Cuando apareció por la redacción de El Viejo Topo, en 1975, Miguel Romero no era tal, sino el «Moro», nombre con que había pasado a la clandestinidad en 1966. Desde esa fecha ha mantenido un compromiso militante e intelectual con la izquierda revolucionaria, compromiso que hoy, entre otras actividades, es visible en su papel de […]
Cuando apareció por la redacción de El Viejo Topo, en 1975, Miguel Romero no era tal, sino el «Moro», nombre con que había pasado a la clandestinidad en 1966. Desde esa fecha ha mantenido un compromiso militante e intelectual con la izquierda revolucionaria, compromiso que hoy, entre otras actividades, es visible en su papel de editor de la revista Viento Sur, una de las pocas publicaciones de izquierda que perduran en este país.
-¿Es necesario refundar la izquierda?
-Permíteme que antes empiece con un prólogo. Creo que en un plazo medio, digamos de unos cuatro o cinco años, va a cambiar profundamente el mapa político europeo, a la izquierda de lo que llamamos con el eufemismo de «socialdemocracia». La naturaleza y el tiempo de lo cambios dependerán especialmente del curso de las luchas sociales frente a la crisis capitalista y de cómo respondan a ellas las organizaciones de lo que podemos llamar el «espacio anticapitalista», es decir, tanto la izquierda política como la izquierda social.
En lo que se refiere a la izquierda política, pienso que sus diversas corrientes van a enfrentarse a dos pruebas decisivas y que su futuro dependerá de cómo respondan a ellas: la primera, las políticas unitarias, también en sentido político y social, es decir, convergencias, reagrupamientos de organizaciones políticas y experiencias conjuntas con actores sociales en plataformas, foros, coordinadoras… todos ellos comprometidos, desde su propia experiencia y criterios, en la lucha contra el capitalismo; la segunda, la conversión del discurso anticapitalista en políticas concretas que busquen conexiones entre los conflictos actuales y los objetivos emancipadores que todavía no tienen un nombre suficientemente aceptado: si se le quiere llamar provisionalmente socialismo del siglo XXI, pues vale.
Está claro que aquí nos encontramos en una mala situación, muy por detrás de los procesos en marcha en Portugal, Francia, Alemania, Grecia, o incluso Polonia o Dinamarca. Hay que tomarse muy en serio cómo dar pasos adelante para levantar expectativas de que las cosas están cambiando y que el futuro no estará determinado por los tres pilares de la «gobernabilidad», inamovibles desde la transición: la alternancia PSOE-PP, ocasionalmente con apoyos subalternos, el consenso constitucional y el «diálogo social».
No hay que perder el tiempo, pero estoy muy en desacuerdo con las «urgencias». En general, son malas para el debate democrático, que necesita tiempo para escuchar, reflexionar, responder de forma que el debate pueda proseguir… Además, necesitamos tiempo para comprender los cambios que se han producido en el mundo al menos en lo que llevamos de siglo. Y en fin, los problemas que tenemos entre las organizaciones de la «izquierda alternativa»: desacuerdos, desencuentros, conflictos…, sin sentir una presión unitaria por la propia debilidad de las luchas sociales, vienen de muy lejos y no pueden resolverse en unos meses. Creo, por otra parte, que la dinámica de la crisis capitalista nos va a dejar algún tiempo de reacción, en el que es de esperar que se desarrollen experiencias, luchas y debates que nos ayuden a encontrar soluciones.
-Dicho esto, regreso ahora a la pregunta: ¿crees necesario refundar la izquierda?
-Si se trata de crear una nueva fuerza política anticapitalista con capacidad de convergencia de los sectores políticos y sociales necesarios para darle fuerza y credibilidad, la idea de «refundación» no me parece adecuada. No hay que pelearse más de la cuenta por palabras, pero mejor elegirlas bien.
Por una parte, «refundación» me recuerda inevitablemente a la experiencia italiana que representó Fausto Bertinotti, en la que un discurso ideológico que se presentaba, con mucho éxito, como antagonista, movimientista, sucumbió a la primera oportunidad de cooptación por el poder. Es una experiencia negativa muy importante y sobre la que, creo, se ha debatido aquí menos de lo que merece. Desde luego, no es un buen precedente.
Por otra parte, «refundación» no es una idea general, sino concretamente el nombre del proyecto de Izquierda Unida. Estuve en la Conferencia en que se presentó este proyecto. Me pareció ver en ella, lo digo muy esquemáticamente, tres componentes: un sector amplio de militantes que hacen un balance muy crítico de la experiencia de la organización durante los últimos años y quieren una renovación a fondo de IU en sentido anticapitalista; un sector, muy poderoso, de la dirección al que sólo le importa una «restauración», o sea una mejora de imagen de cara a las próximas elecciones; y, finalmente, otro sector de la dirección más identificado con los cambios, pero atrapado en el consenso interno de reparto de «cuotas de poder» y «pacificación» que se alcanzó hace unos meses. Creo que hay que seguir con atención el proceso y mantener la mejor comunicación posible con toda la gente de IU interesada en escuchar y en debatir con otras corrientes. Pero esto no es la «refundación de la izquierda». Si en un próximo futuro se produjeran procesos de convergencia dentro de lo que antes llamé «espacio anticapitalista», lo cual sería muy deseable, quizás se les termine llamando «refundación», pero lo dudo.
-Hablemos entonces de convergencia de fuerzas en lugar de refundación. La fuerza organizada mayoritaria ahora mismo es IU. Luego estaría Izquierda Anticapitalista, y después ya grupos y plataformas muy pequeños (además de los ex que han decidido quedarse en casa, que son una barbaridad). ¿De quién o quiénes debería surgir la iniciativa para empezar un proceso de esa naturaleza? ¿Existen ahora mismo condiciones para ello?
-Para mayor claridad, empiezo por el final. «Ahora mismo» no veo condiciones para esa convergencia, a la cual habría que añadir una componente que, para mí, es decisiva: la que he llamado antes, «izquierda social», es decir las y los militantes de movimientos sociales que hacen desde ellos política anticapitalista, pero no se plantean, o no están interesados en construir una organización política.
¿Cuáles son esas condiciones que no veo? Por ejemplo estas cuatro:
La primera, un acuerdo de línea política consistente, o sea, no una lista de reivindicaciones, sino una orientación: cómo vamos a «hacer política» sobre los conflictos principales de nuestra sociedad (relaciones con los poderes del Estado, «conflictos de género», crisis económica, ecología, bienes comunes, inmigración…); en este aspecto, no cuenta qué organización llega a la supuesta convergencia con más militantes; tendría que haber como punto de partida una coincidencia básica en profundidad, no un «consenso» al uso.
La segunda, un acuerdo concreto y creíble sobre la democracia interna, que garantice la expresión libre de divergencias y la convivencia (no la coexistencia a la manera «posmoderna»: «respeto» mucho lo que piensas, pero me tiene sin cuidado…) de distintos puntos de vista.
La tercera, una base social y una dirección protagonizada por gente joven, estudiosa y callejera, sin ninguna ambición política profesional, con una cultura «movimientista» potente, vacunada de sectarismos.
Y en último lugar, en el orden pero no en la importancia, hacen falta «ganas», es decir expectativas y voluntades de comprometerse en crear algo nuevo, con la confianza de que va servir para salir del pozo en que se encuentra el «espacio anticapitalista» hace ya más de veinte años, desde la derrota en el referéndum sobre la OTAN de 1986.
Este asunto de las «ganas» puede considerarse poco «político», pero tuvo un papel motor esencial en los dos proyectos de convergencia más interesantes y con más éxito (y también problemas, claro) de los últimos años en Europa: el Bloco en Portugal y el NPA en Francia.
-¿Y en cuanto a quiénes deberían tomar la iniciativa?
-Sin duda, hay mucha gente que no milita en IU o IA que vería con simpatía un proyecto unitario de la izquierda política anticapitalista, pero habitualmente se está pensando en un simple acuerdo electoral que evite la «sopa de siglas» y concentre votos a la izquierda del PSOE; o sea, se plantea el problema como «votante», pero es escéptica y se siente distante de un compromiso político mayor. En cuanto a los militantes de IU e IA, pienso que, en su gran mayoría, no ven perspectivas concretas de reagrupamiento. Otra cosa es que el guión de la «refundación» lleve a hablar de búsqueda de confluencias, aperturas, etc., y haya algunos militantes que estén seriamente por la labor.
En definitiva, creo que estamos en una situación de pre-convergencia, en la que los objetivos centrales deberían ser ir creando las condiciones políticas, organizativas, morales… de convergencias futuras, no ponerse a elaborar, o lo que es peor, dar por hechos, manifiestos, calendarios, etc.
En esta pre-convergencia pienso que hay que valorar, sobre todo, las experiencias que van en dirección unitaria y ser muy críticos con las que van en dirección contraria. Por ejemplo, el trabajo común de todo el «espacio anticapitalista», y mucha otra gente que pueden no considerarse parte de él, en la campaña contra la presidencia española de la Unión Europea, va en la buena dirección, creando confianzas, costumbres de debatir y buscar acuerdos sobre problemas concretos, relaciones entre «lo social» y «lo político»… En cambio el esperpento castizo de Caja Madrid, que ha terminado entronizando a Rato, Moral Santín y gente de ese tipo, va en la mala dirección.
No creo que en estos momentos puedan ser útiles «grandes iniciativas» por la convergencia: encuentros solemnes, manifiestos, llamamientos de «personalidades»… En cambio me parece que son necesarias iniciativas más modestas que ayuden a conocer y debatir puntos de vista, creen interés mutuo, empujen a tomar en cuenta las opiniones ajenas a la hora de elaborar las propias, no para delimitarse de ellas, sino para buscar qué puede haber en común, etc.
Hace unos días, en el homenaje a Daniel Bensaïd en la Mutualité de París, el filósofo Alain Badiou, que ha tenido debates de fondo, a veces muy ásperos, con Daniel, dijo que le consideraba un «compañero lejano». Lo dijo cordialmente, sin olvidar los desacuerdos, pero poniendo en primer lugar el respeto y el interés hacia «el otro». Ya me conformaría yo con que, para empezar, estas fueran aquí las relaciones entre las diferentes corrientes del «espacio anticapitalista».
-Ese es un aspecto al que no se le presta demasiada atención, pero que a mí me parece clave: los miembros de las diferentes organizaciones no se sienten compañeros. Ni siquiera en el interior de algunas de ellas puede hablarse de que exista compañerismo, de que se esté por lo mismo. Se imponen rivalidades, familias, envidias, vendettas…
-De acuerdo. Se trata además de algo muy generalizado, que afecta también a organizaciones y movimientos sociales y a gente de cualquier edad y condición. Y hace estragos. Crea una selección negativa entre quienes deciden organizarse: dificulta la entrada de la gente que busca nada más -y nada menos, con la que está cayendo- un mayor compromiso en la acción colectiva, pero no soporta las grescas internas, y en cambio favorece la entrada de quienes incomprensiblemente, disfrutan con ellas, por no decir que viven en ellas, de conspiración en conspiración.
Creo que hay que racionalizar el compromiso militante, lo cual es una de las condiciones para tener una vida colectiva sana en las organizaciones de la izquierda. La política revolucionaria debe ser una pasión, pero no la única. Hacen falta militantes con un compromiso serio, pero abierto, sin obsesionarse con sus siglas, que les interesen y les motiven otros muchos aspectos de la vida, además de la política. Gente corriente, no héroes, ni que se crean héroes o aspiren a ser reconocidos como tales.
En teoría, las organizaciones de la izquierda se basan en la solidaridad, pero en la práctica frecuentemente es más fuerte la competencia entre grupos, fracciones, afinidades… o como se les quiera llamar, que consideran que el «enemigo principal» es el discrepante más próximo.
Me gustaría creer que un programa o una línea política identificada radicalmente con objetivos emancipatorios es suficiente para afrontar estas lacras. Pero no es verdad. Sí creo que es necesario -porque finalmente se trata de oponerse a valores dominantes en la sociedad capitalista, el principio de competencia en primer lugar- pero no es suficiente de ninguna manera. No quiero eludir los problemas que me tocan más de cerca. Cada corriente política tiene sus propios fantasmas y la obligación de combatirlos: el fraccionalismo es un fantasma de la mía.
Creo que hace falta una «revolución cultural» en el espacio anticapitalista que ponga en la base de las relaciones militantes una fraternidad laica -integrada por gente diversa, que discute, tiene conflictos, los trata de resolver por sí misma, democráticamente, sin el recurso a adhesiones incondicionales o líderes carismáticos…- no sólo dentro de cada organización, sino también en las actividades conjuntas: campañas, plataformas, encuentros…
-Vale. ¿Pero cómo se hace eso, partiendo de lo realmente existente?
-Buena pregunta, pero me temo que no soy capaz de dar una buena respuesta. Creo que es difícil conocer bien «lo realmente existente» en el pensamiento y la acción critica, porque está muy disperso y porque faltan dramáticamente canales de comunicación (y políticas de comunicación, que son el «agujero negro» de la «izquierda alternativa» española, pero eso daría para otra entrevista). Por eso las «buenas respuestas» tendrían que elaborarse en marcos militantes colectivos, en los que puede haber una relación directa con todo lo que se mueve «por abajo», y sobre esta base, se pueden tomar iniciativas que permitan aprender por procedimientos experimentales, analizando lo que funciona bien y lo que funciona mal. En una situación políticamente tan plana, tan bloqueada, incluso tan triste, como la que sufrimos desde hace ya una larguísima temporada, sólo la práctica social puede abrir y descubrir brechas. Mientras tanto, vamos a tientas.
-Eso suena a calendas griegas…
-No, no quiero escurrir el bulto y voy a dar algunas opiniones. Para empezar, se me ocurren sobre todo dificultades y problemas.
Hablamos mucho sobre los procedimientos para enfocar o, pretendidamente, resolver la crisis de la «izquierda alternativa»: «refundación», «convergencia»… En cambio, se habla mucho menos de lo que me parece la cuestión fundamental: ¿cuál debería ser el objetivo político articulador del espacio anticapitalista a medio plazo? En mi opinión, debería ser desestabilizar hacia la izquierda el sistema político español por medio de la movilización social. Ésta es la única vía para crear expectativas de que pueden lograrse cambios importantes en las cuestiones sociales y políticas que centran la atención de la gente: el paro, la política económica y fiscal, la privatización de los servicios públicos que existen y la inexistencia de servicios públicos esenciales (particularmente en los «cuidados»), el cambio climático, la corrupción en la administración pública, el poder absoluto de los jueces, etc. Esas expectativas son la llave de contacto de la acción social; sólo minorías militantes se pueden movilizar sin esperanzas de obtener resultados tangibles. Y todo el mundo sabe, por experiencia, lo que puede esperarse de la «gobernabilidad» tal como está establecida: en el mejor de los casos, empeorar lentamente. De expectativas como ésta pueden surgir «votos útiles» frente a la derecha, pero no movilización social.
Esa desestabilización tiene que incluir un cambio radical en la izquierda. Con el mapa establecido: es decir, PSOE mayoritario, IU ejerciendo una presión débil y subalterna, CCOO y UGT autolimitadas al «dialogo social», no existe la menor posibilidad de que se apliquen políticas no ya anticapitalistas, sino incluso que supongan una resistencia eficaz frente a lo que está siendo una ofensiva capitalista en toda regla. Así se muestra, por poner ejemplos recientes, en lo que estamos conociendo estos días sobre la aceptación por parte del gobierno de la rebaja de las cotizaciones empresariales a la Seguridad Social o cómo los grandes sindicatos van tragando, y haciendo tragar, la «reforma laboral».
Las políticas que se basan en la «unidad» PSOE+IU+CC OO+UGT se someten y terminan legitimando la «gobernabilidad» existente. Es obvio que una política anticapitalista sólo puede realizarse con un apoyo social muy mayoritario. Pero creo que lo que se necesita ahora es una fuerza social y política fronteriza con la «izquierda mayoritaria», que asuma un alto grado de conflicto con ella y sea capaz de traducirlo en términos comprensibles para la gente que se considera «de izquierdas». La «izquierda alternativa» no tiene que refugiarse en la marginalidad, pero tiene que atreverse a ser radical en la política concreta.
Los colegas del Bloco de Esquerda portugués afirman que su objetivo es «la destrucción del mapa político tradicional del país». Me parece una excelente formulación de un objetivo general de la izquierda anticapitalista europea. En Portugal tienen fuerza para hacer política concreta con esta idea. Aquí está claro que aún estamos lejos de tenerla. Pero al menos hay que saber a dónde queremos llegar, cuál es el horizonte de nuestro trabajo; hay que poner este debate encima de la mesa.
-¿Poner patas arriba el sistema de partidos vigente?
-Bueno, se podría decir así. Pienso que hay que romper ese cerrojo para hacer que una política anticapitalista sea posible.
Pero para hacernos una idea de las tareas que tenemos por delante, junto con los objetivos es vital conocer bien el punto de partida. Y éste se caracteriza ahora por la disgregación de eso que estoy llamando «espacio anticapitalista». Hay que ir tejiendo ese desgarrones y para eso, me parece que las tareas más importantes a medio plazo son de «conexión» (o sea, debates, interés y conocimiento de las ideas y propuestas de las diferentes corrientes, con respeto, sin temas prohibidos…) y «articulación» (o sea, organización de acciones comunes…), buscando puntos de encuentro entre los procesos de las diferentes organizaciones y movimientos. «Encuentro» no equivale a «acuerdo». Por el contrario, creo que es especialmente importante que existan encuentros cuando hay desacuerdos expresos; por tanto, encuentros que convivan con debates sobre los temas más diversos desde cuestiones teóricas a experiencias internacionales, y por supuesto los temas más cercanos de la situación española.
Por el momento, hay bastantes experiencias positivas de articulación con consenso, es decir, limitada a los temas en los que no hay debate, o evitando los temas de real o potencial desacuerdo: así se está trabajando, y bien, en la organización de la campaña alternativa sobre la presidencia española de la UE. Ha habido también alguna experiencia de debate entre portavoces de organizaciones políticas y sociales, por ejemplo en el Foro Social que tuvo lugar en Madrid a finales de enero, pero creo que no funcionó bien, sobre todo por un peso excesivo del pulso entre IU e IA en torno a temas que parecen producto exclusivo de rivalidades mutuas.
-Sin embargo, como has dicho ya antes, no existen aún condiciones para una convergencia consistente.
-Queda mucho por hacer. Las tareas de articulación dependen de las organizaciones. Creo que no hay que perder lo que se ha avanzado, pero quizás se puedan tomar iniciativas más arriesgadas: por ejemplo, una campaña común sobre un tema candente de la actualidad política española en el que se proponga una alternativa radical a la política gubernamental. O quizás alguna iniciativa electoral, pero ésta sería sin duda bastante más complicada y conflictiva.
En cuanto a las tareas de conexión, me parece que no hay que dejarlas en manos de los portavoces y dirigentes de las organizaciones implicadas, aunque sin duda éstos tienen un papel importante y, a largo plazo, decisivo. La discusión puede ser más flexible y más abierta entre personas que no tienen funciones representativas, ni están obligadas a traducir sus opiniones en decisiones colectivas. No me refiero a la terrible figura de «los independientes» -un amigo mío los llama «cascos azules» de la política- que se dotan de un papel arbitral, varios escalones por encima de los conflictos que soportamos el común de los mortales. Me refiero a gente que, esté organizada o no, se implica en los problemas y desafíos de la «izquierda alternativa» y quiere contribuir a resolverlos aportando libremente opiniones propias.
Creo que sería muy positivo que se creara en el espacio anticapitalista una especie de agenda abierta de temas políticos en debate, sobre los que se fomentara la polémica, con réplicas y contrarréplicas serias, respetuosas en las formas y claras en el fondo.
La prensa militante podría (podríamos) tener un papel importante en este asunto. Pero haría falta también algún cambio en las formas. Por ejemplo, en esta entrevista hay alusiones a opiniones que he leído recientemente y con mucho interés de Fernández Steinko, Arriola, Pedro Montes, Rodríguez Villasante, Monereo, Jaime Pastor… Pero no he querido nombrarlos, ni entrar en el debate directo porque no estoy seguro de que eso funcione bien; Jaime es un caso especial, por supuesto, pero con él, como puede imaginar fácilmente quien nos conozca, no abundan los desacuerdos.
Para finalizar, ¿te ha quedado algo en el tintero?
Me gustaría volver sobre un par de temas que han salido en la entrevista, pero de pasada.
En los tiempos de la clandestinidad había que protegerse en primer lugar de la policía. Ahora, sin perderla de vista, creo que hay que fijar la atención en los poderes judicial y mediático. Me parece que no hay suficiente conciencia de estos problemas en la izquierda anticapitalista.
La insumisión frente a un sistema injusto es un derecho democrático, pero ilegal; cuanto más potente sea, mayor será la persecución judicial que sufra. Pese a que no hay grandes conflictos sociales, sobran ya muestras de esta amenaza contra inmigrantes, medios de comunicación disidentes, centros sociales ocupados, clínicas en las que se realizan abortos, acciones de desobediencia civil, manifestaciones o huelgas consideradas «ilegales», etc.
Hay que crear y desarrollar recursos, dispositivos de defensa… frente a este asedio. Los movimientos de insumisos de los años 80 son un buen referente. También son útiles experiencias internacionales. Se ha difundido recientemente un artículo excelente de Ángel Ferrero (http://www.sinpermiso.info/
Por otra parte, aunque hay muchos, y algunos buenos, medios de comunicación alternativos, la izquierda sigue dependiendo, para informarse y para informar, de los medios convencionales, con la excepción muy específica de la izquierda abertzale. El coste político de esta falta de autonomía me parece altísimo, tanto por lo que se oculta como por lo que se tergiversa; no es necesario poner ejemplos porque nos desayunamos cada día con una buena ración de ellos; la aparición de Público ha mejorado el panorama, pero sólo con algunas firmas y en algunos temas.
No podrá desarrollarse el espacio anticapitalista sin tener autonomía de información respecto a los medios convencionales, es decir, sin contar con medios alternativos que sean utilizados cotidianamente como fuente prioritaria de información, o al menos como «segunda fuente» con la que contrastar la (des) información que se recibe por los medios convencionales.
Tenemos aquí un problema de oferta, pero también un problema de demanda. Empezaré por la demanda: sólo una parte muy reducida de la izquierda «alternativa», se informa por la prensa alternativa. No es fácil hacerlo, lleva tiempo, hay que saberse mover entre la avalancha de páginas web, hay que comprar o suscribirse a las publicaciones en papel, que no tienen medios ni periodicidad suficiente para contrainformar sobre la actualidad inmediata, etc. Pero, quizás porque se le considera un objetivo inalcanzable, no me parece que se sienta ampliamente la necesidad de contar con prensa propia, de buena calidad y con capacidad de influencia frente al establishment mediático; además, la difusión que conseguimos los medios existentes está por muy por debajo, no ya del esfuerzo necesario para hacerlos, sino de la calidad, al menos razonable, de lo que hacemos. ¡Qué te voy a contar…!
Pero hay además un problema de oferta: creo que falta un medio, o algunos medios, con una orientación claramente crítica, con una información creíble, que base su agenda en todo lo que se rebela contra el sistema y que pueda conectar con la pluralidad de expresiones de esa rebeldía… No está claro cual podría ser el mejor soporte: yo pienso que la televisión por internet, pero es sólo una idea. En cambio sí está claras al menos dos cosas: la primera, que tendría que estar protagonizado por periodistas jóvenes, y la segunda que tendría que basarse en la cooperación entre diversas organizaciones sociales y políticas y en el compromiso de apoyo de sus afiliados, que son en su conjunto bastantes miles, suficientes en todo caso para sostener económicamente el proyecto. Puestos a buscar la convergencia de la izquierda, ésta sería una herramienta espléndida, insustituible.
¿Alguna cosa más?
Pues si me lo permites, una de cierre. No sé si al criticar las «urgencias» y plantear los objetivos de convergencia a medio plazo puedo dar la impresión de que pienso que estos problemas deben aplazarse. Por si acaso, quiero dejar claro que no es esa mi opinión. Construir un referente político de izquierda anticapitalista, con minúsculas, me parece una tarea de máxima actualidad. Y ese referente tendrá que ser la conclusión de un proceso de convergencia entre diferentes componentes del espacio anticapitalista, cuyas posibilidades se están construyendo en la práctica de ahora mismo. Valoro mucho esas posibilidades y espero que la organización politica de la que soy militante, Izquierda Anticapitalista, contribuya a realizarlas. El debate no está en el objetivo; está a mi parecer en lo que toca hacer ahora para alcanzarlo.
Fuente: El Viejo Topo, mayo 2010