«Cuando salí del monte me puse a caminar y encontré a una vieja con dos niños en brazos. La llamé de lejos y cuando ella se acercó yo le pregunté: ‘Dígame, ¿es verdad que ya no somos esclavos?’. Ella me contestó: ‘No, hijo, ya somos libres’. Seguí andando por mi cuenta y empecé a buscar […]
«Cuando salí del monte me puse a caminar y encontré a una vieja con dos niños en brazos. La llamé de lejos y cuando ella se acercó yo le pregunté: ‘Dígame, ¿es verdad que ya no somos esclavos?’. Ella me contestó: ‘No, hijo, ya somos libres’. Seguí andando por mi cuenta y empecé a buscar trabajo.» 1
Al decretarse la abolición de la esclavitud en Cuba, Esteban Montejo (el excimarrón descubierto a los 104 años por el escritor Miguel Barnet en un Hogar de Veteranos) se enteró «por la gritería de la gente» que ya podía abandonar el monte. El caso de este personaje real, que tejió en la novela publicada en 1966 un testimonio vital para la comprensión de la cultura cubana, sirve, en cierta medida, para dar continuidad a un debate retomado por La Jiribilla, a propósito del Seminario Cuba y los pueblos afrodescendientes en América.
Aquel momento particular de la vida de Esteban Montejo funciona como metáfora de un fenómeno que quedó esbozado en las líneas finales de uno de nuestros textos de la edición 528: en el año declarado por la UNESCO como el de los Afrodescendientes, muchos de los sucesores de los hijos directos de Nzambi desconocen que en el mundo, el racismo (transmutado) vuelve a ser tomado en consideración para evitar el ocultamiento de la pobreza y la reproducción de prejuicios y esquemas discriminatorios.
La falta de conciencia racial en Cuba ha sido señalada más de una vez por los estudiosos del tema. En el pasado, se asumió como un regreso innecesario a un asunto zanjado por la Revolución en su lucha contra las estructuras económicas y clasistas del capitalismo. Sin embargo, la reentronización y aparición de estereotipos negativos en torno al color de la piel, la desventaja social de negros y mestizos -aun cuando han sido beneficiados por las mismas leyes y programas sociales que todos los cubanos durante 53 años-, sumadas a los lastres segregacionistas de más de cuatro siglos de dominio colonial y republicano, señalan la urgencia de reconocer la identidad y realidad histórica del negro.
La Revolución Cubana, cuya autoridad moral para la lucha contra la discriminación y la pobreza es indiscutible, ha expresado desde el gobierno y el Partido su voluntad de redimensionar el análisis y el combate de las causas que provocan el racismo; así como su aspiración de contribuir a las batallas que en la región caribeña y latinoamericana se enfoquen en este sentido. Desde las instituciones culturales cubanas algunas acciones como el Festival del Caribe, la Muestra de Cine Africano y la Feria del Libro de 2012 (dedicada a las culturas del Caribe), marcarán pautas en los debates generados al calor del Año Internacional de los Afrodescendientes.
No se trata en lo absoluto de un análisis que comienza ahora, aunque efectivamente el tema quedó apartado de los espacios de producción científica y de pensamiento, luego de que en los primeros años de la década del 60 -cuando negros y blancos pudieron entrar a los mismos lugares, estudiar en las mismas escuelas y tener igualdad de derechos- se le tratara como un apartado resuelto. «Entonces -observa Fidel 2 – éramos lo suficientemente ingenuos como para creer que establecer la igualdad total y absoluta ante la ley ponía fin a la discriminación. Porque hay dos discriminaciones, una que es subjetiva y otra que es objetiva».
A partir de las sacudidas económicas del período especial, el abordaje de la cuestión racial en investigaciones e iniciativas provenientes del campo de la cultura ha hecho más visible la situación de la población afrodescendiente en Cuba. Aunque desprovistos de un apoyo estadístico significativo y de una producción teórica propia desde los terrenos de las ciencias sociales, un grupo de intelectuales e instituciones del país -que ha ido creciendo paulatinamente sin llegar a ser representativo- se ha enfrascado en la indagación y el esclarecimiento de causas y conceptos que ha derivado en más de una polémica. No obstante, la diversidad de los puntos de partida y de enfoques resultantes se muestra más con carácter controvertido en lo metodológico y estratégico, que en los principios esenciales de la batalla antirracista.
Más allá de la visión folclorista con que se ha mirado históricamente a África, por ejemplo, en los debates actuales sobre la discriminación racial se retoma una perspectiva anotada claramente por el ensayista Walterio Carbonell: «Sin esta, jamás hubiera el Nuevo Mundo recibido tantos millones de negros esclavizados en el espacio de tres centurias y media, y sin el Nuevo Mundo nunca se hubiera arrancado del suelo africano tan inmensa muchedumbre de víctimas humanas» 3 .
Los aportes del continente africano se asumen -como se encargó de observar el historiador Manuel Moreno Fraginals– desde la comprensión de una lucha de clases donde la deculturación fue una de las herramientas de hegemonía que emplearon los colonizadores, y la cultura propia fue preservada por los afrodescendientes como recurso de identidad y supervivencia.
El negro y el mestizo son tomados en cuenta como actores decisivos de nuestra historia patriótica. Los nombres de Aponte, Maceo, Juan Gualberto Gómez; las causas y secuelas de la Conspiración de la Escalera y de la Guerrita del Doce; así como la vida del Partido Independiente de Color, ganan presencia a partir de la acción divulgativa y reflexiva en eventos y conferencias sobre el tema de la raza.
Pero si retomar referentes histórico-culturales para la reafirmación de una identidad a partir del color resulta cardinal, en Cuba es bien tenido en cuenta que ese proceso, como cualquier otro de reforzamiento de identificación, debe ir aparejado de una conciencia que se encamine hacia la unidad en torno al proyecto revolucionario socialista 4 . » El racismo – entiende el ensayista Fernando Martínez Heredia – favorece a las necesidades ideológicas de aquellos que aspiren a un regreso mediato al capitalismo, porque es una naturalización de la desigualdad entre las personas, algo que nadie admitiría en la Cuba actual si se planteara respecto al orden social en general. Por tanto, con mucha más razón tenemos que desarrollar y hacer triunfar el antirracismo: la lucha por la profundización del socialismo en Cuba está obligada a ser antirracista» 5 .
En este sentido se reconoce también -como punto de arranque de los pronunciamientos sobre el tema- el significado de la política social revolucionaria emprendida a partir de 1959, que -a pesar de no haber comprendido cabalmente en sus inicios la trascendencia de una realidad marcada por prácticas y conciencia discriminatorias con siglos de supervivencia- logró ser radical al punto de ofrecer igualdad legal y de acceso a la educación para el pueblo.
Aludiendo al sabio cubano Don Fernando Ortiz, podría afirmarse que la sociedad cubana ha conocido la discriminación por el color de la piel en su inmensa parábola: desde la realidad tenebrosa hasta la luminosidad del ideal. Hoy, labor intelectual y voluntad política coinciden en que deben continuar resolviéndose los problemas de todos partiendo de la comprensión de la diversidad en su más variado espectro. Desde el presupuesto de la integración, La Jiribilla propone en este dossier algunas de las diversas perspectivas en torno al tema.
Notas:
1- Fragmento de la novela Biografía de un cimarrón, de Miguel Barnet.
2- En Cien Horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet.
3- En Cómo surgió la cultura nacional.
4- Lo ocurrido en Cuba se diferencia, por ejemplo, de la realidad de EE.UU., donde los derechos civiles de los negros se han defendido como causa completamente distante de las de los blancos, adoleciendo de una lógica integradora.
5- Fernando Martínez Heredia: «La lucha por la profundización del socialismo en Cuba está obligada a ser antirracista». La Jiribilla digital, No. 528. »