Parece que, entre los gurús culturales de la izquierda o desde una supuesta intelectualidad, existe la prohibición de no sumergirse en la cultura de masas más hedonista o en la literatura de evasión como pueden ser la mayoría de los best sellers. Es cierto que son un producto literario venenoso que la mayoría de las […]
Parece que, entre los gurús culturales de la izquierda o desde una supuesta intelectualidad, existe la prohibición de no sumergirse en la cultura de masas más hedonista o en la literatura de evasión como pueden ser la mayoría de los best sellers.
Es cierto que son un producto literario venenoso que la mayoría de las veces transmite los valores del poder. Valores que sirven para colocar en el imaginario colectivo a los nuevos villanos que perseguirá el Imperio. Valores que son una trampa propagandística pensada para llegar a las capas populares que, tras consumir fútbol y prensa deportiva, o cotilleos y prensa rosa, se deciden a coger un libro.
Pero lo malo no es eso. Lo malo no es es que tenga intención adoctrinadora, eso es lo menos que podemos esperar de una maquinaria tan bien engrasada, lo preocupante es que sus creadores lo hagan tan bien y los nuestros tan rematadamente mal.
La hegemonía cultural occidental está fuera de toda duda. Es masiva y popular. Llega, divierte y convence. Y no solo lo hace por su presencia asfixiante o por su simpleza, lo logra también gracias a que trata directamente con las emociones y con la abstracción simbólica del mundo que todas las personas necesitamos para vivir.
Parece que tengamos que renunciar a la épica, a héroes o a heroínas, a señalar a los malos sin tapujos. Parece que debamos sufrir, buscar lo complejo, romper la armonía para poder ser revolucionarios. Como si fuera una carrera masoquista, cuanto más embrollado más deconstruido y más sufrido, más creemos estar cerca de un cultura propia de la izquierda.
Esto no es una diatriba contra las vanguardias, ni contra la música culta, ni contra la literatura con tramas complicadas o contra el lenguaje con recursos. Estaría de más, pues creo que una de las cosas que busca el poder con mayúsculas es bajar el nivel cultural de las mayorías. Se trata de que la gente no pueda elegir consciente y libremente si prefiere escuchar a Penderecki o a Coltrane en vez de Reageton o Pop sin pretensiones. Quieren que no se eduque masivamente el gusto y el oído. Que sepamos de la banalización buscada de la cultura para instaurar la mediocridad que limita la percepción y comprensión de la realidad, no debe llevar a dejar de jugar en todos los campos. Recuerdo vivamente una profesora de lengua que siempre decía que no es más culto el que habla con un extenso vocabulario y una dicción exquisita, sino el que es capaz de cambiar de registro. Aquel que puede conversar con un académico y también hacerse entender por un analfabeto.
Lo de estar en todos los lados no lo digo solo con una intención propagandística, lo digo porque no se debe renunciar a la épica. Hay que glosar las victorias, gozar viendo o leyendo la vida de los héroes, identificarse con los buenos y tratar de emularlos. Esa conciencia, ese simbolismo, esa abstracción, es parte de la cultura de la humanidad y es el material intangible sobre el que se pueden construir realidades. Aunque parezca una paradoja, desde los mitos comunes se construyen los proyectos colectivos.
Los medios, la literatura, las conversaciones, aunque sean cultísimas, son empobrecedoras si solo llegan a una élite. Pajas mentales, tramas con cientos de personajes, narraciones lentas, introspección excesiva, hiper-complejidad,… Si se reduce a esto, será vanguardia y será cultura con mayúsculas, pero no conjugará toda la paleta de colores de la vida. Será el producto para una minoría que se cree superior consumiendo la cultura de los elegidos.
Hay que preservar y extender lo culto, hay que aprender a educar oído, vista y gusto, pero hay que saber gozar de la simplicidad y combatir con las mismas armas. No hay nada como recordar la importancia de la cultura del primer tercio del siglo XX en nuestro país, desde principios de siglo hasta el triunfo del Fascismo. Cultura heterogénea y popular donde convivían las vanguardias más avanzadas y rompedoras en todos los ámbitos culturales con los Ateneos Obreros, el teatro popular o la literatura de masas como la «Novela Ideal«, escrita por grandes escritores con seudónimo.
Desde las tertulias literarias a la prensa de masas, desde las pinacotecas al séptimo arte, desde la alfabetización a la poesía, la cultura de la izquierda, con mayúsculas o minúsculas, estaba presente en todas las capas de la población. Hoy, los creadores de cultura de la izquierda tienen el reto de preservar lo sublime pero sin dejar de bajar al barro a pelear. Explicar y representar la vida de manera compleja y también en forma simple. Y por lo menos, en mi humilde opinión, con un poco de épica para poder soñar.
Fuente: http://hablandorepublica.blogspot.com/2012/02/cultura-de-elite-o-popular.html