El número de abril de El Viejo Topo incluye una entrevista de su director Miguel Riera a Juan Torres, uno de los portavoces de las Mesas de Convergencia, especialmente cualificado ya que se encargó de presentar los contenidos y perfiles políticos de la iniciativa, como primer punto del acto constituyente del pasado 19 de febrero. […]
El número de abril de El Viejo Topo incluye una entrevista de su director Miguel Riera a Juan Torres, uno de los portavoces de las Mesas de Convergencia, especialmente cualificado ya que se encargó de presentar los contenidos y perfiles políticos de la iniciativa, como primer punto del acto constituyente del pasado 19 de febrero.
En la entrevista, que puede descargarse desde la web de la revista, Torres se refiere a algunas de las «ausencias» de personas y corrientes en la iniciativa, con una clara alusión a Equo, en términos muy comprensivos: «… es verdad que ha habido ausencias que quienes convocamos hubiéramos deseado que no se dieran. En unos casos, porque no lo hemos hecho bien por las premuras de tiempo o nuestras propias deficiencias. En otras, porque se trata de colectivos o proyectos que están naciendo y quizá es lógico que tengan ahora más interés en subrayar su presencia singular que en sumarse a iniciativas colectivas». A continuación, el tono cambia bruscamente: «No puedo entender que quienes se autodenominan anticapitalistas no se sumen a una iniciativa plural de personas que se proponen expresamente luchar contra las expresiones más sangrantes del capitalismo de nuestros días». Y añade: «También, por qué no decirlo, ha habido posiciones sectarias y ciegas ante las que nada se puede hacer. Decir, como alguien ha dicho, que una iniciativa, que entre otros ecologistas suscribe José Manuel Naredo, no contempla la crisis ecológica es un poco patético, son ganas de leer mal las cosas, o de anteponer el desacuerdo y luego buscar excusas». En fin, más adelante arremete de nuevo contra los anticapitalistas, esta vez no «autodenominados», sino «de libro»: «El capitalismo neoliberal, por ejemplo, empobrece a pequeños y medianos empresarios y degenera la democracia y eso permite que el espectro social al que objetivamente se enfrenta sea mucho más amplio, lo que permite alianzas más potentes. Eso es lo que yo creo que no entienden o que rechazan los anticapitalistas de libro».
Este tipo de opiniones de Torres no son nuevas. Están en la misma línea de las que manifestó el día 19, con una agresividad hacia los «radicales» (denominados ahora «autodenominados anticapitalistas») que sorprendió incluso a personas que apoyan y participan en las Mesas de Convergencia. Comenté estas opiniones en un artículo que escribí entonces: «Una primera composición de lugar» (http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/index.php?x=3631), reproduciendo la ristra de expresiones despectivas que utilizó y sobre las que no vale la pena insistir ahora.
Pero sí hay un tema que merece atención. Torres combina esas descalificaciones con proclamas unitarias, políticas y morales. Por ejemplo: «No sé si estaré equivocado o no, pero mi impresión es que la dispersión y las diferencias se dan porque las izquierdas no han, o no hemos, aprendido a convivir con la diversidad y no sabemos aceptar que a nuestro lado haya correligionarios que piensen algo distinto de nosotros. Si lo hacen, son unos vendidos, unos traidores, unos reformistas… La izquierda tiene aún cuentas pendientes con dos aspectos fundamentales del buen pensar y mejor actuar: con la fraternidad y con la complejidad». Estos consejos nacen viciados por la particular fobia que Torres profesa a los «autodenominados anticapitalistas» y «de libro», a los que se atribuye el rechazo a «quienes piensan algo distinto de nosotros». Torres no se considera afectado por esta lacra, porque su concepción de la convergencia excluye a quien no piensa como él, por la izquierda. Éste es el punto de partida para entender sus opiniones.
Efectivamente, aunque las Mesas de Convergencia se definen como una iniciativa plural y deliberativa: (El primero de los criterios del Llamamiento es: «…que los ciudadanos de buena voluntad se sienten a deliberar desde la pluralidad, pacífica y democráticamente, sean o no miembros de partidos, de sindicatos o de cualquier otra organización, que lleguen a acuerdos y consensúen posturas y argumentos erradicando el sectarismo»), Torres «invitó» en el acto constituyente a quien tuviera «diferencias y matices» a que «saliera de la sala, las dejara en el vestíbulo, y volviera a entrar sin ellas». Ultimátum que recuerda al «quien se mueva no sale en la foto» de Alfonso Guerra o, más recientemente, a los miembros de la dirección de los sindicatos mayoritarios que señalan a los militantes discrepantes del pacto social la puerta de la calle. Este criterio de consenso autoritario en torno a un programa que los promotores de la iniciativa definen «de mínimos» e imponen como intangible por un período indefinido, no es democrático, ni pluralista, ni puede dar lugar a ninguna deliberación seria y responsable. Prueba de ello es, por ejemplo, el maltrato que Torres da a las discrepancias sobre el tratamiento de la cuestión ecológica en el «programa de mínimos». Se escuda Torres detrás de la autoridad de José Manuel Naredo. No sé lo que piensa Naredo del programa de las Mesas. En el acto del 19 dedicó su intervención a criticar la ocurrencia de uno de los promotores que había definido a la iniciativa como un «Tea Party de izquierdas» (http://www.publico.es/espana/362255/la-izquierda-fuera-del-psoe-ensaya-como-trabajar-en-comun/version-imprimible). Naredo defendió el protagonismo de la «ciudadanía activa» y criticó el «personalismo», del que ahora es víctima.
Porque para discutir las razones o sinrazones de las críticas al programa, hay que referirse precisamente a lo que dice el programa. Y lo único que dice sobre temas ecológicos son estos dos párrafos: «(las amenazas) sobre el medio ambiente (porque con la excusa de la crisis dejan de aplicarse las pocas normas que lo protegen y se favorece a las industrias que más lo destrozan) (…)
Elaboración de un plan de reconversión de las industrias y servicios con alto impacto ambiental en la sociedad española con la perspectiva de reducirlo y garantizando un transición justa hacia un nuevo modelo productivo por medio de políticas de reparto de empleo». Algunos pensamos que por muy «de mínimos» que sea un programa de convergencia de la izquierda social y política tiene que incluir ideas más sustanciales sobre temas ecológicos, ideas que forman parte de las deliberaciones y movilizaciones actuales del movimiento ecologista. ¿Qué problema podría haber planteado a una convergencia sana que estos desacuerdos, u otros que pudieran expresarse con respeto a las opiniones ajenas, se hicieran públicos y formaran parte de las deliberaciones de aquellos integrantes del proyecto que los consideraran interesantes? Despachar este asunto calificando estas críticas con términos como: «un poco patético, son ganas de leer mal las cosas, o de anteponer el desacuerdo y luego buscar excusas» revela una incapacidad para el debate, y una voluntad de excluirlo, genuinamente sectaria.
Tal como la han diseñado los promotores, las Mesas de Convergencia no se dirigen realmente a «los ciudadanos de buena voluntad», sino a aquellos que pertenecen o bien a Izquierda Unida, o bien a los sindicatos mayoritarios (aunque la firma del pacto social dificulta, por el momento, su incorporación, pese a la comprensión levemente crítica que los promotores de las Mesas han mostrado hacia la firma del pacto social) o bien a la corriente placebo «izquierda socialdemócrata». Las opiniones que se considera que podrían complicar esta triple alianza, sean de personas o de corrientes políticas, son excluidas, y según una conocida metodología burocrática, las exclusiones se presentan como «autoexclusiones». En estas condiciones, es más que dudoso que «los ciudadanos de buena voluntad» que no pertenecen a esas corrientes permanezcan mucho tiempo en las Mesas y, por tanto, que éstas lleguen a conseguir una convergencia de la izquierda social y política, que sigue siendo un objetivo tan necesario, como lejano, a la vista de esta experiencia.
Torres remata su descalificaciones a los anticapitalistas con este párrafo: «Si estuvieran en el tajo, metidos en los charcos del día a día con la gente, co-gestionando sus vidas, si dedicaran más tiempo a tratar de hacer cosas para ayudar a resolver los asuntos diarios de las personas y la sociedad quizá no serían tan propensos a rechazar la alianza con otros sectores, con quienes quizá no comparten todos y cada uno de sus postulados teóricos pero sí suficientes aspiraciones de cambio».
Francamente, ¿desde qué autoridad militante se permite Torres estos juicios? ¿Qué sabe él de a qué dedicamos nuestro tiempo militante los «autodenominados anticapitalistas»? ¿Cómo se atreve a sentenciar que estamos alejados de «los asuntos diarios de las personas y de la sociedad»? ¿No será que estamos en «tajos» diferentes y seleccionamos los «charcos» que pisamos con criterios distintos a los suyos? Ésta es una consecuencia natural del carácter pluralista de la izquierda, que sólo puede tener cabida en una convergencia construida con criterios democráticos. Y también promovida con actitudes abiertas y humildes. No es el caso.
Miguel Romero es editor de VIENTO SUR
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