Yo me declaro antisistema, no en vano el título del Blog en el que escribo está en consonancia con esta actitud. Pero quién no niega, desde la razón, un sistema como éste. Un sistema irracional, inhumano, injusto y cruel. Por eso, todos mis escritos, y particularmente, todos los casi cien artículos publicados, se centran en […]
Yo me declaro antisistema, no en vano el título del Blog en el que escribo está en consonancia con esta actitud. Pero quién no niega, desde la razón, un sistema como éste. Un sistema irracional, inhumano, injusto y cruel. Por eso, todos mis escritos, y particularmente, todos los casi cien artículos publicados, se centran en el análisis en profundidad del sistema socioeconómico de sociedades como la nuestra. El viejo binomio izquierda-derecha se ha convertido en una herramienta del poder para clasificar erróneamente, de forma demasiado esquemática, a una ciudadanía, hoy, más desorientada que nunca. Desde la coherencia, debería adoptarse la dualidad prosistema-antisistema, más ajustado al momento y a la situación.
El poder y, en particular, los medios se han encargado de envenenar a la sociedad y crear un diccionario maldito con términos tales como revolución, subversión, comunismo, clase dominante, explotación, enajenación y otras muchas entre las que se encuentra antisistema.
No obstante, para tratar esta forma de vida, marcada por una creciente desigualdad, es inevitable acercarse a la práctica política y a la actual coyuntura, pero siempre como un material necesario para alcanzar el objetivo principal, que no es otro que abordar el sistema en su totalidad.
Mis manifestaciones siempre se han movido en el terreno de la reflexión, del análisis, del razonamiento, desechando la mera opinión, la conjetura, el disentimiento improvisado o el vano comentario. Por lo general, esas manifestaciones han ido tomando cuerpo y, por lo general, se han ido consolidando con el paso del tiempo. Un pronóstico solo cabe hacerlo cuando se sustenta sobre un sólido estudio de la realidad, acompañado de la observación de los hechos que apuntan de manera inexorable al final que del análisis se infiere. Es hora de afinar y matizar algunas ideas aunque sin el ánimo de llegar al final porque si así fuera se acabaría el mundo del pensamiento.
Sistema y clase dominante
En una acepción admitida por la mayoría, y casi enciclopédica, el sistema socioeconómico, o simplemente sistema, es una forma de organización social para el desarrollo de la actividad económica. Está constituido por una totalidad de estructuras o subsistemas, con una dinámica propia, ligadas entre sí por ciertas vinculaciones técnicas o institucionales. Cada una de las estructuras o subsistemas específicos sólo tienen sentido cuando forman parte de un todo coherente, en este caso: el sistema socioeconómico. En el caso particular que estamos analizando, el sistema está gobernado y controlado, mediante organismos creados ad hoc, por una clase dominante en detrimento de otras clases dominadas o abandonadas a su suerte.
El sistema ha creado instituciones que le blindan como son: la OCDE, el Banco Mundial, el FMI y, en Europa, el BCE y la nefasta «Troika», lo que aleja a este continente de un entorno social, en una Europa de todos, tal como pretendíamos algunos ingenuos hace algunas décadas.
Los detentores del poder son cambiantes a lo largo de las historia y, particularmente, en estas últimas décadas. Por lo tanto, sería más adecuado interpretar el significado de clase dominante, o poder real, como un grupo social desdibujado, sin límites precisos, en el que se encuentran quienes poseen abundantes riquezas, provengan de donde provengan, embargados por un sentimiento de codicia y poder que les hace creerse seres superiores al resto de los mortales, amparados en la patología de la normalidad. Un grupo en el que, en lo concreto, están los que están y al que muchos más quisieran incorporarse aunque no lo intenten o fracasen en el intento. Pero también podríamos definir clase dominante como una abstracción a la que tienden quienes están embargados por un conjunto de contravalores que les hace menos racionales y menos humanos. Si fuéramos capaces de abstraernos aún más, la clase dominante quedaría reducida a ese conjunto de contravalores: codicia, ambición, deseo de dominio, etc.
Es, ahora, en lo concreto, un conjunto de clases privilegiadas. No es un bloque cerrado. A ella se incorporan nuevos grupos, nuevos individuos desclasados que se identifican con los que ya están aposentados. La clase dominante determina la práctica política. La parte light (políticos, periodistas famosos, deportistas, etc.) también influye en esa práctica.
Y la pregunta es: ¿cómo es posible que se mantenga en el tiempo un sistema tan injusto como éste, del que se benefician exclusivamente una minoría?
La vida y la «magia»
En cierta ocasión oí decir a un ilustre pensador metido a político, de los que ya no quedan, algo así como que las fuerzas del mal tienen más éxito que las fuerzas del bien. Quise interpretar de sus palabras que cuando se dice o se hace algo que pueda suponer progreso para el género humano es necesario esforzarse y empeñarse más que cuando se actúa en contra de la razón. Que la defensa de la verdad es muy costosa, mientras que mentir es gratuito. Que hay algo de carácter atávico en lo más profundo de la especie humana que le predispone a la aceptación incondicional de la maldad, a la vez que una reticencia para asumir anuncios o hechos encaminados a la superación de las miserias que nos invaden.
Alejados de todo tipo de creencias religiosas, pensamos que es posible que todo ello responda a una especie de embrujo mágico marcado por un pesimismo histórico, consecuencia de una trayectoria errática y desgraciada para las mayorías que pueblan, y han poblado, el planeta.
De lo que no cabe duda es de que los rasgos dominantes de la especie vienen marcados por unos contravalores que dan lugar a una casta o clase dominante que marca una pauta o forma de vida que, en lugar de ser cuestionada y combatida por la mayoría, es aceptada, valorada e, incluso, envidiada.
La materialización de la desdicha
Este triunfo de la maldad, del engaño y de la manipulación sobre la razón y el progreso queda plasmado estos días en el acoso a los nuevos alcaldes elegidos que rompen con la habitual práctica política. En tan sólo cinco días de gobierno los medios de comunicación, como herramienta útil del poder real, les están acribillando, con el fin de que no levanten cabeza. En el ámbito internacional, Grecia se ha convertido en la cobaya para demostrar al mundo que no caben otras alternativas, que, de una u otra forma, hay que «pasar por el aro». Después del desgaste de los que defienden a los más débiles, vendrán los salva-patrias que serán aplaudidos por aquellos a los que volverán a masacrar.
A lo que estamos asistiendo ahora en este país es un intento más, como tantos otros, de regenerar la sociedad civil y dar un cierto protagonismo a los más débiles, a los más necesitados. El triunfo del Frente Popular en el año 1936 es un antecedente próximo. La lucha y el movimiento obrero de los años 70, estuvieron a punto de convertirse en un proceso de confrontación política generalizado frente a la Dictadura.
El sistema es resistente a todos los intentos de cambio en la correlación de fuerzas. La condición humana avala la permanencia de este tipo de vida basado en la desigualdad. La ausencia de valores sintoniza con el sistema, lo que le ayuda a mantenerse en el tiempo durante tantos años.
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