Una de las características fundamentales del panorama actual, es que vivimos en un sistema mundial en el que los agentes económicos (multinacionales, grupos inversores) ejercen mayor influencia y poder que los agentes políticos (estados). En la ceremonia de toma de posesión del nuevo presidente de los EEUU, ya no trató de enmascararse esta situación. Donald Trump, que tiene mucho más de empresario que de político, aparecía acompañado por los principales líderes de las multinacionales tecnológicas del país, agrupados como una opulenta oligarquía que ya no se esconde; incluso uno de ellos, no dudó en escenificar el saludo fascista.
En un sistema como este, en el que los agentes económicos son los que intervienen en los asuntos políticos, siendo su principal objetivo el de acumular poder, rentas y beneficios, es fácil que se acentúen las desigualdades en la sociedad, con un pequeño grupo de oligarcas acumulando capital, dispuestos a feudalizar tanto sus rentas como sus propios cargos, y una mayoría sometida económicamente a ellos.
Esta situación se ha ido acentuando en los últimos treinta años. No hay que olvidar que en la mayor parte del siglo XX, el poder político ha mantenido su capacidad de independencia sobre los agentes económicos. Incluso en algunos casos los sometía a su voluntad, como en la planificación stalinista. Pero desde las últimas décadas del siglo XX, los agentes económicos han ido creciendo en poder e influencia. El fenómeno histórico que ha supuesto el cambio de tendencia es bien conocido por todos, pues define toda una época: la globalización.
La explicación es sencilla: el fenómeno de la globalización se ha producido en el ámbito económico, con la liberalización de los mercados mundiales y el libre flujo de capitales, de forma que las multinacionales y los grupos inversores han crecido vertiginosamente al extender sus tentáculos por todo el mundo, con la consecuente acumulación de capital, de ingresos y de rentas en favor de unas pocas manos.
El poder político se ha quedado detrás. Salvo la experiencia a medio camino de la UE, lo político no se ha globalizado y la situación internacional sigue exactamente igual a como estaba antes de la globalización: estados plenamente soberanos en sus territorios, cuyos intereses son difíciles de coordinar conjuntamente y una ONU que no es capaz de intervenir, ni mucho menos resolver, los principales problemas de la humanidad (guerras, cambio climático, movimientos migratorios…).
Los Estados so los agentes políticos superiores, Su poder es inmenso: dictan las leyes, que son los marcos en los que se desarrollan las relaciones sociales y económicas; controlan el poder coercitivo (ejército y policías), ejercen el poder judicial y de inspección, y disponen de unos medios materiales y personales inmensos para el logro de sus variados fines. Sin embargo, tienen una limitación importante: no pueden ir más allá de las fronteras de su territorio.
Imaginemos un hipotético enfrentamiento entre un agente político y otro económico, por ejemplo, entre un estado poderoso (los EEUU) y una multinacional tecnológica (Alphabet). EEUU podría llegar a prohibir las acciones del grupo empresarial, incluso disolverlo,, aunque le supusiese un esfuerzo colosal tanto en el despliegue de medios para llevarlo a cabo, como en la inevitable y dilatada pugna judicial, Y aunque los EEUU se saliesen con la suya, Alphabet seguiría disponiendo del resto del mundo para seguir operando.
Pero aquí no se acaban todas las razones. Hay más. Hay que tener en cuenta que los agentes económicos pueden influir sobre los políticos por varios medios, sean legales (lobbies) como ilícitos. Es aquí donde intervienen los partidos políticos, que son el principal foco de penetración de los agentes económicos en lo político. Los partidos políticos son las organizaciones desde las que se gestiona el personal político. Desde un partido político, que es una plataforma que tiene pocas cuentas que rendir, se pueden colocar a todos los cargos importantes de un estado. Por lo tanto, a los agentes económicos solo les basta penetrar en los entresijos del partido político que esté en el poder, para conseguir sus propósitos mediante financiaciones más o menos legales o recurriendo a la corrupción. Pero además existe otra vía mucho más directa: prescindir de la voluntad de los partidos políticos, colocando a líderes económicos en el control del Estado, como ha sucedido con Donald Trump y Javier Milei.
Por lo tanto, parece evidente que vivimos en un mundo cada vez más controlado por agentes económicos y por estados con menor capacidad de maniobra. Sólo en China y otros pocos estados se antepone lo político sobre lo económico, pero sin que dicho estado sirva de ejemplo por su limitado respeto a los derechos humanos. No digamos de estados pequeños, débiles, que son presa fácil para las grandes multinacionales. Esta situación ha producido graves desequilibrios en la distribución de la renta y del capital, que exige un cambio de rumbo que pase por la necesaria globalización de lo político.
La globalización de lo político implicaría la necesidad de que los estados cediesen una parte de su soberanía a un organismo (llámese foro, plataforma) con la capacidad de tomar decisiones a nivel mundial. Estamos en la era de los problemas globales, que nos afectan a todos y que requieren una decisión conjunta, especialmente en asuntos relacionados con la demografía humana, el medio ambiente, los derechos humanos, las guerras, los recursos naturales y energéticos y el armamento nuclear. Para ello sería necesaria una organización mundial, con unas bases y principios muy distintos a la ONU. Porque la ONU tiene sus defectos, muy evidentes, tanto por el derecho de veto de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad , como por el hecho de que sean los estados y sus intereses, y no la humanidad y el planeta, los que estén representados en ella. Este nuevo organismo mundial, debería ser lo suficientemente flexible, teniendo más similitudes con un foro o una plataforma que no con una institución permanente, y actuaría de forma transparente y discursiva. En ella debería representarse la humanidad en su variedad de formas (grupos culturales, religiosos, étnicos, grandes estados…). Un esbozo de cómo debería ser aparece descrito en El mundo y la libertad. Que vaya a globalizarse lo político será inevitable, pues ésta es la única forma de afrontar algunos de los problemas globales y acuciantes a los que nos enfrentamos. Sin embargo, el camino y el tiempo que empleemos en ello depende de si elegimos la vía racional y planificado, o esperamos a que sean las catástrofes las que nos empujen a hacerlo. Por los azares de la historia, me temo que vamos a tomar el segundo camino.
Miquel Casals-Roma (profesor de ciencias sociales, escritor, librepensador)
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