Cuatro elecciones generales en cuatro años: El PSOE de Sánchez, el de Susana, Sánchez el del IBEX y el enemigo de España. El PP campechano, el de Rajoy, los recortes y la corrupción, el de Casado y los másteres. Podemos el del 15M, el asalto a los cielos y la muleta del PSOE, el de […]
Cuatro elecciones generales en cuatro años: El PSOE de Sánchez, el de Susana, Sánchez el del IBEX y el enemigo de España. El PP campechano, el de Rajoy, los recortes y la corrupción, el de Casado y los másteres. Podemos el del 15M, el asalto a los cielos y la muleta del PSOE, el de Iglesias y Errejón, solo el de Iglesias, en fin, Podemos, Unidos Podemos y Unidas Podemos. El Cs de centro, el de derechas y el de extrema derecha, el emprendedor y el victimista, el de Adolfo Suarez y el de Plaza Colón, el del fin del bipartidismo y la muleta de este. Vox el de chiste, el de Andalucía, el de la mayoría absoluta y el minoritario. Y ahora, también, Más País.
Esto de la política espectáculo y las enrevesadas estrategias de marketing se nos ha ido de las manos. La actualidad política ha pasado de ser un reality show a una telenovela, no una de las alegres, nuestros políticos han aprendido demasiado de Juego de Tronos. Si bien es cierto que la diplomacia siempre incluyó la disputa del relato, hoy el estrado -sea el del parlamento o el de un mitin, lo mismo nos da- ya no propone, solo disputa lo simbólico. España, feminismo, regeneración… La reiteración de los términos y su manipulación como producto termina por negar su contenido, transformados en significantes vacíos. Lo que queda no es más que un emblema, un juego de luces y sonido, una marca comercial.
Cuando todo es espectáculo, cuando la obsesión por la mercadotecnia obliga a cambiar el mensaje en una suerte de melodrama basado en locos y trepidantes giros de guion, cuando la campaña electoral se da los 365 días del año, entonces, la actualidad se torna indescifrable. Como el comportamiento de la brisa y las mareas: interrogantes a resolver para el navegante. Cuaderno de bitácora, apuntes para el 10N:
-PSOE: Pedro Sánchez e Iván Redondo, interprete y guionista, los directores del relato, de la actualidad nacional desde que, aprovechando la irrupción de Vox en Andalucía, se convocaran las elecciones del 28A, tal vez antes, desde que formaran gobierno tras la triunfante moción de censura a Rajoy. Así lo demuestran las encuestas y su tendencia al alza desde entonces. Sus movimientos son un verdadero quebradero de cabeza para todos los analistas políticos: la formación de gobierno con ministros estudiados por una agencia de marketing; la exhumación de Franco como elemento con el que desnudar las contradicciones de la derecha y un guiño al votante de izquierdas; su posición en el tablero, de colocar a Unidas Podemos como socio preferente a señalarlo como partido antidemocrático; el veto a Pablo Iglesias porque no es de fiar, porque actuaría como el Salvini español, porque la postura respecto a Cataluña es incompatible; y, finalmente, nuevas elecciones, forzadas con premeditación, con una sentencia del procés estudiada y un giro en su planteamiento discursivo, del progresismo de perfil bajo a exponerse -sea cierto o no- como el gran partido de orden, centralidad, cordura y altura de estado frente a la crisis territorial que enfrenta el país.
Los análisis sobre las jugadas de Redondo son casi infinitos -o, por lo menos, inabarcables en un solo artículo-, si bien, actualmente, podemos plantear dos grandes hipótesis: En primer lugar, los socialistas esperan rentabilizar electoralmente su viaje al centro político, un nicho vacío por la ausencia de Rivera y mal disputado por la vaga interpretación de Casado. Con una victoria holgada la correlación de fuerzas parlamentaria permitiría a Sánchez formar un gobierno sin el apoyo de los partidos nacionalistas. En segundo lugar, dejar el gatopardismo de Felipe González y su «No a la OTAN» en una anécdota. Bajo la justificación de la crisis en Cataluña y la depresión económica que se prevé en el horizonte, Sánchez puede tender su mano a Casado para la formación de un gran gobierno de estabilidad. Así, en esta partida de ajedrez que es la política representativa, el Partido Popular se observa como el estandarte del régimen del 78, el rey, el cual, -como todos sabemos- no es nada sin su reina, la verdadera encargada de jugar la partida: El PSOE, el verdadero gran partido del orden supranacional en España, la vieja guardia encargada de apuntalar los cimientos del estado siempre que las tendencias internacionales así lo requieran. Un gobierno de estabilidad PSOE-PP sería el encargado de reorganizar el estado español en torno a los dos grandes retos geopolíticos de las próximas décadas: la disputa hegemónica «EEUU vs China» y el colapso del capitalismo globalizado derivado de los límites del planeta, con especial atención al factor «peak oil». Un gobierno capaz de abordar la coyuntura de crisis sistémica bajo la determinación de la oligarquía nacional e internacional.
-PP: Es evidente que la derecha no se encuentra cómoda en un escenario fragmentado, la división no existe en la tradición ni cultura política e histórica de los conservadores españoles. Tres son multitud, recordemos, dos ya lo eran. Ante esta tesitura, los populares navegan entre disputar el espacio discursivo a Vox -lo cual no dio un gran resultado el 28A- y retornar al centro derecha, su nicho durante la era Rajoy, un espacio huérfano actualmente. Así, el papel del líder, Pablo Casado, es el de borrar la inquietud respecto al espacio a disputar. De tradición aznarista, su situación se antoja personalmente complicada. La actuación de Casado se asemeja a la de un funambulista renco, paticojo, seguir su instinto o relajar su discurso, en el partido solo tienen puesta la red de seguridad a la derecha, total, pensarán, siempre cae del mismo lado. Su tendencia a la derecha se puede ver evidenciada en episodios como el del cartel «¿ellos o nosotros?» de la sede en Génova, discurso duro e incendiario donde los haya fue sustituido poco tiempo después por «¿Izquierda o derecha? España», relajando un poco el tono y dando la clave de su campaña: el voto útil dentro de la polarización por bloques. El Partido Popular como única opción frente a la izquierda, ese es el reto de Casado, su mensaje ganador.
-Cs: Estas pasadas elecciones, Albert Rivera tuvo en su mano la posibilidad de gobernar con el PSOE, cómo exigía Ana Botín. Pero la ambición de la dirección del partido -más bien de una parte de ella- nunca fue la de ser un partido posicionado en el centro político español, tras el bajón histórico del PP, el ala más conservadora de los naranjas apostó por sorpassar a los populares, ser la oposición dura al gobierno progresista que nunca se constituyó. Así, Rivera se nos antoja como el capitán de un barco a la deriva; con el IBEX soplando al centro, maniobró contra marea y disuadió las disidencias por la borda -recuerden a Toni Roldán-.
Al igual que solo los grandes buques pueden navegar a barlovento, solo los grandes héroes pueden desobedecer a los dioses. Rivera, irreverente, llegó a postularse contra los designios del Santander con un discurso antiestablishment , constituyendo un pulso contra los poderes fácticos de escasa duración; la falta de apoyos mediáticos, los descalabros en las encuestas -en algunas, el partido se encuentra por debajo de Vox- y las presiones de quienes piden la cabeza de Rivera han obligado al partido a relajar nuevamente sus posturas, sirvan de ejemplo sus ofrecimientos a un gran pacto de estado con socialistas y populares o su reciente coalición electoral con UPyD. Hoy, es Albert quién camina desnudo por la tabla, mirando a los cielos ruega un milagro, si los resultados del 10N no son satisfactorios no habrá plegaria que lo libre de los tiburones. A lo lejos, en el horizonte, una posible tabla de salvación: Cataluña. Tras la sentencia del procés, el lugar de nacimiento del partido vuelve a caldearse y en Ciudadanos tienen experiencia enfrentando al secesionismo. Pero, para su desgracia, carecen de una voz fuerte en Cataluña, tal vez, su mayor error resida en el desplazamiento de Arrimadas a la política nacional, el abandono de su enclave táctico en el Parlament implica dejar de capitalizar el conflicto catalán.
-Unidas Podemos: Las posiciones del partido de Iglesias se antojan sinceras, incluso tras la sentencia del procés, el partido no tiene un plan B: disputar el relato de la culpabilidad, el quién es quién de la responsabilidad respecto a la no formación de gobierno. Reivindicarse como la verdadera izquierda -lo de la transversalidad hace tiempo que paso a mejor vida- esperando recuperar al militante que, desde la euforia del ignorante, gritaba «¡Sí se puede!» y «¡Con Rivera no!» en la sede de Ferraz. Finalmente, y para apoyar los dos ejes discursivos anteriores, insistir en su discurso antiestablishment, el de las cloacas del estado, incluyendo la disputa de un patriotismo alternativo -nada es más insurrecto que la resignificación de la nación-. De esta forma los morados se comportan como aquel firme estudiante de filosofía, pese a no tener salidas, saben en qué dirección quieren ir y conocen los pasos para transitar el camino.
-Vox: Si el Podemos de 2015 marcaba la agenda mediática a base de titulares, con grandes puestas en escena como regalar la serie Juego de Tronos al rey Felipe VI, al partido de Abascal las portadas se las pone la actualidad, cuando no sus adversarios; véase la sentencia del procés, la exhumación de Franco o el creciente fervor por la disputa del concepto España como patria/nación. Fruto de su irrupción en el parlamento andaluz, la aparición de una fuerza de extrema derecha ha obligado al resto de partidos a modificar sus posiciones, con su mera presencia, como si de un gran astro se tratara, las discursivas políticas han orbitado entorno a su existencia. Ya fuera para cubrir su nicho (PP, Cs) o para movilizar el voto a la contra (todos), el tablero se ha expandido, ensanchado, con centro de gravedad derecho. Esta campaña electoral Vox continuará con la misma senda emprendida hasta la fecha, coherentes en su discurso, explorando los límites hasta los que se puede polarizar la sociedad.
-Más País: Dos partidos pivotan en torno al PSOE, Unidas Podemos y su escisión. Unos por oposición, otros por cercanía. Errejón se encuentra cómodo disputando el terreno a los socialistas; optimismo, suavidad y aires presidenciables, sin grandes aspavientos ni reclamaciones, sobriedad, patriotismo y pasión por la diversidad, en definitiva, los ingredientes del votante progre de toda la vida. Seducir a la posmoderna configuración de las minorías con muffins, tonos pastel y psicología positiva, con el comodín del patriotismo como fuerza compresora de este conglomerado, el pegamento en este collage de etiquetas. La apuesta, en definitiva, cautivar a las clases medias y a una clase obrera que lleva décadas inmersa en la descomposición identitaria -a excepción de Vallecas, en los barrios obreros ya hay más tazas de mr.wonderful que banderas republicanas- la denominada clase media aspiracional.
Por otro lado, casi más reseñable que su contenido, se nos presenta su estética. Si Felipe González, en el apogeo de su insumisión, llegó a quitarse la corbata, y Pablo Iglesias nos sorprendió despreciando la totalidad del vestuario de etiqueta, hoy, Iñigo Errejón ha recuperado el uso de la chaqueta institucional. Su discurso fundador se nos ofrece como la llave para desbloquear la crisis de representación política, del desencanto generado por el bloque progresista deben nacer sus primeros votantes: «Si alguno no quiere que se repita el espectáculo bochornoso de este verano, entonces hay que votar diferente» . De ahí, de la necesidad de eliminar incertidumbres, transmitir viabilidad y aportar seguridad, sus esfuerzos por envolverse en un aura presidenciable.
Este es el ir y venir de la política espectáculo, solo queda otro sprint final en la campaña que nunca termina. Nos vemos el 10N.
@CusoHugo
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.