Hay veces en que una pequeña sonrisa se dibuja en el rostro sombrío, como una ventana de esperanza para reforzarse, para encarar un futuro que, a priori, se presenta cubierto de negros nubarrones. Hemos pasado de la euforia del despertar de las movilizaciones del 15-M, a la depresión del bucle de manifestaciones masivas que no […]
Hay veces en que una pequeña sonrisa se dibuja en el rostro sombrío, como una ventana de esperanza para reforzarse, para encarar un futuro que, a priori, se presenta cubierto de negros nubarrones.
Hemos pasado de la euforia del despertar de las movilizaciones del 15-M, a la depresión del bucle de manifestaciones masivas que no están cambiando nada. Una especie de ciclotimia entre la novedad venturosa de la lucha compartida por cientos de miles de personas y el jarro de agua fría que ha supuesto la mayoría absoluta lograda por el PP en tres elecciones seguidas.
Y justo en el momento más inesperado, sorprendiendo a todólogos y supuestos expertos, se produce un vuelco electoral que castiga a los dos grandes partidos en Andalucía y Asturias y una Huelga General de notable alto acompañada de multitudinarias movilizaciones en todo el país.
Digo huelga de notable, porque si bien no fue la más grande que se ha conocido, tampoco fue el fracaso que auguraban los medios de la extrema derecha mediática y el propio Gobierno con sus campañas goebbelianas contra el sindicalismo, en el marco de una situación laboral precarizada y con la amenaza del despido como arma desmovilizadora.
Aún así, y comparando las cifras de huelga y manifestaciones, queda claro que la gente que no pudo hacer huelga por miedo y coacción sí asistió masivamente a unas manifestaciones que consiguieron aunar las diferentes sensibilidades de la izquierda en una muestra de unidad en la acción que pone sobre la mesa una potencialidad clara.
Fue esperanzador ver tomar la calle al viejo sindicalista y a las gentes del 15-M, sindicatos alternativos encabezando manifestaciones de decenas de miles o familias de toda condición participando en una movilización que supone un órdago contra el modelo neoliberal al servicio de la mafia financiera que gobierna desde Bruselas.
Es cierto que solo con esas manifestaciones no se cambia nada más que el ánimo, pero pueden ser el pistoletazo de salida para un movimiento que sea el embrión de una corriente que conduzca hacia la anhelada puesta en común en torno a un proceso de recuperación de la posibilidad transformadora de la izquierda.
Hace tiempo que estábamos fuera de juego, que habíamos perdido el discurso movilizador, que no éramos capaces de presentarnos como alternativa real ni dar soluciones a los problemas de las personas. Y el primer paso, en mi opinión, es la revalorización, el rearme interno junto a nuestros iguales, que por cientos de miles decimos en la calle «basta».
Ilusión, respeto, unidad en torno a metas claras y, ojalá, las cúpulas de los grandes sindicatos se planteen, al menos, la recuperación de una combatividad que olvidaron en las alfombras y los despachos. El ataque es duro y con intención de no hacer heridos ni prisioneros y sería un suicidio pensar que se puede llegar a la cohabitación con el poder financiero desatado. Esto sería el certificado de defunción sindical, la desafección total con una calle en pie de guerra que no entenderá el compadreo con los mismos que nos están llevando a la exclusión y al empobrecimiento general.
Ni maximalismo estéril ni entreguismo vergonzante deben ser los lemas que muevan esta campaña de movilización que tiene que ser sostenida en el tiempo y con intensidad creciente.
Hacer del 29-M una excepción sin continuidad supone retornar al circulo vicioso de la euforia que da paso a la depresión con resultado final de derrota. Y no podemos permitirlo, nos jugamos demasiado para seguir perdiendo. Porque la derrota total existe y si nos vencen del todo pasaremos a la condición del prisionero o del esclavo, la pax neofeudal reinará con todo su sufrimiento, por muchos años.
Latinoamérica enseña muchas cosas: desde la recuperación de su soberanía actual hasta la debacle social, la violencia y el hambre cuando el capital financiero gobernaba por medio de gobiernos títeres.
Ojalá sepamos ahorrar ese tiempo precioso, sin regalarlo al inclemente enemigo, para organizarnos de manera plural y diversa.
La energía está ahí, nos toca pasar de la rabia espontánea a ser PUEBLO ORGANIZADO.
Fuente: http://hablandorepublica.blogspot.com.es/2012/04/de-la-rabia-espontanea-pueblo.html