Las acampadas se han extendido como un reguero de pólvora. En prácticamente 100 plazas de todo el Estado español se está viviendo una explosión de participación impresionante que continua más allá de las elecciones del 22 de mayo. Este estallido, no obstante, no cae de la nada. Se suma a los ejemplos de luchas por […]
Las acampadas se han extendido como un reguero de pólvora. En prácticamente 100 plazas de todo el Estado español se está viviendo una explosión de participación impresionante que continua más allá de las elecciones del 22 de mayo. Este estallido, no obstante, no cae de la nada. Se suma a los ejemplos de luchas por toda Europa que hemos vivido en los dos últimos años y tiene una conexión con las revoluciones en el mundo árabe, encabezadas por los jóvenes en paro y sin futuro.
No estamos solamente ante una revuelta social por el contexto de crisis y de ataques del gobierno del PSOE. Se trata también de una revuelta política que se opone justamente a la política oficial e institucional y a la reducida democracia actual.
Las acampadas que se están llevando a cabo en diferentes ciudades del Estado constituyen un auténtico desafío al marco institucional. De momento ya han confrontado con éxito la prohibición de acampar durante la jornada de reflexión. Mucho más se puede conseguir si amplían sus fuerzas.
Esta revuelta tiene elementos de gran importancia. En primer lugar, ha roto con el pesimismo generalizado; ha creado, con su ejemplo, un nuevo ambiente que nos señala que la gente puede y tiene ganas de luchar. En segundo lugar, nos muestra la capacidad de involucración, creatividad y organización colectiva que tenemos aquellas personas a quienes más nos afecta la crisis. Al mismo tiempo las acampadas, con sus asambleas, están señalando lo que puede ser una democracia real, organizada desde abajo; muestran en la práctica que hay alternativas al parlamentarismo y al «votar cada cuatro años». Por último, tiene un alto contenido de reclamaciones anticapitalistas, pidiendo alternativas concretas y globales al sistema actual. La palabra revolución ha pasado a formar parte del vocabulario cuotidiano de miles de activistas.
Ha habido multitud de movimientos a lo largo de la historia que han crecido enormemente pero que después se han deshinchado. Como está pasando con las acampadas, en un primer momento el movimiento impacta en la situación, rompe los límites establecidos y crea un nuevo marco de movilización. Su impulso inicial hace que más y más gente se sume, dando más impulso al movimiento. Esta dinámica, muy positiva, se puede mantener durante un cierto tiempo, pero no indefinidamente. El movimiento se va encontrar con obstáculos. Habrá un momento en que si no se empiezan a conseguir victorias el movimiento se puede estancar y bajar estrepitosamente. Esto ha sucedió muchas veces a lo largo de la historia. El más reciente fue el movimiento estudiantil contra Bolonia de hace dos años. Después de tres o cuatro meses de efervescencia, con ocupaciones de facultades y rectorados, el movimiento no consiguió sus objetivos, no supo mantenerse y el curso siguiente las universidades fueron una balsa de aceite.
El mayo del 68 es otro ejemplo de un gran auge y una gran caída. Pese a su vertiginoso ascenso, el movimiento creativo y revolucionario de los jóvenes en las universidades, y el movimiento de los trabajadores, más influenciados por la izquierda institucional y los sindicatos moderados, no convergieron completamente. Las propuestas y energías de los estudiantes no llegaron a fusionarse con los trabajadores en huelga. Después de tres semanas, la mayor huelga de la historia era desconvocada por los grandes sindicatos y el movimiento terminaba a cambio de unas pequeñas concesiones salariales. Las propuestas de transformación radical de la sociedad fueron frustradas.
Es por esto que es importante pensar en el movimiento actual más allá de los primeros días y plantear aquellas orientaciones que permitan fortalecer al máximo el movimiento y, al mismo tiempo, ganar algunas victorias que lo mantengan. Esto significa hablar de estrategia: qué hacemos para parar los recortes sociales, qué tipo de movilizaciones hacen daño al sistema, cómo conseguimos pasar de un movimiento de decenas de miles de personas a ser centenares de miles o millones. Si bien las acampadas tienen todavía una enorme energía de su fase inicial, hace falta plantearse este tipo de cuestiones para continuar cuando se modere este impulso.
De la plaza a la ciudad
Las acampadas son un gran sitio de organización, de aprendizaje, de concienciación y de visualización de ideas. Sin embargo, aunque se ocupe una plaza, queda todo el resto de la ciudad. Por esto mismo es importante evitar la tentación de pensar que en una sola plaza podemos construir la sociedad que queremos. Las plazas no deben ser un fin en sí mismo, sino un foco para que la lucha se extienda más allá de sus límites. En varias ciudades, como Madrid y Barcelona, ya se ha hecho un paso que puede ser clave: proyectar asambleas y acciones en los barrios. Esto permite llevar el mensaje del movimiento a mucha más gente y que mucha más gente se pueda involucrar en él, con asambleas en las que se puede trabajar y participar más fácilmente.
La extensión geográfica ayuda a tener un apoyo social para mantener las acampadas en pie. Aún así, debemos saber que las ocupaciones de las plazas, las concentraciones y las caceroladas no tienen una fuerza material que presione a los poderes más allá de su simbolismo y de sus mensajes. Es por esto, que además de mantener las acampadas debemos plantear cómo hacer daño allá donde les duele a los poderosos, en la economía.
De las calles a los centros de trabajo
En la economía encontramos un punto débil del sistema capitalista. La mayor parte de las personas que están en las plazas acampando y haciendo asambleas son trabajadoras. Los poderosos insisten que los jefes son quienes hacen que las cosas funcionen. Pero todo lo que existe y valoramos en la sociedad actual es producto del trabajo. Si los trabajadores y las trabajadoras dejan de trabajar el sistema se para. Necesitamos pues, trasladar la energía de las acampadas en los sitios de trabajo, donde la clase trabajadora produce todo aquello que el sistema necesita para acumular vorazmente más y más beneficios.
Si conseguimos generalizar las asambleas de las plazas en asambleas en los sitos de trabajo, si conseguimos que las concentraciones en la calle se transformen en huelgas, luego, estaremos dando un paso importantísimo. La enorme energía, valentía y creatividad demostrada en las acampadas necesita confluir con la gran fuerza material que tiene la clase trabajadora y que ya mostró, aunque solo puntualmente, en la huelga general del 29-S.
La idea de la huelga general está empezando a plantearse en muchas acampadas. Pero, ¿cómo llegamos a ella?
De momento las acampadas no tienen muchos vínculos directos con los centros de trabajo. Si los conseguimos tendremos más capacidad para impulsar huelgas. Para ello también debemos buscar alianzas con los sindicatos combativos que existen más allá de CCOO y UGT. Sindicatos como la CGT, el SAT en Andalucía, la IAC en Catalunya, o ELA y LAB en Euskal Herria, que se opusieron al pacto de las pensiones y que han propugnado una línea de movilización contra los recortes sociales y los efectos de la crisis. Más aún, también es importante tejer alianzas con todos los sindicalistas combativos, estén en el sindicato que estén.
Esta necesaria confluencia entre las acampadas y el movimiento de los trabajadores está más acelerada en Catalunya, dónde los agresivos recortes del gobierno de derechas de CiU ha llevado a fuertes movilizaciones en la sanidad ya antes de las acampadas. En los últimos días varias marchas de trabajadores y trabajadoras (de hospitales, de telefónica y bomberos) han terminado en la Plaça Catalunya ocupada. La acampada ya ha mostrado su solidaridad con el sector público en lucha y se ha sumado a sus convocatorias. Son ejemplos de luchas a reforzar y generalizar por todo el Estado.
El papel de las organizaciones
Si los vínculos con el sindicalismo combativo llevan a debates, hay otro tema candente en las acampadas, el sentimiento antipartidos. Es un sentimiento sano si tenemos en cuenta el papel que han jugado los partidos de izquierdas en los últimos años. No solamente se trata del PSOE, que ha aplicado recortes durísimos desde el gobierno. Partidos como Izquierda Unida no han hecho mucho para movilizar en las situación de crisis en la que nos encontramos. Incluso tenemos ejemplos como el de ICV-EUiA en Catalunya, que entró en el gobierno de la Generalitat durante 8 años, quedando como cómplice de las políticas neoliberales que se llevaban a cabo.
Es importante evitar que los partidos que se dicen de izquierdas y que simplemente quieren formar parte del juego institucional asimilen el movimiento. Pero también debemos saber que existen organizaciones políticas de un signo completamente distinto. Hay organizaciones anticapitalistas, que no tienen ninguna pretensión de conseguir los cambios a través de las instituciones, sino que ponen todos sus esfuerzos a construir la movilización desde la base. Organizaciones que están participando de forma honesta en el movimiento actual, aportando su experiencia al mismo tiempo que aprendiendo en él. Este es el tipo de organización del que los compañeros y compañeras de En lucha formamos parte para conseguir un cambio radical en esta sociedad. Negar el papel de estas organizaciones en el movimiento no ayuda a construirlo.
El movimiento actual plantea numerosos retos que van a aumentar si continúa creciendo. Es por esto que avanzar en los debates estratégicos, al mismo tiempo que se organizan entre sí los activistas anticapitalistas que quieren una transformación total de esta sociedad y construir un movimiento amplio y radical, es un paso necesario para superar las desafíos y generalizar la revuelta.
Joel Sans es militante de En lluita / En lucha y coautor del libro «No pasarán, aunque lleven trajes…».
http://www.enlucha.org/site/?q=node/16057
[VERSIÓ EN CATALÀ: http://www.enlluita.org/site/?q=node/3656]