Recomiendo:
0

Cultura y politica

Fuentes: Cubarte

En Cuba tenemos una fuerte raíz de conocimientos políticos, así lo observó el Barón Alejandro de Humboldt desde principios de la centuria decimonónica. Tan célebre viajero apreció la vocación universal que comenzaba a desarrollarse en las primeras décadas del siglo xix , en los gérmenes del ideario cultural cubano. Por ello, dijo: Los habaneros han […]

En Cuba tenemos una fuerte raíz de conocimientos políticos, así lo observó el Barón Alejandro de Humboldt desde principios de la centuria decimonónica. Tan célebre viajero apreció la vocación universal que comenzaba a desarrollarse en las primeras décadas del siglo xix , en los gérmenes del ideario cultural cubano. Por ello, dijo:

Los habaneros han sido los primeros entre las ricas colonias españolas que han viajado a España, Francia e Italia. En ninguna parte se ha sabido mejor que en La Habana la política de Europa y los resortes que se ponen en movimiento para sostener o derribar un ministerio. Y agregó: Este conocimiento de los sucesos y la previsión han servido eficazmente, a los habitantes de la isla de Cuba, para liberarse de las trabas que tienen las mejoras de la producción colonial.

Si esto afirmaba Humboldt, a principios del siglo XIX, en su viaje a América, podría calcularse lo que en el transcurso de dos siglos cargados de hechos e ideas trascendentes, evolucionaría este vínculo entre cultura y política en nuestro país. Veamos ahora lo que dijo sobre la cultura cubana, desde posiciones reaccionarias, a fines de ese propio siglo, el erudito español Marcelino Menéndez y Pelayo:

Cuba, en poco más de ochenta años, ha producido, a la sombra de la bandera de la madre patria, una literatura igual, cuando menos, en cantidad y calidad, a la de cualquiera de los grandes estados americanos independientes, y una cultura científica y filosófica que todavía no ha amanecido en muchos de ellos.

La paradoja se halla en que le atribuye a la permanencia de la dominación española durante todo el siglo XIX la enorme riqueza intelectual, científica y filosófica de esa centuria cuando fue precisamente el enfrentamiento a las ideas reaccionarias de la Metrópoli y el haber asumido las minorías intelectuales de la Cuba decimonónica la más alta cultura europea y universal en una sociedad integrada por masas de esclavos y, en general, explotados, la que forjó una elevada cultura radicalmente orientada a favor de los intereses de los pobres y explotados, y es seguro que el ilustre erudito hispano no llegara a conocer el crisol de ideas de José Martí . Ello determinó que la cultura ética alcanzó escalas superiores y, a la vez, se materializó o encarnó en millones de cubanos, y esta inmensa sabiduría se relaciona con una epopeya emancipadora que vinculó la independencia del país a la justicia social en su forma más universal, radical y consecuente.

No se hable de justicia sin hablar, en primer lugar, de justicia para los trabajadores explotados y para todo el pueblo. De la misma manera, no se hable de democracia si no se logra la participación de todo el pueblo o de la inmensa mayoría en el enfrentamiento de los problemas. Esto, desde luego, nos viene de José Martí.

Medio siglo de práctica política en el seno de la Revolución cubana y, en especial, en sus relaciones con el movimiento revolucionario latinoamericano me ha enseñado que los vínculos entre cultura y política constituyen un elemento clave para el éxito de cualquier proceso de cambio político.

La tradición de nuestras patrias confirma la aspiración contenida en la cultura de emancipación y de integración multinacional que el libertador Simón Bolívar caracterizó como nuestro pequeño género humano, y José Martí llamó república moral de América . La tendencia fundamental de esa cultura era antiimperialista y sus raíces principales están en la población trabajadora y explotada. Lo más inmediatamente importante para la política revolucionaria era y es alentar esa tendencia. Y esto se puede y debe hacer procurando la incorporación de la intelectualidad al empeño emancipador que se haya presente en lo más revolucionario de nuestra evolución espiritual.

Obviamente, esto hay que realizarlo con cultura e información y se requiere sabiduría y clara comprensión del papel de los factores subjetivos en la historia de las civilizaciones, que fue precisamente lo que se ignoró en la práctica política socialista. Tras la muerte de Lenin se impuso un materialismo vulgar, tosco, que paralizó el enriquecimiento y actualización de las ideas de Marx y Engels. Ello requería, como sí hizo Mariátegui, un estudio del papel de la cultura desde el punto de vista materialista histórico, pero quien se introdujera en esto era combatido por revisionista. Así se paralizaron las posibilidades de arribar a una escala más profunda de las ideas de los clásicos.

El abordaje de una concepción como la que estamos planteando traía dificultades propias al intentar incursionar sobre complejos problemas ideológicos, pero son infinitamente menores a las que conlleva ignorar la necesidad de alcanzar la relación de confianza entre la política revolucionaria y la inmensa y creciente masa de trabajadores intelectuales.

El error tiene raíces en el dogmatismo de base psicológica: en el egoísmo humano. En ocasiones se sostiene exclusivamente en las pequeñas ambiciones personales. En las condiciones de América Latina desarrollar prejuicios contra los intelectuales equivale a renunciar a las banderas de la cultura; es con ellas como podemos llegar a las posiciones más radicales

También suele nacer el error de identificar a los intelectuales latinoamericanos con la forma de éstos en otras regiones. Las conclusiones a las que lleguemos al respecto en zonas diferentes, por ejemplo Europa, tendrá que considerar la tradición conservadora e, incluso, reaccionaria, presente en la cultura del viejo continente y en el hecho de que parte de su intelectualidad se mantiene un tanto alejada de las necesidades sociales. Pero, aún allí, no olvidemos que las cumbres mas altas de la intelectualidad en el campo político, social y filosófico están en Marx, Engels y Lenin. Sugerimos se repasen los trabajos de Antonio Gramsci, que fue el más grande pensador europeo tras la muerte de Lenin; sus análisis son de extraordinario valor para conocer el carácter de las relaciones entre la política revolucionaria y los intelectuales. Las figuras y las ideas de Mariátegui y Julio Antonio Mella constituyen referentes claves para la comprensión cabal de los vínculos entre cultura y política en nuestra América.

Es la relación de la política con la cultura de emancipación la que nos propicia la mejor identificación entre la vanguardia y las inmensas masas de la población, precisamente porque, como se ha planteado, la cultura es la fuerza que más vínculos establece con la sociedad en su conjunto. Y en América Latina responde a las necesidades de emancipación nacional y social.

Solo a través del establecimiento de relaciones fluidas entre las revoluciones y el movimiento cultural podrán llevarse adelante los procesos de cambios. Se trata no sólo de una cuestión cultural, sino de algo muy práctico. Para saber hacer política revolucionaria hay que asumir la importancia movilizativa del arte y la cultura, y comprender que en ella se hallan los fundamentos de nuestras ideas redentoras.