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Justicia & Feminismo

Crìtica al punitivismo desde una mirada feminista

Fuentes: http://intersecciones.com.ar

La urgencia de poder realizar una reflexión crítica sobre la configuración de un feminismo punitivista comienza a ser debate recurrente en nuestros espacios, entre nuestrxs amigxs y compañerxs. De la mano de la discusión colectiva y de distintxs teóricas, activistas, militantes, es que se da en este proceso histórico del cual el feminismo es protagonista, o mejor dicho, lo son los feminismos.

¿Estamos en condiciones de poder desacordar entre nosotrxs en buenos términos? ¿cómo se están balanceando las acciones realizadas en cuanto a qué hacer con la violencia machista, y sobre todo, con los agresores? ¿cómo pensamos los escraches?.
Estas preguntas que surgen a partir de cómo seguir con respecto a lo construido hasta hoy, y los riesgos de que el feminismo termine cooptado por demandas que sólo propongan castigo, sanciones duras, penas y cárcel. ¿Qué se pide cuando se pide justicia?, ¿puede haber una justicia feminista no punitiva? Estas preguntas empiezan a tomar relevancia para pensar de manera más amplia temas tan complejos, que además nos son contemporáneos.
A partir de 2015 el feminismo fue tomando cada vez mayor protagonismo, interpelando sobre todo a las mujeres, las lesbianas, las travas, las trans, les no binaries- pero también poniendo en discusión paradigmas que, pareciera, perdieron vigencia. La creciente visibilidad de la lucha del colectivo LGTTTBIQ+, sumado a la lucha por el reconocimiento del trabajo sexual, y también por la despenalización del aborto, confrontando directamente a las estructuras del sistema patriarcal, anuncian quizá uno de los puntos de inflexión más profundos para el feminismo. La tensión es tal que hasta se cuestionaron las construcciones masculinas; ya no hay una masculinidad, sino muchas. Así, pareciera posible pensar una masculinidad no opresiva.
Esta Ola pone sobre la mesa problemáticas que calan hasta lo más hondo y obliga a revisar nuestras relaciones afectivas, y sobre todo sexo-afectivas. Así, masivamente se dijo: «no nos callamos más». Esta consigna aparece con el escrache, es decir con la denuncia pública, sobre todo en redes sociales, a varones cis heterosexuales que hayan cometido algún acto de violencia machista. Una de las primeras dudas que surgen es si el escrache es punitivo, o si hay algunos que sí y otros que no. Múltiples miradas existen sobre considerarlo de esta manera o no. El «feminismo punitivista» remite a una línea que tracciona para cambiar/reparar/hacer justicia sobre una violencia particular a través de la sanción de una «pena» basado en la idea de que la Justicia, es el castigo que supone una reparación a la víctima.
En este sentido, la justicia aparece como condena individual de hechos puntuales. Esta línea ha logrado sancionar algunas leyes, entre las más recientes la Ley de acoso callejero. Hay una fuerte tendencia en los feminismos a exigir más cárcel y penas más duras.
Poner en contexto al escrache 
En Argentina, el pasado mes de diciembre luego de que la actriz Thelma Fardin denunciara al macho mediático Juan Darthés por violación, y lo hiciera públicamente a través de una conferencia de prensa contenida y acompañada por el Colectivo de Actrices Argentinas, se desató una ola de denuncias. El «mirá como nos ponemos» desembocó en masivas denuncias en redes sociales de diversa índole: algunos escraches con nombre y apellido, algunas denuncias que no nombraban al agresor, otras retrospecciones de vida, etc.
Si bien el escrache es una herramienta usada por el feminismo hace varios años, tiene sus puntos altos en situaciones así. Para hoy poder repensar hasta qué punto esta herramienta feminista está mostrando consecuencias tal vez no esperadas, o tal vez no tan buenas, tuvo que haber una potencia que dijera basta, que dijera ya no nos callamos más. Y así, comenzar a pensar cuestiones como: todos los privilegios con los que cuenta un varón heterosexual en espacios públicos y sociales a diferencia de las mujeres, lesbianas, trans, travestis y no binaries. Dio impulso para pensar quiénes abandonan los espacios para no cruzarse con su agresor.
También para pensar cómo las configuraciones de las organizaciones están cimentadas sobre el machismo y los roles asignados por el género y la sexualidad. Dio posibilidades de pensar cómo contener a las compañeras. Abrió paso al enojo, y a la manifestación de ese enojo, algo para lo que quienes somos socializadas como mujeres está prohibido, no está en nuestras posibilidades. Ese poder salir del silencio al que someten a toda persona que no sea un varón heterosexual, también es consecuencia de este proceso político que viene a «cambiarlo todo».
A raíz de la posibilidad de encontrar un tipo de contención feminista, de poder romper con el silencio y contar situaciones de violencia vividas, los escraches proliferaron por doquier. Sin embargo, esto abrió la posibilidad de que «lo escrachable» sea mucho más amplio de lo que fue antes de las denuncias públicas masivas. En este sentido, han sucedido algunas cuestiones que obligan a repensar la práctica indiscriminada del escrache inmediato desde la individualidad. De esta manera se dieron escraches entre lesbianas, incluso a personas trans. Circularon escraches por motivos muy diversos que ponen en lugares iguales situaciones graves a no tan graves. Surgió también la necesidad de elaborar protocolos para llevar adelante diversas situaciones.
Al ser tan difusos los límites entre una violencia y otra, se llegó a la sugerencia de protocolizar relaciones sociales que escapan al tratamiento de la violencia de género. Algo así como poder tener intervenciones tanto en violencias machistas como en situaciones que generan malestar por distintos motivos, pero en las cuales sería necesario regular. Si el escrache apunta a sentencias punitivas, ¿qué riesgos se corren? ¿ qué control sobre eso termina teniendo un movimiento que es heterogéneo? El escrache termina en demandas punitivas porque genera grandes adhesiones por distintos motivos.
En este sentido, se puede pensar la última ley sancionada con respecto al tema que es la Ley de Acoso. Apunta a cobrar multas y permite la intervención policial en situaciones de acoso callejero. Si el feminismo se piensa- o lo pensamos- interseccional, es contradictorio. En un contexto donde el neoliberalismo es la fórmula aplicada en todos los sentidos de nuestras vidas, donde la pobreza crece, donde las desigualdades se profundizan, y por ende la violencia, el cruce desigual, que es estructural empeora. ¿Es solución una multa? ¿Será que una lucha como el feminismo puede pensar otras pedagogías que no sea el castigo a través de la corrección moral? En este sentido, ¿las sanciones económicas modifican algo de una desigualdad que es sistemática y estructural?.
Si se reconoce al patriarcado como un sistema que además funciona por y para el capitalismo, que perpetúa la violencia y la desigualdad de género, pero en la que también tiene que ver la clase, la etnia, la racialización, ¿cómo se lee la construcción de la violencia machista? Al pensar que es una construcción permite pensar cómo desactivar la cultura que habilita la misoginia y el homolesbotransodio, que terminan por manifestarse en terribles actos de violencia a cuerpos y vidas a través de los femicidios, los travesticidios, el acoso, los golpes masivos, la violación, y un largo etc. En cierto sentido, el fin último del escrache- y la demanda por más cárcel, penas más duras y multas- es el castigo y la exclusión.
Acá es donde quizá si se convierte en una herramienta punitiva ¿es el castigo una forma de «mejoramiento» social? Cuesta imaginarnos otra forma de pensar esto, porque es evidente el malestar que genera la toma de conciencia por parte del colectivo históricamente oprimido- mujeres, lesbianas, marikas, travestis, trans, trabajadoras sexuales, no bienaries- y en buena hora! Sin embargo, si el feminismo es una lucha política, contempla ineludiblemente otras luchas, y ahí aparece la necesidad de que sea interseccional. Rita Segato dijo en una entrevista para Agencia Paco Urondo: «El punto es cómo educamos a la sociedad para entender el problema de la violencia sexual como un problema político y no moral. Cómo mostramos el orden patriarcal, que es un orden político escondido por detrás de una moralidad.
El problema es que está siendo mostrado en términos de moralidad. Y es insuficiente mostrarlo así por varias razones». Así, permite pensar que una posible solución, será pensada en términos políticos. En otras situaciones, en la que la «justicia por mano propia», la toman sujetxs de forma individual dejando a interpretación personal un castigo, exige de todxs una reflexión más profunda. Poder pensar fuera de lo individual un hecho que no es aislado, sino que forma parte de un entramado de complejas relaciones desiguales y violentas que llevan a desencadenar un hecho así.
En este sentido, hay cuestiones que son fundamentales para poder entender que hay que pensar los hechos con una visión más amplia que lo inmediato, lo afectivo y lo emocional. En ningún sentido propongo no empatizar con quienes denuncian violencias vividas ni nada parecido. Pero sí, poder tomar una fotografía más abarcativa que permita pensar por qué sí consideramos interpretaciones más complejas para algunos casos y no podemos hacerlo en otros.
Pensar formas de justicia

El escrache desnuda directamente un sistema que está dedicado a seguir reproduciéndose a costas de la desigualdad de género y la violencia machista. Pero en el trasfondo del planteo permanece la duda de cómo se piensa a la justicia. Pensar una justicia que nos contemple, pero que no se especialice en la criminalización – porque eso es lo que primero hace el neoliberalismo: criminalizar los conflictos sociales- exige al feminismo hoy, repensar su práctica punitiva.
Ángela Davis planteó algo similar cuando brindó una entrevista en el diario español «El País» dijo: «¿Cuánto de transformador hay en mandar a alguien que ha cometido violencia contra una mujer a una institución que produce y reproduce la violencia?» Esta pregunta es fundamental para pensar más allá, el problema de que crezcan demandas punitivas que piensen solucionar los conflictos sociales con el encarcelamiento de lxs sujetxs.
Aquí inevitablemente obliga a pensar un feminismo interseccional que atienda a este problema ya que, si la cárcel es racista, machista, terriblemente violenta, porque es terriblemente violenta, alimentará una institución que estructura y reproduce todas estas desigualdades. ¿A quienes mandamos a la cárcel? También es indispensable pensar qué solución hay en recurrir al castigo tanto para reparar como para efectivizar un mejoramiento social. ¿No se demostró ya pensar en que la cárcel no funciona como «reintegrador» social? Y si no resulta suficiente, al menos pensar cuánto funcionó para mejorar cualquier conflicto social.
No sólo conflicto, sino también desigualdad. Según la criminóloga española Elena Laurrauri, el derecho penal no es un instrumento adecuado para hacer frente a problemas sociales complejos. Así, en lugar de aumentar ayudas sociales se recortan. Sólo en Estados Unidos hay más de 2.000.000 de personas presas, así el Estado sustituye su ayuda a través de la cárcel. El feminismo repiensa la idea de Justicia, y lo hace de hecho.
Pero la justicia no es sólo machista, sino que también es racista y es clasista. Se vuelve a la pregunta, ¿quiénes van a la cárcel?. De la mano de esto, sucede que muchas veces hay reticencias en pensar más allá porque no podríamos pensar todo. Si la denuncia pública tiene consecuencias punitivas, estigmatizantes y excluyentes, la respuesta tiende a ser «no sé, que lo piense otrx» .
Se exige que ellos mismos sean quienes rompan los pactos de complicidad machista, que se interpelen entre ellos con sus prácticas dañinas, que piensen colectivamente como construir una masculinidad que no implique la violencia hacia otras personas, porque nadie va a pensar cómo solucionarles sus problemas. Pero estar totalmente cansadxs de la opresión no exime la responsabilidad de pensar acciones colectivas que no terminen por quitar parcialmente un problema mientras crece otro. La periodista Anne-Cécile Robert, miembrx del consejo de redacción y directorio de Le Monde Diplomatique, publicó una nota muy interesante respecto a la Justicia titulada: «El peligro de la justicia terapéutica».
La nota fue publicada en la edición de Marzo 2019 y señala la «creciente valorización de los testimonios de las víctimas», y que esto «tensiona la acción de la Justicia, que no sólo debe castigar al culpable sino también reparar el sufrimiento padecido». En este sentido brinda nociones importantes para pensar la idea de la justicia penal como reparadora. En este sentido el estado canadiense, desde 2015 garantiza que las víctimas ocupen un lugar en la administración de la justicia. «Deben ser oídas más allá de su contribución a la manifestación de la verdad». Volviendo a la nota de Cécile Roberte, la periodista cita las palabras de Daniel Salas, magistrado francés: «Cuando veo lo que sucede en EEUU y Canadá, me sorprende la evolución que aceleró el endurecimiento de las condiciones penales y penitenciarias.
La víctima tiene derecho a ser escuchada en el debate sobre la atenuación de la pena» Se recurre a que «la sentencia es demasiado corta teniendo en cuenta la gravedad del crimen que sufrí». La nota presenta un caso en el que tras un «error judicial», un obrero agrícola estuvo preso durante varios años al haber sido acusado de violación. Tras un nuevo testimonio se demostró que la denuncia no era cierta. Lejos de poner un ejemplo ingenuo que no contemple que la mayoría de las veces suele ser al revés, estas situaciones existen. Genera incomodidad y molestias, porque un caso así no iguala a la cantidad de situaciones que suceden al revés. Sin embargo, no puede ser conclusión que «es mejor así» sólo porque la historia fue injusta con nosotras.
Analizar las cosas de este modo, sin embargo, no propone que seamos inmunes frente a la crueldad que sufren los cuerpos y las vidas de las mujeres, las lesbianas, las trans, las travas, les no binaries, lxs trabajadorxs sexuales, las maricas. No sería cambiar A por B, o pensarlo en términos dicotómicos. Pues, si se reflexiona no se cambia «de lado» de manera automática. En este sentido, cuando se dice «justicia es que no vuelva a pasar», se enuncia que una condena puntual e individual sobre casos que no son aislados, no repara, no soluciona.
Entonces, lo ideal sería como pensar en que no pase más, pero ¿cómo hacerlo a través de una pedagogía fuera del castigo? ¿cómo se piensa una reparación fuera de la encarcelación de personas?, y de nuevo ¿quiénes van a la cárcel?. Dice, María Pía López: «Reclamamos justicia y hoy no tenemos otras formas de punición ni ideas de reparación construidas colectivamente.
Pensar eso nos urge. Es tarea política. De fondo. Exigencia del presente. Para todes. Una imaginación democrática debe tomar las cuestiones de la seguridad y de las penas, no resolverlas con el rubor progresista de no hablar de lo primero-¡como si el temor a perder la vida fuera, desde el vamos, de derecha!- y cerrando los ojos rapidito para no ver qué pasa dentro de las cárceles, porque nos causa horror.» (López, 2019, pp. 57) . Y se relaciona directamente con algo fundamental que Ángela Davis plantea en su libro «¿Son obsoletas las prisiones?», cuando dice: «En general, la gente tiende a dar por sentadas las cárceles. Es difícil imaginar la vida sin ellas. Al mismo tiempo hay una renuencia a enfrentar las realidades que se esconden dentro de ellas, un temor a pensar sobre lo que ocurre ahí.
Así, la cárcel está presente en nuestras vidas y, a la vez, está ausente de nuestras vidas. Pensar sobre esta presencia y esta ausencia simultáneas es comenzar a reconocer el papel que tiene la ideología en el modelado de la forma en que interactuamos con muchos entornos sociales. (…) Dado que sería demasiado angustioso manejar la posibilidad de que cualquiera, incluso nosotrxs mismxs, podría convertirse en prisionerx, tendemos a pensar la prisión como desconectada de nuestras propias vidas.»(Davis, 2017, pp.17-18) .

Un vacío de políticas públicas integrales

Hay algo que no puede escaparse en esta crítica, el rol de un Estado que se preocupa en sancionar, multar y encarcelar, en definitiva, garantiza que el problema de fondo no se solucione. Es importante señalar su rol, no porque sea el único ente que debería hacerlo, sino porque debería atender a los procesos que se originan por fuera de él.
Estamos ante un gobierno neoliberal, que más que preocuparse por solucionar desigualdades y problemas sociales, los profundiza, se acentúa el problema de que faltan políticas públicas que den respuesta de fondo a la violencia machista y a su reproducción. Es decir, en un contexto en el que se recortan económicamente todos los programas destinados a la «erradicación» de la violencia de género, en sintonía a un recorte y una política de vaciamiento a la educación pública, y por ende a la posibilidad de que se aplique la Educación Sexual Integral, estamos en problemas.
Puede ser un motivo también por la falta de contención que existe ante estas problemáticas, y que la única solución, porque a veces es la única solución, sea recurrir a una denuncia pública que implica la exposición de la denunciante, para accionar de alguna manera.
Así como actualmente se discute la baja de imputabilidad en Argentina, porque prefieren invertir en la encarcelación de niñxs antes que invertir en una educación de calidad, o antes de invertir en la creación de fuentes laborales, y un largo etc, se elige apostar a la construcción de una sociedad que se «deshaga» de los «males», antes de enfrentarlos de manera integral y justa.
Acá de nuevo se pone en tensión la noción de Justicia. No sorprendentemente, son las mismas personas que acuerdan con que la educación sexual se enseña «en la casa», y que con «sus hijos no se metan», y así evitar por ejemplo que lxs niñxs puedan identificar abusos. Porque de fondo, lo que está faltando también es la aplicación de Educación Sexual Integral, que no sirve sólo para hablar sobre identidades, deseos e inquietudes sexuales, sino de la que se parte para la construcción de una sociedad más igualitaria, que tenga en cuenta la socialización desigual que existe respecto al género y la sexualidad.
Bajo la excusa de la solución a través de la criminalización el Estado se desliga de la responsabilidad de contener los problemas y en cambio despliega todo su aparato represivo y generador de desigualdades. Así, va configurando los candidatos perfectos para ir a la cárcel, profundizando la marginalidad, en vez de integrar, expulsa.
¿Y entonces, en qué quedamos?
Si el feminismo hoy es protagonista de una propuesta transformadora tiene que debatir el punitivismo. Pensar la sociedad de otra forma que sea democrática, plural, más justa, con todas las diferencias que cada espacio político y cada persona tendrá, es tarea urgente. Proponer otras nociones de justicia que no estén atadas a percepciones conservadoras de la solución a los conflictos sociales, es tarea también del feminismo.
Si ya ninguna construcción se piensa por fuera del abordaje de género, exige la mayor precisión posible. Esa precisión se irá dando a medida que la reflexión tenga su espacio, que la discusión se multiplique. Corremos el riesgo de que nuestros problemas sean solucionados con mayor represión, mayor fuerzas de seguridad en la calle, y más leyes que no contemplen perspectivas más amplias y críticas.
Las cosas vistas de este modo, no propone quitarle importancia a hechos que atentan contra la vida y la libertad de las personas LGTTTBIQ+ y las mujeres, en absoluto. Es urgente pensar cómo frenar la violencia que moldea los comportamientos que intentan educar a través de la violación , someter a través de los golpes y la humillación, y un infinito encadenado de injusticias que son usados para que el mundo siga siendo lugar seguro para los machos heterosexuales.
Sin embargo, ¿cómo pensamos una propuesta superadora? Si nadie nace heterosexual, nadie nace mujer, nadie nace cis, tampoco nadie nace violento y machista, ¿cómo desactivamos los núcleos duros que moldean a la sociedad para que sea misógina, patriarcal y homoodiante?. En este sentido, «sabemos que hay prácticas violentas sedimentadas que son violentas, que suponen la cosificación de los cuerpos feminizados, que niegan la autonomía hasta para decir que sí o que no, que si las negativas son inaudibles es porque el sujeto que la enuncia fue despojado del derecho a decidir por sí mismo.
Es posible que haya denuncias no veraces, pero sobre el fondo de una verdad sistemática que las vuelve verosímiles. La afirmación de ‘yo te creo hermana’ surge de esa verdad de fondo. Es imprescindible construir tramas para que las denuncias no sean barriletes, para que les denunciantes no queden expuestes a contraataques, para que puedan narrar, pero también para poder construir una escucha que sopese, una escucha crítica, que parte de la creencia y de la decisión de acompañar pero insiste en pensar con esa palabra dicha y no meramente de asentir» (López, 2019,pp. 62).