El hecho de que los casos de corrupción se acumulen en los tribunales y afloren en los media, induce a preguntarse por el caldo de cultivo sui géneris que los hace proliferar, escapando a los habituales filtros democráticos. Existen dos posibles enfoques del tema. Uno más restringido, que identifica la corrupción con delitos tipificados en […]
El hecho de que los casos de corrupción se acumulen en los tribunales y afloren en los media, induce a preguntarse por el caldo de cultivo sui géneris que los hace proliferar, escapando a los habituales filtros democráticos.
Existen dos posibles enfoques del tema. Uno más restringido, que identifica la corrupción con delitos tipificados en el Código Penal consistentes en utilizar las administraciones públicas para obtener lucros privados. Este enfoque considera el comportamiento corrupto como patologías individuales condenables que cabe denunciar y perseguir con más o menos ahínco, pero hace abstracción del caldo de cultivo que las genera, que aparece como algo normal, que no llama la atención ni suscita la crítica. Hay que adoptar, así, otro enfoque más amplio para investigar el contexto propicio a la corrupción que ofrecen los sistemas socio-económicos.
El reciente Foro Público sobre Corrupción y democracia reflejó ambos enfoques. El más restringido corrió a cargo de dos ponentes invitados -militantes de los dos principales partidos que han gobernado el país- que, tras reconocer la corrupción como patología que aflora en los tribunales, apuntaron la necesidad de reforzar controles e instrumentos que ayuden a paliarla. Sus razonables propuestas tuvieron la virtud de señalar los límites hasta los que puede llegar este enfoque que aprecia, lógicamente, que los procesos de corrupción que detecta son más bien la excepción que la regla. Sin embargo, el introductor del Foro, José Vidal Beneyto, adoptó un enfoque más amplio, apuntando que el problema no es el que enfrenta corrupción a democracia, sino el de la corrupción de la propia democracia, señalando como causa radical de este fenómeno la incompatibilidad de fondo que se observa entre capitalismo y democracia. Precisemos por este camino la forma que adopta esa contradicción en nuestro país y la dimensión que alcanzan las prácticas corruptas.
Desde este enfoque más amplio, los casos de corrupción que se detectan vienen a ser la punta del iceberg de males mucho más extendidos, heredados de la simbiosis entre capitalismo, medio siglo de despotismo franquista y una Transición política que excluyó a los críticos del sistema para reacomodar, bajo nueva cobertura democrática, las élites del poder que siguen tomando las grandes decisiones y favoreciendo los grandes negocios de espaldas a la mayoría.
Las mismas administraciones públicas siguen estando parasitadas por los intereses empresariales o partidistas que mandan en cada sector o en cada municipio, haciendo que trabajen a favor de estos de forma normal y que la corrupción prospere las más de las veces con cobertura legal. En el urbanismo se entronizó al «agente urbanizador» para que, en connivencia con los políticos locales, utilice a sus anchas la trampa de las recalificaciones de suelo. Así, operaciones y megaproyectos urbanos que durante el franquismo nos parecían escandalosos se multiplican hoy revestidos de impunidad legal y de buen hacer político y empresarial… Creo que iluminar este oscuro caldo de cultivo tan propicio a la corrupción es el primer paso para erradicarla.
José Manuel Naredo es economista y estadístico
Fuente: http://blogs.publico.es/