En estas fechas es tradicional abordar una reflexión y/o balance del curso político iniciado el pasado septiembre. En cualquier caso, me parece conveniente hacer un repaso del año transcurrido en términos políticos globales. El proceso político en Euskal Herria ha estado condicionado por los efectos y consecuencias de una crisis económico-financiera que ha afectado de […]
En estas fechas es tradicional abordar una reflexión y/o balance del curso político iniciado el pasado septiembre. En cualquier caso, me parece conveniente hacer un repaso del año transcurrido en términos políticos globales.
El proceso político en Euskal Herria ha estado condicionado por los efectos y consecuencias de una crisis económico-financiera que ha afectado de forma horizontal a un modelo neoliberal que se nos presentaba como «único» y sin alternativa. La globalización neoliberal ha ido creando una casta económica mundial, con instrumentos de chantaje como el FMI y BM, con poder e incidencia fáctica sobre los estados y democracias parlamentarias estableciendo una dictadura del mercado sobre la sociedad que se ha ido convirtiendo en el fascismo político del siglo XXI.
El crack del sistema financiero y su extensión a la economía productiva -recesión económica, desempleo, pobreza…- nos demuestra la falacia del capitalismo neoliberal sobre la teoría de los ciclos económicos, de la autorregulación del mercado… En definitiva, la mentira de un modelo basado en la acumulación de capital y poder en manos privadas a costa de la fuerza de trabajo, de la clase trabajadora. Hoy más que nunca, en Euskal Herria y en el mundo entero, la lucha contra el neoliberalismo es la lucha por un cambio político y social -lucha de soberanía política y económica como en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Brasil, Nicaragua…- para ir configurando el socialismo del siglo XXI desde medidas económicas y sociales que, sin el yugo del mercado, permitan abordar el reparto de la riqueza y un desarrollo sostenible.
En esa lucha Euskal Herria ha respondido con confianza y resolución ante la hipocresía de gobiernos y patronal. La huelga general del 21-M ha sido un acto de conciencia colectiva, de denuncia a los vampiros sociales que han provocado un enorme agujero económico en el sistema financiero mientras acumulan enormes cantidades de dinero en los paraísos fiscales que el sistema capitalista mundial protege para garantizar los intereses de la «iniciativa privada».
En este sintético balance, es preciso remarcar que la huelga general impulsada por el sindicalismo abertzale, con el apoyo de la izquierda independentista, ha traído aire fresco al bloqueado panorama político vasco. La convocatoria de huelga fue una oportunidad para ver dónde están y quiénes son las fuerzas del cambio político y social en Euskal Herria y quiénes conforman, por el contrario, el continuismo tanto político como de modelo económico y social. Así pues, cada uno se retrató en términos políticos y de clase.
Por lo demás, cuando han transcurrido casi dos años desde la ruptura del último proceso negociador, el bloqueo persiste en el pulso Euskal Herria/estado(s) por determinar las bases de una nueva etapa política para nuestro pueblo. El agotamiento de los instrumentos de asimilación aún vigentes, la inestabilidad política provocada por la permanente obcecación de Madrid y París en negar nuestra realidad nacional y el legítimo derecho a decidir nuestro futuro, sigue siendo la clave de ese bloqueo.
Los constitucionalistas, ahora con los «pactos de estado» en Gasteiz e Iruñea, no tienen correlación de fuerzas ni correlación social para plantear unilateralmente reformas estatutarias que estabilicen el inestable modelo territorial español. Los pactos antinatura entre PP y PSOE, con sus respectivas terminales en territorios vascos, son la prueba del «problema de estado» y reflejo de la importancia de la fase política en la que nos encontramos. La instrumentalización hasta límites insostenibles del poder judicial para neutralizar a la izquierda abertzale y la usurpación antidemocrática de las diferentes instituciones han constituido el último eslabón de la cadena de una estrategia de Estado que, aunque pretenda esquivar las raíces del conflicto político, debilitando la masa crítica soberanista, no conseguirá disolver las causas que hacen que este pueblo permanezca organizado y en lucha por sus derechos nacionales y democráticos.
Ante esta estrategia, el espacio soberanista-independentista permanece atomizado organizativamente y neutralizado políticamente para incidir en ese bloqueo global. Mantenemos un nivel de resistencia pero sin incentivar fuerzas y propuestas que permitan, tanto individual como colectivamente, liberar y organizar energías al servicio de una estrategia de liberación nacional y social eficaz. Tras treinta años en una batalla para evitar esa asimilación-integración en un modelo territorial español negador del sujeto nacional vasco, ha llegado el momento de poner los mimbres e instrumentos que nos permitan avanzar hacia otra fase política. El independentismo tiene fuerza y sociedad, tiene militancia y compromiso y tiene alternativa política para constituirse en un espacio determinante en la superación del bloqueo actual y avance hacia un escenario de paz y democracia en Euskal Herria.
En este pulso de fondo el curso nos ha traído un claro retroceso del PNV en su posición político-institucional. Tras la amortización realizada por su propia dirección de los activos -plan Ibarretxe y consulta- que habían permitido al PNV adquirir centralidad política en esta fase del proceso, la deriva del partido empieza a afectar gravemente a su futuro político. En esta fase post-Ibarretxe, sin líderes que representen adecuadamente a las dos «almas» del partido, con la pérdida de la gestión autonómica y, especialmente, con una desorientación en términos de posición y apuesta política ante el liderazgo adquirido por el PSE-EE en el discurso «transversalista», los jeltzales no tienen márgenes para encauzar su histórica y, por cierto, bien trabajada ambigüedad. La capacidad de adaptación del PNV choca en esta coyuntura con dos corrientes -autonomismo reformado liderado por el PSE-EE e independentismo con la izquierda abertzale como eje central- que delimitan estructuralmente su ubicación política a medio plazo.
Estas variables globales, unidas a las corrientes estructurales que atraviesan nuestra sociedad han estado abiertas al análisis y reflexión en el seno de la izquierda abertzale. El compromiso con Euskal Herria y sus derechos, con la mirada puesta en nuestros objetivos estratégicos, nos está permitiendo ir modelando nuestra apuesta política poniéndola al servicio de una sociedad vasca que quiere ganar el cambio, que quiere ganar un escenario de reconocimiento y derechos, de paz y cohesión social desde el respeto a la nación vasca.
Como decíamos en la reflexión que hizo pública la izquierda abertzale el pasado 16 de marzo: «las y los independentistas y socialistas vascos tenemos un importante reto: construir una estrategia eficaz para alcanzar nuestros objetivos tácticos y alimentar el planteamiento estratégico, es decir, una estrategia eficaz para alcanzar un escenario democrático, que abra las puertas a la posibilidad de materialización de todos los proyectos políticos, y refuerce el proyecto independentista y socialista».
En complemento a esa reflexión abierta, la izquierda abertzale ha recuperado su posición en el tablero político dando un golpe contundente a las pretensiones de ámbitos políticos y mediáticos (de Euskal herria y fundamentalmente del Estado) de «sustituirla» por Aralar al estilo utilizado hace treinta años con Euskadiko Ezkerra. Las elecciones europeas han demostrado que la foto trucada de las autonómicas era un mero espejismo y que cuando la izquierda abertzale tiene -aún en condiciones límite y sin marca propia- posibilidad de voto «legal» su peso y liderazgo político en el espacio soberanista-independentista son incuestionables.
En este sentido, el resultado de las europeas ha asentado un panorama con cuatro grandes espacios ideológico-políticos y debilitado las opciones «bisagra»: el unionismo con PP-UPN-UMP por un lado y PSE-PSN-PSF por otro; en el espacio abertzale el PNV con algunos sucedáneos y la izquierda independentista. Cuatro espacios para dos referencias estratégicas, hoy por hoy, muy definidas: autonomismo e independentismo.
En cualquier caso, el año transcurrido ha servido para constatar una vez más que existen condiciones políticas suficientes para el cambio político en términos nacionales y sociales. Siendo esto así, también hemos de constatar que tampoco este año hemos sabido materializar dicho cambio y así superar las dolorosas consecuencias del conflicto político existente.
El próximo curso debe permitir poner en marcha una auténtica ofensiva política por parte de los independentistas de izquierda en Euskal Herria. Desde la confianza en nuestras fuerzas, el curso 2009-2010 debe asentar una dinámica ofensiva que busque la suma de fuerzas soberanistas e independentistas, el compromiso de la comunidad internacional y la reapertura de un proceso de diálogo y negociación que instale al país en otro escenario.
La izquierda abertzale ha traído el proceso al umbral de un cambio posible. Ahora tenemos que construir una estrategia eficaz para ganar el cambio y poner cauce a nuestro proyecto independentista y socialista.