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Emergencias humanitarias sin responsables

Cuando el sentimiento destierra a la razón

Fuentes: Rebelión

«El hambre mata, las balas matan y todo es parte de la misma matanza» con esta frase sencilla a la vez que respetuosa y contundente contestaba un emigrante subsahariano a un joven refugiado sirio que afirmaba que ellos, en virtud de su condición de refugiado, venían a Europa a ganarse la vida no como los […]

«El hambre mata, las balas matan y todo es parte de la misma matanza» con esta frase sencilla a la vez que respetuosa y contundente contestaba un emigrante subsahariano a un joven refugiado sirio que afirmaba que ellos, en virtud de su condición de refugiado, venían a Europa a ganarse la vida no como los emigrantes económicos. Estoy seguro de que el agravio comparativo de ese joven fue fruto de la falta de madurez y de análisis político y que sus compatriotas no lo comparten, pero da pie para recordarnos una realidad: la guerra y la crisis económica no son realidades ajenas.

Huir de las bombas y huir de un territorio esquilmado por las inversiones extranjeras que desestabilizan economías y acaparan recursos naturales y tierras, haciendo inviable la subsistencia, tienen raíces comunes que todos intuimos. Unos intereses que algunos reducen a cuestiones materiales como acaparar el petróleo, pero que a menudo van más allá y abarcan cuestiones geopolíticas, ideológicas, postcoloniales y, en definitiva, de imposición de una dinámica de poder-sometimiento en ámbitos cada vez más amplios.

Esta relación crisis-guerra que apunta a los grandes centros de poder internacional, no elegidos en las urnas, como las grandes compañías transnacionales, los fondos financieros internacionales, el FMI, la OTAN, o las compañías de seguridad privada que operan en conflictos bélicos por todo el planeta, es una relación que no acaba de cuajar en las movilizaciones sociales ni en la ciudadanía. Los datos así lo ponen de manifiesto. En la encuesta del CIS de mayo de 2016 se les preguntaba a los españoles, sobre un total de 43 indicadores, por los tres principales problemas que ellos percibían en nuestro país. Sus respuestas las encabezaron el paro (75,3); la corrupción y el fraude (46,7); la economía en general (23,6); y los políticos en general y los partidos (21,3). Pero si atendemos a otros parámetros como la inmigración, los refugiados y las guerras en general, las calificaciones bajan ostensiblemente: Inmigración (2,9), refugiados (0,4) y guerras (0,0).

En definitiva, estamos engullidos en nuestra propia crisis y no hay ojos para nada más. La proliferación de vallas y los acuerdos vergonzantes como el realizado recientemente con Turquía por parte de la UE, a la que pertenecemos y de la que empezamos a ser referentes en políticas migratorias, retienen a los emigrantes; las balas no llegan a nuestras fronteras aunque ya están en Ucrania; la OTAN cuida por nuestra seguridad… Toda una balsa de aceite que no acaba de encajar con las denuncias de distintos colectivos y hasta del actual Papa que afirma que estamos en la Tercera Guerra Mundial por partes, pero la realidad es bastante contundente. Hemos alcanzado una cifra de refugiados cercana a los 70 millones, cifra que no se veía desde la II Guerra Mundial; en lo que va de siglo el promedio de bajas civiles es próxima al 90% en los conflictos bélicos frente a un 10% de personal militar; de 112 conflictos analizados de los últimos 30 años, los que no han sido resueltos y permanecen vigentes representan el 47,3 % del total… Y, mientras esto ocurre, la burocracia y la debilidad reivindicativa nos llevan a que sólo alcancemos a colgar una pancarta en la fachada de algunos Ayuntamientos con el mensaje de «Refugiados bienvenidos» sin saber ni cuando vendrán, ni de dónde, y los pocos que ya lo han hecho después de 6 meses están en la calle.

Que en tiempos de crisis aspectos como la economía o la corrupción política adquieran protagonismo es inevitable, pero que después de algo más de una década hayamos pasado por las guerras en Iraq, Afganistán, Libia, Siria o Ucrania; en unos momentos en que hay 36 países en conflicto con una población de 2700 millones de personas en riesgo de conflicto bélico; con 9 de cada 10 niños que llegan a Italia huyendo de la guerra haciéndolo solos… Que en esta situación la preocupación por las guerras sea del 0,0 sólo significa que el poder hace su labor con una eficacia realmente impactante.

Si nos fijamos con un poco de atención, el poder siempre ha tenido una coartada que ofrecer para justificar ante el gran público sus intervenciones bélicas. No somos pocos los que recordamos la época de la Guerra fría o el mismo Vietnam donde el factor ideológico era la gran coartada. Caído el muro de Berlín, un Occidente puesto en manos del neoliberalismo nos presentaba un nuevo argumento para intervenir, esta vez se trataba de las «guerras humanitarias» cuyo exponente más claro fue Kosovo. Pero ampararse en la «Responsabilidad de Proteger» para justificar ese tipo de intervenciones era demasiado burdo y acababan apareciendo los intereses reales que justificaban tanta «bondad bélica». Por eso estamos en el tercer acto de esta tragedia con un nuevo protagonista: «la guerra global contra el terrorismo».

Un nuevo conflicto que se consolida tras los atentados de las Torres Gemelas del 11-S de 2001 en Nueva York. Un paso más que ya apuntaba maneras desde el principio con el grito de guerra de Bush hijo, al que contestó rápidamente la organización Familias del 11-S por un Mañana Pacífico, negándose a ser instrumentalizados, con la consigna «Nuestro dolor no es un grito de guerra».

Este nuevo enemigo tiene algunos rasgos que conviene destacar:

– Es una guerra que tiene un principio declarado por una de las partes, pero ¿cómo y quién determina cuando acaba?, ¿o es que nace con carácter permanente? Esta última idea alegraría los bolsillos de algún que otro sector industrial.

– ¿Quién puede estar a favor del terrorismo? Nadie. Luego todos somos «potenciales defensores» de las nuevas políticas, y eso allana el camino para que las opiniones públicas acepten las intervenciones militares. Esto es más importante de lo que parece y si no que se lo pregunten a Toni Blair que tuvo que vender a sus conciudadanos la existencia de armas de destrucción de masiva imaginarias en Iraq para justificar la guerra contra ese país. Un modo criminal de actuar que ha puesto de manifiesto oficialmente el informe Chilcot cuando, por otro lado, ya lo sabía todo el mundo. Todo quedará, como siempre, en una petición de disculpas y en la total impunidad para ex primer ministro británico. Por cierto, Aznar, que vendió el mismo discurso en España sólo calla, observa y seguro que ya no mira con tanta satisfacción la foto de las Azores; ¿o quizá sí?, como diría Rajoy.

– Se declara la guerra a un enemigo difícil de identificar por lo que cualquiera puede ser considerado sospechoso, pero además hay una dificultad añadida que consiste en fijar el perfil de un terrorista y de quien le ampara. Un par de ejemplos pueden aclarar este aspecto: Cuando Saddam Hussein colaboraba con EE.UU. contra Irán ¿era un aliado o un terrorista? Cuando los EE.UU. pusieron en marcha AlQaeda para que los rusos tuvieran su propio Vietnam en Afganistán, ¿era AlQaeda un miembro colaborador o una organización terrorista? ¿Están en las listas de organizaciones terroristas recogidas todas aquellas que actúan como tales incluyendo a los Estados? ¿Quiénes y bajo qué criterios se fijan esas listas?

– Otro rasgo de esta nueva guerra contra el terrorismo es que no tiene fronteras, es global. Eso justifica la necesidad de poder intervenir en cualquier parte del mundo de forma casi inmediata, y eso supone la proliferación o, al menos, el refuerzo de las bases militares, de inversiones en industria bélica y de intervenciones que suelen caracterizarse por la total impunidad en su forma de actuar.

– Un último rasgo que convendría resaltar es el del miedo. Nos repiten por la tele las ejecuciones a cuchillo del ISIS, las imágenes de jóvenes portando cinturones de explosivos, los atentados de distintas ciudades… El miedo se extiende hasta el corazón de los países enriquecidos y a sus ciudadanos se les ofrece un trueque: libertad y derechos políticos a cambio de seguridad. La seguridad se convierte así en la nueva mercancía fetiche cuyo valor aumenta cada vez que hay un nuevo atentado, eso sí, un nuevo atentado que ha de tener lugar en Nueva York, Madrid, Londres o París, si ese mismo atentado ocurre en Bagdad, Damasco, Trípoli o en cualquiera de esos países azotados por la guerra, entonces eso entra dentro de los parámetros de la «normalidad».

Entrecomillo la palabra normalidad porque si alguien con un poco de sensibilidad y perspectiva universalista viera lo que ocurre en nuestras sociedades occidentales nos diría que estamos ante unas sociedades afectadas por un mal que se llama «normalopatía». Acabamos normalizando situaciones incompatibles con los Derechos y Deberes Humanos sin ningún rubor, y entre ellas, también la guerra.

El escenario abierto después del 11-S no es nada halagüeño ya que entre otras cosas se ha ido cercando a Rusia y desmantelando las aéreas de influencia que tenía en Oriente Próximo. Esta estrategia de desgaste ha tenido un punto de inflexión en Siria donde Rusia ha dicho basta, pero esto no es un gran consuelo si la autodenominada comunidad internacional sigue mirando para otro lado, favoreciendo la expansión de las estrategias de desestabilización y sometimiento.

Vayan tres ejemplos que nos pueden ayudar a reflexionar:

  • Pocos días después del atentado del 11-S, el general norteamericano de 4 estrellas Wesley Kanne Clark que fue Comandante Supremo de la OTAN durante la Guerra de Kosovo se quedaba sorprendido por una información que le hacía llegar otro general en el Pentágono: «Hemos decidido entrar en guerra contra Irak». El señor Clark le preguntó por la razón, por si se había descubierto alguna vinculación entre Saddam Hussein y Al Qaeda, la respuesta fue negativa. Era algo incomprensible. Pocas semanas después, cuando EE.UU. ya estaba bombardeando Afganistán como represalia por el atentado, nuevamente el general Clark preguntó por si se mantenía la controvertida decisión de atacar Irak. La respuesta fue aún más preocupante: le pasaron un memorándum de la Oficina del Secretario de Estado de Defensa en el que se afirmaba que se iban a tomar 7 países de Medio Oriente en 5 años. Estos países eran: Irak, Siria, Libia, Líbano, Somalia, Sudán y terminarían en Irán.

  • Antes de la intervención de la OTAN en Libia, encabezada por Francia y EE.UU., para eliminar el régimen de Gadafi, ese dictador que reprimía a su pueblo llegando a «bombardearlos» en Trípoli y Bengazi según los informativos occidentales, conviene tener en cuenta que Libia durante su mandato pasó de ser el país más pobre de África al que tenía mayor renta per cápita; que los recién casados recibían 50.000 $ del Estado para adquirir una casa porque es un bien que lo consideran un Derecho de la Humanidad; que era el primer país en educación, sanidad e igualdad de género en África siendo las dos primeras gratuitas; que la tasa de pobreza era del 5% y la de alfabetización del 82%; que su Banco Central prestaba a los libios a interés cero; que su esperanza de vida era 74 años en 2010 mientras que en 1980 era de 64, etc… Sarkozy, el expresidente de Francia, lo llamó «un peligro para las finanzas del mundo» por pedir algo muy excéntrico, pagar el petróleo en dinars africanos respaldados por el oro y dejar de hacerlo en dólares.

  • En poco tiempo España ha ido adquiriendo un peso que no tiene en la política internacional. En la base aérea de Torrejón de Ardoz se ha ubicado el Centro de Operaciones Aéreas Combinadas de la OTAN responsable del espacio aéreo que abarca 12 países del sur y este de Europa, de todo el Mediterráneo, del Mar Negro que baña Crimea, Ucrania y Rusia, y de parte del Atlántico. Por otra parte, la base de Rota se ha incorporado al Escudo Antimisiles. Se ha modificado el Convenio de Defensa con EE.UU. para emplazar de forma permanente en la base de Morón tropas norteamericanas, en concreto el AFRICOM, que es un Mando Combatiente Unificado capaz de poner tropas norteamericanas de intervención rápida en cualquiera de los 53 países africanos en cuestiones horas. En Bétera (Valencia) han habilitado el primer Cuartel General de la OTAN con capacidad para mandar una Fuerza Conjunta de Muy Alta Disponibilidad que permite incrementar la capacidad de respuesta de la OTAN ante cualquier crisis o amenaza. Hace apenas unos meses se celebraron en nuestro país las maniobras militares Trident Juncture que son las más importantes llevadas a cabo por la OTAN después de la Guerra Fría…

Con la que está cayendo ¿por qué los ciudadanos debemos ver a los refugiados sólo como víctimas que hay que ayudar y no pedimos explicaciones por las causas que les han arrastrado a tal situación?, ¿por qué las campañas reclamando colaboración para las emergencias humanitarias invaden nuestro día a día y casi nadie se pregunta por nuestra responsabilidad en el origen de esas emergencias?, ¿por qué los Estados se ponen de perfil y dejan el protagonismo a cooperantes y ONGs?, ¿por qué tenemos que aguantar unas campañas electorales donde no se habla de la guerra, del TTIP y de tantos temas donde nos jugamos el presente y el futuro?, ¿por qué nos afanamos en saber cosas y más cosas sobre la crisis económica y no sabemos nada de los conflictos internacionales que afectan a millones de personas que están a pocas horas de avión y que ya llaman a las puertas de nuestros países?, ¿por qué hemos de renunciar a la razón y afrontar las situaciones de las víctimas sólo desde el sentimiento?

Hay un término político que conviene desempolvar para trabajar en la comprensión de todas estas dinámicas, es el término imperialismo. Invito a los lectores a no separarse de este término para afrontar críticamente todo lo que haga referencia a las víctimas. Me viene a este respecto a la memoria una frase que nos dijo hace ya bastantes años un militante cristiano burgalés ya fallecido: «Todo lo que se hace en lo urgente se ha de hacer en razón de lo importante, si no es así, no es evangélico, no es buena noticia». Esto es, hay que asistir a quien lo necesita, pero el trabajo político para que pueda recuperar el protagonismo de su propia vida es irrenunciable, tanto si se piensa en categoría de personas como de pueblos enteros.

Mientras millones de personas hoy seguirán luchando por la supervivencia en sus ciudades reducidas a escombros, o en campos de refugiados dependientes de la ayuda internacional, o en la extracción casi manual de ciertos minerales estratégicos, o en las macroplantaciones de monocultivos; aquí convendría tener muy presente aquella frase de George Orwell: «Lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano».

Joaquín García. Foro contra la Guerra.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.