Pandemias a mí, dice el Gobierno, pero, ¿cuál de ellas, porque tenemos tantas y tan variadas? Expertos somos en el arte de mirar para otro lado, solo que todo deviene en retorcer, más aún, al autónomo.
Sí, porque ahora, en cualquier caso, todos somos eso, autónomos, ya que cada uno ha de resolver los problemas que le tocan como mejor pueda, pero sin contar para nada con sus elegidos representantes a los que para mayor guasa no se sabe bien quién ni por qué han convenido en llamar progresistas. Ellos encantados y sacando tanto pecho como personal provecho. De una nueva hornada de neoliberales se trata, no otra cosa.
Pero quisiera ir más allá porque hay cosas, muchas, a las que no le encuentro explicación, empezando por el silencio mediático que, de hecho, implica resumir y explicarlo todo a base de cifras, datos, curvas, porcentajes, etc., cuya primera interpretación es que se trata de cortinas de humo para que nadie entienda nada, ni siquiera ellos mismos, porque hasta acaban creyéndose su propio montaje. Eso sí, atemorizando. Con miedo se gobierna mejor, nada ni nadie osará moverse y, por si esto no fuera suficiente, se movilizaron más medios de control policial y militar (represivos y coactivos) que recursos sanitarios. Es fácil deducir que el nuevo modelo sanitario de moda para atajar al Covid-19 se basa en curar con porras, no con sanitarios de bata blanca, así es la nueva legalidad neoliberal.
Y lo penúltimo, que todavía no lo último por ver, es al ejército haciendo de sanitarios, mientras que éstos o han emigrado o están en el paro. ¿Estamos ante una epidemia relacionada con la salud o, más bien, ante una simulación que trata de paralizar cualquier insurgencia social? No lo sé, motivos para la insurgencia sí los hay y parece que temor a que se produzca también.
El Gobierno mal no, peor, y los medios de comunicación tradicionales, cómplices en primer grado. Es decir, todos a una, como en Fuenteovejuna, a ver quién recorta más y más las prestaciones sociales y, además, como en la rula, subastando las asignaciones hacia abajo.
No hay reglas de juego, no les convienen a ellos, así todo vale, porque si no estás de acuerdo te pones y si no a reclamar al maestro armero.
Lideramos las ratios de cada una de las pandemias que nos asolan: número de contagiados y muertos por el Covid-19, precio de la vivienda, desahucios, paro, precariedad en el empleo, falsos autónomos, emigración de titulados y hasta de médicos y demás profesionales de la salud, etc. Sin olvidar el Ingreso Mínimo Vital, la joya de la corona, que han distribuido como si de una lotería se tratara, ya que bien entrado el verano aún no había llegado al uno por ciento los que lo habían percibido. Y eso que lo han considerado como “vital”. De vergüenza, si la tuvieran.
Y no echemos la culpa al Covid-19, porque esto de la precariedad, la pobreza y la exclusión social viene de lejos. Y aumentando.
La miseria, como todas las miserias, vienen de atrás, es acumulativa. Colapsos en la sanidad hay ahora y ya había cada año, de modo que las listas de espera y la saturación hospitalaria y en atención primaria siempre estaban disparadas y, el carro delante de las vacas como norma, un año tras otro. Aunque esto nos preocupa, parece que lo más inquietante es el misterio que rodea la ineficacia y la ineptitud de los que se califican como autoridades, de los responsables. Que el arribismo, junto con la ineptitud que tanto abunda en los clanes de la política, no parece suficiente para tanta torpeza y dejadez. Que tarden una semana en resolver un test de cualquier sintomático de Covid-19, que entonces sus contactos estrechos comiencen a ser controlados días después –si se controlan-, que los seguimientos, cuarentenas, y que medios y disposición para cumplirlas, queden en el aire o sujetas a las posibilidades de cada cual, va más allá de la presumible torpeza de las autoridades, llámense Simón, Illas o el misterioso equipo de “expertos” que dicen que los asesoran. Va más allá de la prepotencia del Gobierno y del postureo de la oposición que para otra cosa no están ni por asomo.
Tanta falta de planificación parece que está bien planificada. Conocimiento y medios hay, pero como el buen paño está en el arca. La pregunta sigue siendo por qué.
Cualquier infectado o cualquiera que haya estado en contacto estrecho, si deambula sin más, días y días sin control alguno, entra en la cadena de una transmisión de la infección exponencial. Y esto es lo que está sucediendo. Así no hay modo de erradicar ni esta ni ninguna otra pandemia.
Mientras los ambulatorios de atención primaria estén prácticamente cerrados nos encontramos como en una ciudad incendiada en la que las autoridades han diezmado a los bomberos. ¿Entienden esto nuestras insignes autoridades? Claro que sí y esta es la cuestión, ¿qué pretenden y hasta dónde quieren llegar cuando tan poco o nada están haciendo para erradicar la epidemia del Covid-19?
Las autoridades imponen que la responsabilidad es de los ciudadanos, exclusivamente, y si algo falla es nuestra culpa. Fíjense, todo su discurso se centra en cuatro cosas mal contadas, lavado de manos, mascarilla, distancia, nada de grupos y en aburrirnos con cifras y más cifras sin contextualizar y siempre como amenaza, atemorizando. Puede que algo de todo esto sea condición necesaria, pero, desde luego y en absoluto, para nada condición suficiente, ni de lejos.
Solo discursos vacíos y de contenido nada de nada. Ni hablar siquiera de dedicar una mínima inversión a mejorar y a ampliar los centros de salud primaria, hospitales, plantilla de sanitarios. Claro, ellos sí tienen plaza hospitalaria garantizada, seguro, los demás ya veremos, en el aire.
Mientras y de momento a gobernar a golpe de restricciones, pero no de más medios sanitarios, si no al contrario, cerrando centros de salud de atención primaria para que los hospitales se colapsen.
Controles policiales, toques de queda, alarmas y miedo, pero nada de más recursos sanitarios. Así nos va.