En la actualidad, dentro de los territorios dominados por el Estado español, en medio de una crisis profunda que ha golpeado de lleno a las familias trabajadoras, empobreciéndolas y condenándolas a la precarización más absoluta, más allá de los supuestos portadores de un cambio parlamentarista, edulcorado y continuista del sistema capitalista. A escala menor y […]
En la actualidad, dentro de los territorios dominados por el Estado español, en medio de una crisis profunda que ha golpeado de lleno a las familias trabajadoras, empobreciéndolas y condenándolas a la precarización más absoluta, más allá de los supuestos portadores de un cambio parlamentarista, edulcorado y continuista del sistema capitalista. A escala menor y sin tanto revuelo mediático, surgen verdaderos proyectos transformadores que, desde lógicas de recuperación de lo comunitario, cuestionan de fondo y en profundidad los antivalores del sistema decadente y en crisis que rige nuestras vidas. Es el caso de los dos mayores proyectos de ocupación urbana en pie a día de hoy en el Estado, me refiero a la Comunidad La Esperanza en Santa María de Guía en Canarias y el barrio liberado de Errekaleor en Vitoria-Gazteiz en Euskal Herria.
Ambos proyectos tienen diferencias resaltables y aspectos en común que los hacen enriquecedores, el caso de la Comunidad La Esperanza, parte de la iniciativa de la Federación Anarquista de Gran Canaria (FAGC) que, ante el drama de las miles de familias que cada año en Canarias, son desahuciadas por los bancos de sus viviendas, decide en 2013 habilitar unos bloques abandonados por la Promotora Piornedo, incapaz de continuar el proyecto dada la caída del sector inmobiliario, y que tras ser rehabilitadas sirven para realojar, en la actualidad a unas 200 personas de más de 70 familias en situación de enorme vulnerabilidad social y que, sin este proyecto, a día de hoy dormirían en las calles de la isla. Pero el proyecto va más allá de solucionar un problema de vivienda, ya que tiene la particularidad de que ha logrado que las familias allí realojadas, la mayoría sin militancia política anterior, asuman la autogestión del inmueble de manera absolutamente horizontal y autogestionaria, poniendo en relieve la solidaridad y apoyo mutuo entre vecinos y vecinas, habilitando un huerto urbano como base del sustento del proyecto que, no solamente ha recuperado un espacio urbano en franco deterioro y lo ha dignificado, sino que con él ha devuelto la esperanza a familias a las cuales la lógica depredadora del sistema había condenado a la más absoluta marginalidad.
A dos mil kilómetros de la Comunidad La Esperanza y el mismo año que la FAGC comenzaba a realojar familias en estos bloques. En Vitoria-Gasteiz un grupo de estudiantes comprometidos y comprometidas con el cambio social recuperaba el antiguo barrio obrero de Errekaleor, construido en los años 50 como parte del auge industrial de Vitoria. Posteriormente el ayuntamiento intentó desocuparlo para luego derribarlo y construir nuevas viviendas en pleno boom de la burbuja inmobiliaria. No obstante, una vez sobrevenida la crisis sufrió un paulatino deterioro y abandono hasta que este grupo de estudiantes iniciaron el proyecto Errekaleor Bizirik (Erreakaleor Vivo), comenzando una ocupación que, en la actualidad cuenta con más de cien habitantes que son parte del proyecto, muchos de ellos y ellas jóvenes estudiantes, pero también familias muy diversas en cuanto a su origen social y cultural. A día de hoy el barrio ha pasado de ser un lugar peligroso y abandonado, a convertirse en un barrio lleno de vida con cine, biblioteca, escuela Infantil, un centro cultural (Gaztetxe), panadería y huerto urbano. Un barrio que se va convirtiendo en un referente de cultura y pensamiento para la ciudad, con un ambicioso programa mensual de charlas, sesiones de cine debate, conciertos, clases de euskera y jornadas. Además de las posibilidades futuras, asentadas en la producción del huerto y la panadería, de ir constituyendo un proyecto cada vez más autosustentable.
Ambos proyectos, a pesar de sus diferencias en cuanto a su origen y composición social, tienen en común el que, más allá de la ocupación de viviendas y la resolución por la vía de los hechos y la acción colectiva del problema social de los desahucios, plantean formas de organización asamblearias, autogestionarias y horizontales que son base de una nueva forma de entender las relaciones sociales a contravía de la ideología individualista y competitiva del capitalismo dominante.
La reacción ante estas ocupaciones por parte de las autoridades políticas y los cuerpos represivos del Estado ha sido tristemente similar. Ambos proyectos han sufrido momentos de represión y acoso policial, y la actitud de los ayuntamientos también se parece, basándose en la amenaza constante de desalojo aduciendo, y esto es cuando menos absurdo, la propia seguridad de los habitantes de Errekaleor y La Esperanza, dadas las supuestamente malas condiciones de las viviendas. Al plantear esto, los ayuntamientos de Vitoria y Guía parecen no caer en cuenta, por un lado en el enorme esfuerzo colectivo de ambos proyectos de ocupación en la rehabilitación y dignificación de las viviendas, ni por otra parte el hecho de que, aún si estas no fueran óptimas, siempre serán mejor y más seguras que vivir en la calle.
Llegados a este punto, uno se pregunta: por qué ayuntamientos que no tenían ningún problema en tolerar que los bloques de la Esperanza o el barrio de Errekaleor se vinieran abajo y se conviertan en focos de trapicheo de droga, basura e inseguridad, elevan el grito al cielo cuando personas organizadas los rescatan, refaccionan, dignifican y comienzan a generar barrios auto organizados que constituyen un aporte real y concreto a la sociedad. Por qué aún a sabiendas que en las condiciones económicas actuales, es inviable desde todo punto de vista que las promotoras urbanísticas Ensanche XXI en Vitoria o Piornedo en Guía, hagan algo más que no sea dejar cerradas y abandonadas estas viviendas, los alcaldes insisten en liquidar proyectos que si funcionan . La repuesta está implícita en la misma pregunta, lo que a los políticos y empresarios no les gusta de Errekaleor Bizirrik y de la Comunidad La Esperanza, es precisamente eso, que FUNCIONAN . Ya que al funcionar ponen el dedo en la llaga sobre lo mal que se gestiona la crisis, sobre lo injusto e irracional del sistema y pueden constituirse en un ejemplo a imitar para el resto de la sociedad. En este sentido hay al menos tres elementos que estos proyectos sacan a la luz y que, por tanto, incomodan en extremo al poder político y económico:
El primero es dejar en evidencia la inoperante e injusta gestión urbanística por la cual en el estado conviven sin que esto ruborice a los políticos, más de 3 millones de viviendas vacías, con más de 400.000 familias desahuciadas. La gestión del tema es tan deplorable que se ha dado el caso de verdadera esquizofrenia institucional, de que los mismos servicios sociales de los ayuntamientos que quieren desalojar Errekaleor y La Esperanza, envíen a familias que se quedan sin vivienda a dichos proyectos demostrando su absoluta inoperancia para gestionar el problema.
El segundo es que desnuda la mentira de un supuesto Estado social y de derecho, en el que los derechos humanos a pesar de estar reconocidos en tratados y declaraciones o en la misma Constitución, no pasan de ser un mero discurso. Está claro que los millones de parados y paradas, demuestran que se vulnera cotidianamente el derecho al trabajo; los mencionados desahucios, sin alternativa habitacional, vulneran el derecho a la vivienda; los recortes y progresivos planes privatizadores vulneran los derechos a la salud y la educación; y, finalmente, con el último acuerdo sobre refugiados y refugiadas de la Unión Europea y Turquía queda claro que tampoco se respeta el fundamental derecho a la vida humana. En este contexto de vulneraciones, la ocupación de Errekaleor y de La Esperanza constituyen un choque entre el derecho a la vivienda digna propugnado por los proyectos y el derecho a la propiedad privada de los promotores inmobiliarios. La parcialización de los ayuntamientos con los promotores, que solamente busca desalojar para dejar estos terrenos sin uso a la espera de que las vueltas que dan los ciclos económicos los habiliten para una nueva ola de especulación urbanística, deja al descubierto un sistema económico organizado en torno a un único derecho, el de la propiedad privada, en particular la gran propiedad en manos de los poderes económicos.
Finalmente un tercer elemento es el terror que siente el poder político al servicio del poder económico, de que las familias trabajadoras, que han hipotecado sus vidas a deslomarse trabajando para entregarle más del 50% de sus ingresos mensuales en concepto de hipotecas por más de 30 o 40 años a mafiosos/as banqueros/as que además de recibir rescates públicos, no tiene el menor rubor en echarlos a la calle, se den cuenta de que están siendo estafadas por un sistema económico al servicio de unos pocos/as y en el que los/as demás somos carne de cañón desechable ante lo cual, existen otras maneras de organizarse, luchar, resistir y vivir.
Es por eso que Errekaleor Bizirrik y la Comunidad La Esperanza, con sus poderosas similitudes y con sus enriquecedoras diferencias constituyen verdaderas flores de esas con raíz profunda que quiebran el asfalto de lo establecido y defenderlas no es solamente responsabilidad de sus habitantes sino de todos y todas quienes aún creemos en que se pueden construir sociedades de igualdad, libertad y justicia.
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