Como en la canción El gorila, de Brassens, que cuenta cómo un juez, víctima de las ansias amorosas de un gorila, acaba gritando «¡Mamá!» y llorando mucho, «igual que el hombre al que aquella misma mañana había ordenado que le cortaran el cuello», algunos servidores del Estado caracterizados por la cruda frialdad de su actuación […]
Como en la canción El gorila, de Brassens, que cuenta cómo un juez, víctima de las ansias amorosas de un gorila, acaba gritando «¡Mamá!» y llorando mucho, «igual que el hombre al que aquella misma mañana había ordenado que le cortaran el cuello», algunos servidores del Estado caracterizados por la cruda frialdad de su actuación en el ejercicio del cargo demuestran que, cuando se trata de sus propias personas, son de una sensibilidad literalmente enfermiza.
Tenemos el caso de Rafael Vera, otrora secretario de Estado de Seguridad. Se decía de él que era frío como el hielo y que podía mostrarse realmente implacable. No aceptaba vacilaciones ni remilgos de sus subordinados, y jamás se le vio ni siquiera enarcar una ceja cuando tenía noticia de los crímenes de los GAL o de los casos más obvios de tortura en dependencias policiales. Sin embargo, así que se ha encontrado metido en chirona por haber decidido que los fondos reservados estaban reservados a él, así que se ha encarcelado, solo y dejado de la mano del César, ha caído víctima de una profunda depresión, el pobre. Menos mal que el Estado sabe distinguir entre los malos malos y los malos buenos y comprende que no es lo mismo la depresión de Vera que la de los demás presos, así estén al borde del suicidio y acaban suicidándose. Gracias a ello, Vera ha sido autorizado a marcharse a su casa y no pasar en la cárcel más que los fines de semana. Por lo menos hasta que alegue que acudir a la prisión los fines de semana le deprime.
Algo parecido ha pasado con los guardias civiles del cuartel de Roquetas que no se han visto involucrados en los procedimientos penal y disciplinario derivados de la muerte de Juan Martínez Galdeano. Todos, súbitamente, han pedido la baja porque -dicen- están psicológicamente muy afectados. Y se han ido a sus casas. Habrá quien considere que eso tiene todas las características de un plante, pero yo no. Yo me creo que su sensibilidad es de ese tipo: no se inmutaron porque Martínez Galdeano muriera en su cuartel tras sufrir una paliza de tomo y lomo, pero les ha fulminado el alma ver a sus compañeros en apuros. Tienen, por así decirlo, una sensibilidad corporativa.
¿Y qué decir -o mejor: que no decir- de la jueza del caso, que también ha pedido la baja laboral, alegando que sufre una crisis de ansiedad? Es la misma que no se inmutó cuando le llegaron otras denuncias por malos tratos contra integrantes de ese mismo cuartel. Ni se molestó en abrir diligencias. Porque, para remango, ella. El mismo remango con el que decidió poner en libertad a todos los guardias implicados en la muerte de Martínez Galdeano, importándole un pito la petición fiscal.
Pero ha bastado, ay, con que se descubra que envió a las partes personadas en el caso un informe amputado -lo que implica, como poco, una grave negligencia- para que le haya entrado una súbita crisis de ansiedad y haya tomado las de Villadiego.
Gente singular ésta. Tan insensibles, tan sensibles.
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