El colega Juan Marrero se dolía de que la gran prensa peca por omisión, cuando menos, con respecto a las elecciones en Cuba. Mientras este redactor leía el interesante artículo aparecido en el sitio Rebelión, de Internet, pensaba en la hombría de bien, en la condición humana de un periodista como el que se quejaba, […]
El colega Juan Marrero se dolía de que la gran prensa peca por omisión, cuando menos, con respecto a las elecciones en Cuba. Mientras este redactor leía el interesante artículo aparecido en el sitio Rebelión, de Internet, pensaba en la hombría de bien, en la condición humana de un periodista como el que se quejaba, conocido amigo de las mejores causas de un mundo que se desmorona ética, política, ideológica, económica, ambientalmente… a ojos vista. Un mundo que debía ser reflejado tal cual por unos medios cuya tarea primordial, si hicieran honor a lo que predican con retumbantes golpes en el pecho, sería hurgar en esencias y mover a primer plano la verdad que exorcice a los jinetes apocalípticos, y conjure el final de los tiempos, a que podríamos estar abocados.
Y perdonarán el tono sentencioso. Pero es que escuece tanta indiferencia y tantas mentiras vertidas sobre una Isla que parece despertar la más aguda paranoia en la derecha totalitaria, y a veces hasta en una izquierda claudicante, tímida, ruborosa ella. ¿Por qué los grandes medios de comunicación silencian los comicios en la denostada ínsula del Caribe? Sí, ¿por qué la información se centra en que «bajo la dictadura de Castro no hay democracia, ni libertad, ni elecciones»?
Quizás tengamos que aclarar, o repetir más bien, que el de democracia es un concepto clasista, desafortunadamente. Y subrayemos: «desafortunadamente», porque lo ideal sería un planeta sin clases, donde huelgue hasta el mismo concepto de democracia, pues no tendría sentido alguno cuestionarse: ¿democracia para quien; para el dueño o el asalariado, para el marginador o el marginado? En fin, un planeta en que reine la Utopía soñada por Tomás Moro y por algún que otro demonizado, como Carlos Marx. Un planeta donde cada quien recibiría de la sociedad según sus necesidades.
Cualquier cubano medio sabe esto que planteamos, incluso mejor que el propio escribano. Interrogue el turista, nomás, a cualquiera de aquellos que consideran indigno correr hacia el extranjero venido del Norte con la intención de «jinetear», o «luchar», con todas las técnicas de un pícaro entresacado de la literatura española, un «salvador» dólar, o un euro, o un franco suizo, o una libra esterlina, o un dólar canadiense… Pregunte el recién llegado a la mayor parte de este pueblo sobre democracia y elecciones.
Sin duda, el interrogado, con noveno grado aprobado o más, por cierto, contestará en el mismo espíritu del presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular (Parlamento), Ricardo Alarcón, un hombre respetado por los propios enemigos de un proceso socialista que se construye con mil y una trabas externas (internas las hay, por supuesto). «Si en muchas partes del mundo hubiera un registro electoral como el cubano, ese sería el primer paso de una revolución política en esos países, donde incontables ciudadanos tienen que luchar para que sean reconocidos sus derechos como electores».
En una audiencia sobre los comicios, ese viejo luchador por la democracia desde sus años mozos, cuando dirigía la Federación de Estudiantes en la Universidad de La Habana, destacaba que, una vez más, los registros primarios de electores estarán (ya están) expuestos a la vista de todos. Y que las correcciones que se introduzcan «serán resultado de la participación de los ciudadanos, que podrán señalar errores de cualquier tipo. Si eso ocurriera en otras partes del planeta, sería más difícil organizar el fraude, que hoy es práctica generalizada en no pocos lugares».
Perdone el lector si utilizamos las palabras de un político -en Cuba les llamamos dirigentes-. El caso es que estos políticos o dirigentes nuestros no están desprestigiados, como en buena porción del orbe. «Estamos en vísperas de otro proceso de profunda y verdadera naturaleza democrática: la postulación de los candidatos a delegados municipales por parte del pueblo (…) ejercicio objeto de ocultamiento por aquellos medios de comunicación representantes de los intereses de quienes lo último que quisieran hacer es reconocer la existencia de un pueblo que postula y elige a sus representantes, sin intervención de maquinarias de los partidos políticos».
El que dude de las palabras de Alarcón, que venga y pregunte a cualquiera, insistimos. Seguramente, negro, blanco, mujer, hombre, niño, joven… habrá de contestar que el plan del Gobierno estadounidense para destruir a la nación cubana presta especial importancia precisamente a la eliminación del registro automático y universal de los electores y del derecho del pueblo a postular. Prerrogativas que volarán si los vecinos de allende el estrecho de la Florida logran implantar un sistema electivo igual que el de allá de Norteamérica. Algo que pretenden desembozadamente y que está estipulado en un famoso documento pergeñado por la Casa Blanca.
Democracia representativa, ¿no?, se cuestionaría, frente al turista que indaga, un cubano de los que no «luchan» el dólar. Bueno, chico, aquí el único problema en cuanto a elecciones sería el que uno que otro entre los delegados del Poder Popular, concejales para ustedes, no se comportara a la altura de la misión, que no todos satisfacen las expectativas; por eso podemos revocarlos. ¿Otro problema? Lograr más participación popular en las rendiciones de cuenta; y no me refiero sólo a la asistencia, ya que hay quien asiste pero se inhibe de sugerir, proponer soluciones a las insuficiencias comunitarias… ¿Otra cosa? Bueno, tal vez seguir luchando para que no regresen los expertos en escamotear libertades, como el general interventor y gobernador militar Leonardo Wood, acreedor a una felicitación del Secretario de Guerra de los Estados Unidos, pues, al organizar las primeras votaciones municipales de la república neocolonial, logró restringir el cuerpo electoral a la mínima expresión, escamoteándoles el derecho a negros, mestizos, mujeres, y a numerosa población blanca, pobre por más señas.
Repasemos. Se trata ahora de un Registro Primario de Electores automático, universal, despojado de trabas burocráticas, y, como lo explicaba el colega Marrero, publicado en lugares de masiva afluencia de ciudadanos, mayores de 16 años, en cada circunscripción (áreas en que al efecto se dividen los barrios), desde el 15 de febrero hasta el 17 de marzo, a fin de que los electores detecten posibles errores en sus nombres y apellidos, en la numeración del carnet de identidad, o en la dirección particular. Ello, como valladar al fraude presente en países donde hay quien vota más de una vez, y donde hasta los muertos emiten sufragio. Como en la Cuba anterior a 1959, aquella de la «democracia representativa», sin la posibilidad de revocar el mandato de un concejal apuntalado por «sargentos políticos» que cambiaban cédulas por plazas en hospitales u otros «privilegios».
Pero «claro que la Cuba de Castro no es democrática, no», se ensañaría el lector inficionado por un gran medio de los que ocultan, asimismo, otra verdad. Esa que enarbolaba Marrero. El que el Partido Comunista no constituye una organización con propósitos electorales. «Ni postula, ni elige ni revoca a ninguno de los miles de hombres y mujeres que ocupan los cargos representativos del Estado cubano. Entre sus fines nunca ha estado ni estará ganar bancas en la Asamblea Nacional o en las Asambleas Provinciales o Municipales del Poder Popular. En cada uno de los procesos celebrados hasta la fecha han sido propuestos y elegidos numerosos militantes del Partido porque sus conciudadanos los consideraron personas con méritos y aptitudes, pero no debido a su militancia». Sí, como lo lee.
Y no se asombre si el cubano topado en plena calle responde con la displicencia de quien no «me desayuno con esto, chico; así ha sido desde que se institucionalizó el Estado socialista, en 1976». Y añadirá que «nosotros postulamos a los candidatos, desprovistos de costosa y ruidosa propaganda, sólo auxiliados de una foto, una síntesis biográfica, sobre la base de sus méritos y capacidades, en asambleas de residentes en barrios urbanos o áreas rurales, a mano alzada, sin tapujos, en las más 41 mil reuniones de nominación en las más de 15 mil circunscripciones constituidas en los 169 municipios del país. La ley Electoral garantiza que al menos dos candidatos, y hasta 8, puedan aparecer en las boletas para la elección de delegados el l7 de abril». ¿Qué cómo está al tanto de esto cualquier cubano de los de a pie -la mayoría, obviamente-? Simple: a una profusa información, a una atinada orientación, se entrega una prensa alejada de los cánones de la que mencionábamos al principio.
Esa que constituye un poder inmenso, por la concentración de las comunicaciones (puro monopolio), con su consecuente limitación del derecho a la información, la imposición por esa vía de un pensamiento único, gracias al profundo papel ideológico que protagonizan las corporaciones mediáticas para tal fin, como nos recuerda el célebre politólogo Ignacio Ramonet, para quien existe un acondicionamiento intelectual: «La comunicación, los medios de comunicación de masas se ligan para, cualquiera que sea su opinión, defender un esquema según el cual la solución neoliberal no sólo es única sino que es la mejor. La idea es hacernos creer que estamos en el mejor de los mundos, y aunque vayamos mal, probablemente en otros países se está peor».
Ah, y Cuba es uno de esos tristes países sumidos en «infame dictadura». No importa que Marrero, este redactor o toda persona pundonorosa aseveren que aquí el escrutinio es público; el voto, libre y secreto, y que nadie debe temer si no desea inmiscuirse en el sufragio, porque éste no es obligatorio. Quién lo diría ¿verdad? ¿Será por ello que en los 11 procesos electorales efectuados desde 1976 hasta el presente ha participado más del 95 por ciento de los ciudadanos con derecho al voto, y que en el último el porcentaje ascendiera a 97,6?
Bueno, herejías hay que no se osará orear en los grandes medios. ¿Cómo privilegiar con la objetividad al «régimen de Castro» cuando esos grandes medios están sumidos en su propia guerra por la democracia… representativa? ¿No? Rememoremos, entonces, las filigranas con que la oposición venezolana ha copado toda la prensa bien de su país, con el objetivo de construir una opinión pública anuente a cualquier acción violenta contra el presidente Hugo Chávez. Prensa que no atinó siquiera a la técnica del avestruz cuando, tras la intentona golpista, se pusieron de relieve las trapisondas mediáticas. Y que se permitió regodearse en el engaño, ahora por omisión: encorsetó la situación con el más espeso silencio, a pesar de que el gobierno constitucional hizo galas de democratismo acendrado, al abstenerse de clausurar publicaciones y emisoras mendaces, y de confinar en cárceles a plumíferos opuestos a la Revolución Bolivariana.
¿Alguien consciente habrá olvidado la censura impuesta por los personeros de la Oficina Oval a unos reporteros privados del acceso directo a los centros neurálgicos del conflicto en Afganistán, el de Iraq, y hasta de aludir al monto de las víctimas civiles de la asimétrica arremetida? Como su nombre en árabe lo indica, Al Yazera es una isla, y a las islas hay que silenciarlas.
Cuba también es una isla. Y su verdad representa un lunar oscuro en los medios del Imperio, para expresarlo con el colega Marrero, o con cualquiera de esos cubanos, la mayoría, que, sin atosigar al turista por un dólar, están prestos a responder a éste la más incisiva de las preguntas sobre elecciones transparentes y democracia verdadera.
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Juan Marrero