Las políticas asistenciales y el constante vertido cultural del culto al individuo permiten la insensibilización en masa y la desconexión de la comunidad.
Hace unos meses, recibí un mensaje de Antonio, un orientador laboral agradecido de haber encontrado fundamentos que corroboraban sus sospechas en el libro La dictadura del Coaching. Compartía un texto donde explicaba cómo y por qué sentía que le tomaban el pelo a la gente y la cosificaban. Su preocupación era la siguiente. De un tiempo a esta parte, el Servicio Público de Empleo Estatal se había convertido en un tablón de capacitaciones un tanto extrañas. Los desempleados eran diagnosticados y derivados a cursos y talleres que no prestaban atención a la formación profesional sino a la marca personal. Una serie de cursos, bienvenidos por la mayoría de sus compañeros y compañeras –eso también le preocupaba-, gestión emocional, liderazgo, técnicas de comunicación, coaching, etc., parecían haber descubierto la piedra filosofal de que el problema no es que falten empleos sino algo así como la empleabilidad, lo que se proyecta como solución al problema estructural del desempleo.
He recordado su mensaje al ver que la Agencia para el Empleo de Madrid organiza esta semana, “un encuentro virtual que ofrece la oportunidad de impulsar las aptitudes y las cualidades profesionales de los ciudadanos para introducirse en el mercado laboral digitalizado. Dentro de las actividades, el coaching, de la mano de [omitimos el nombre de la empresa] ocupará una parte esencial de las ponencias”. Hasta el primer punto podemos consentir. Es el segundo el que nos preocupa y el que preocupaba a Antonio.
Desde que empezó la crisis del coronavirus se han perdido más de setecientos mil puestos de trabajo, sin contar los Expedientes Temporales en Regulación de Empleo (ERTE). Esta cifra se suma a los varios millones que ya existían. Cerca de cuatro millones de personas están desempleadas en el primer país europeo en llegar al millón de contagios. Las previsiones no auguran un futuro inmediato mejor. Ni para la economía, ni para la vida. Axa Investment Managers prevé una caída en el PIB del 11,8%, mientras que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha comunicado recientemente que la segunda ola de la pandemia será peor que la primera. Estas son las circunstancias ante las cuales el Gobierno de coalición enmienda el Ingreso Mínimo Vital (IMV)[1], y las comunidades, a través de sus agencias de empleo, ofertan cursos de asesoramiento y coaching. Pero bien saben todos, los unos y las otras, que eso no aliviará el dolor y sufrimiento humano que ocasiona este modelo capital y monstruoso.
Nos gusta recordar a Günther Anders para explicar que el mundo se ha hecho tan enorme que nos ha desbordado y ha dejado de ser nuestro, y que la humanidad se ha convertido en una pieza incapaz de pensar la maquinaria de la que forma parte. ¿Qué significa esto en lo concreto? Lo repite mil veces el filósofo Carlos Fernández Liria, que ignoramos qué hacemos cuando hacemos lo que hacemos, es decir, hemos dejado de saber cuáles son las implicaciones de nuestros actos. Hemos olvidado qué hay detrás, por ejemplo, de comernos un tomate en el mes de noviembre, o de usar un aparato de última tecnología para conectarnos a internet porque en los nuevos tiempos es imprescindible trabajar y estudiar desde casa. Sin embargo, ese desconocimiento que causa sobrepasar los límites de la comprensión humana, ¿podría explicar por sí solo por qué cada vez es menor el esfuerzo por ocultar que el mundo no va bien? Sin duda hay otra parte, necesaria para contrarrestar a las voces que mueren enseñándonos que lo que pasa es que los privilegios se pagan con la pérdida y violación sistemática de los derechos de los pueblos.
Es urgente reflexionar. Las políticas asistenciales y el constante vertido cultural del culto al individuo permiten la insensibilización en masa y la desconexión de la comunidad. Mientras todo se fragmenta en corpúsculos incapaces de entender el pecado estructural acontece la confesión personal: “Cursos de coaching en Moncloa para que el personal aprenda a gestionar emociones”[2], “Coaching para niños para acompañarlos y ayudarles a impulsar su desarrollo personal”[3], “Curso sobre coaching de la UNED”[4]. Pero no solo ocurre en el Estado español, también en Buenos Aires, a pocos días de desalojar a más de 1400 familias en la toma de tierra de Guernica, se ofrece “Coaching solidario, que conecta a cientos de coaches de todo el país, y los pone a disposición de manera gratuita para que brinden acompañamiento a miles de personas que se encuentran desempleadas o que necesitan potenciar su emprendimiento”[5]. Mientras a los hijos de las familias que pueden pagar les ofrecen “carreras para transformar tu futuro” entre las que se encuentra Técnico Superior de Recursos Humanos y Coaching[6]. ¿Se puede hacer una lectura distinta de la que hace el funcionario valenciano al sospechar que toman el pelo a la gente?
Quizás no haya malas intenciones en las malas consecuencias, pero ni el alquiler ni las deudas ni el frío ni el hambre se sortearán con unos pocos cientos de euros, ni mucho menos, como dice Boaventura de Sousa, con “el toque de glamour que el emprendedurismo le pone a la precariedad”[7]. Vestir la depresión, calzar la ansiedad, engominar la angustia, pintar uñas al insomnio, lavar los cabellos del malestar mental y físico que vienen sufriendo los empobrecidos por este sistema, es una tomadura de pelo de escala mundial y consecuencias desastrosas. ¿Cuántos desempleados sintiéndose incapaces de superar sus bloqueos para conseguir sus metas se culpabilizan de su propio fracaso y viven un martirio? ¿Cuántas desempleadas son emprendedoras que arriesgaron todo para adaptarse a los nuevos tiempos y ahora se les pide que se readapten a los renuevos? La pandemia del Covid-19 ha evidenciado otras pandemias que difícilmente puedan ocultar las argucias de este modelo. Los duros testimonios de los trabajadores y trabajadoras de la salud en los momentos de colapso, los desahucios ejecutados en medio del estado de alarma, la represión policial y el control social, los reajustes laborales de empleo y sueldo, el hambre, la migración, los bloqueos a países que no ceden ante el imperialismo, el racismo estructural, son el pan nuestro de cada día en esta región y en el mundo. Sin embargo, la inmensa mayoría renunciamos todos los días al derecho a rebelarnos ante las injusticias. ¿Por qué?
El ritmo vertiginoso del neoliberalismo engrasó las neuronas con modas, progresos y tecnologías, asegurándose de que cualquier sinapsis desembocara en la falsa sensación de que el mundo que habitamos es el mejor de los posibles. El desprecio del pasado frente al ensalzamiento del presente, la ruptura por el medio del ars longa vita brevis[8], el olvido de la historia y la memoria, la malversación del carpe diem[9] y el conocimiento, la fragmentación de la comunidad y el colectivo, y un largo etcétera, fueron generando modos de ser y estar en el mundo vacíos e insensibles al dolor propio y ajeno. Tal es la confusión que, de resultas, le preguntamos a quien nos pone las cadenas cómo liberarnos. Nos espetan un par de expresiones cortas para evitar las explicaciones largas: “es ley de vida”. De esa forma debemos entender que algunas ganan y otras pierden, algunos viven y otros mueren, algunas duermen calentitas en casa y otras no tienen casa. Y por si no queda claro, la expresión más productiva del planeta: “sacrifícate lo suficiente”. Por su parte, los opresores lo adornan muy bien. Un lúdico arsenal de aplicaciones móviles (App), videojuegos, sesiones online individuales o por equipos, anónimas o no, sesiones telefónicas, presencia en plataformas públicas y privadas, educativas y empresariales, permean los espacios que habitamos con su melódico mantra de flexibilidad, adaptación, reinvención, crisis-oportunidad, emprendimiento, voluntad de cambio, objetivos, futuro-internet, descubrir el potencial, vivir en plenitud, desarrollar el talento. Su objetivo, globalizar la creencia de que “el contrato de trabajo” está en uno mismo. Por nuestra parte, lo consumimos repitiéndonos otra expresión cortita: “hay cosas peores”, y entonces creemos y creamos eso de la empleabilidad, que es la capacidad de emplearte a fondo, sin descanso, sin horarios y con una sonrisa que para eso hay otros tantos en la lista dispuestos a mejorarlo. Pura tiranía. Así es como este modelo del asesoramiento genera la confianza en un polinomio que cae por su propio peso. ¿Quién encuentra trabajo, si se sacrifica lo suficiente, supera sus bloqueos y hace méritos, en un mundo sin trabajos?
¿Acaso el sacrificio propio no se cobra el sacrificio ajeno? ¿Cuántos fracasos hay detrás de tu éxito? ¿En quién nos convertimos si triunfamos? Ya lo afirmó alguien muy con mucha responsabilidad en todo esto: el vencedor está solo. La transformación personal no contempla la superación de la tiranía y lo monstruoso. Todas sabemos que sin otro modelo no habrá mundo mejor. Una opción es apartar la mirada. La otra empezar a articularnos y llamar a las cosas por su nombre. Las recetas de la sociedad del asesoramiento solo funcionan si no priorizamos la vida digna. Como dicen los pueblos originarios, “se puede vivir sin oro pero no sin agua”. Se puede vivir sin empleo y sin empleabilidad pero si hay que pagar una casa a precio de oro es imposible. Habitamos un mundo imposible.
Notas:
3 https://saposyprincesas.elmundo.es/consejos/psicologia-infantil/coaching-para-ninos/
4 https://www.ceutaactualidad.com/articulo/remitidos/curso-coaching-uned/20201028165416113387.html
6 https://misionesonline.net/2020/10/23/ipac-ciclo-lectivo-2021/
8 Cita de Hipócrates. El arte es largo, la vida breve
9 Cita de Horacio. Aprovecha el día. Disfruta el momento
Vanessa Pérez Gordillo es autora del libro La dictadura del Coaching. Manifiesto por una educación del Yo al Nosotros (Akal, 2019) y coordinadora del espacio de comunicación popular Vocesenlucha