El PIB de Alemania y Francia ha crecido en el segundo trimestre un 0,3% con respecto al trimestre anterior. Hay quien se ha apresurado a anunciar el fin de la recesión. Apuesta arriesgada. Un trimestre indica bien poco. En cualquier caso, lo que sí parece cierto es que la recuperación en España va a ser […]
El PIB de Alemania y Francia ha crecido en el segundo trimestre un 0,3% con respecto al trimestre anterior. Hay quien se ha apresurado a anunciar el fin de la recesión. Apuesta arriesgada. Un trimestre indica bien poco. En cualquier caso, lo que sí parece cierto es que la recuperación en España va a ser mucho más lenta, lo cual no carece de explicación ya que nuestro país tiene su propia crisis autóctona sobre la que se ha superpuesto la internacional. Primero deberá superarse esta para que la economía española pueda solventar sus propios desequilibrios.
En mi último artículo en este diario, situaba en la globalización y en los consecuentes desequilibrios en el comercio exterior la causa última de la crisis. Paradigma China-EEUU. Curiosamente, la economía de nuestro país ha presentado en los últimos años algunas características muy parecidas a las de EEUU: mayor desigualdad en la distribución de la renta, burbuja inmobiliaria, enorme endeudamiento de las familias con el consiguiente incremento en el déficit de la balanza por cuenta corriente…
Si el colosal desequilibrio exterior de EEUU ha sido posible por ser el dólar moneda de reserva y por el irreal tipo de cambio mantenido por esta moneda con respecto a las divisas emergentes, en el caso español ha sido el euro el que ha posibilitado el enorme endeudamiento exterior. El euro no es la solución, sino el problema. Sin el euro, ciertamente, no hubiéramos crecido en el pasado a las tasas que lo hemos hecho, pero tampoco nos encontraríamos ahora en la trampa en que nos encontramos.
El euro facilitó a las entidades financieras endeudarse en el exterior a tipos de interés bajos, y estas -ante la perspectiva de incrementar fuertemente sus beneficios- arrastraron a un mayor consumo del que se podía permitir a una gran masa de población cuyos ingresos estaban mermados por un empeoramiento en la distribución de la renta. Por otra parte, el mantenimiento año tras año de un diferencial de inflación con el resto de los países europeos reducía nuestra competitividad y convirtió en negativa la contribución del sector exterior al crecimiento que, de este modo, gravitó en su totalidad sobre el consumo y la construcción.
Situaciones similares, aunque menos graves, (por ejemplo el periodo 92-93), se superaron gracias a la devaluación de la moneda. Las devaluaciones no son la enfermedad, sino la medicina, una vez que el mal ya se ha producido. Si la devaluación no es posible por estar en la Unión Monetaria, se impone la cirugía, el ajuste en el ámbito real: recesión, paro, deflación, que durará hasta que los desequilibrios hayan desaparecido o, al menos, aminorado y nuestro déficit exterior retorne a niveles soportables. No es por casualidad que por primera vez los precios en nuestro país crezcan menos que en la zona euro.
Las devaluaciones no son agradables, pero distribuyen los costes más o menos equitativamente. Los ajustes en el sector real, por el contrario, lo hacen de manera desigual, en mucha mayor medida sobre las clases bajas mediante paro, reducción de salarios y endeudamiento del sector público.