¿Y por qué el Estado cubano no acepta lo que le pide Estados Unidos para que la deje tranquila, levantándole el bloqueo? ¿Por qué esa revolución persiste en ir a contracorriente del imperio más poderoso que ha existido en la tierra, si esto le ha traído como castigo tantos problemas económicos y sociales, en aumento cada día? ¿Vale la pena tal terquedad? La inmensa mayoría de países del mundo no quieren tener las imposiciones estadounidense, ¿entonces?
Sí, a veces he pensado en ello. Pero en realidad esas reflexiones no han sido de mi originalidad, aunque me han servido para imaginar las posibles situaciones. Es que varias personas me han hecho esas preguntas y con toda la naturalidad e inocencia que deben tener millones de personas en este mundo ante el «caso» cubano.
Seguramente volverían las transnacionales, que empezarían por reconstruir y poner a funcionar tantas industrias obsoletas o cerradas. Cuba se llenaría de turistas gringos que dejarían chicles y basura por todas partes pero también muchos dólares, tan necesarios para la economía. En la Plaza de la Revolución se instalaría un McDonald, símbolo de progreso, libertad y carne, aunque se dejarían las imágenes del Ché y Camilo pues atraen turistas. También algo muy importante: todo el que quisiera podría armar un carrito y poner una venta de cualquier cosa en cualquier parte, muestra de iniciativa empresarial y de libre comercio.
Es cierto que habrían algunas cositas que podrían molestar o incomodar a la inmensa mayoría de cubanos, pero con la ayuda de la propaganda mediática que llegaría quizás se pueden pasar como simples detallitos, necesarios para la reorganización y modernización del país en su camino al capitalismo salvador. Por ejemplo, la salud y la educación dejarían de ser gratuitas, pues el nuevo Estado tendría que dejar de ser «paternalista» : quien quiera sus beneficios, que los luche y gane o se joda por incapaz. Por ejemplo, las casas y edificaciones que ocupan los cubanos desde comienzos de la revolución tendrían que devolverlas a sus « antiguos dueños », esos pudientes que huyeron. Pero son cursilerías necesarias para que regresen los «agentes del progreso».
Qué bueno sería si los mosquitos dieran quesos, decía mi abuelo. Porque el fin de la revolución y el regreso de Cuba a la propiedad estadounidense es un problemita, un detallito, un asuntico, una cosita para nadita simple.
La revolución cubana revolucionó radicalmente las entrañas de Cuba y sin imponerse, pues se fue construyendo desde abajo, con y para el pueblo. No ha sido algo de unos iluminados, así Fidel resplandeciera como guía. Por ser un proceso con olor y sabor a pueblo es que ha soportado los huracanes, terremotos y sunamis económicos y políticos que le ha enviado el vecino y sus aliados.
Al proponerse ser una revolución donde los cubanos decidieran el destino de sus vidas y nación, tenía que ser antiimperialista, pues era el imperio quien mandaba hasta aquel Primero de enero de 1959.
Y el imperio resultó ser muy sensible. Ante una oveja que se le iba del corral reaccionó con la rabia típica de los dioses vengadores.
Pero hay que entender la ira del dios del corral. Es que en muchas partes del continente empezaron a contestar su autoridad. Y el antiimperialismo se volvió una causa justa porque era sinónimo de dignidad, libertad y soberanía. Por eso América Latina no sería la misma desde aquella fecha en que Fidel y sus Barbudos entraran a La Habana y empezaran a fastidiar a Washington.
La Cuba antiimperialista le desordenó el patio al todopoderoso. Demostró que sí se podía.
Pero no todo paró ahí. Lo mas grave estaba por llegar. La naciente revolución cubana antiimperialista tuvo la osadía de tomar por asalto mares y llegar a tierras lejanas para combatir al imperialismo y sus secuaces de tú a tú: sí ayudó a que varias naciones de África se liberaran del yugo colonialista, aunque muchos de sus hijos dejaran su vida en aquellas lejanas tierras. Y su antiimperialismo, aunque muchos en este mundo lo desconozcan, fue el fin de la inhumana y aberrante segregación racial en África del Sur, amamantada por quien se hace llamar la más grande democracia del universo (o sea, más allá del planeta Tierra).
Cuba antiimperialista. Le guste a quien le guste. Así esa palabra suene a viejos textos o viejos discursos. Pero el imperialismo sigue vivito. Ese centro de poder que tanto daño ha hecho y hace a la humanidad, establecido en Washington, es un imperio. Tan poderoso ha sido, que una vez dije que en sus elecciones legislativas y presidenciales deberíamos de votar la mayoría de ciudadanos del mundo, pues desde ahí se decide buena parte de nuestras vidas.
Y hoy veo tambalear en verdad a ese imperio. Por aquí y por allá se contesta su poder. Se soporta menos su arrogancia. Muchas más naciones se quieren quitar esa pezuña, esa garra de encima.
La Cuba antiimperialista ha sido y sigue siendo ejemplo de dignidad. Me atrevo a decir que esas pocas naciones que hoy le dicen «no» al imperio, han visto en esa isla llamada Cuba y su revolución un ejemplo.
Sí, es cierto ha sido y es duro para los cubanos no aceptar lo que aceptan, aún, la mayoría de gobiernos del mundo.
Si Cuba, esa isla que queda por allá en el Caribe, es centro de la ira del imperio, lo que la hace ser noticia regular en los medios de información del mundo, es porque su revolución debe tener mucho de bueno. ¡Mucho de revolucionario, porque de los normales escasamente se habla!
Entonces ¿para qué aceptar lo que pide el imperio para que se vuelva un buen amigo?
Déjame tranquilo con este vino que te parece agrio, pero es vino de mi viña.
Ah. Imagino a los cubanos entregando su revolución al vecino imperial: lo que les caería encima es la venganza por haber sido tan rebeldes!
Y afuera. Sí, el faro de rebeldía y dignidad antiimperialista se nos apagaría.
Y esa «circunstancia» no es posible. Sencillamente dicha: no es posible porque es imposible.
Fuente: https://redh-cuba.org/cuba-faro-de-rebeldia-y-dignidad-antimperilista-por-hernando-calvo-ospina/
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