Con la sucesión a la vuelta de la esquina, abocados a una profunda y prolongada crisis económica, con las Elecciones Generales en ciernes, la ultraderecha anclada en las cavernas y la judicatura compitiendo con el episcopado en su carrera por el premio Nobel de Salvajismo Medieval, asistimos a un panorama de intensa inestabilidad política, que […]
Con la sucesión a la vuelta de la esquina, abocados a una profunda y prolongada crisis económica, con las Elecciones Generales en ciernes, la ultraderecha anclada en las cavernas y la judicatura compitiendo con el episcopado en su carrera por el premio Nobel de Salvajismo Medieval, asistimos a un panorama de intensa inestabilidad política, que debemos aprovechar en beneficio de la Paz, la Democracia y la Justicia Social, o lo que es lo mismo: Libertad, Igualdad y Fraternidad.
Quienes vivimos y trabajamos en este país de países llamado oficialmente: «Reino de España», asistimos a un momento crítico de nuestra historia. La desmesura de la oligarquía política y empresarial ha provocado un nivel de inestabilidad social sin precedentes, lo que unido a una coyuntura económica desfavorable, supone una oportunidad única para encauzar las reivindicaciones de la clase obrera y propiciar la evolución hacia otros escenarios políticos, marcados por la necesidad de introducir cambios en la organización del Estado, de modo que en beneficio del interés común, la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad constituyan las verdaderas razones de ser de las instituciones democráticas.
El actual contexto socioeconómico propicia
un aumento de la brecha entre clases
El pasado 18 de diciembre, el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana, daba a conocer un informe cuyos datos hablaban de un aumento del 50% de los casos de embargo hipotecario (solo en la provincia de Valencia, el aumento alcanzaba el 82% respecto al período anterior).
Esta misma semana (la del lunes 21 al domingo 27 de enero de 2008), la mayoría de los índices bursátiles de las principales plazas de la Unión Europea han registrado caídas inéditas desde 1940. La novedad: en nuestros días, estas pérdidas se trasladan a los pequeños inversores o se provoca su ‘absorción gradual por los mercados’, eufemismo utilizado para evitar reconocer públicamente que el poder adquisitivo de los asalariados disminuirá todavía más, conjugando inflación, política monetaria y moderación salarial, para garantizar que ni los pobres salgan de su precariedad, ni los ricos vean amenazados sus privilegios.
La creciente injusticia social no es un fenómeno aislado,
sino que forma parte de la estrategia del neoliberalismo,
consistente en excluir al pueblo de la toma de decisiones
En 2003, durante la campaña de movilizaciones sociales a favor de la paz, hubo un lema que se coreó con frecuencia, decía: «Esto nos pasa, por un gobierno facha». Bien, ya no tenemos un gobierno facha y sin embargo, «esto» nos sigue pasando, es decir, gobierne quien gobierne, los problemas siempre los pagamos los mismos, y entre nosotros, los más indefensos son los que se llevan la peor parte. Es triste, pero es así: nosotros mismos, que mantenemos castas en nuestras propias casas, mantenemos también subclases en el seno de nuestra clase. Deberíamos alegrarnos de que la Bestia se contente con robarnos el techo y amenazar con quitarnos el pan… de haber nacido en otro lugar no muy lejos de aquí, además de eso, nos matarían y encima nos tacharían de insurgentes… como si eso fuera algo malo.
«Esto nos pasa por un gobierno facha» era un buen lema, movía a la reflexión, conducía a imaginar que otro gobierno era posible… uno en el que la injusticia social o el militarismo fueran más fáciles de sobrellevar. Los estrategas del Partido Socialista Obrero Español no dudaron a la hora de elaborar el slogan para la campaña electoral de 2004: «Merecemos un gobierno mejor; merecemos una España mejor».
Con todo, nada es más terco que la realidad y la realidad es que seguimos mereciendo un gobierno mejor. Necesitamos un poco de verdad. No importa cual de los dos rostros del bipartidismo ocupa nuestros palacios, en una suerte de alternancia decimonónica, que recuerda a la lógica de un partido de ping-pong… lo que de verdad importa, es que desde hace al menos siete décadas, en España se legisla, juzga y gobierna de espaldas a la ciudadanía.
Ante eso, se impone la necesidad de analizar los hechos: el conflicto no radica en quién ocupa el gobierno de España, sino en ésta España en sí misma, que avanza como un tren sin ventanas, cuyo maquinista no puede o no quiere ni ver, ni escuchar a los hijos que atropella.
No es cierto que «esto nos pase por un gobierno facha», la verdad, la auténtica verdad es que el problema no es el gobierno, sino el Sistema propiamente dicho. No se trata de quién manda, sino de cuánto poder tiene y de cómo lo ejerce, bajo qué control, qué límites y transparencia… el error se debe a la enorme distancia entre la administración y los administrados, una lejanía que no se acorta por la mera elección indirecta del legislativo, a intervalos dados, sino a través de la asunción de un cambio de modelo, más justo y equitativo, de raíz.
La ruptura democrática sigue pendiente
Cuando las cosas debieron cambiar, todo siguió más o menos igual. Tenía razón Raúl Calvo Trenado, al afirmar que «la ruptura democrática sigue pendiente». Esta sensación consciente de habitar en un gran timo, no solo procede de la vergüenza ajena que se siente al recordar que la Jefatura del Estado se encuentra en manos de un soldado -en pleno 2008-, un militar no electo, vitalicio, hereditario, irrevocable, jurídicamente irresponsable y con mando supremo sobre las Fuerzas Armadas… no, la impresión de que se gobierna en contra del interés de la mayoría no es por los símbolos, sino por lo que éstos representan: innumerables aspectos que alcanzan otros tantos elementos clave de nuestra vida cotidiana. Por citar algunos ejemplos:
El «Reino de España», de facto,
todavía es un estado confesional
PRIMERO. La sumisión del Estado a la jerarquía de un fenómeno antropológico en vías de extinción supone un grave insulto a la conciencia colectiva, pero ahí está. Superar esta etapa de integrismo a la occidental, implica la efectiva adopción de políticas muy firmes en materia de laicismo, desamortización, enseñanza y cierre del grifo de las arcas del Estado. Esta receta no es nueva, como tampoco lo son los intereses para mantener este preciado instrumento propagandístico.
Al tiempo de escribir estas líneas, recibo noticia de un comunicado de la organización «Jueces para la Democracia», por el que los magistrados denuncian la existencia de presiones y demás injerencias injustificables del estamento clerical sobre la judicatura.
A la vista de todo eso, no es de extrañar que mientras la cúpula eclesiástica continúe satisfaciendo los intereses de una derecha ideológica que en España no solo es conservadora sino abiertamente feudal / medieval, nadie se atreverá a ponerle el cascabel al gato.
Por ello, se continuará evadiendo la aplicación la Ley Orgánica de Proceso de Datos, dando lugar a espacios de impunidad basados en la conculcación de principios de Derecho como el de «Igualdad ante la Ley». Seguiremos encontrando crucifijos en el interior de nuestros colegios electorales. Se continuará aleccionando a los menores de edad acerca de cosas que son mentira y seguiremos destinando dinero público a pagar los sueldos de los catequistas que imparten esas enseñanzas inconstitucionales en el interior de los edificios que entre todos levantamos con el propósito de preparar a nuestros hijos para que el día de mañana de desenvuelvan con conocimiento e independencia. En fin, Spain is different… y lo peor es que luego nos atrevamos a juzgar los usos y costumbres de culturas que ignoramos. ¡Qué fácil resulta señalar a los demás!
El Poder Judicial actúa como una marioneta
en manos de los representantes del poder económico
SEGUNDO. Gracias de la actitud golpista de los miembros del Tribunal Constitucional designados por la ultra derecha en la época de Aznar, los vínculos entre la judicatura y el politiqueo resultan hoy más evidentes que nunca. Desde hace meses, la máxima instancia judicial del Estado viene acusando una situación de bloqueo que causa sonrojo entre las instituciones homólogas del resto de Europa, donde cada vez con más frecuencia se nos agrupa junto a los sistemas judiciales turco y saudí.
Todo eso, por no citar situaciones tan difíciles de calificar como el hecho de que nuestro Tribunal Supremo posea una sala dedicada oficialmente a ilegalizar partidos políticos. O el sometimiento jerárquico, funcional y operativo de la Fiscalía General del Estado a la voluntad del Ejecutivo (incluyendo la Fiscalía Especial Anticorrupción). El hecho de que el Tribunal de Cuentas crezca de cauces, competencias y presupuesto para desenvolverse con verdadera autonomía. O la pervivencia, todavía en 2008, de una corte especial de justicia, cuya jurisdicción se superpone a la de los juzgados y tribunales de verdad.
El Estado español se muestra insumiso
al Derecho Humanitario internacional
TERCERO. Esta misma semana, los periódicos de mayor difusión se han hecho eco de que nuestro gobierno sigue comerciando con la dictadura alauita, al efecto de suministrarle armas prohibidas por la Comunidad Internacional (fundamentalmente bombas tipo «cluster» o de racimo), armas que han sido, son y serán utilizadas contra la población civil saharaui. Organizaciones como Amnistía Internacional, Human Rights Watch, el Comité para la Prevención de la Tortura o las propias Naciones Unidas vienen denunciando desde hace tiempo que el régimen dictatorial de Rabat incumple sistemáticamente los acuerdos internacionales en materia de Derechos Humanos, así como diversas resoluciones tendientes a la pacífica resolución del conflicto provocado por la anexión ilegal de la República Árabe Democrática Saharaui. Se da la circunstancia de que el 100% de los ciudadanos saharauis mayores de 33 años, nacieron en suelo español, cuyo Estado suministra hoy los instrumentos para doblegar su razón o exterminarles… poco más que decir al respecto.
En la práctica, el «Reino de España» únicamente
es capaz de ejercer su soberanía contra los débiles
CUARTO. ¿Se puede decir que el «Reino de España» es hoy un país independiente? Si la ciudadanía española adoptara la resolución de abandonar las instituciones europeas… ¿Nos lo permitirían? ¿Convertirían en deuda externa el montante de los fondos de cohesión estructural recibidos fundamentalmente de Francia y Alemania a través de Bruselas y Estrasburgo? ¿Qué pasaría con el euro? No hablo del nombre de la moneda, sino de su tipo de cambio y estabilidad respecto a las divisas de referencia… ¿Recuperaríamos nuestra soberanía en materia de política monetaria?
Asumiendo que no sea posible abandonar Europa ¿Cómo se elige y quién ejerce control sobre las personas que día a día determinan las políticas económicas que nos afectan? ¿Hemos trocado soberanía por una vaga ilusión de estabilidad? ¿Qué fundamenta esa idea? ¿Cómo evitamos que nuestros mercados se vean afectados por los efectos de crisis que deberían sernos ajenas?
¿Somos libres para diseñar la política migratoria que estimemos más acertada, prescindiendo de los intereses de la «Europa de los 27»?
Las bases militares extranjeras ubicadas en el territorio del Estado… ¿Tenemos capacidad para «expulsarlas»? Si la respuesta es negativa: ¿podemos decir que se han convertido en enclaves permanentes, sometidos a una soberanía extranjera? ¿Podemos disponer de nuestro territorio, por ejemplo, para conceder la apertura de una base militar cubana, bolivariana, persa o norcoreana? ¿Puede alguien ajeno al Estado español, condicionar nuestra capacidad de decisión respecto de los usos dados a nuestro territorio jurisdiccional?
A la vista de todo eso, ¿es el «Reino de España» un Estado independiente?
El árbol y sus frutos
Hace ya algún tiempo, una parte de nuestras Fuerzas Armadas se convirtió en una banda terrorista, pero no una normal, de las que los gobernantes suelen agitar ante nuestras narices cada vez que suben los tipos de interés o deciden reunirse para tomar jugar al Risk™ o al Monopoly™.
Ésta no era una banda terrorista al uso, sino una muy especial: puesto que con el apoyo de otras organizaciones terroristas llegadas de Italia y Alemania, consiguieron subvertir el orden democrático, constitucional y de derecho, e imponer lo que más tarde se dio en llamar «la dictadura del general Franco», quien a su muerte legó el cetro a su fiel becario: un joven italiano, de ascendencia gala, criado en Portugal y casado con una griega cuya familia sufrió el destierro… todo muy europeo e internacionalista.
Ilegitimidad institucional: o cómo afrontar la construcción de
un Estado de Derecho, sobre la base de un lodazal franquista
¿Y eso a qué viene? Pues todo eso tiene que ver con una ceremonia de coronación celebrada en la sede del poder Legislativo, en presencia de obispos, cardenales, empresarios, militares, falangistas, procuradores a cortes y otros hijos de puta, valga la redundancia.
Tiene que ver con la supuesta refundación de un régimen que no destituyó ni un solo juez, ni un solo policía, ni un solo responsable político después casi cuatro décadas de despotismo uniformado.
Nada cambió: los núcleos de poder permanecieron intactos, concentrado las decisiones y sus beneficios en muy pocas manos, patrimonio exclusivo de una discreta élite empresarial que se sirve de caras públicas para manejar a su antojo y beneficio el producto del trabajo de la ciudadanía.
Estamos en 2008… pero los objetivos del éxito militar de 1939 siguen vigentes: en el flanco territorial, las armas garantizan la unidad de la patria y en lo tocante a la estructura económica de la sociedad, todo sigue igual: banca, industria, empresa, ejército, secta y medios acaparan todo el poder efectivo, acostumbrados a adoptar decisiones por nosotros; decisiones que nos afectan en el día a día: en nuestra capacidad adquisitiva, en la estabilidad laboral, en la calidad de nuestros servicios sociales, en la socialización de la cultura, en la incorporación de la mujer al mercado laboral -a cambio de nada-, en el obsequio puntual de derechos -siempre que no amenacen los privilegios de los «dueños-de-todo-esto»-; decisiones orientadas a garantizar el statu quo de la oligarquía, sin pensar jamás en nuestra felicidad, salvo en lo justo para mantenernos a raya. Pan y circo… que todo siga igual. Que nada ni nadie perturbe el sueño de Morfeo.
¿Qué mayor muestra de continuidad que mantener el escudo franquista hasta bien entrada la década de los 80? El ejemplar de honor de la propia Constitución Española que permanece expuesto en la Sala del Reloj del Congreso de los Diputados, impreso en oro, muestra claramente el escudo oficial de Franco en su portada, y además, es la firma de su pupilo la que sanciona dicho texto, para mayor vergüenza de los ciudadanos que realmente vieren y entendieren.
¿Quién se atreve a negar el continuismo? Los últimos presos sociales abandonaron las cárceles hasta 18 meses después de aprobarse el actual texto constitucional. En 1979 era ilegal llamarse Jaume. Por supuesto, Derecho y Ley no son la misma cosa: legales eran los campos de exterminio del Tercer Reich, tan legales como el actual artículo 543 del Código Penal, o los artículos que niegan a la mujer la capacidad para decidir sobre su propio cuerpo; legal es todavía el Título II de la Constitución Española de 1979… una verdadera afrenta a la Declaración Universal de los Derechos Humanos. No, Derecho y ley no son la misma cosa.
Ante la hegemónica supremacía del poder económico,
nos queda la confianza en el caos y la firmeza de
nuestras convicciones. Por eso, tenemos la obligación
de aprovechar cualquier ocasión que se presente.
El Sistema es caótico porque su comportamiento está condicionado al sutil equilibrio entre los intereses particulares del gran número de «pirañas» que habita en nuestra pecera: el comportamiento de los mercados, de la sociedad, los hábitos de consumo, la sostenibilidad del modelo de desarrollo industrial, la geoestrategia, etc. Al coexistir inmersos en este caos general, no es extraño que de vez en cuando, surjan escenarios propicios para la lucha de aquellos que reclamamos un mayor grado de justicia social, paz y libertad.
Bien, este es uno de esos momentos. Aquí y ahora, la clase obrera se enfrenta a un compromiso ineludible, un compromiso consigo misma, con el conjunto de la Comunidad Internacional y con las generaciones que habrán de venir:
La espera terminó. Estuvimos esperando durante mucho tiempo, pero esperábamos a hoy. Es preciso aprovechar que el hambre conduce a que los trabajadores piensen, para levantar nuestra voz y exigir un cambio de base, de nuevo y para siempre.
Ante nosotros, tenemos la grave responsabilidad de cuestionarlo todo, para refundar los cimientos de otra forma de organizar nuestras instituciones públicas para ponerlas al servicio de la ciudadanía. Ya está bien de que asistamos expectantes al juego de los comisarios políticos del Capital. El espectáculo debe terminar. Es hora de tomar nuestras propias decisiones. Sin miedo.
Debemos ser capaces de mirar al rey a la cara y decirle: «¿Qué haces con mis cosas? ¡Largo!». Debemos atrevernos a conocer para reflexionar por nosotros mismos… atrevernos a superar nuestra adicción al consumo de pensamientos prefabricados. Debemos conocer la Ley Electoral. Debemos saber por qué nos suben el precio de la casa de nuestra familia, años después de haberla comprado. Tenemos la obligación de conocer el funcionamiento de nuestras instituciones públicas, para ser conscientes de hasta qué punto vivimos dentro de en un engaño masivo.
La República no es solo un sentimiento antimonárquico.
No confundamos la parte con el todo: el rey no importa.
Por supuesto, se le despide de inmediato, pero ese cambio
es tan solo un detalle dentro de todo el proceso democratizador.
En todo esto, la existencia de un rey es solo un pequeño detalle, cierto, el papel del monarca se reduce al de otra cortina de humo, es -por así decirlo-, la guinda del pastel antidemocrático.
Está claro que el régimen es mucho más que el autócrata que lo encabeza. Sabemos que su existencia responde a un complejo entramado de estructuras de poder que se fundamentan en una falsedad tan grande, que bien pudiéramos llamarla «religión». La monarquía es una religión y como tal, se desvanece con conocimiento y razón crítica.
Es correcto afirmar que el rey es un símbolo: el monarca simboliza justo lo contrario de lo que nos han contado. El rey es el emblema de la injusticia. Por definición etimológica, la monarquía -o «el gobierno de uno»- es el antónimo de de la democracia -o «el gobierno del pueblo-. Y por si eso no fuera suficiente, en el caso particular del «Reino de España», la cumbre de la ilegitimidad procede precisamente de un dictador golpista y genocida. Desdramaticemos: el rey sobra, pero no solo sobra él, sobra él y todo lo que representa: un estilo de gobernar de espaldas a la ciudadanía.
Quitar al rey no supondría el advenimiento de la Utopía, cierto, repúblicas las hay de muchos tipos, desde los regímenes expansionistas-genocidas como el alemán de los años 1940 o el estadounidense de nuestros días; hasta Estados más cercanos al ideal de felicidad, libertad, igualdad, justicia, fraternidad, austeridad, transparencia y pacifismo.
Los republicanos no somos estúpidos, por supuesto que sabemos que no basta con quitar al rey para que todo se arregle… no es eso, no es eso, como tampoco se trata únicamente de meter un color más en la bandera. La República es otra cosa:
¿Qué queremos? ¡República!
Al hablar de República, hablamos de una mayor separación y recíproco autocontrol de los poderes públicos; hablamos de garantías democráticas tangibles… de no conceder espacio a la impunidad; hablamos de un mayor control, transparencia y austeridad en el gasto público; hablamos de poner el Estado al servicio de los trabajadores; de recuperar la legitimidad institucional; de sentirnos orgullosos de reconocer nuestra capacidad para decidir sobre los asuntos que nos afectan, sin imposiciones, ni miedo ni más límite que el alcance de la razón.
Cuando nos devolvamos la República, recuperaremos algo que nos pertenece. Algo sobre lo que nadie podrá reivindicar de su exclusiva propiedad, porque esa propiedad corresponderá a todos por igual.
La República no yace en Montauban, ni en el coso de Badajoz… algunos no se dan o no se quieren dar cuenta, pero lo cierto es que podemos ver a la República durante el afeitado, o al desperezarnos; vemos la República cada vez que entramos en el metro o subimos a un tren de cercanías; al entrar en el aula, en el taller o en la oficina: allí está la República. En cada amigo, un ciudadano y en cada adversario, tan solo un voto más.
La impostura toca a su fin. Ya es hora de que alcemos nuestra voz para gritar bien alto que nuestro Estado tiene 44.000.000 de monarcas, o esos, o ninguno, pero no estamos dispuestos a seguir permitiendo que la voluntad de una sola familia se imponga a la de 15.000.000 de ellas, diversas y humildes, pero tan dignas como la del mejor amigo del extinto dictador.
¿Cuándo la queremos? ¡Ahora!
Por eso, debemos dejar de confiar; no es cuestión de esperar más… ¿Esperar? ¿Esperar a quién? ¿Esperar a que un comandante mande parar? ¿Cuánto falta para eso? ¡Ahí fuera están muriendo trabajadores! ¡Están cerrando partidos! ¡Secuestran publicaciones! ¿Esperar cuánto más? ¿Por qué esperar? ¿Quiénes se han beneficiado y a quienes han perjudicado estas siete décadas de paciente espera? ¿Esperar? ¿Cuánto más?
Llegados a esta situación, debemos cuestionar, formarnos, organizarnos para avanzar, recuperar espacios para la palabra, la razón y las urnas. Juntos podremos… tengamos por seguro que todo cuanto hace falta está en nuestra mano. Necesitamos honestidad, necesitamos permanecer unidos, hacen falta inconformistas, necesitamos ciudadanos insolentes, personas libres de cualquier parte y condición, solo hace falta despertar, darnos cuenta de que somos más, y que aunque pueda parecer lo contrario, cuando menos tenemos, solo nos queda lo que nunca nos podrán quitar: la razón, la confianza en la mayoría, el espíritu desprendido, la sincera disposición para poner el bien común por encima del interés particular… y todo eso está en nuestra mano.
La voluntad de escapar a la opresión es un regalo, un efecto secundario de la desmesura del Capital… ahora, solo necesitamos talento, honestidad, organización y firmeza para recuperar la libertad, sin ira ni más mentiras.
Entonces, ¿qué hacer?
En primer lugar: ignoremos los efectos del golpe de Estado de 1936:
Renunciemos a la idea de que la fuerza contra las personas proporciona la razón a quien la ejerce. En consecuencia, renunciemos al uso de la violencia como instrumento de política.
Asumamos la tarea de retirar los símbolos propios o apropiados por el franquismo: retiremos las banderas antidemocráticas de los lugares públicos: edificios, embarcaciones y demás. Sin violencia ni odio, como un gesto normal: arriemos las banderas rojas y amarillas y entreguémoslas en los museos de Historia Natural.
Eliminemos cualquier referencia al símbolo de la corona, antónimo natural de las urnas, para dejar claro que aquí nadie es más que nadie, y que, con el debido respeto a las minorías, debemos estar a lo que mande la mayoría.
Ignoremos cualquier autoridad en la persona del rey. ¿Un rey? ¿Un rey por qué? ¿Para quién? ¿Por cuánto? ¿Por quién? ¿Hasta cuándo? ¡Seriedad, por favor! Estamos en 2008.
Boicoteemos cualquier acto público de exaltación de lo antidemocrático. Neguémonos a recibir al soldado designado arbitrariamente por uno de los mayores genocidas del S. XX. Hagamos como los griegos: ellos descubrieron la Democracia, y descubrieron también que a los monarcas cómplices de los regímenes dictatoriales se les debe mantener alejados de lo público.
Exijamos la inmediata derogación de las leyes franquistas, las antidemocráticas y en general, aquellas que sean contrarias al espíritu o la letra de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, empezando por la imposición seudo constitucional de 1978: una Carta Magna alumbrada con la aquiescencia del aparato de la dictadura, aprobada mediante un proceso electoral marcado por el miedo y sin el menor respeto por las garantías propias de un Estado democrático y de Derecho. Aquel texto, fruto de unas circunstancias muy particulares, quizá resultara útil para algunos, pero de lo que no hay duda es que en nuestros días, su vigencia ha prescrito.
Propiciemos el inicio de un proceso constituyente: participativo, fraterno, democrático y por supuesto: desde cero.
Atrevámonos a denunciar las paradojas de la ausencia de separación de poderes: respondamos a los desmanes judiciales con recusaciones y querellas por prevaricación. Pongamos al Sistema contra las cuerdas del Derecho: señalemos a los magistrados que hacen gala de su adscripción política partidista, hasta lograr su expulsión de la carrera judicial. Cuestionemos el sometimiento de la Fiscalía a la voluntad del Ejecutivo. Protestemos, porque hay actitudes que se perciben como si fueran normales, cuando en realidad se trata de aberraciones jurídicas. Acudamos a la prensa, a instancias judiciales de orden superior, mantengámonos firmes porque nuestra determinación será la mejor disuasión contra la tentación de dictar resoluciones injustas a sabiendas.
Preparados para una etapa de cambios
No estamos en los años 30 y tampoco lo pretendemos, por eso, debemos ser capaces de recuperar el espíritu de la República y adecuarlo a los nuevos tiempos: debemos unir el pragmatismo con la utopía; debemos recuperar la ilusión de los poetas y el ejemplo de las luchadoras sufragistas; tomar ejemplo de aquella fiebre por la cultura; retomar lo mejor de nuestro Estado, en el lugar donde lo dejaron nuestros mayores, asesinados por algo tan sencillo como su lealtad a las decisiones de la mayoría.
¡Fundemos periódicos y asociaciones! ¡Tejamos redes de ayuda! ¡Preparémonos ante la reacción! ¡Cultivemos nuestra insolencia! No importa cuan cerca estemos de restablecer el orden constitucional, cada pequeño paso en el buen sentido, será un acto de dignidad.
No todo es fiesta: en la medida en la que atinemos a «dar en hueso» la represión se hará selectiva y premeditada. Por eso, debemos permanecer firmes y unidos, cultos e informados… debemos aprender a dudar y a cuestionarlo todo, cultivar nuestro propio criterio, practicar la solidaridad, la tolerancia, el gusto por la lectura, saber escuchar y mantener siempre la dignidad.
No cabe duda de que en Ferraz, como en Génova, y en el CNI como en la real Casa disponen de sus propios planes de contingencia para hacer frente a los hechos que se avecinan. Buena parte de esos planes serán reservados, pero lo sí escapa del terreno de la especulación es que ante la cercanía de hitos como la sucesión en la jefatura del Estado, cualquier detalle estará previsto de antemano. Llegado el momento, todo el mundo tendrá un plan, en todos ellos la principal variable será la actitud del pueblo. Ahí será cuando se verá si somos un rebaño de corderos o un pueblo responsable. Habrá que unir esfuerzos para romper los efectos del formidable aparato propagandístico puesto al servicio de quienes temen a unos cambios que quizá no puedan controlar.
Por eso es tan importante nuestro papel en las fechas que rodeen el «hecho biológico inevitable». La Libertad no se improvisa, ninguna República vino porque sí… y todo indica que la Tercera no será una excepción… sin nuestra participación, nada cambiará. El reconocimiento de nuevos derechos jamás fue una concesión gratuita. Deberemos hacer presión en todos los frentes… con el único límite de nuestra inquebrantable renuncia a la violencia.
Podemos y debemos vencer:
¡Expulsemos la tiranía de nuestras vidas!
¿Tiene el Capital un plan alternativo a este «franquismo sin franco» para gestionar situaciones venideras? Por supuesto que sí. ¿Tienen previsto -PP y PSOE- cómo desenvolverse ante la eclosión de un marco constitucional distinto? Sí -otra vez-, por supuesto. Es más, seguro que incluso habrán llegado a pactar un articulado de consenso, listo para ser impuesto al resto de fuerzas políticas cuando sea menester. ¿Os imagináis a Felipe VI como inmediato superior de nuestro máximo representante electo, un nuevo monarca vitalicio y hereditario, mandato irrevocable, ajeno a la jurisdicción penal, con presupuesto opaco y mando supremo sobre las Fuerzas Armadas? Yo tampoco. Y no lo hará por una razón muy simple: parafraseando a don Manuel Azaña, «España ha dejado de ser monárquica».
El futuro es ya. Trabajemos por ello.
¡Salud y ni un paso atrás!
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