «economía social (?) de mercado» -eufemismo supletorio de la expresión «capitalista»- y negadora de la soberanía nacional y el derecho de autodeterminación de los pueblos gallego, vasco y catalán. Se ha acabado aplicando, a fin de cuentas, la Ley de Sucesión franquista de 1946 «sub specie constitutionis»: al fin y a la postre los vencedores resultaron ser Fraga y demás «revenants» políticos, absolutamente impresentables en cualquier democracia normal. Estamos pagando todavía hoy las consecuencias. Seguiremos pagándolas. Y lo peor es que pagamos «justos por pecadores», los inocentes por los culpables, los explotados por los explotadores, los dominados por los pisoteadores, los colonizados por los colonizadores.
«El pueblo gallego no pode transigir con ninguna forma de transición política, en el nivel del Estado español, que no lleve consigo su autodeterminación como pueblo. El respeto de los derechos nacionales de los pueblos del Estado español no puede ser una ‘cuestión adicional’ en la estrategia de la transición, por muy ‘sine qua non’ que se llegue a considerar esa cuestión. El ejercicio de los derechos nacionales de Galiza y de los demás pueblos del Estado español actual es consustancial con el proceso de ruptura democrática»: son diáfanas afirmaciones contenidas en el documento que el PSG presenta al Consello de Forzas Políticas Galegas (CFPG) para llevarlo -y se llevará- a la junta de plataformas democráticas que se va a celebrar el 25 de septiembre de 1976 en Valencia, cuando ya se está pudriendo la alianza antifascista y las organizaciones clave a nivel de Estado están pactando con las fuerzas del régimen franquista, saldando el patrimonio de la ruptura democrática, y aceptando la reforma.
¡Curiosa extravagancia, pactar una reforma democrática! Obviamente, por su propia índole, un Estado y un régimen fascistas son irreformables. Sólo se puede reformar una democracia que ya exista; a un régimen y un Estado anti-democráticos «per se» no cabe someterlos a una reforma democrática: o se echan abajo, se dinamitan o desmontan pieza a pieza, o viciarán congénitamente a cualquier Estado y régimen que los sucedan. Y eso no se resuelve con que media docena de «jurisconsultos» escriban un papelito con el rótulo de Constitución y luego se apruebe en unas cortes o en un referéndum: también hacía referéndums Fraga a favor del viejo mugriento, y los ganaba, naturalmente. Con la reforma política, la Constitución de 1978 y el subsiguiente referéndum, la base social del fascismo franquista y sus escribas y pontífices ganaron la sobrevivencia política frente al conjunto de las camadas populares del Estado español y a la conciencia social que apostaba por un proceso constituyente abierto y disipador de los hedores de tanto cadáver político pendiente de enterrar de una vez. La reforma y la Constitución fueron la UCI que no resucitó al tirano pero salvó in extremis a sus perros de presa. La democracia, y el poder formal en ella, nacen así secuestrados. Siguen secuestrados todavía, por más que ya parezca que les gusta esa situación: son los hijos de Franco.
«Conforme al principio de autodeterminación nacional, la soberanía política en Galiza corresponde al Pueblo Gallego. Un Gobierno gallego asumirá la representación y el ejercicio del poder político en el territorio de Galiza mientras no se establezcan las instituciones definitivas en el correspondiente proceso constituyente. La participación de la nación gallega en un Pacto federal español tendrá que ajustarse a las condiciones mínimas siguientes: A) El Pacto federal habrá de ser concluido sobre los principios de la negociación en plano de igualdad de los representantes legítimos de los pueblos de las diversas naciones integradas hoy en el Estado español, según vengan determinados por los respectivos procesos constituyentes…».
Son párrafos de las «Bases constitucionales» elaboradas en primavera de 1976 y asumidas por el CFPG. ¿Parecen ecos de un pasado remoto, prosa de política-ficción, extrapolación de un documento vietnamita? No: era el lenguaje político cotidiano en las plataformas ilegales, ya no estrictamente clandestinas, de las fuerzas democráticas en esta Tierra y en las demás de la Península hace menos de diez años. Cuando amanecía en O Padornelo después de la «longa noite de pedra» celsoemiliana, recitábamos de memoria «Alba de Grória» de Daniel [Castelao], y las huestes de Waldemar, señor de Gurre, cantaban para nosotros con música de fanfarria de Schoenberg: «Ved, el sol radiante al borde del cielo saluda vuestro anhelo. Risueño, se remonta sobre las olas de la noche, haciendo volar desde el reluciente sobrecejo sus jugos dorados de luz!».
No fue un espejismo. Esa premonición de anteayer es hoy el porvenir.
Compostela, 6 de octubre de 1985
Artículo número IV que finaliza la serie comenzada el pasado 13-09-09
Publicado en el periódico Galicia-Hoxe, 4-10-09
Constitución Española y nacionalismo gallego: una visión socialista (I)
Una visión socialista de la Constitución española y el nacionalismo gallego (II)
Constitución española y nacionalismo gallego: una visión socialista (III)
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=92405