En junio de este año, en la pequeña isla caribeña de San Kitts, se va a desarrollar una nueva reunión de la Comisión Ballenera Internacional (CBI). Esta comisión se creó en 1946 bajo el tratado de la Convención para la Regulación de la Ballenería y está integrada por 42 países. La CBI es la encargada […]
En junio de este año, en la pequeña isla caribeña de San Kitts, se va a desarrollar una nueva reunión de la Comisión Ballenera Internacional (CBI). Esta comisión se creó en 1946 bajo el tratado de la Convención para la Regulación de la Ballenería y está integrada por 42 países. La CBI es la encargada de regular la captura de cetáceos y tomar las medidas pertinentes para su conservación, incluyendo la creación de santuarios y la coordinación y financiamiento de programas de investigación. A través de esta instancia se ha podido implementar una moratoria a la caza comercial de ballenas, vigente desde aproximadamente 20 años. Sin duda alguna, éste ha sido el gran logro de la CBI y de los grupos ambientalistas. No obstante, Japón siempre ha transgredido esta regulación a través del resquicio de «caza científica» o de investigación.
Tras ser rechazada su propuesta de eliminar la moratoria a la captura comercial de ballenas, Japón ha cambiado su estrategia y ha optado por comprar el voto de diversas naciones, principalmente pequeños países de África, Centroamérica y el Caribe, muchas de ellas sin tradición ballenera e incluso sin costas, ya que cualquier país puede adherirse a la CBI siempre y cuando pague sus cuotas anuales. Estos países se suman a la comisión sin ningún escrúpulo, para avalar la postura del país Nipón como resultado de los «programas de financiamiento», que sólo buscan sumar nuevos votos para poder contar con una mayoría que les permita, en una primera instancia, expandir los programas de «caza científica» e implementar el voto secreto y en una segunda instancia, intentar eliminar la moratoria en forma definitiva, ya que según dice una antigua frase asentada en el pueblo japonés «Una ballena puede hacer ricos a siete pueblos»
Por otro lado, la presión contra la captura de ballenas por parte de Japón ha llegado a niveles tan altos que varias de las pesqueras balleneras debieron transferir sus flotas a otras corporaciones niponas. Más aún, el reproche internacional ha derivado en que la población japonesa en su conjunto disminuya considerablemente su consumo de carne de ballena, con el resultado de un sobre almacenamiento de carne procesada, cuyo destino final se está orientado últimamente a la fabricación de comida para mascotas.
En todo caso, Japón no es el único interesado en eliminar la moratoria e incentivar las capturas comerciales de ballenas. De hecho Noruega cuadruplicó la cuota de captura para el año 2006 con respecto al año anterior, pese a que dicha cuota ha sido calculada con criterio «conservador», según el Ministerio de Pesca de dicho país. Islandia también está a favor de la caza de ballenas, otorgándose a sí misma cuotas de capturas bajo permisos especiales, después de adoptada la moratoria.
La conservación de las ballenas es una materia que siempre ha tenido una buena acogida por parte de los países latinoamericanos como Chile, Argentina, Brasil, México, entre otros. De hecho, durante el 2004 se trabajó en la creación de un Santuario de Ballenas en el MERCOSUR, propuesta que en la actualidad está siendo analizada por la agencias de gobierno correspondiente. La declaración de Buenos Aires acoge todas estas demandas e inquietudes; estas consideraciones no sólo deben ser abordadas en forma individual, sino que resulta menester fortalecer estos compromisos en forma colectiva por todos los países adherentes. Además se ha propuesto también la adopción de un Código de Conducta Voluntario entre los países balleneros, que evidentemente no tiene cómo prosperar mientras no se instauren mecanismos multinacionales que propicien sanciones a los países infractores y barreras comerciales a aquellas naciones que no cumplan con las medidas establecidas.
Por otra parte, la conservación de los cetáceos no es un capricho ni una justificación por sí misma, ni tampoco como afirmó el señor Johansen, Director General Adjunto de Pesca de Noruega, se trata del síndrome de Walt Disney (humanizar a los mamíferos marinos) ni del síndrome de Moby Dick (que asigna un carácter incorrupto, desprotegido e inocente a las ballenas), sino que en realidad es una alternativa económica para las comunidades costeras, que en numerosos países (como el nuestro) se encuentran en situación precaria debido al agotamiento y sobreexplotación de los principales recursos pesqueros. Estos usuarios pueden encontrar fuentes de ingresos adicionales a través del turismo de avistamiento de cetáceos.
Todas estas preocupaciones adquieren mayor relevancia si consideramos que es muy probable que Chile sea sede de la reunión de la CBI en el 2008, razón por la cual es necesario adoptar una postura sólida, acorde con las políticas conservacionistas imperantes y que respalde el derecho soberano de los países a utilizar el recurso ballena mediante tecnologías no letales, a través de ecoturismo, investigación y valorización cultural.
Es fundamental introducir este tema en el ejecutivo, solicitando una postura que respete y consolide los acuerdos internacionales que protegen a estos emblemáticos animales, para eventualmente extender estas preocupaciones a otros países y de esta manera afianzar el compromiso con la conservación de los cetáceos de todas las naciones consecuentes con sus políticas proteccionistas.
Juan José Valenzuela, Biólogo Marino de Oceana
Oceana Oficina para América Latina y la Antártida