En estos tiempos de convulsión ya no nos queda fe en las recetas. Ninguna receta es capaz de anular las premisas que nos llevaron a esta catástrofe. Las premisas mismas, el fundamento de cuanto hemos construido y deducido los occidentales desde Descartes es lo que está fallando, se agotan las posibilidades. Empeñarnos en quedar dentro […]
En estos tiempos de convulsión ya no nos queda fe en las recetas. Ninguna receta es capaz de anular las premisas que nos llevaron a esta catástrofe. Las premisas mismas, el fundamento de cuanto hemos construido y deducido los occidentales desde Descartes es lo que está fallando, se agotan las posibilidades. Empeñarnos en quedar dentro de la cocina del error, respirar sus humos a puerta trancada, arrojando fuera la llave, todo esto es de locos y suicidas. Habría que hacer frente, con arrojo, a la convulsión. Un giro enérgico en los planteamientos vitales es lo que se impone. Si queremos ser -durante un siglo más- los juguetes animalizados de la especulación financiera y del sistema tecnológico, no hay mejor nihilismo que dejarse caer. Nuevos amos anhelan esclavos tras las fronteras del bunker europeo. Nativos inconscientes ofrecen sus cuellos, ora a la guillotina, ora al grillete. Para esto sirve la inconsciencia: la creación de nuevos contingentes de esclavos se logra por medio de un deterioro deliberado de la enseñanza, y por la instalación de las masas en las redes de la dependencia técnica y consumista. La docilidad al capitalismo tecnológico es docilidad universalista. No existen enemigos, no hay un Mal contra el que luchar. Se habita dentro del mismo Mal.
Tenemos que ser completamente lúcidos y conocer lo que está pasando. Se trata de un ataque en toda regla, de un shock que va a remover de arriba abajo los cimientos del Sistema. Es curioso que el shock tenga hoy su epicentro en la vieja Europa, y que los chivos expiatorios sean los países del Sur del viejo continente, los países del Mediterráneo. Geopolíticamente hablando el capitalismo es nítido, meridiano, de una lógica feroz. El búnker franco-alemán se ha aprovechado de sus periferias más inmediatas. En España y en otros países fallidos (de «europeísmo fallido» podría hablarse en efecto, con relación a España, Portugal, Grecia, Italia…), las manufacturas de alto valor tecnológico encontraron buena salida, a cambio de las naranjas, las playas, los chiringuitos. No debe sorprender, pues todo está debidamente planificado, que el Sur de Europa sea un desastre en innovación tecnológica y en aprovechamiento de la misma. Esto tiene que ver con la fatuidad, mediocridad e inoperancia de las universidades españolas. También guarda mucha relación con la estúpida y derrochadora fusión de enseñanzas de Formación Profesional con las de Secundaria y Bachillerato. Mientras, se detraen ingentes cantidades de dinero de las partidas de Educación para instalar módulos de cocina y de peluquería en los Institutos, en esos mismos centros, la calidad de lo que se enseña en secundaria y bachillerato se degrada por momentos. No se ha querido -y en ello las decisiones franco-alemanas tuvieron mucho que ver- diferenciar nítidamente la Formación Profesional (con centros propios y de alta orientación tecnológica) de la Educación Secundaria. La LOGSE consagró un modelo de amalgama, de amontonamiento. Desde los años 80 se viene pensando en España como país puramente turístico, como exportador alimentario y poco más. El factor «conocimiento» ha sido sistemáticamente despreciado por las élites hispanas puesto que éstas han sido cooptadas, en general, por las europeas.
El ingreso de este Reino, que más bien parece un Sultanato después del episodio de la caza de elefantes en Botswana, en una Unión Europea ha sido un ingreso condicionado: tendríamos subsidios a costa de vivir como colonia subdesarrollada, a cambio de ser dependientes en términos de «capital cognoscitivo». Desde la enseñanza primaria, aquí en el Estado Español, los chicos con ganas de estudiar y dotados de inteligencia y voluntad por encima de la media, son sistemáticamente discriminados, obligados a estabularse en medio de masas de zopencos, haraganes y gamberros. A éstos últimos, «se les flexibiliza el currículum», pero a los buenos estudiantes, en cambio, se les martiriza en unas aulas delirantes, masificadas, donde todo el mundo está mezclado, no se aprende nada y el ruido y los malos modos predominan. Y así desde el colegio hasta la universidad.
También está previsto, desde la zona fuerte del euro, que poseamos una universidad marcada por el nepotismo, el derroche, la ausencia de toda meritocracia. La universidad española es la universidad del botellón semanal, cuando no diario, sobre todo al venir el buen tiempo. La universidad española es la del catedrático que ha enchufado a su señora, hijos, nueras, cuñados y compañeros y compañeras de cama. La universidad española es delirante Institución Superior montada, cual chiringuito de playa, en cada ciudad de 35.000 ó 40.000 habitantes, sea ésta capital de provincia o no. Poco se va a investigar en un Estado que ha concebido la universidad como una prolongación de las guarderías al no poder ofrecer empleos a la juventud en la horquilla de edad entre los 18 y los 35 años. Pseudodiplomas, botellones y la paga semanal de papá mantienen a buena parte de la masa en el redil. Por supuesto, en este capítulo, como en todos los demás, los jóvenes de las clases trabajadoras llevan la peor parte: enormes esfuerzos económicos para estudiar y obtener unos títulos que, en general y salvo excepciones, no les van a garantizar la salida a su situación de marginalidad.
Pues esto es lo que le espera a la juventud del Sultanato Español en los próximos años: Marginalidad. Las clases medias-altas podrán enviar al extranjero a sus chicos: a formarse, a probar en trabajos acordes con su formación si esta ya era buena de partida. Pero los sectores populares y desfavorecidos se verán reducidos a la más mísera y alienante mediocridad, o descenderá de nivel de vida, se hundirá en la carrera de la lucha por la existencia. Les espera un futuro de subempleo indignante (ya es normal hace años que, contando con dos carreras o un doctorado un joven viva de la economía sumergida), cuando no la desocupación absoluta. Los jóvenes vivirán de los viejos hasta que la cadena se rompa, hasta que la cuerda tensada no soporte pensiones, subsidios, parches.
El Sultanato Español, donde el soberano caza elefantes mientras que los bandidos de traje y corbata se llevaban todo el dinero de entidades financieras y de administraciones públicas, donde el capital humano se ha desaprovechado e hipotecado para un siglo o dos, con su nepotista y fatua universidad y su sistema LOGSE, es un estado fallido, una democracia falsa. Las recetas que los gobernantes y opositores (hasta ayer, como quien dice, gobernantes), consisten simplemente en someterse a los dictados de instituciones europeas que, curiosamente ordenan, mas no protegen. En una cesión de soberanía, cuando un Estado permite que otros decidan por él, debería haber una contraprestación. Debería haber -realmente- un «superestado» que amortigüe todas las consecuencias de esa pérdida. Pero nuestro Sultanato borbónico ha empleado mal su margen de autonomía. En las escuelas se han regalado los libros y los ordenadores. No hay orden en clase pero se exigen más pizarras electrónicas. En los hospitales se opera gratis a todo quisqui, sin saber apenas de dónde viene y a dónde va. Se regalaron pisos a boleo, y se levantaron calles que estaban perfectas para volverlas a hacer (el famoso «plan ZP»). Casi se podría decir que el ordenanza o la secretaria de un subdelegado provincial tiene coche, escolta y asistente. España fue una fiesta. La fiesta nacional: todos cornudos y todos toreados.
Pero hay gente que está empezando a pasarlo mal. En Asturies y Lleón, así como en otras comarcas mineras del Sultanato, varios miles de hogares se quedarán sin nada. En Asturies, mientras se enterraron millones de euros en hacer un superpuerto (El Musel) en Xixón o en colocar un adefesio arquitectónico en Avilés (el centro Niemeyer, cuyos gestores tomaron ostras y gin-tonics en Nueva York pasándoles las facturas al Principado), mientras se derrocha de esa manera, las Cuencas mineras agonizan y el Estado se inhibe de sus obligaciones y deja a la gente en la estacada. Esos miles de mineros y familiares suyos ¿qué podrán pensar de España? Pues pueden pensar, con todo el derecho, que el Sultanato Borbónico en el que viven no sirve par nada. Que después de décadas supeditando regiones enteras a la extracción de un recurso estratégico como el carbón (con lo que eso conlleva en explotación de la fuerza de trabajo, desequilibrio rural, aculturación), ahora que no se desea tal recurso desde Madrid, desde Europa…pues ven que desde el Sultanato les dicen que se vayan a paseo. Un «paseo» a la pobreza, a la marginación, al desempleo no ya de mineros que son padres, sino de sus hijos y nietos. Los millones en obras faraónicas y en gastos suntuarios no fueron empleados en la debida diversificación productiva que todo territorio se merece.
¿Arderá este Sultanato? Sentándose en la Puerta del Sol no va a arder nada. Tampoco los viejos métodos leninistas parecen adecuados a este sombrío siglo XXI. Es difícil conocer el camino correcto para la lucha. Hemos llegado hasta aquí, sin duda, porque el propio pueblo se vio apartado de todo mecanismo efectivo de fiscalización del poder: el poder económico, el poder ideológico, y finalmente el político. Hemos llegado hasta lo más bajo. El Sultanato restaurado oficialmente en 1978 no es viable. Se habló de una «primavera árabe». ¿Para cuándo un verano ibérico?
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