Decía Chesterton que “a cada siglo lo salva la inmensa minoría que se opone a los criterios de la inmensa mayoría”. Me temo que al escritor francés, de vivir en nuestros días, le costaría trabajo encontrar, como intentó Diógenes candil en mano, un poco de lucidez en esta histeria que se nos ha instalado con la crisis del coronavirus.
De este modo, en los países del mundo donde la pandemia vírica hace acto de presencia, por lo general se llevan cabo unas medidas draconianas de aislamiento de la población y de atención masiva en hospitales y centros de salud (que están completamente saturados), con la finalidad de cortocircuitar la expansión de un virus que, ciertamente, es mortal, se expande con rapidez y del que se carece de vacuna (se calcula que ésta se encuentre disponible en no mucho menos de un año y medio).
Por lo demás, y tal vez sea esto sea inédito en la humanidad, por lo menos en estos niveles de intensidad, durante las 24 horas del día, la gente no habla de otra cosa y no piensa en otra cosa. Y la prensa, durante las 24 horas del día, no informa de otra cosa. Además, el ingente y constante vertido de datos (no todos correctos) provocan un cortocircuito mental, de modo que los árboles impiden la percepción del bosque, a lo cual se le suma el miedo y la angustia de buena parte de la población, que por lo tanto acepta, como única solución, el confinamiento doméstico, con el consiguiente cierre de centros de trabajo, tiendas, comercios y todo tipo de servicios no estrictamente urgentes.
Ahora bien, la pregunta es: ¿es necesario todo esto? Y, por lo tanto: ¿no habrá otro modo de afrontar esta pandemia que, además de que salve todas las vidas posibles, y atienda a todo aquel que lo necesite, minimice el impacto de todo este parón? Este es el planteamiento de nuestro artículo, que no pretende incitar a incumplir las disposiciones establecidas al respecto, sino, ya con posterioridad, abrir un debate acerca de la pertinencia o no de una serie de medidas aplicadas de modo visceral, con pocos datos disponibles, y sin demasiada lucidez. Y también para contribuir a que la gente pierda el miedo y la obsesión, ambas totalmente infundadas en este caso concreto.
Para ello, se debe ir al dato clave y concreto para comprender lo que está pasando. Y reflexionar sobre él de modo detenido. Mientras esto no se haga, seguiremos pretendiendo apagar el fuego con gasolina. Y el dato es el siguiente: Según la OMS, cerca del 50% de los infectados, pasa la enfermedad con síntomas leves y sin necesidad de tratamiento; cerca del 20% padece síntomas graves, y solo un 2% muere (Fuente: https://www.eldiario.es/sociedad/coronavirus-espana-preguntas-respuestas-1-abril_0_1004400531.html).
Esto indica necesariamente que contagiarse de coronavirus no es mortal en un 98% de los casos (ni en un 50% ni siquiera temible). Por lo tanto, lo más probable es que un ciudadano no se contagie; pero en este caso, si se contagia, lo más probable (98% de probabilidades) es que se acabe curando; y si contagia a alguien, esa misma persona tiene el 98% de probabilidades de curarse. Y así con el 98% de la gente a la que pueda contagiar.
Por lo tanto, para el 98% de la población, nada hay que temer. Y además, al irse contagiando se va inmunizando, con lo que el mal pierde virulencia. Lo que sí hay que temer es que este 98% contagie al 2% restante. Pero, ante esto, lo más lógico, lúcido y sensato es aislar al 2% y no al 98% restante. ¿O es que no es más sencillo que Mahoma vaya a la montaña y no revés?
Y más aún si ya se conoce el sector poblacional de riesgo de morir por coronavirus: ancianos y personas con patologías respiratorias, como neumonías y semejante (salvo contadísimas excepciones que probablemente obedezcan a enfermedades no detectadas). Y ese 2% de población de entre los que padecen coronavirus, se calcula que represente el 0,0002% de la población mundial a día de hoy, según los estudiosos Ariel Petruccelli, y Federico Mare (Fuente: https://rebelion.org/paranoia-e-hipocresia-global-en-tiempos-de-capitalismo-tardio/). Cualquier otro causa de mortalidad, entre ellas el cáncer, el infarto, la diabetes, la tuberculosis, el cólera, etc., probablemente tengan una mortalidad incomparablemente mayor.
Todo estos datos, que son los esenciales (recuérdese el árbol y el bosque), y la consiguiente reflexión en torno a ellos, nos llevan, por lo tanto, a la conveniencia de dejar que el 98% haga su vida normal, y se atienda a la inmensísima minoría del 2% que tiene que temer al coronavirus. Así, se evitará la histeria y el pánico, que están colapsando los servicios sanitarios, impidiendo la atención correcta y sosegada de ese 2% que de verdad lo necesita.
De esta manera, se llevaría a cabo, sin agobios, un seguimiento exhaustivo (a menudo a domicilio) de la población en riesgo de contagio. Para ello sí hay recursos técnicos y humanos para atenderlos con la calidad que requieren. Y se descolapsarán los hospitales, y los médicos, enfermeros y todo el personal sanitario tendrá la tranquilidad necesaria, estando dotados de unos recursos (lo cual implica mayor seguridad para ellos y mejor atención para este 2% que de veras lo necesita), y de un horario y condiciones laborales menos drásticas.
Y además, se evitaría la crisis económica y social que ya se está empezando a manifestar y a calcular, y que puede no ser menor a las de 2008. En efecto, miles de comercios cerrados, decenas de miles de gente que no trabaja y no cobra, pero debe pagar comida, casa, medicinas…La ONU calcula que se pueden perder 25 millones de puestos de trabajo (la crisis de 2008 implicó la pérdida de 22 millones). No en vano, las grandes ciudades españolas han visto cómo se han desbordado en estas semanas las peticiones para recibir alimentos (Fuente: https://www.publico.es/economia/vulnerables-coronavirus-pandemia-aflora-hambre-peticiones-ayuda-comer-crecen-50-grandes-ciudades.html).
Y esto no ha hecho más que empezar: en el sur de Italia ya se han producido saqueos y llamados al levantamiento social por hambre. Un estudio conjunto del Primer Ministro Conte y Ministerio del Interior de Lamorgese reconoce que “existe un potencial peligro de revueltas y rebeliones, espontáneas y organizadas, sobre todo en el sur de Italia”. (https://www.abc.es/sociedad/abci-graves-tensiones-italia-primeros-saqueos-supermercados-y-llamadas-rebelion-202003281411_noticia.html#vca=mod-lo-mas-p6&vmc=leido&vso=abc-es&vli=portada.portada&vtm_loMas=si).
Frente a todo esto, algunos gobiernos, como los de EEUU y de España, ya han anunciado ayudas millonarias para la población afectada por el confinamiento (hambre, desempleo, cierre de empresas…), cuya efectividad habrá que ver y que, en todo caso, implicará que los estados se endeuden con los bancos (que son quienes tienen dinero), y cuya deuda acabe pagando la ciudadanía por la vía impositiva o por la de la degradación de los servicios públicos.
Esta terrible pérdida de productividad provocará una crisis económica semejante a la del 2008, y que ya se estaba, con mayor o menor fundamento, anunciando. A los 25 millones de puestos de trabajo citados con anterioridad, se debe añadir la caída del PIB. Cada semana de confinamiento le cuesta a España unos 20 mil millones de dólares, que representa cerca del 1,6% del PIB, según el Instituto de Investigación Económica de Múnich (Fuente: https://www.abc.es/economia/abci-paralisis-economia-cuesta-espana-20000-millones-semanalmente-202004011754_noticia.html). Y, a nivel mundial, según el FMI, cada mes de cuarentena la cuesta al planeta el 3% del PIB (Fuente: https://www.abc.es/economia/abci-calcula-cada-confinamiento-coronavirus-hunde-tres-puntos-202003301607_noticia.html).
Es cierto que todo apunta a que esta vez no se trata de una conspiración para que algunos sectores de poder se lucren a costa del sufrimiento ajeno, contra lo que algunas mentiras de la prensa y de las redes sociales han propalado. Pero lo cierto es que tanto la banca, que se va a lucrar de los créditos astronómicos que va a conceder a los estados para que éstos atiendan a la gente, como las empresas farmacéuticas que van a ganar un dinero incalculable con la comercialización de la vacuna, tal vez disponible para dentro de entre seis y dieciocho meses, van a sacar provecho, no de la pandemia, sino de la histeria de la pandemia.
Y es que, en efecto, es peor en este caso el remedio que la enfermedad. Y esta vez el opresor no es una oligarquía conspiradora. Es nuestro nulo pensamiento crítico, que ha posibilitado la toma de decisiones semejante a pretender apagar el fuego con gasolina. No invito a romper la cuarentena (ello crearía un adicional problema de orden público, con linchamientos y detenciones), pero sí a abrir cuando proceda un debate sosegado acerca de todo esto, y a tratar de disminuir tanto miedo irracional.
Decía Antonio Machado que “de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa”. Diógenes debe estar buscando la cabeza pensante. Tal vez sea la de Chesterton. Quizá proceda, y ahora no nos podemos quejar de falta de tiempo, de reflexionar, de utilizar la razón y de no dejar que ni la corriente ajena ni las histerias propias lo impidan. Probablemente Machado, Chesterton y Diógenes habrían hecho lo mismo.
Nacho Dueñas, cantautor e historiador