Rememoro la estrategia global (¿suicida?) seguida en el último año por la Izquierda variopinta mientras escucho el «Ojalá» de Silvio Rodríguez. No puedo evitar trastocar la canción y desear profundamente que «ojalá pase algo que nos borre de pronto, una luz cegadora, un disparo de cordura..» que nos sitúe en un nuevo comienzo, libre de […]
Rememoro la estrategia global (¿suicida?) seguida en el último año por la Izquierda variopinta mientras escucho el «Ojalá» de Silvio Rodríguez. No puedo evitar trastocar la canción y desear profundamente que «ojalá pase algo que nos borre de pronto, una luz cegadora, un disparo de cordura..» que nos sitúe en un nuevo comienzo, libre de apriorismos.
Se me hace imprescindible respirar hondo, buscar un punto donde contemplar desde la distancia el panorama político que nos sumerge. Para abrir boca invitaría a la lectura reflexiva de dos artículos recientes, uno de Juan Carlos Monedero (Para mi amigo Pablo), otro de Alberto Garzón (José Díaz y la Unidad Popular).
Después propondría una idea para el debate: nuestras frontera mentales, las de quienes llenamos la boca al reclamarnos de Izquierdas, son como las que aparecen en los mapas de África y Estados Unidos, líneas rectas puestas como divisorias, «porque sí».
Sin accidentes geográficos (más allá de los prejuicios castradores) que las justifiquen.
De hecho cuando bajamos a lo concreto, cuando combatimos en el tajo lo que nos repele, advertimos el artificio de la disputa. No existen barreras en los espacios de lucha que habitamos. En ellos convivimos sin forzar renuncias. En ellos somos los mismos humillados y ofendidos aunque hayamos borrado en el camino de nuestro ombligo el rótulo que -desde la aparición del movimiento obrero organizado- reflejaba en el frontispicio «Explotad@s de todos los países, ¡uníos!«. Elemento identitario básico.
Desde hace unos meses estamos instalados en la fase del «salivismo caníbal». El toque de la campanilla electoral impide controlar los jugos gástricos. A la par, crecen los colmillos y nos lanzamos inmisericordes al cuello del vecino.
El miércoles 29 de abril Julio Anguita, en un acto de Ganemos Córdoba celebrado en el IES Góngora, ponía el acento en este peculiar aspecto de nuestra idiosincrasia política que nos hace perder la perspectiva por enfundarnos las orejeras de lo inmediato.
De propina, como cuadros vivos inspirados en Goya, nos partirnos la crisma a garrotazos mientras nuestro teórico común enemigo (al que llamamos indistintamente Capitalismo, Oligarquía, Casta…) arroja cacahuetes como reconocimiento de nuestras monerías. Ahí es nada, ¡las «hordas marxistas revolucionarias» en lugar de asustar, entretienen!
Por ello, si no nos motiva la dignidad que al menos lo haga el miedo al ridículo. No desaprovechemos la enésima oportunidad que en pocas semanas brindarán las elecciones municipales y autonómicas.
Como paso previo no les quitemos importancia. Acostumbrados en los últimos 35 años a que solo una gran ciudad (Córdoba antes de que el posibilismo de IU magistralmente encarnado por Rosa Aguilar despilfarrase el capital ético y de lucha que tanto costó acumular) fuese verso libre o nota discordante en el erial hispano, nos cuesta percibir lo que supondría lograr un respaldo ciudadano que convirtiese en opción mayoritaria o principal fuerza de oposición en Madrid, Barcelona, Valencia… a las listas transformadoras.
No olvidemos nunca lo que han significado en nuestro país las elecciones municipales. A las de diciembre de 1868, claves para consolidar el espacio republicano federal o a las de abril de 1931, capaces de cambiar la forma de estado, me remito.
También serán clarificadoras para dos fuerzas (IU, Podemos) que jugarán un papel fundamental de freno o pegamento en las aspiraciones de cambio. Según se posicionen o la postura que adopten como imanes políticos atraerán o repelerán a quienes buscan la Unidad.
Supongo que al día siguiente de las elecciones ambas harán el correspondiente análisis y tendrán una base de datos incuestionable: los resultados reales, limpios de encuestas, especulaciones e intereses espurios.
Podemos va a comprobar que fuerza tiene yendo solo en las autonómicas y «mezclado» con otros colectivos en candidaturas municipales. En el recuento medirá el volumen de las papeletas en montones paralelos y podrá decidir si le interesa la limpieza de sangre o,si tal como nosotros sostenemos, es mucho más gratificante el mestizaje.
IU podrá hacer una operación similar comparando el respaldo a sus candidaturas con el obtenido en otras ocasiones en aquellos lugares (Madrid, Jaén, Extremadura, Córdoba…) donde no cuajaron por diversos motivos listas únicas o bien terminaron excluyendo a las asambleas y militancia que apostaron por una convergencia que a la postre no fue bendecida por los órganos de la coalición.
Tal vez por inconsciencia alegre y combativa no caemos en que son duros los tiempos políticos, los que vivimos y los que vienen. Como en los manicomios del XIX nos van a brear con duchas de agua fría en pleno invierno para frenar nuestro ímpetu.
Conviene que el 25 de mayo no nos instalemos en la derrota y saquemos la lectura positiva. Al Sistema se le cambia desde la impugnación y la lucha, no contentándonos con las parcelitas que el Poder quiera cedernos para que juguemos a «las casitas» y así tenernos entretenidos. Pan y circo para que no cuestionemos su dominio.
Y como este mayo no ha podido ser, como hemos sido incapaces de articular un bloque alternativo, empecemos a fraguar alianzas para las generales venideras. En otoño tenemos la obligación de crear contrapoder. Con un matiz a tener en cuenta: éste se puede construir también desde un fuerte respaldo parlamentario, aunque no sea mayoritario, si va acompañado de una Ciudadanía movilizada alrededor de unos pilares irrenunciables.
Convirtamos el tiempo de derrota y destrucción que nos han asignado en tiempo de esperanza. Pongamos nuestras luchas, reivindicaciones y deseos en la balanza sin darle con la puerta en las narices a quienes están deseando sumarse pero se niegan a reconocer fronteras artificiales o impidamos que la agonía por llegar los primeros, aunque sea a codazos, termine por taponar la puerta por la que pretendíamos asaltar el Sistema.
Cuando vemos la parodia de los grupúsculos revolucionarios en «La vida de Brian» es lícita la carcajada. Si por nuestras torpezas traspasamos la ficción a la acción cotidiana es mejor que empecemos a llorar.
Juan Rivera. Colectivo Prometeo/ FCSM
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