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Constructores de sueños

Fuentes: Rebelión

Un 17-18 de julio más, éste ya casi el del 75 aniversario, nos sobrecoge el recuerdo de aquellos días lejanos de 1936. El africanismo fascista de Mola, Franco y los suyos había aprendido las lecciones de la fallida «Sanjurjada» de agosto del 32… Habían aprovechado su regreso al alto mando durante la salvaje represión de […]

Un 17-18 de julio más, éste ya casi el del 75 aniversario, nos sobrecoge el recuerdo de aquellos días lejanos de 1936. El africanismo fascista de Mola, Franco y los suyos había aprendido las lecciones de la fallida «Sanjurjada» de agosto del 32…

Habían aprovechado su regreso al alto mando durante la salvaje represión de Asturias para hacerse fuertes en la estructura intermedia del ejército de la República, colocando a muchos de los suyos en acuartelamientos y unidades por todo el territorio.

La «confluencia de intereses» estaba bien urdida con terratenientes, Iglesia, y el poder financiero en manos de magnates sin escrúpulos, como Joan March, del que Carner Romeu, Ministro de Finanzas con Azaña, diría aquello de «o la República acaba con March o March acaba con la República».

El momento internacional no podía ser tampoco más propicio, con Hitler y Mussolini en su apogeo de matones del patio de colegio europeo, deseosos de debilitar a Francia con una pinza fascista a lo largo de toda la frontera sur española.

Y llegó el 17-18 de Julio de 1936. Como en un presagio funesto, omnipresente, angustioso, salido de un poema de García Lorca. El resto, dicen, es historia. Y pesadilla. E impunidad.

En un país tan perdido como sus miles de niños aún desaparecidos, y en el que nuestras instituciones – enfermas de equidistancia entre víctimas y genocida – continúan atendiendo a «las dos puñeteras verdades» de Santos Juliá; a los «dos demonios» de los comisarios de la impunidad en Argentina; a cualquier cosa, en realidad, que sirva para equiparar lo inequiparable, para aliviar conciencias, perpetrando una última forma de exterminio de las víctimas: la de su inhumana banalización y sepultura en otra inmensa fosa común de la palabra, indiferenciadamente junto a los monstruos…ya se sabe aquello «fue una guerra»…

La nuestra sigue siendo una memoria castrada, sin otro derecho para las víctimas que no sea el de poner cara beatífica para que algún político sin escrúpulos de este PSOE salga bien en la foto, o les mande cariños desde Ferraz…pero es que para esto, y sólo para esto, hicieron esta «memoria»…

Leo a Otero y pienso que sí, que seguimos sin tener ni un pedazo de paz con que aplacarles…¿qué se puede decir un año más ante una y otra inmensidad?

Pero este 17 a 18 de julio me niego seriamente a verme rebasado por el horror ante los genocidas de la sangre, o por el estupor ante los genocidas de la memoria y la oportunidad perdida de un Gobierno que no quiso sacar otra ley, muy distinta, que también hubiera estado a su alcance como ley ordinaria. No quiero pensar en un Parlamento perdido que no puede ver ni en foto, perdón, ni en vídeo, los reclamos contra la impunidad, pero que sí que puede albergar en la Galería de Presidentes los retratos de los ayudantes criminales de Franco llamados Presidentes de las Cortes Españolas…

No quiero pensar en una Academia de la Lengua Española, vaya, en una Real Academia de la Lengua Española, que reverdece el pucherazo español de toda la vida, no vaya a ser que la palabra más querida por los votantes resulte ser «República»…ni en la investigación ordenada por Conde-Pumpido, Fiscal General del Estado, por la moción en solidaridad con Garzón y las víctimas del franquismo en el Concello de Ferrol… él que nunca jamás ha impulsado una causa penal contra miembros de los «pelotones de fusilamiento» franquista, ni contra los autores de desapariciones forzadas…ni quiero pensar en la «libertad de expresión» que sí se tiene en este país para gritar ‘viva la monarquía’, pero no que muera – la institución monárquica, no ningún ser humano -…en la libertad que tampoco se tiene para emitir el documental «Monarquía o República» de Armengou.

Hoy no quiero pensar en los jueces y fiscales que, en este mismo día de hoy, son capaces de seguir sosteniendo que los casos de desapariciones forzadas del franquismo ya han prescrito cuando el delito aún se encuentra en abierta consumación permanente – sin noticia todavía del paradero de los desaparecidos -, y dicho plazo de prescripción, por tanto, ni tan siquiera ha podido empezar a contarse… y eso aunque los crímenes contra la humanidad, de hecho, tuviesen plazo alguno que contar.

He dicho que no. En la quietud de este sábado-domingo de julio, entre el sobrecogimiento de una tragedia sin fondo y el de la vergüenza cotidiana de la actuación de nuestras instituciones, únicamente quiero pensar en todas aquellas vidas arrasadas con todas sus esperanzas y sus anhelos que pudieron haber sido, y en aquella otra sociedad tan distinta de esta nuestra del «cada uno en su casa y Dios en la de todos» largamente entrado con sangre en la caligrafía de nuestra alma…

Hoy únicamente quiero pensar en aquellos constructores de tantos sueños y en su revolución de las escuelas que no pudo ser y que, ni todo el valor, ni el sacrificio del mundo – más todavía – pudo salvaguardar.

Porque todos esos sueños y todo ese valor es lo único que nos queda hoy de aquella otra sociedad, y de aquel otro país, con el que rompimos hace tiempo todos los puentes, si es que en algún momento intentamos tenderlos de verdad.

Y porque no puede haber dolor, cansancio, ni amargura en nuestra tozuda lucha cotidiana por vencer al silencio y al olvido que nos arranque nada de eso, ni a ninguno de nuestros constructores de sueños, de nuestro corazón.

Ni tan siquiera un 17-18 de Julio como hoy.

Miguel Ángel Rodríguez Arias es profesor de Derecho Penal Internacional de la Universidad de Castilla-La Mancha, autor del libro «El caso de los niños perdidos del franquismo: crimen contra la humanidad» y otros trabajos pioneros sobre desapariciones forzadas del franquismo que dieron lugar a las actuaciones de la Audiencia Nacional.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.