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El PDA debe generar un gran movimiento nacional por la dignidad, la verdad histórica, la soberanía y la democracia

Cuando todo se derrumba que se derrumbe todo

Fuentes: Rebelión

¿Es la colombiana una sociedad excepcional? ¿Estamos sus ciudadanos/as adormecidos por una suerte de pócima mágica, la «buena imagen» con que aún cuenta el Presidente de la República? ¿Tiene validez seguir sosteniendo el actual Congreso, convocar a nuevas elecciones y Asamblea Nacional Constituyente? El volátil acontecer político en Colombia, donde los escándalos se suceden con […]


¿Es la colombiana una sociedad excepcional? ¿Estamos sus ciudadanos/as adormecidos por una suerte de pócima mágica, la «buena imagen» con que aún cuenta el Presidente de la República? ¿Tiene validez seguir sosteniendo el actual Congreso, convocar a nuevas elecciones y Asamblea Nacional Constituyente?

El volátil acontecer político en Colombia, donde los escándalos se suceden con una velocidad supersónica tal que escasamente logran ser retenidos unos minutos en la memoria, está llevando a que no distingamos lo que hay en el fondo de la actual crisis sistémica que vive la sociedad, y, peor, que no nos pongamos de acuerdo en las soluciones.

¿Qué está pasando? Que el Estado Comunitario (la seguridad democrática que se impuso con el paramilitarismo), la sociedad capitalista neoliberal y los poderes fundamentales sobre los que descansan, el legislativo, ejecutivo y judicial se han descompuesto y corrompido en un grado tal que han dejado de ser los pilares de una sociedad democrática, como se ha dicho muchas veces. Las instituciones claves del Estado están completamente contagiadas y deslegitimadas por la corrupción, el crimen, el fenómeno paramilitar y se encuentran al servicio de intereses particulares. Con excepción de la Corte Suprema de Justicia y Fiscalía que se resisten a morir. La sociedad colombiana está gravemente enferma, padece de una metástasis política, moral y ética que la tiene al borde del derrumbe.

No es un secreto ni son casos aislados que el Congreso, la Presidencia, la Fuerza Pública, etc., están infiltradas por el paramilitarismo que el mismo presidente animó a través de las Convivir en los 90s con el objetivo de acabar con el «terrorismo» o los «terroristas» como él llama a todo el que se oponga a sus políticas. Es lo último que acaba de hacer al acusar a Carlos Lozano, director del periódico Voz, de ser aliado y vocero de las FARC. Es hora que reconozca que él como jefe de Estado, es el responsable político principal del hundimiento del modelo de Estado y sociedad que ha prevalecido en los últimos años, así como del fracaso de su política de «mano dura» que sabemos con quien ha sido dura: sindicalistas, profesores, campesinos, indígenas, estudiantes, secuestrados y sus familiares que han estado luchando por sus derechos y libertad con las armas de la razón. La detención de Jorge Noguera, ex director de la policía secreta, DAS, quien entregaba las listas de sindicalistas y profesores acusados falsamente de «terroristas» o aliados de la guerrilla a los paramilitares para asesinarlos, es una de las pruebas contundentes de lo que afirmamos.

En Colombia ha fracasado, reconozcámoslo, el proyecto histórico de la clase dominante. Lo muestra la situación lamentable y penosa de sus partidos, el binomio (Liberal-Conservador). La crisis del presidencialismo, con un jefe de Estado que goza de enormes poderes que lo facultan para decidir sobre lo divino y lo profano. Lo vemos en el desastre y tragedia social que ha causado la aplicación por décadas del modelo neoliberal cuya característica es el crecimiento económico ilimitado a costa de la destrucción de la naturaleza, y el enriquecimiento de una minoría capitalista aliada de las transnacionales y del imperialismo. Lo confirma su disposición, la del gobierno, a entregar la soberanía, los recursos y propiedades estatales a las transnacionales a través de la firma del TLC con Estado Unidos.

Las y los colombianos tenemos que reconocer que el actual Congreso de mayoría uribista no va a llamar al Presidente a un juicio de responsabilidades, ni le va a revocar el mandato por la grave crisis de legitimidad y descomposición institucional. Eso lo hará un Congreso con un contenido nuevo, un cuerpo de representantes que nada tengan que ver con el paramilitarismo ni con el Estado Comunitario y neoliberal que ha venido imponiendo el presidente Álvaro Uribe y sus seguidores en el gobierno y las instituciones, verdaderos representantes de todo lo que tiene la sociedad en el punto de no retorno en que se encuentra.

Le toca al Polo y a la conciencia democrática y ciudadana del país ayudar a morir al viejo modelo de sociedad en que hemos vivido. Para lograrlo, necesitamos generar un gran movimiento nacional ciudadano por la dignidad, la verdad histórica, la soberanía y la democracia. Convocando al pueblo y sus organizaciones a movilizarnos y congregarnos en los Congresos del Pueblo, alternativos al que agoniza hoy en el Capitolio Nacional. Donde desde las víctimas del paramilitarismo hasta los y las millones que padecen hambre, desempleo, miseria, injusticia y represión nos reunamos a deliberar y discutir el cómo de una sociedad inclusiva, abierta, democrática y justa. Este llamamiento tiene que ser encabezado por el Polo, tiene que ser él quien lo jalone y lo impulse. No se trata de que a través de él se reencauchen los viejos partidos tradicionales en bancarrota, ni mucho menos sus jefes como Cesar Gaviria, Ernesto Samper u Horacio Serpa.

La estrategia política, la audacia en la conducción del momento debe a puntar al debilitamiento completo del régimen, a la revocatoria del mandato del presidente Álvaro Uribe, principal responsable político de la grave crisis (metástasis política de la sociedad); nos debe llevar al establecimiento de una sociedad democrática a través de nuevas instituciones, nuevas elecciones, castigo y juicio a los responsables de crímenes de lesa humanidad. Y si para ello requerimos de una Asamblea Nacional Constituyente, que no solo refunde la democracia sino que le plantee una salida política negociada al conflicto donde el intercambio humanitario ya no sea más un instrumento de manipulación por ninguno de los actores que lo usan para sus intereses, bienvenida sea. Si todo ha empezado a derrumbarse, pues que se derrumbe todo.