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Dar nuevo calor a la llama (algo tenue) de siempre

Fuentes: Mundo Obrero

La izquierda alternativa española -el pleonasmo es necesario en este caso y el singular puede devenir plural si así se estimara- debería pararse unos instantes y contar sus fuerzas con realismo. Son escasas, poco organizadas, con ánimo muy atemperado para rectificar viejos y malos procedimientos y arraigadas costumbres, y su fuerza cuenta poco no sólo […]


La izquierda alternativa española -el pleonasmo es necesario en este caso y el singular puede devenir plural si así se estimara- debería pararse unos instantes y contar sus fuerzas con realismo. Son escasas, poco organizadas, con ánimo muy atemperado para rectificar viejos y malos procedimientos y arraigadas costumbres, y su fuerza cuenta poco no sólo institucionalmente sino, sobre todo, cultural, política y socialmente. Muestra de ello por si hubiera algún atisbo de duda: estando, como estamos, en una de las crisis sustantivas de la historia del capitalismo, las propuestas de izquierda, no así algunas de sus críticas, apenas cuentan, ni siquiera se escuchan, apenas llegan a los no muy frecuentados espacios (¡ay!) del ágora ciudadana. El temor y la desconfianza invaden la mente y la actitud de muchos trabajadores y trabajadoras y la desmovilización es el pan nuestro de muchos días en numerosos sectores sociales (Desde luego, no sólo existe esa cara de la lucha, otras aristas no son sólo posibles sino realmente presentes: manifestaciones, vindicaciones solidarias, incremento del interés ciudadana. Es la dialéctica de los acontecimientos, decíamos tiempo atrás).

Hecho el recuento vendría la reflexión sobre tareas, objetivos y procedimientos. El escenario puede asustar. Nunca tan pocos (por ahora) han tenido tanto qué hacer y con tanta urgencia. Existen, eso sí, fuerzas asociadas, ciudadanos organizados en diversos colectivos, no sólo en Izquierda Unida y en agrupaciones afines, que están convencidos de que este no es el mejor de los mundos posibles y que otro mundo, razonable, justo, igualitario, solidario, fraterno, no sólo es necesario sino que también es posible. Una ensoñación razonable si se quiere, una utopía consistente que tiene peldaños firmemente transitados en lugares del mundo por todos admirados. No es, en todo caso, una quimera irresponsable: la esperanza política de las gentes de izquierda se alimenta de la sal de la tierra, de los combates nunca anulados de tantos y tantos ciudadanos de y en el mundo por justificadas y muy razonables finalidades.

No es fácil apuntar nuevas ideas para ayudar a avanzar a la izquierda que no ha claudicado. Una propuesta es relativamente sencilla y creo que no es improductiva: nombremos de nuevo las cosas por su nombre verdadero. El nombre de la rosa no es la rosa, de acuerdo, pero forma parte de ella. Es excelente que la izquierda renueve su terminología, que sus textos sean legibles, que sus ensayos no se conviertan en repeticiones talmúdicas de algún texto clásico mal leído, o incluso mal reproducido, pero no es marginal llamar a situaciones, objetos, personas y acontecimientos por su adecuado nombre, por su concepto acuñado en la tradición. No hay que ceder palabras ni lenguaje a un adversario insaciable que él sí no renuncia a mandar incluso en nuestras formas lingüísticas. Capitalismo, lucha de clases, plusvalía, explotación, imperialismo, son palabras significativas y en absoluto desgastadas. No hay que lanzar términos y conceptos a la cabeza de nadie pero tampoco hay que ocultarse con ropajes de otros hablando de economía libre de mercado, de democracia parlamentaria insuperable, de conflictos sociales disueltos, de Constitución como límite máximo, de salarios congelados provisionalmente o del maltrato puntual de algunos empresarios.

Está luego la organización de las fuerzas. La izquierda sólo contará donde hay que contar, id est, en la arena social, si logra ampliar las redes asociativas de la ciudadanía y para ello es básico y urgente llegar a sectores hoy por hoy muy alejados y nada convencidos de que lo que decimos y hacemos sea sensato y correcto. Aquí la innovación, no concretada por mi parte, es imprescindible.

Hay que dotar además de vida propia e interesante a los colectivos rebeldes. Es imposible avanzar medio centímetro si se entienden la vida organizativa como llanto y crujir de dientes, como medio de sopor indescriptible, como aburrimiento insuperable y, sobre todo, como una instancia sólo útil puntualmente para combatir, en el sentido menos metafórico del término, sin piedad y pocos modos no por alcanzar un lugar en el mundo sino por conseguir un lugar que cuente en listas municipales, autonómicas, generales o europeas. Esas cuentas no deberían contar. Hay que buscar bozales para nuestras propios instintos.

Ello, como casi todo, tiene que ver con el poder y con el distanciamiento. La izquierda, que aspira a ser alternativa, debería alejarse por ahora -sin poder concretar más- de toda instancia gubernamental en ámbitos estatales o autonómicos (No me pronuncio sobre instancias municipales). Tal como está la situación, lo que antes llamábamos «la correlación de fuerzas en litigio», la tesis contraria, la posición política mayoritariamente defendida en ocasiones, no puede conducirnos sino a figurar de florero decorativo, útil para otros pero apenas para nosotros y los sectores que representamos. Cuenta menos la izquierda cuando participa en esas instancias de poder que el editor de la obra completa de Marx y Engels en la junta directiva de un club de baloncesto de la NBA. Su presencia, cuando es el caso, sirve para conseguir poder institucional y medios económicos, que se suelen usar básicamente para alimentar cuadros y dirigentes y crear en la propia organización el clientelismo que criticamos en el ámbito público, al mismo tiempo que se alimenta el desclasamiento casi inevitable de todo un conjunto de cuadros y dirigentes que difícilmente renunciarán a su nueva posición social, en la que se defenderán con uñas y dientes afilados.

La próxima Asamblea de Izquierda Unida es un buen momento para avanzar por caminos no trillados. No se trata de discutir durante tres días y cuarenta noches sobre la pertinencia o no del término ‘refundación’ para designar las tareas a realizar, pero parece obvio que aunque puedan admitirse tempos y acuerdos provisionales nada se conseguirá si la nueva dirección de IU surge de un acuerdo entre sectores y tendencias enfrentados cuyo alimento básico es la repartición del poder y el lugar territorial donde ese poder se concreta. Más de lo mismo es menos, cada vez menos, de lo ya conocido y, sobre todo, genera un desconfianza ciudadana y militante abisal y abismal.

No estaría de más, por otra parte, que IU avanzara conceptualmente en el tema nacional e intentase unificar criterios y posiciones de actuación política. Si ello pasara por defender el derecho de autodeterminación, habría que acumular coraje político para hacerlo y no dejarlo arrinconado, como se ha hecho en programas olvidados sólo aptos para lucir durante las fiestas de guardar y los encuentros de minorías. Mientras esa arista del poliedro no quede dibujada con nitidez y cada parte de la organización vaya a su aire paisajístico poco avance parece vislumbrarse en el horizonte. No puede haber aquí ambigüedad calculada como a veces se ha formulado: este cálculo está errado y la ambigüedad es aquí simple confusión.

Por lo demás, IU, como cualquier colectivo anticapitalista, como cualquier asociación que sitúe los asuntos obreros y populares en el puesto de mando de sus preocupaciones e intereses, debe convertirse en una organización de militantes no serviles que no sean dependientes de la propia organización. Si no se altera esta situación, el seguidismo de las posiciones internas de poder, el acriticismo cegado, es inevitable por razones sabidas: el pane lucrando o la simple y comprensible búsqueda de una supervivencia cómoda. El colectivo debería postular para ello las restricciones temporales ya sabidas, pero esta vez en serio, sin excusas ni excepciones ni trucos de leguleyos hábiles.

Casi todo está por hacer y casi todo es posible, decía el poeta, y las nuevas generaciones de militantes y cuadros, si los hubiera y estuvieran disponibles, probablemente fueran las personas más adecuadas para guiar de forma prudente, pero sin retrocesos caprichosos, y con la insistencia necesaria el noble barco enrojecido hacia una renovada Ítaca siempre necesaria, tan necesaria como el aire que exigimos trece veces por minutos.

En fondo, como decían los jacobinos, hablamos de cómo hallar la felicidad.