La crisis económica, el descrédito de los partidos políticos que han mantenido el bipartidismo durante estos años, la tensión social, el aumento de la represión, la corrupción institucional, las tensiones territoriales nacionalistas, la cronificación del paro, la emergencia de nuevos partidos sin el lastre de gestiones anteriores… Hay bastantes indicios que apuntan a que podemos […]
La crisis económica, el descrédito de los partidos políticos que han mantenido el bipartidismo durante estos años, la tensión social, el aumento de la represión, la corrupción institucional, las tensiones territoriales nacionalistas, la cronificación del paro, la emergencia de nuevos partidos sin el lastre de gestiones anteriores… Hay bastantes indicios que apuntan a que podemos estar ante una encrucijada: avanzamos hacia una segunda Transición, o bien se abren vías hacia lo que podríamos considerar como la primera Ruptura.
El primer escenario hay quien lo relaciona con el cambio generacional en la corona, en el PSOE o en IU; con algunas concesiones en el terreno de la transparencia institucional; con la necesidad de modificar la Constitución en su modelo territorial pero también en otros aspectos como los que se pueden derivar del Tratado de Libre Comercio e Inversiones con EE.UU que está negociando a espaldas de la ciudadanía la Unión Europea; con una desregulación progresiva de los derechos laborales y la privatización de los bienes y servicios públicos. La necesidad de esta segunda Transición se suele fundamentar en el hecho de que el Consenso del 78 está siendo desmantelado, y lo curioso es que no ha sido la gente de la calle que sufre la crisis quien lo ha roto, han sido las élites económicas y políticas las que lo han hecho asignando ayudas masivas a los sectores financieros con el dinero de todos a fondo perdido, con las sucesivas reformas laborales que permiten que la precariedad campe a sus anchas, o con la reforma constitucional del artículo 135 que antepone el pago de la deuda a la cobertura de las necesidades básicas de la población. El PP no da abasto con tanto Real Decreto, tiene que sacar adelante paquetes legislativos que aprueba por esa vía sin pasar por el Congreso un día sí y otro también, y es que hemos llegado a una situación en la que el poder no puede cumplir ni sus propias leyes.
Junto a este primer escenario hay un segundo, el de la primera Ruptura, ese que se expresaba en las marchas de la dignidad del 22-M, aquellas marchas que el poder político y mediático redujeron a unas imágenes de altercados con decenas de manifestantes y policías heridos. Esas marchas exponían 4 reivindicaciones calificadas por el presidente de la Comunidad de Madrid en sede parlamentaria como propias de neonazis:
– No al pago de la deuda
– Ni un recorte más
– Fuera los gobiernos de la Troika
– Pan, trabajo y techo para todos y todas
Es penoso tener que usar la palabra Ruptura para pedir estas cosas, pero desgraciadamente hay que utilizarla. Estamos en un escenario que David Harvey denomina de «acumulación por desposesión» o que el Papa Francisco describe como «economía que mata», y muchos califican todavía estas reivindicaciones como de intolerables, de estar anclados en el siglo pasado, de negar la cultura del esfuerzo y cómo no, de ser «anti-sistema». Calificativo este al que tendremos que ir cogiendo cariño, les dejo un par de lemas de pancartas y una definición para que lo mediten: » El capitalismo no funciona, la vida es otra cosa», «No somos anti-sistemas, el sistema es anti-nosotros», y del diccionario de la RAE, y para quienes se preocupen por la recta moral, la definición de virtud moral: «Hábito de obrar bien, independientemente de los preceptos de la ley, por sola la bondad de la operación y conformidad con la razón natural».
Para hablar de nuevos sujetos políticos en la encrucijada actual no tiene demasiado sentido detenerse en la segunda Transición, es casi seguro que la figura de la «ciudadanía florero» que promocionó con tanto éxito la primera Transición, una ciudadanía que dejaba la construcción social y política en manos de profesionales de los partidos y de tecnócratas, seguirá teniendo un papel demasiado relevante. Para hablar de nuevos sujetos políticos hay que hacer referencia a lo instituyente, no a lo instituido; hay que referirse a ese momento de la vida política en la que ésta se percibe como algo intermitente, no exenta de conflictos, desacuerdos, tensiones y nuevos repartos de fuerzas; hay que centrar la atención en esa parte de la sociedad que comprende que su papel activo y protagonista en la construcción del bien común es irrenunciable; en definitiva, hablar de nuevos sujetos políticos es hacerlo de transformaciones posibles en las que conviven dos procesos: uno destituyente y otro constituyente.
El proceso destituyente
Es el más fácil de identificar para la gente. Al que más y al que menos le han llegado las imágenes por la tele de las mareas ciudadanas, del 25-S o quizá del mismo 15-M con las plazas llenas de gente reunidas en asambleas gritando aquellas frases: «No nos representan», «Lo llaman democracia y no lo es», «No hay pan para tanto chorizo» Mensajes que ponen de manifiesto la existencia de una profunda crisis del ordenamiento político, una crisis que ratifican las encuestas cuando en ellas se identifica a la clase política como una de las principales causas de preocupación entre la ciudadanía, una crisis de la que los medios de comunicación se hacen eco denunciando casi a diario tan solo una pequeña parte de los casos de corrupción institucional existentes.
La gente percibe cómo el sufrimiento no se reparte por igual, cómo la austeridad no se aplica de forma equitativa, cómo los bancos vuelven a presentar beneficios mientras que las familias y pequeñas empresas siguen sin poder acceder al crédito, cómo la impunidad acompaña a los grandes defraudadores mientras la ley se endurece para quienes salen a la calle a denunciar tanta injusticia. Socialmente crece la percepción de que vivimos en un sistema cargado de contradicciones, que extiende la desigualdad, que es opaco en muchos aspectos de su funcionamiento y que está reñido con la coherencia y la honradez intelectual. Y un sistema así hay que cambiarlo.
Se habla de destitución porque desde posiciones de poder la palabra dimisión no tiene buena prensa, se la percibe como un gesto de debilidad y de reconocimiento del propio fracaso, además de acarrear la pérdida de privilegios. Sin embargo, desde otras perspectivas, hoy por hoy, y con la que está cayendo, dimitir suena a capacidad de autocrítica y coherencia, pero eso no abunda. Echando la vista atrás se constata cómo los derechos sociales nunca fueron concesiones de los poderosos de su tiempo sino conquistas de quienes estaban sometidos, y esa misma lógica la podemos extender a casi cualquier ámbito y escenario, también en nuestra crisis.
Cuando se utiliza el término destituyente no sólo se hace pensando en personas que se han aprovechado de su cargo o que han participado en redes corruptas, se utiliza para referirse también, y principalmente, a todo un entramado institucional que ampara y favorece ese tipo de comportamientos. El ejemplo de esta semana nos puede ayudar a ilustrar un poco esta dinámica: el Tribunal de Cuentas, inoperante ante tanta corrupción en las administraciones públicas ha esperado a que se le acusara públicamente de nepotismo al contar con una plantilla en la que 14% de sus componentes tienen lazos familiares, para sacar a la luz el lamentable estado de cuentas de al menos 9 partidos políticos que están en quiebra técnica. La información se usa como instrumento de poder no como herramienta de lucha contra el fraude, aunque es indudable que saca a la luz una estructura partidista que depende en tal grado de los préstamos bancarios que es inevitable preguntarse por el margen de independencia que les queda, más allá de discursos retóricos.
Todo el mundo sabe lo que quitaría, lo que sobra, pero saberlo y desearlo no es suficiente, hay que tener fuerza social como para poder hacerlo posible y ese es un punto fundamental que reclama la creación de nuevos sujetos políticos. Destitiuir supone disputar el sentido común establecido que acepta como inevitable la desigualdad, disputar las fuentes de legitimidad que amparan comportamientos y estrategias reproblables y, finalmente, disputar los ámbitos políticos con capacidad de decisión.
Pero el proceso destituyente no solo tienen ojos para erradicar lo que es intolerable, ese proceso supone también una oportunidad para descubrir lo que es necesario, lo que hay poner en marcha y lo que hay de bueno en lo que ya funciona.
Proceso constituyente
Se trata de abrir un espacio en el que la ciudadanía pueda debatir, participar y construir un nuevo pacto, una nueva dinámica social y política que responda a sus necesidades reales y con la que se pueda sentir identificada.
Es un proceso que converge con las reivindicaciones y las luchas que hoy tienen lugar, y no al margen de ellas. Conviene tener presente que las demandas sociales suelen estar fundamentadas en unas necesidades que nos dan pistas sobre lo que debemos construir y, por tanto, que el trabajo reivindicativo tiene un valor constituyente no solo destituyente, aún cuando el objetivo no se llegue a conseguir.
Hay que ser creativos porque el sistema ha renunciado a ello y solo ofrece una fórmula: la precarización progresiva y la cronificación de la desigualdad. No aporta nada nuevo, tan solo el proceso de desregulación progresiva de todo aquello que pueda suponer trabas o barreras al incremento del lucro privado de unas minorías, y todo es todo, incluido los Estados. Llegados a este punto ¿por qué no abrir un proceso constituyente en el que la ciudadanía exprese sobre qué pilares y con qué instrumentos quiere construir las relaciones, dinámicas y prioridades que permitan organizar la vida social, política, económica y cultural? El momento por el que pasamos requiere afrontar estas iniciativas.
Habrá quien argumente que el pueblo no está preparado para abordar tal empresa, y eso desplegaría un campo de acción inmediata en ese proceso constituyente, pero lo que no es aceptable es que ese argumento se dilate más y más en el tiempo sin ponerle remedio porque si el pueblo no está preparado para afrontar esas tareas ¿podemos afirmar que en él reside la soberanía?, ¿quién decide si el pueblo está o no preparado?, ¿podemos hablar de democracia o habría que decir que en realidad estamos en un sistema en el que los partidos políticos tutelan a un menor de edad? En la Transición ya asistimos a un proceso tutelado con un puñado de padres constitucionales, hoy en día esa fórmula sería inaceptable. Conviene recordar que los partidos políticos no son los sujetos constituyentes tan sólo son instrumentos de representación formal, en realidad, lo político se construye también en otros ámbitos principalmente de carácter social, y es desde ahí desde donde hay que arrancar para transformar la situación existente.
Los partidos deberían desempeñar un papel que facilitara la transformación de los sujetos sociales en poderes constituyentes, sin embargo, este proceso no se da. La partidocracia no tiene problema en convivir con sujetos sociales desarticulados, sin toma de conciencia de su papel y políticamente dependientes. Es por esto que urge politizar la sociedad para que ésta no se acostumbre a poner la gestión del bien común en manos de personas cuya experiencia vital dista mucho de la de aquellos a los que acaban no sólo representando sino también suplantando.
Un proceso constituyente no se abre y se cierra en un par de tardes y no se resuelve con decir lo que otros hacen mal. Exige ser propositivos; tener los pies en la tierra y al tiempo sentido utópico; confiar pero sin renunciar a la rendición de cuentas; desarrollar una nueva institucionalidad pero para servir mejor a los ciudadanos; escuchar mucho y hablar poco; saber ceder pero enriqueciendo al contrincante; saber ganar aceptando lo que del otro hace mejor nuestra propuesta; reclamar derechos y exigir deberes… Pero también implica saber decir no a las dinámicas impositivas, a las instrumentalizaciones y dirigismos, a las propuestas que ponen en riesgo la dignidad de las personas, a los procesos que niegan la transparencia en la gestión y la rotación en las responsabilidades, a las propuestas que afirman privilegios, consolidan la impunidad o favorecen la concentración de poder… Y, finalmente, requiere saber gestionar los conflictos de intereses, no dejando que los intereses particulares se impongan a los intereses generales.
Los nuevos sujetos políticos
Como es obvio el poder establecido no va a permitir que los procesos destituyentes y, menos aún, los constituyentes tengan el menor recorrido. Han dado ya sobradas muestras de esta forma de comportarse. A este tema le dedicaremos otro espacio de reflexión, pero dejando al margen esta consideración, de momento conviene detenerse en qué son y qué hay que poner de nuestra parte para que surjan nuevos sujetos políticos.
Siguiendo a una autora argentina podríamos referirnos a sujetos políticos como sujetos colectivos y organizados que irrumpen en el espacio político constituido a través de discursos, gestos y actos, fragmentando los lugares en los que aparecen de forma abrupta (aunque no necesariamente violenta), hablando y actuando en claves de universalidad más allá de su propia contingencia, con la perspectiva de un mundo que se ha de relacionar de un modo nuevo, mostrando otra racionalidad, y todo ello a pesar de no haber sido contados como «existentes».
Un ejemplo de sujeto político lo tuvimos en el Movimiento Obrero, pero hoy la clase obrera no desempeña la función transformadora que debe tener un sujeto político, a lo sumo nos podemos referir a ella como un actor social más. Los desposeídos de esta crisis podrían convertirse en un sujeto político, pero todavía no se han articulado políticamente. El 15-M pudo dar pasos en esa dirección pero no ha sabido dotarse de unos objetivos políticos concretos y de una organización que le permitiera dinamizar las realidades supraasamblearias. En definitiva, los sujetos políticos no abundan porque no existen como tal realidad a priori. El sujeto político no es una condición anterior al proceso de transformación, es en el proceso mismo de transformación en el que se revela su condición.
El tener conciencia política no puede entenderse como un «don» innato o una cualidad que puede «instalarse» en cada sujeto individual desde el exterior de sus modos y condiciones de vida, al margen de sus formas de participación en las luchas. Las personas toman conciencia participando en el proceso de cuestionamiento-transformación de su realidad, sobre todo, cuando éste se articula con procesos de reflexión y maduración colectiva acerca de los resultados de cada lucha o movilización, analizando críticamente aciertos y deficiencias, fracasos y logros.
Y ¿cómo podemos favorecer la constitución de esos sujetos políticos?
Hay un recorrido de base que debemos hacer acompañando y acompañados por otros para avanzar en un camino que desemboca en construirnos mutuamente como protagonistas de la vida política y social. Un recorrido que ha de partir de lo cotidiano, de los problemas del día a día, valorando los espacios para afrontar junto con otros esas dificultades, porque el quehacer político vivido individualmente nada tiene que ver con su vivencia de forma colectiva y comunitaria. Desde ahí habrá que ir elevando la mirada para conjugar lo local con lo global, al tiempo que se van dan pasos desde el mundo de los valores, que hacen referencia a las cualidades, al mundo de las virtudes que se vinculan al modo de proceder. Y desde ahí elaborar propuestas políticas que transformen la realidad existente. Lo podríamos resumir en los siguientes pasos:
– Dejarse afectar por la realidad
– Desarrollar una conciencia crítica – formar criterios
– Descubrimiento del sentido social
– Forjar una voluntad social
– Disputar el sentido común
– Hacer una propuesta política
– Debatir esa propuesta con otros, enriquecerla y buscar apoyos intra e intersectoriales
– Consolidar los cambios propuestos sin descartar que esto se pueda hacer desde nuevas formas de institucionalización.
Este recorrido, entre otras cosas, permitiría estar socialmente en lo político y políticamente en lo social. Pero no es este el punto de llegada del recorrido, hay que hacer referencia a la vida interasociativa.
– Cada grupo autorganizado debe tener claro los elementos que le identifican, aquellos que son fundantes de su identidad y que, por tanto, son esenciales en su aportación a la construcción de lo común.
– Hay que poner recursos para identificar otras experiencias con las que converger en actividades y fines, creando redes colaborativas.
– Hay que trabajar los ámbitos sectoriales desde un análisis universal, al tiempo que identificando aquellas claves que pueden ser transversales a otros sectores y campos de quehacer.
– Hay que determinar cuáles son los problemas centrales, aquellos que están presentes en distintas realidades y que, por tanto, son los elementos fundamentales a afrontar en la tarea transformadora. Y hay, además, que priorizarles para poder ser operativos.
– Hay que hacer una tarea de construcción de la unidad desde la pluralidad entre colectivos, que no se agota en la acción. Unidad que es fundamental para poder presionar e implantar las propuestas transformadoras y sin la cual no podremos hablar de sujetos políticos sino sólo de actores políticos.
Necesitamos hacer posibles los procesos destituyentes y los constituyentes, necesitamos esos sujetos colectivos que los encarnen, y todo ello sin perder de vista aspectos que son fundamentales:
– Que la persona ha de ser el centro de toda construcción social, política, económica y cultural.
– Que no se trata tanto de tomar el poder como de construirlo desde abajo.
– Que todo poder está llamado a transformarse en servicio.
– Que la unidad exige esfuerzo y dedicación pero también eleva y enriquece cualquier proyecto que llevemos entre manos.
– Que el control desde lo social y la construcción de una institucionalidad son dos elementos necesarios para que los procesos de transformación puedan ser una realidad.
Está en tus manos, está en nuestras manos.
Joaquin García, agradeciendo el trabajo de construcción de pensamiento colectivo llevado a cabo desde la Escuela Política del 15-M en el Barrio del Pilar.
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