Recomiendo:
6

Violencia sexual & Consecuencias

Cuando el denunciado es de los «nuestros»

Fuentes: https://www.pikaramagazine.com

Corear el lema “yo sí te creo” supone, en la práctica concreta, la escucha activa a las mujeres que denuncian públicamente una agresión para entenderlas. Sin embargo, esto se obvia, muchas veces, cuando el señalado es una persona cercana o con poder o cuando esta violencia se denuncia en nuestros espacios.


Las conductas punibles socialmente han sido utilizadas, desde siempre, como arma mediática y política. Las acusaciones de corrupción, lo sabemos, salen en muchos casos por filtraciones interesadas. Se utilizan desde uno y otro lado -y desde los medios de comunicación-, para desprestigiar al oponente. También hay periodistas que, en el ejercicio de su profesión, consideran que si conocen casos de corrupción, lo suyo es sacarlos. Sea como sea, la gente entiende (entendemos) que el hecho de que una corruptela se haga pública de forma interesada no rebaja el delito. Como periodistas sabemos, además, que cualquier caso que llegue como filtración debe ser puesto en cuarentena para valorar los posibles intereses y la veracidad del mismo. Y, sabiendo todo eso, cuando algo se puede trabajar e investigar, se hace. Y si se puede, se publica.

No es casualidad que las violencias sexuales sean utilizadas como arma ahora y no antes. Lo que antes se quedaba en un comentario más o menos incómodo sobre cómo es este, lo insistente que es aquel, ahora se ve como un comportamiento censurable. Ahora hay escalas: algunos hechos son considerados delitos por la ley, otros muchos no, pero sí son públicamente denunciables y socialmente reprobables. El hecho de que ciertas conductas machistas, agresiones sexuales o maltrato empiecen a estar ahora en el centro del debate social es un logro de los feminismos. Que una serie de denuncias -bien sean públicas o bien por vía judicial- impliquen la dimisión de un político o del presidente de una federación de fútbol puede leerse también como un logro de los feminismos, pero no podemos celebrar un éxito rotundo.

Lo realmente difícil no es expulsar a quien está en primera línea pero ya no tiene los apoyos que tenía. Lo difícil es despatriarcalizar un partido, un medio de comunicación, el mundo. Lo difícil es iniciar procesos feministas de reparación y que los señalados estén dispuestos a aceptarlos. Porque todas sabemos que en muchos espacios se instala la duda, muchas veces como “prudencia”. Y que ellos no nos creen -ni a la primera, ni a la segunda, ni muchas veces, nunca-, pero tampoco nos creemos siempre entre nosotras y buscamos excusas o miramos para otro lado.

Ahí debemos tener en cuenta lo que implica el lema “yo sí te creo”: la escucha activa a la víctima, no cuestionar sus estrategias. Porque tenemos que admitir que no todas ellas se ven igual de arropadas, ni de creídas, ni de apoyadas por las feministas. Que no es lo mismo que lo cuente una blanca que una mujer racializada; que no es lo mismo que lo denuncie una actriz que una trabajadora sexual; que las manifestaciones no son tan multitudinarias cuando las víctimas son jornaleras marroquíes; que no está en la misma situación una persona con los papeles en regla que una que no los tiene. Que no es lo mismo que el agresor sea un desconocido, que un futbolista, que tu hermano, tu primo o tu colega.

El objetivo de este artículo es, por lo tanto, ahondar en el debate sobre qué medidas podemos tomar en estos casos. Si proclamamos que expulsarlos de los espacios es una estrategia que no resuelve el problema, sino que lo traslada, obviamos que en muchas ocasiones se da la necesidad de las denunciantes de no compartir espacio con ellos. Obviamos, además, que a veces no hay más opciones. Puede que las medidas de reparación que la denunciante ha podido proponer hayan sido ignoradas por los responsables. Puede que, otras veces, se hayan propuesto vías que atienden a una lógica que no repara a la afectada y pretenden tratar el tema como un conflicto entre partes. Lo más habitual es que la vía de la reparación ni siquiera se contemple y la decisión sea, ante la duda y la incapacidad de hacer un proceso, proteger a quien denuncia. Hay distintas variables y podemos debatirlas todas pero, que sepamos, hasta ahora las que se han ido -se siguen yendo, de hecho- de trabajos, espacios de militancia, pueblos y países han sido ellas. En silencio, con miedo, rabia y vergüenza, mientras ellos continúan con su vida. Podemos recordar, por ejemplo, a Nevenka Fernández.

En el caso de las violencias sexuales, los ejemplos de impunidad social para ellos son múltiples: aplausos a Plácido DomingoPremio Donostia del Festival de Cine de San Sebastián para Johnny Depp, etcétera. Es decir, no todos los que son denunciados dimiten, ni pierden reputación, ni se ven afectados. La realidad nos muestra que, en esto, como en la corrupción, la factura que le pasa a quien es acusado es más o menos dura dependiendo de factores de poder, de capital político y social, y que la cancelación, hasta ahora, no se ha dado de forma efectiva con ninguno. Podemos debatir sobre si la cancelación es la vía, pero desde luego asumiendo que es un supuesto que todavía no pasa. No están siendo cancelados ellos, están siendo duramente juzgadas ellas.

Lo que sí están desatando las últimas denuncias públicas -en el periodismo, en las redes, mediante escraches- hacia hombres de izquierdas es un cruce de acusaciones entre quienes sabían y callaron, quienes hablan de más, quienes cuentan esto pero, al parecer, no esto otro; quienes se exceden al tomar medidas o se quedan cortas. Mientras la manosfera y la derecha se frotan las manos y meten sus miserias debajo de la alfombra, en la izquierda y los feminismos se intercambian críticas que están creando un ambiente de crispación.

Cada denuncia -más o menos pública y aunque no sea judicial- que llega a un colectivo, a un medio, a un partido sobre uno de los “nuestros” abre para algunas un proceso muy doloroso en el que las mujeres nos seguimos haciendo responsables del sufrimiento de denunciantes y denunciados.

Es cierto que debemos reflexionar sobre las gestiones propias y ajenas. Muchas nos hemos visto en situaciones complicadas, con gente cercana señalada, en las que quizá no hemos actuado con la contundencia con la que lo habríamos hecho si hubiera sido un caso lejano. A veces nos supera el simple hecho de asumir que la persona en la que hemos confiado, a la que hemos admirado o querido, ha sido acusada de agresión. No son procesos rápidos ni sencillos. Por eso tiene sentido que destapen los casos aquellas que están menos cerca de los denunciados.

No tenemos la responsabilidad, cada una de nosotras, de señalarlos a todos. De hecho, es imposible. Pero sí tenemos la responsabilidad de no encubrirlos, de escuchar a las víctimas y sus necesidades de reparación que no siempre son las mismas. Recordemos también que hay hermanas, amigas, novias, madres, hijas que se ven salpicadas en cada denuncia: que siguen queriéndoles o que les creen o que se ven obligadas a seguir trabajando con ellos. Hagamos autocrítica, pero no utilicemos estas violencias como arma arrojadiza entre nosotras. Evitemos darnos lecciones unas a otras de cómo hacerlo bien, porque no existe una forma única de gestión.

No nos ataquemos y cuestionemos, sobre todo, para defenderlos a ellos, porque, pasada la tormenta, vuelven a la esfera pública con aplausos y honores, mientras nosotras nos hemos ido destrozando en el camino. Y, sobre todo, recordemos siempre que detrás de la denuncia a un amigo, a un hermano, a un compañero puede haber una agredida.


Fuente: https://www.pikaramagazine.com/2025/03/cuando-el-denunciado-es-de-los-nuestros/