En los últimos tiempos existen algunas cuestiones relativas a la cultura y a sus espacios que están en la opinión pública diaria. Ampliaciones y cierres de museos como el Bellas Artes de Bilbo o el de Artzeniaga, gastetxes como centros culturales autónomos en pie de guerra, programación y propaganda en centros culturales de las capitales […]
En los últimos tiempos existen algunas cuestiones relativas a la cultura y a sus espacios que están en la opinión pública diaria. Ampliaciones y cierres de museos como el Bellas Artes de Bilbo o el de Artzeniaga, gastetxes como centros culturales autónomos en pie de guerra, programación y propaganda en centros culturales de las capitales como Alhondiga y Tabacalera, fallecimientos de ilustres del mundillo y un largo número de cuestiones relacionadas con ella. Si unimos todo ello al tema de la libertad de expresión, atacada en los últimos años con tanta facilidad, podemos encontrarnos ante el que puede ser el debate que abre todo lo demás: ¿Cuál es el sentido del actual modelo cultural imperante? ¿Hacia dónde debe avanzar? ¿Cuáles deben ser las luchas culturales del S.XXI?
La cultura popular viene siendo académicamente definida como toda aquella expresión que surge del pueblo y permanece o arraiga entre sus gentes. Siendo críticos, es cierto que cada vez que alguien se apropia de este término, normalmente lo hace para ponerle un copyright o para popularizar sus producciones o simplemente para decolorar el moho con el que expresa sus opiniones a la sociedad. Sin embargo no tenemos otra definición más correcta. La cultura popular puede ser algo tan vano como los trajes de moda de las mascotas para el 2019 o tan político como los himnos que surgieron del cantar de los pueblos cuando se levantaron en armas ante la tiranía. Lo primero puede llevar al despido de un director de actividad en un antiguo almacén reconvertido en centro cultural, lo segundo a una guerra, a una revolución o simplemente a un grito en el aire. En todos los casos, es la independencia del hecho cultural y su aplicación institucional lo que está en juego cuando la fuente pasa de popular a populosa. La cultura para ser popular debe ser independiente y esto no siempre es fácil de asumir. El resto lo convierte simplemente en populosa.
Cuando choca la cultura con la realidad o se le encorseta en una jaula disfrazada de teatro de pulgas pierde su esencia. Al perder su valor referencial para despertar las inquietudes y la visión crítica de las personas se convierte en cultura impotente. Esfuerzo baldío de sus creadores salvo en los estrictos términos económicos en los que se mueve el sistema actual. El concepto pan y circo o el más reciente de fútbol, toros y debates políticos, se convierten a los ojos de las masas en espectáculos entretenidos pero sin fondo ni valor real.
Que se lo digan sino a la recién fallecida Lolo Rico. En su laureada (pero por el PSOE marginada) «Bola de Cristal», le otorgó la presidencia del país a la bruja Avería para los próximos 1500 años y elegía a Amperia Tartana para ministra bajo el lema «la basura es también cultura». Posteriormente en el mismo programa la nueva presidenta del país decía a los electroduendes y demás seres poco humanos que iba a «establecer la democracia de la desgracia». Lolo Rico nos avisaba de lo que se nos venía encima desde su ámbito utilizando la crítica ácida. Eran los años ochenta pero…. ¿quién ejerce hoy en día esta tan necesaria labor pedagógica desde el ámbito televisivo? ¿Y quién lo hace mirando a los más jóvenes? ¿Terminaría hoy en día clausurado un programa de este tipo?
Hoy en día la cultura se muestra impotente ante estas preguntas. Tanto en la programación de los medios generalistas como en los grandes edificios singulares. Si algo se lleva hoy son los falsos directos. La cultura sino es reaccionaria o abre melones se consume como las patatas fritas de multinacional: Sin darte cuenta. Eso sí, luego llenamos las tumbas de falsas alabanzas pues la cultura con epitafio siempre está más valorada que la sátira en vivo y en directo. Así llenamos Tabacalera o la Alhondiga de productos de consumo y vaciamos las mentes de libertad. Antes los reyes traían casetes para grabar y eso era un avance `para cualquier adolescente pues podían elegir. Ahora reciben MP4 con listas de reproducción ya definidas. ¿Dónde queda la libertad fuera de youtube?
Ante esta situación, explotan como bolas de fuego Gastetxes y lugares que buscan la auto gestión como vía de escape. Sin más razón que la supervivencia, la independencia y la libertad, tratan de seguir su camino y chocan con la cubificación de la cultura, con las normas de convivencia y con las trifulcas políticas. Estas últimas en Gernika logran su espacio. En Iruña solo benefician al propio sistema. Pero en cualquiera de los casos, ¡qué más da! El debate cultural vuelve a la calle. Eso sí, no hay que olvidar nunca quién es el rival y quién es el enemigo. La bruja Averia lo tenía claro: ¡viva el mal! ¡Viva el capital!
Así pues como decía Kortatu, «cuando la impotencia te quema la sangre, la duda disipa la evidencia de las cosas, la falta de precisión te nubla la cabeza, es el odio quién guía tus pasos» y les faltó añadir (con el máximo de los respetos a un temazo): no es la cultura la que abre camino, es tus ganas de luchar lo que te hacen confundir el verdadero enemigo al ver a tu igual vestido de traje. La cultura debe ser pues como las hormigas, incansable, miguita a miguita construyendo el hormiguero, el bien común. Además a la vez debe ser libre e insurgente para poder abrir nuestras angostas y anquilosadas cabezas. Todos estamos cerca de la anarquía por momentos ante tanto folletín pero debemos contemplar también cuales son los daños colaterales. Sarajevo fue un triunfo para el capitalismo no para la libertad cultural a pesar de las múltiples obras que se han hecho al respecto. La línea de frente está más cerca de lo que creemos en muchas ocasiones y la cuarta columna también. Y eso sí, los que mandan a reflexionar. La cultura siempre abre, nunca cierra puertas. El enemigo está siempre atento y la burocracia esta sin analizar desde Marx.
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