El sueño de la razón produce monstruos» (Goya) La Sombra de Alfonso Sastre está preocupada porque lo encuentra un poco raro. Por fin se decide a decirle algo:) Sombra.- Oiga, jefe. Usted ha recibido en los últimos tiempos grandes oleadas de solidaridad. Sastre.- Eso es muy cierto; y también que he agradecido toda esa solidaridad […]
La Sombra de Alfonso Sastre está preocupada porque lo encuentra un poco raro. Por fin se decide a decirle algo:)
Sombra.- Oiga, jefe. Usted ha recibido en los últimos tiempos grandes oleadas de solidaridad.
Sastre.- Eso es muy cierto; y también que he agradecido toda esa solidaridad en el alma, aunque no haya sido capaz de hacerlo personalmente a cada una de las personas que me han declarado su impagable simpatía. Les doy mis miles de gracias desde aquí.
Sombra.- Pero también permítame que le diga que otras personas se han mostrado tan contrarias a usted que le han llamado de todo, o sea que lo han puesto a parir, como suele decirse.
Sastre.- (tratando de mostrar indiferencia) Bueno, bueno. No ofende quien quiere sino quien puede.
Sombra.- Esas personas que le digo han podido y además lo han hecho desde grandes medios periodísticos y agencias.
Sastre.- Me refería a poder hacerlo moralmente y también intelectualmente.
Sombra.- Oiga, ¿y cómo suena que le digan a uno que es una garrapata -que es un ácaro chupador de sangre-, por ejemplo?
Sastre.- Si me han querido llamar chupador de sangre (no sé por qué razón), yo hubiera preferido vampiro, porque soy un admirador del Conde Drácula, y los murciélagos amantes de la sangre, si es que existen, me parecen muy bien, pero en estos casos no puede uno elegir. En general, estoy contento porque mis injuriantes han respetado mi cojera, porque podían haberme llamado, por ejemplo, «cojo siniestro», y sólo me han llamado siniestro. Algo es algo. En eso hemos avanzado bastante con relación al franquismo de la posguerra, cuando a los mutilados de la guerra, si eran republicanos, los consideraban «jodíos cojos», y si eran franquistas llevaban el honorable apelativo de «caballeros mutilados» y en los autobuses había asientos reservados para ellos. Era una diferencia, al menos, muy desagradable.
Sombra.- ¿Injuriar a alguien es siempre malo? ¿Es siempre un signo de incultura?
Sastre.- No diría yo eso. Lo que creo es que es muy difícil «injuriar bien», al menos en español, donde la cuestión no está resuelta y nos encontramos con que los más fuertes y efectivos insultos son todavía «puta» para las mujeres y «cabrón» para los hombres, acreditando así un gran machismo y una incultura muy notable, pues está claro que las putas son personas muy respetables y que los cabrones no son sino personas desdichadas a las que sus esposas les han puesto los cuernos.
Sombra.- ¿Usted sabe si alguien ha conseguido «insultar bien» en español, o sea: injuriar con buenos modos?
Sastre.- (afirmativo) Jorge Luis Borges da algunos ejemplos en un trabajillo que incluyó en su «Historia de la Eternidad» (muy breve, por cierto) con el título «Arte de Injuriar».
Sombra.- ¿Se acuerda usted de alguno?
Sastre.- (afirmativo) Por ejemplo, al gran poeta Leopoldo Lugones lo injuriaron muy bien -aunque fueran injustos, que esa es otra cuestión- diciendo que él «cometía sus sonetos».
Sombra.- (ríe) ¡Qué diferencia con estas injurias que le han dirigido a usted ahora!
Sastre.- Ha sobresalido la de llamarme «garrapata», pero también me han llamado «inmundo», «matón», «siniestro», «pobre diablo» y «excrecencia de la historia». Incluso me han dicho que yo no soy un ser humano; que sólo tengo de humano el haber sido engendrado por un hombre y una mujer, pero nada más. Por cierto que si yo hubiera sido gitano, esto último es lo que me habría sentado peor.
Sombra.- Ah, ah. ¿Y por qué?
Sastre.- Porque a ellos les sienta muy mal el mero hecho de que «se les miente a los padres».
Sombra.- ¿Y qué habría respondido un gitano a eso?
Sastre.- Seguramente el gitano «se habría cagado (así como suena, y perdona la suciedad de la expresión) en los muertos» de quien le dijera tal cosa.
Sombra.- (ríe) No suena muy fino, pero está bastante bien. ¿Y a usted le han dicho alguna injuria más, así, curiosa, que usted se acuerde?
Sastre.- Es notable la de que yo pertenezco más al mundo del crimen que al de la literatura.
Sombra.- ¿Y eso quién se lo ha dicho? ¿Algún idiota?
Sastre.- No insultes, no insultes, al menos con esa palabra tan hiriente.
Sombra.- ¿Entonces qué? ¿Imbécil?
Sastre.- Ése es un insulto sin sentido porque un imbécil no es más que una persona que no tiene bastón (báculo). Si acaso, puedes llamarle «cenutrio».
Sombra.- ¿Y qué es un cenutrio?
Sastre.- Es otro insulto, que he encontrado en un libro muy curioso, que se titula «El Gran Libro de los Insultos». Tesoro crítico, etimológico e histórico de los insultos españoles, publicado en La Esfera de los Libros, Madrid, 2008. (Le da el libro, que estaba entre los que hay en su mesa) A ver qué definición da de «cenutrio», que ahora no me acuerdo; me gustó porque sonaba bien.
Sombra.- (lo busca y al fin lee:) «Alude a quien es torpe o sumamente bruto».
Sastre.- Hombre, ahora que lo veo, no le va tan bien a mi injuriante. Tendré que buscar otro insulto mejor para ese sujeto. (De pronto exclama:) ¡Oh! Acabo de encontrarlo: «ese sujeto».
Sombra.- Pero eso no es un insulto. Ser sujeto de una oración es cumplir una función importante. ¿O no? (Sastre ha abierto un diccionario común y consulta la palabra. La encuentra y lee en ella:)
Sastre.- Ah, un sujeto es también «una persona innominada», y no encuentro ninguna acepción peor. Pero, bueno, es que yo lo he dicho con un tonillo especial. Acuérdate de aquel que decía que lo que le molestaba no es que le llamaran hijo de puta, sino el tonillo con el que algunos se lo decían. Y es verdad que la significación de las palabras y de las frases no la resuelve un diccionario, así sin más, sino que la revelan los contextos y, en el habla, los tonos con que las palabras y las frases se dicen. En cuanto al caso que ahora recordamos, no se trata de «una persona innominada» porque es José Bono el nombre de ese personajillo. Por cierto que este nombre de «personajillo» le va muy bien a este personajillo, y dicho como ahora lo he dicho es una injuria corriente, aunque, bien mirado, lo de cenutrio no le va mal del todo.
Sombra.- Y, volviendo a usted, lo de «pobre diablo», ¿qué le parece? ¿Y lo de «excrecencia de la historia»?
Sastre.- Desde luego, no resulta agradable y aún más, fastidia un poco, y aún más, dicho por la persona que lo ha dicho que, ella, ya de por sí, es bastante desagradable.
Sombra.- (con curiosidad) ¿Y quién es esa persona, si se puede saber?
Sastre.- Una forma vulgar de responderte injuriándola, aunque débilmente, sería decir que no me acuerdo de su nombre o que es «una tal María Antonia». Borges se refiere a un crítico italiano al que no le gustaba Goethe y que lo llamaba en su ensayo «el signore Wolfgang». Esta tal se llama ciertamente Iglesias y es una flor de tertulias bastante ignorante pero apañadita en la defensa de lo suyo, y se ve que vive como puede.
En una ocasión oí que en un programa de la COPE, rico en insultos y desprecios a las personas, llamaban a esta señora «la mujer barbuda», y ello debido, creo, a que su rostro está adornado por una pequeña papada. No me pareció ni medio bien y yo rechazo que el rostro no agraciado de una persona (acaso bizca) sea utilizado para injuriarla o que un tartamudo sea objeto de comicidad por su tartamudez. Eso es malo ética y estéticamente. En aquella emisora que he citado hay un gran insultador… (La sombra ríe) ¿De qué te ríes ahora?
Sombra.- Es que eso de «insultador» me ha recordado un chiste que usted suele contar.
Sastre.- Ah, sí; lo contaba mi amigo José María de Quinto, y trataba de dos señores que se intercambiaban sus tarjetas, y uno de ellos, al leer la del otro, se extrañaba de la profesión que figuraba en ella: ¿»Insultador»?, le preguntaba, sorprendido, y el otro le respondía al instante: «Sí, ¿qué pasa, hijoputa?». (Ríen ambos) En fin, el que insulta mucho en la COPE es Federico Jiménez Losantos, que al presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, lo llama «mono rojo».
Sombra.- Eso es peor que un mal insulto. ¿No, jefe?
Sastre.- Digamos que el peor insulto alcanza sus más altas y repugnantes cotas en casos como éste. Volviendo, para acabar, a más bellos lugares, recuerdo ejemplos de gran espiritualidad con la que, a lo largo de la historia, se ha respondido algunas veces a las peores injurias, incluso a las agresiones físicas. El que yo voy a citar lo tomó Borges de las obras de Thomas De Quincey, y es el de un caballero que, cuando discutía con otro, recibió el contenido de un vaso de vino en la cara. Entonces, calmosamente, se enjugó el rostro con su pañuelo y respondió así: «Esto es una digresión. Ahora dígame su argumento».
P.S.- En este artículo no he tratado de lo que de calumnias tienen algunas de las injurias de que he sido objeto. Ése es otro cantar.