El PSOE quiere que se apruebe una ley que ordene a RTVE que contribuya «a la construcción e identidad de España». «¡Fascinante!», que diría el doctor Spock de mis tiempos de crío. O sea que el PSOE cree que, a estas alturas de la película, España sigue necesitada de «construcción» y de «identidad». Lo de […]
El PSOE quiere que se apruebe una ley que ordene a RTVE que contribuya «a la construcción e identidad de España».
«¡Fascinante!», que diría el doctor Spock de mis tiempos de crío.
O sea que el PSOE cree que, a estas alturas de la película, España sigue necesitada de «construcción» y de «identidad».
Lo de la construcción se presta al chiste fácil, sobre todo en esta costa mediterránea en la que me hallo, que es una pura grúa. Más parece que España esté ahíta de construcción.
Deberían pensárselo dos veces. Todos.
En Euskadi tenemos un montón de políticos que hablan también sin parar de «construcción nacional». Si una nación no está construida, es que no hay nación. Todo un problema: ¿cómo se puede ser nacionalista de una nación que está pendiente de construcción?
Otro tanto digo sobre la identidad. Las identidades no se defienden, ni se construyen, ni se preservan: son. Y cambian. Como muy bien reflexionó hace tiempo Ángel González en un precioso poema de amor («Si yo fuera Dios y tuviera el secreto, haría un ser exacto a ti…«), la constante renovación de nuestras células hace que en cosa de pocos años nuestro yo se vuelva otro yo, «siempre el mismo y siempre diferente«. Sólo desde posiciones esencialistas e irracionales se puede definir una identidad nacional (española, vasca, catalana… danesa, me da igual) que haya que blindar para preservarla de los cambios.
Leí hace algunos días una referencia (indirecta y por ello puede que injusta) a unas declaraciones de Jordi Pujol en las que lamentaba los daños causados por la inmigración a la identidad catalana. Cataluña no es menos Cataluña porque haya recibido muchos inmigrantes, andaluces o africanos. Es, lisa y llanamente, otra Cataluña. Y si alguien la tiene por peor, es su problema.
Como la Euskadi de hoy no es menos Euskadi que la del siglo XVIII porque se haya nutrido de foráneos, como mis propios antepasados, y se siga reconformando ahora mismo cada día con nuevos vascos venidos de Badajoz, de Senegal, de China o de Pakistán.
Quien sienta aprecio verdadero por Euskadi, debe sentirlo por la Euskadi que existe -por la que vive, late y trabaja día a día-; no por la que conserva en un recuerdo momificado o por la que imagina en sus ensoñaciones mejor o peor intencionadas.
¡Construir España! ¡A buenas horas, mangas verdes!
Lo que vosotros llamáis España ya está construido.
Es eso. Un desastre, vaya que sí. Pero, tranquilos: tampoco es mucho peor del resto de lo que etiquetáis como naciones.
¿Qué importan las naciones? ¿Quién sabe qué son? Importan las personas, las culturas, las lenguas… La vida. No los mitos.