«Es así de simple: o Declaración de los Derechos Humanos o declaración de guerra«(Santiago Alba Rico) «La burguesía capitalista supo unirse globalmente; el proletariado, no«(Vladimir Acosta) «Hemos podido ver como la clase dominante sigue siendo la misma: los que tienen todo y todo lo pueden, frente a los que, si acaso, tienen trabajo y siguen […]
(Santiago Alba Rico)
«La burguesía capitalista supo unirse globalmente; el proletariado, no«
(Vladimir Acosta)
«Hemos podido ver como la clase dominante sigue siendo la misma: los que tienen todo y todo lo pueden, frente a los que, si acaso, tienen trabajo y siguen siendo pobres«
(Víctor Arrogante)
Vivimos tiempos de gran confusión ideológica, quizá causada intencionadamente por las propias formaciones políticas, así como las organizaciones sindicales y movimientos sociales, interesados en crear o difundir entre la ciudadanía una imagen sobre ellos que no es correcta, o al menos, no se ajusta del todo a la realidad. El Partido Popular es de todo menos popular, el PSOE no es socialista (y mucho menos obrero), se crean campañas de tergiversación y desprestigio de las clásicas ideologías, y todo ello contribuye a crear aún más confusión ideológica, y un mayor desapego de la ciudadanía con respecto a la política y a los que la ejercen. Incluso las organizaciones políticas más pegadas tradicionalmente a la izquierda transformadora, como Izquierda Unida, están sufriendo auténticas crisis internas, que dejan entrever su verdadera cara (o al menos una parte de ella), y la pervivencia de sus dos almas, una que pretende continuar siendo fiel a los postulados de izquierda y converger con otras fuerzas que representan los mismos objetivos, y otra que continúa sintiéndose la eterna muleta del PSOE.
Y todo este panorama viciado, poco transparente, engañoso y traicionero, no contribuye sino a aumentar la confusión ideológica, y sobre todo, a potenciar la fuerza del sistema y de la clase dominante. Personalmente, creo que el mayor problema que nos continúa pasando factura es la falta de conciencia de clase. Como hemos afirmado en otras ocasiones, al capitalismo le interesa que dicha conciencia de clase, para las clases oprimidas y explotadas, se diluya, se vaya eliminando o suavizando progresivamente, y de cara a conseguir ese objetivo, elaboran manipulados y engañosos discursos. Y la verdad es que lo van consiguiendo. Por ejemplo, la última victoria ha sido instalar en el imaginario colectivo la necesidad de pertenecer a lo que ellos llaman los «emprendedores», fomentando el autoempleo, los autónomos, los pequeños empresarios, los empresarios unipersonales, diseñando engañosos paquetes y medidas para favorecerlos, cuando en realidad, lo que se persigue es la autoexplotación de los trabajadores (como les está pasando a los falsos autónomos de Telefónica, actualmente en huelga indefinida en protesta por sus precarias condiciones de trabajo) y el debilitamiento del empleo público y asalariado.
Y todo ello continúa creando confusión ideológica, y ahora resulta que una gran parte de la clase trabajadora piensa que hay que defender las ayudas a los pequeños y medianos empresarios (según la falacia de que son ellos los que crean el empleo), por encima del empleo público, de la recuperación del Estado como empleador por excelencia, y de la potenciación del Estado del Bienestar. Como se ve, la confusión ideológica sembrada por la clase dominante tiene éxito, en la medida en que nos dejamos engañar. Consiguen suavizar nuestros planteamientos, convencernos de una falsa realidad, y con ello, darnos gato por liebre. El capitalismo nos «domestica» (en célebre expresión de Marcelino Camacho), y poco a poco, se va saliendo con la suya. Recurre a múltiples estrategias, como la utilización de expresiones incluyentes («la economía se está recuperando gracias al esfuerzo de todos»), la anteposición de los «intereses nacionales» a los de clase, fomentar la «marca país» como una identificación de toda la ciudadanía (cuando en realidad representa únicamente los intereses de las grandes empresas), la legitimación y justificación de las desigualdades sociales, el establecimiento de un comportamiento social uniforme (para legitimar sus corruptas prácticas), justificar las medidas que se toman bajo un manto de «necesidad técnica» (como si la economía no obedeciera también a determinados intereses), o la calificación de ciertas ideologías de caducas y trasnochadas, cuando el propio capitalismo es ciertamente mucho más antiguo.
Y es que la fuerza de «domesticación» del capitalismo es tan grande, tan potente y tan inmensa, que a poco que nos relajemos, nos colaremos rápidamente entre sus esquemas mentales y entre sus escalas de valores, así como entre sus modos de vida… Les ha ocurrido a los sindicatos mayoritarios de este país, CC.OO. y UGT, que ya han dejado de ser claramente sindicatos de clase, para convertirse en claros cómplices de las fuerzas del capital, buscando «pactos sociales» limitados y edulcorados, que bajo el disfraz de negociación que persigue defender los intereses de los trabajadores, en realidad lo que se consigue es continuar haciéndole el juego a la patronal y sus compinches, desmotivando a la clase trabajadora, y haciendole perder fuerza y representatividad. Esto también se traslada al campo electoral, porque, como afirma Guillermo Almeyra en su artículo «El papel de las elecciones en el capitalismo»: «Incluso en el caso de ganar las elecciones, como mostró el Partido Comunista Italiano que, con más del 33 por ciento de los votos en 1976 se derrumbó en poco tiempo, o como demuestra hoy el caso de Syriza en Grecia, un mayor peso en las instituciones capitalistas no modifica las relaciones de fuerzas entre las clases ni reduce el poder de los financistas, banqueros, hacendados, empresarios monopolistas, transnacionales ni de sus fuerzas represivas. Los termómetros -las elecciones lo son- nunca modifican la situación del paciente y, a lo sumo, lo animan o lo desaniman. Los enormes daños y desastres causados por el capitalismo sólo desaparecerán con éste, con la creación de otro poder y de otro tipo de relaciones sociales«.
Y en cuanto a la confusión ideológica creada por los propios nombres de los partidos, así como por sus contrincantes y adversarios políticos, recomiendo a los lectores la lectura del artículo de Patricio Ortega, bastante ilustrativo al respecto. En dicho artículo, su autor nos expone muy claramente hasta qué punto se tergiversan las ideologías del arco político, desvirtuando su ideario, y situandolas artificialmente en extremos que no le son propios. De entrada, por tanto, el consejo general es desconfiar de los partidos en cuyos nombres aparezcan directamente determinadas ideologías o corrientes políticas. Tenemos un caso muy claro en nuestro caso, con el partido de Rosa Díez, UPyD (¿qué entenderán ellos por unión, por progreso y por democracia?) Hay que hablar claro, sin complejos ni temores, y reconocer que, si deseamos enfrentarnos de verdad a las políticas del bipartidismo, del PP y del PSOE, y practicar políticas diametralmente opuestas, hay que estar a favor, entre otras muchas cosas, de la auditoría y el impago (en su caso) de la deuda pública, hay que implantar una renta básica y una reforma fiscal progresiva, hay que blindar los derechos humanos y los servicios públicos desde una nueva Constitución, hay que reforzar el Estado de Bienestar con ingentes ofertas de empleo público, hay que expropiar a los grandes capitalistas las empresas de los grandes sectores productivos de este pais, hay que crear un sistema de banca pública, y todo ello hay que hacerlo desde fuera de las Instituciones europeas y del marco del Euro, ya que no son posibles desde dentro. Todo lo que sea navegar en la incertidumbre, entre dos aguas, a medio camino, por terceras vías, en una palabra, sin enfrentarse radicalmente al sistema imperante, supondrá no sólo fracasar en el objetivo, sino acrecentar la confusión ideológica, el descrédito hacia la política y la desconfianza en las Instituciones, para mayor gloria del neoliberalismo y de sus serviles representantes.
Son numerosos los hechos y pruebas que demuestran la incompatibilidad del capitalismo con la democracia, y a ellos remito a los lectores. En el documento «Un Proyecto Económico para la Gente» elaborado para PODEMOS, los Catedráticos Vicenç Navarro y Juan Torres nos cuentan que el economista Dani Rodrik ha llegado a formular lo que llama un «Teorema de Imposibilidad» para la economía global, que viene a concluir básicamente que la democracia, la soberanía nacional y la integración económica mundial son mutuamente incompatibles, es decir, que se pueden combinar cualesquiera dos de ellas pero nunca alcanzar las tres simultáneamente y en su esplendor. Y ello porque, sencillamente, no se puede estar en misa y repicando, o en el plato y en las tajadas, como sabiamente nos recuerda nuestro folklore popular…Y así, por ejemplo, no se puede estar con los que deshaucian y con los deshauciados, no se puede estar con los opresores y con los oprimidos, con los que sufren pobreza energética y con los que cortan la luz o el agua, y no se puede compartir mesa de negociación con aquéllos que están recortando y precarizando cada día más las condiciones de vida de la inmensa mayoría social, y a la vez reivindicar mejores condiciones laborales para la clase trabajadora. Simplemente, es una contradicción, y por tanto, una estafa.
Y en esa línea, hay que denunciar todos los intentos de «Pactos de Estado» de todo tipo que se pretendan alcanzar bajo las premisas de la conciliación y de la salvación nacional…La historia reciente nos demuestra que ninguno de esos pactos, celebrados en «interés general» han servido realmente para el interés general de la inmensa mayoría social de este país, sino para el interés particular de los auténticos poderes fácticos que nos gobernaban…Ocurrió así durante la Transición con los famosos Pactos de la Moncloa de 1977 (los primeros que ya comenzaron a recortar derechos a la clase trabajadora), y continuó con otros muchos, como el Pacto de Toledo (para «garantizar» el sistema de pensiones), el AES (Acuerdo Económico y Social) de la primera legislatura de Felipe González, y todos los demás Acuerdos y Pactos Sociales que se han venido desarrollando desde entonces. Pero no contentos con todo eso, continúan su tarea de convencernos de la necesaria «Política de Estado» en muchos temas, y de la necesidad de conseguir «Pactos de Estado» en relación a muchos asuntos: terrorismo, educación, sanidad, etc. Para ello, el proceso que se ha seguido es poner de acuerdo en primer lugar a las fuerzas del bipartidismo (PP y PSOE), para conseguir una amplia mayoría, y a continuación, ofrecer al resto de fuerzas políticas la posibilidad de unirse a los mismos, para «fortalecer» los acuerdos, uniéndose normalmente las formaciones que representan al nacionalismo conservador vasco y catalán, fundamentalmente, cómplices necesarios en (casi) todas las políticas que se han venido desarrollando desde la Transición.
¿Qué consiguen básicamente con estos Pactos de Estado? De nuevo, más confusión ideológica, en este caso manifestada en la inclusión de una serie de asuntos bajo la óptica de la suficiente importancia política como para que cuantas más fuerzas lo apoyen será mejor, porque estarán de acuerdo en su enfoque, en su blindaje y en su protección. Nos esconden los auténticos intereses políticos que están detrás de dichos Pactos, que no son otros que continuar favoreciendo los intereses y los objetivos de la clase dominante. Digamos alto y claro que, desde un enfoque de lucha de clases, prácticamente ningún asunto debe ser tratado como política de Estado, sino en función de los intereses que representen las fuerzas políticas mayoritarias que ostenten el poder, porque además, ésta será la base de la propia transformación de la sociedad, esto es, actuar en interés de clases para las que nunca se ha actuado hasta ahora. Hay que denunciar por tanto todas las prácticas políticas de buenismo, tacticismo, conciliación, pacto y entendimiento, y abogar únicamente por la lucha de la clase trabajadora para desmontar el capitalismo y crear otra sociedad fundada sobre unos cimientos más justos y humanos. Dejemos claro de una vez por todas que estamos hablando de enemigos de clase, y uso la palabra «enemigo» con todas sus connotaciones, es decir, en sentido absoluto. Sus intereses son distintos y contrarios a los de la mayoría social, ya que ellos, los votantes y representantes del bipartidismo (no sólo el PP, sino también el PSOE, sus apoyos nacionalistas y los partidos de la derecha emergente de nuevo cuño) pretenden continuar con su agresión neoliberal a las clases populares y trabajadoras. ¡Pongamos fin a la confusión ideológica!
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