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Contra la derrota

Fuentes: Rebelión

La risa es un arma política, aunque su evolución haya sido desigual. Hace un siglo se consideraba impropio que un personaje público o un cargo político aparecieran sonrientes en los retratos fotográficos y en las pinturas. Tal y como lo ha estudiado Nicholas Jeeves, la risa pública estaba asociada a la pobreza, la lascivia, la […]

La risa es un arma política, aunque su evolución haya sido desigual. Hace un siglo se consideraba impropio que un personaje público o un cargo político aparecieran sonrientes en los retratos fotográficos y en las pinturas. Tal y como lo ha estudiado Nicholas Jeeves, la risa pública estaba asociada a la pobreza, la lascivia, la ebriedad, la inocencia o el espectáculo.

Hoy la sonrisa cínica aparece en todas las campañas electorales, como resultado de la transformación de la política en mercadotecnia. La secretaria general de un partido sumido en la corrupción puede prolongar su sonrisa durante varios minutos mientras declara que su formación nunca ha mentido a la ciudadanía y que siempre ha dicho la verdad. También podemos ver una amplia sonrisa en las reuniones de la patronal, al tiempo que recomiendan mayor precariedad laboral. Incluso se publican fotografías donde agentes de la policía se ríen en medio de un desahucio.

No parece que haya motivos para que alguien sea fotografiado alegre y risueño estirado en un sofá de un amplio salón, ni para que un filósofo demócrata se ponga jocoso en un plató de televisión, afirmando que los cargos políticos tienen que mentirnos porque si dijeran la verdad no los votaríamos.

Todo régimen quiere imponer su risa, su sonrisa, su humor autosatisfecho, igual que el torturador se mofa de la víctima o el hombre maltratador amarga la vida de la mujer. Eso por no hablar de la cantidad de chistes machistas, racistas y xenófobos que todavía proliferan en la calle y en la redes. La risa impone así un miedo en el lado más débil, un miedo que es capaz de generar impotencia, indefensión, soledad y derrotismo.

Lo peor que puede ocurrir es pensar que no cabe ninguna salida, o acabar regodeándose en el pesimismo, que no es más que una forma de narcisismo invertido y autocomplaciente. Desde luego, hay que desconfiar de quien no se ríe nunca, tanto como de quien se ríe por obligación. Tenemos que reír y llorar, las dos cosas son necesarias. Lo que no es deseable es caer en la derrota, esa que tan bien describe Noelia Pena: «Derrota es pensar que no queda nada por decir».

Hay quien dice que el miedo tiene que cambiar de bando. Yo, sobre todo, quiero que cambie la alegría.

* Publicado en: http://www.noticiasdenavarra.com/2014/12/07/sociedad/contra-la-derrota

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.