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Continuidad de Cortázar

Fuentes: Deia / Rebelión

Si Julio Cortázar hubiera sido católico, apostólico y bonaerense (por ejemplo), a estas alturas estaríamos evocando el veinte aniversario de su muerte sólo terrenal y hablaríamos de sus milagros, esencialmente literarios. Pero Cortázar era agnóstico, borgiano y belga accidental por lo que digamos que a falta de cosmovisiones teocráticas nos quedamos con sus juegos y […]

Si Julio Cortázar hubiera sido católico, apostólico y bonaerense (por ejemplo), a estas alturas estaríamos evocando el veinte aniversario de su muerte sólo terrenal y hablaríamos de sus milagros, esencialmente literarios. Pero Cortázar era agnóstico, borgiano y belga accidental por lo que digamos que a falta de cosmovisiones teocráticas nos quedamos con sus juegos y fantasmas, sus laberintos y palabras, sus músicas y melancolías, sus atmósferas y astrologías y amén. No es difícil. Somos varias y plurales las generaciones de lectores impenitentes que hemos cultivado nuestra pasión redentora con las novelas, los cuentos y los ensayos de este mago de los cronopios que nos ha llevado a universos lúdicos inimaginables sin dejar de tocar fondo humano, demasiado humano. Fantasía aparente frente a falsos realismos y geografías siempre bien cartografiadas. Es normal entonces que sucedan situaciones como la que me narraba días atrás un amigo del alma: «Me pasa una cosa extraña. Cuando alguna noche le he leído uno de sus cuentos a mi niña y observo sus gestos entre las sábanas, siento una envidia insana al observar su imaginación virgen volando entre esos paisajes, algo que ya nunca podré recuperar. ¿Tú crees que hay algo que podría salvarme?» Y le digo que sí y le miento con cariño necesario porque sé, como él, que Cortazar tiene un catecismo iniciático nunca recuperable en su esencia con la experiencia de los años, el cinismo y la inmadurez de la edad. Volvemos a él indefectiblemente pero el autor que encontramos es siempre nuevo, distinto, original y perverso. No hay nada que hacer. Porque la obra de Cortazar forma parte ya de nuestro imaginario vital como las primeras citas amorosas, y los reencuentros suelen dejar el sabor innegable de una experiencia esencialmente distinta.

Hay otro Cortazar, es verdad, pero está en sus biografías y leyendas, esas que nos hablan de historias increíbles en el barrio Rawson de Buenos Aires, de paseos solitarios en el metro de París entre la Place d´Italie y la Gare de l´Est, de cenas triangulares en los restaurantes atenienses de Plaka, al pie de la Acrópolis, de compromisos eternos en las calles de Managua o de saxos nocturnos en manos de instrumentistas negros, consumidores de drogas, olvidadizos, mujeriegos y preocupados por el tiempo, el implacable, el que pasó. Un Cortázar conferenciante que en las ciudades desconocidas pide a los taxistas que le trasladan al hotel que lo hagan despacio y sin prisas, siempre por el camino más largo, o que conversa deslumbrando junto a su primera mujer Aurora en las veladas con los amigos entre anécdotas inusitadas, citas brillantísimas y bromas inolvidables. Tímido pero orgulloso de sí mismo. Cuenta el editor Juan Cruz que en su último viaje a Barcelona, poco antes de morir, se detuvo en el Barrio Gótico al escuchar a una muchacha que cantaba en la calle como Joan Baez. Un joven que le reconoció, se fue hasta él para darle un trozo del pastel que estaba comiendo. Cortázar le dijo: «Muchas gracias por acercarte y convidarme». El chico le respondió: «Gracias a ti. Te ofrezco muy poco comparado con todo lo que tú me has dado a mí». ¿No es una preciosa historia que todos nosotros querríamos hacer propia? ¿Cuántas noches, días, viajes, soledades y palabras hemos compartido juntos? Dice Mario Vargas Llosa que nunca entendió la transformación personal de fondo y forma que siguió a su separación de Aurora. Cabellos largos y barbas rojizas e imponentes, como un profeta bíblico. Un gusanito metamorfoseado en mariposa, un faquir sentado en un trono rodeado de cortesanos que le rendía pleitesía. Un nuevo escritor, señala el autor peruano, menos personal y creador que el primigenio pero con una vida más intensa y feliz. Del jazz y los fantasmas al compromiso social y los suyos. ¿Se puede hablar, realmente, de dos Cortázar, de un escritor interior y de otro, posterior, más transgresor en su visión del mundo y la revolución necesaria? Creo sinceramente que no. Nosotros le queremos así, integro y contradictorio, perseguidor y perseguido, tímido y vehemente con su español afrancesado de g caída en la garganta, lúcido y cómplice en la fractura de lo cotidiano. Por eso es muy normal, digan lo que digan los usos y costumbres de esta nada que nos rodea, que seamos miles y miles los que caminemos por las calles como hablando solos cuando, en realidad, estamos evocando entre las plusvalías y los semáforos cómo se juega a la rayuela, es decir, con una piedrecita que hay que manejar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrecita, un zapato y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra , es muy difícil llegar con la piedrecita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del dibujo.

    (Sociólogo y periodista. Profesor de la Universidad del País Vasco)