Es una obligada pregunta cada vez que te encuentras en los medios de comunicación la penosa constancia de los tantos cretinos con licencia que gobiernan nuestras vidas. Los hay por pares y por docenas; en blanco, en negro y a todo color; los hay en todos los tamaños y medidas: small, medium, large, extra-large; los […]
Es una obligada pregunta cada vez que te encuentras en los medios de comunicación la penosa constancia de los tantos cretinos con licencia que gobiernan nuestras vidas.
Los hay por pares y por docenas; en blanco, en negro y a todo color; los hay en todos los tamaños y medidas: small, medium, large, extra-large; los hay que se reciclan, los hay nuevos; los hay que son demonios, los hay que van al cielo; los hay desnudos, los hay a medio pelo; los hay en frac, en tirantes, con levita, con sabor a menta y gusto a caramelo…
¿De donde habrán salido la Barberá, el Fabra, el Basagoiti, la Barcina, el Camps, la Aguirre, el Oyarzabal, la Pajín, el Pachi López, la Cospedal, el Sabater, el Sanz, la Rosa Díez…?
Y no sólo asientan sus reales en ilustres escaños y despachos, también son comunes en los medios de comunicación, en los tribunales, en los templos, en cualquier órgano de poder.
Los partidos compiten por ver quien es capaz de acumular más imbéciles en sus nóminas. Tiempos hubo en los que bastaba que fueran canallas que supieran acreditar su vileza, pero ahora también es preciso que sean idiotas, y no obstante aumentar los requisitos que aúpen las solicitudes más impresentables, los partidos se las ingenian para abarrotar sus escaparates de engreídos mamarrachos que al mismo tiempo resulten petulantes sinvergüenzas.
«La paciencia del Ministerio de Fomento es infinita, pero se nos está terminando la paciencia» declaraba ayer uno de ellos, a la sazón ministro español de esa cartera. Nuestra paciencia, sin embargo, siendo finita no termina nunca. Otra paradoja más de la política española a la que ya no le caben más bodoques pero a la que todavía le falta una respuesta: ¿Por qué los elegimos?
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