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Entrevista al escritor venezolano Luis Britto

De literatura, Revoluciones y piratas

Fuentes: La Jiribilla

Doctor en Derecho, narrador, ensayista, dramaturgo, historiador y profesor universitario, Luis Britto es uno de los intelectuales de izquierda venezolanos más prolíficos y más comprometidos con su causa históricamente. En la actualidad es un firme defensor de la Revolución Bolivariana y ha sido una figura de peso en los foros sociales del pensamiento alternativo. Como […]

Doctor en Derecho, narrador, ensayista, dramaturgo, historiador y profesor universitario, Luis Britto es uno de los intelectuales de izquierda venezolanos más prolíficos y más comprometidos con su causa históricamente. En la actualidad es un firme defensor de la Revolución Bolivariana y ha sido una figura de peso en los foros sociales del pensamiento alternativo. Como periodista de opinión e investigador, es autor de numerosos ensayos que en buena parte discurren sobre los discursos políticos y las contraculturas, entre los que destacan los volúmenes La máscara del poder: del gendarme necesario al demócrata necesario (1988) y El imperio contracultural: del rock a la postmodernidad (1990). Recientemente recibió el Premio de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada 2005, de Casa de las Américas, por su libro Venezuela: investigación de unos medios por encima de toda sospecha.

Ha dicho que «un intelectual es quien emplea sus conocimientos para participar de manera crítica en la vida política y social», cosa que ha cumplido cabalmente con su obra ensayística, pero también con una obra narrativa de muy alta calidad, que le ha valido el Premio Casa de las Américas de Cuento con Rajatabla (1970), y el de Novela con Abrapalabra (1979); el Premio Latinoamericano de Dramaturgia Andrés Bello por La misa del esclavo (1980), y el Premio Nacional de Literatura en su país por el conjunto de su obra.

 

Su relación con Cuba siempre ha sido estrecha, y en esta ocasión viajó a la Isla para brindar conferencias en el 1er. Festival Internacional de Narradores Jóvenes , desarrollado precisamente en Casa de las Américas, en La Habana. De las jornadas que duró su visita, dedicó unas horas a sostener una animada conversación con el equipo de redacción de La Jiribilla sobre temas tan diversos como Internet, la ciencia ficción o los filibusteros del Caribe, que ofrecemos a continuación en forma de entrevista.

¿Cómo se ha desarrollado el Encuentro de Jóvenes Narradores al que ha estado asistiendo en Casa de las Américas -que, a propósito, está próxima a cumplir 50 años de fundada?

Cómo pasa el tiempo. Se cumplen no solo 50 años de Casa de las Américas, sino de la Revolución. Recuerdo todavía esa madrugada en Venezuela del 1ro. de enero del 59, aquella caravana de gente tocando cornetas en los automóviles y celebrando la Revolución Cubana. La habíamos tomado como cosa y nuestra, y mira, pasó medio siglo…

El primer día del Encuentro tuve una conversación inaugural sobre algunos de los temas del programa: las tendencias actuales de la literatura latinoamericana, los problemas de la creación y la edición, el tallerismo literario. En la tarde hubo unos talleres donde expusieron unas lecturas bastante interesantes, y esta mañana estuve en una mesa en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí en el que se hablaba sobre literatura y mercado. Participaron un boliviano que habló sobre los blogs y un nicaragüense que expuso sobre el problema crítico de la edición en Nicaragua. Comparaba cómo durante el sandinismo existió aquella editorial, Nueva Nicaragua, que llegó a editar más de 300 títulos, con muchos grandes autores nicaragüenses. Yo incluso pude comprar algunos cuando estuve en Nicaragua, y había cosas memorables, escritos sobre estética de Bertolt Brecht, grandes poetas nicaragüenses como José Coronel Urtecho. Cuando perdió las elecciones el sandinismo, eso se acabó y actualmente, a pesar del retorno del sandinismo, no hay editoriales públicas, no se pueden editar libros en grandes tiradas. Una gran tirada de una editorial privada son 500 ejemplares. Citaba el ponente que un libro llega a costar la tercera parte del salario mínimo y es incosteable para una gran parte de la población. Es una situación caótica que persiste en muchos países latinoamericanos. Es doloroso ver qué pasa en Nicaragua después de aquel gran salto que dieron con el sandinismo.

El proyecto del ALBA ha ayudado a desarrollar el medio editorial para el gran público. También se podrán incluir algunos países de América Latina…

El primer gran saldo es que se eliminó el analfabetismo, hace dos o tres años. Cosa trascendente, le dieron al país un premio de la UNESCO por eso. Eso abre la potencialidad de los lectores, no los garantiza. Aparte de eso, ha habido una serie de medidas en el campo editorial, de ampliación de las tiradas. Algunos libros, muy excepcionalmente, han tenido una tirada de cerca del millón de ejemplares, como una edición de El Quijote y otra de Los miserables, que fueron de distribución gratuita. En algunos casos ha habido una tirada de medio millón o 250 000 ejemplares, como por ejemplo en una biblioteca básica temática de pequeños libros muy accesibles con cuestiones esenciales para los ciudadanos venezolanos como los derechos de la ciudadanía, la maternidad, etcétera. Allí me tocó hacer una síntesis sobre los fundamentos del método científico, algo llamado La ciencia, fundamento y método. Hice otro librito llamado Para comprender y querer a Venezuela, que es una pequeña introducción al país. En algunas editoriales propiamente literarias como Monte Ávila se han echo tirajes de 30 000 ejemplares de algunos autores venezolanos básicos. Uno de los esfuerzos más grandes en ese sentido han sido la editorial El perro y la rana, que publica un título diario. Pero hay un problema muy básico que es la distribución, como en Venezuela se está intentando ir hacia una experiencia socialista, pero en medio de un sistema capitalista, la distribución fundamentalmente está en manos de circuitos y librerías privadas que son grandes papelerías. En el encuentro también explicaba el compañero nicaragüense de una realidad que es la misma en Venezuela: en una librería te venden cuadernos, útiles escolares, carteras, peluches, etcétera… y uno que otro bestseller, literatura de aeropuerto y algún libro de autoayuda. Esos circuitos no quieren tener nada que ver con las publicaciones de las editoriales públicas. Las redes de distribución son todavía insuficientes. El otro elemento es que se tiene que crear un público lector, no es solamente que alguien sepa leer de una manera instrumental y escribir su nombre. De ahí a crear un lector que consuma libros es difícil.

Hay que señalar que toda esta producción de las editoriales públicas está subsidiada, se distribuye a precios sumamente accesibles. Creo que sí es materialmente posible para personas con bajos recursos comprar libros en Venezuela, y en ocasiones se regalan. Pero todavía hay que trabajar mucho en eso.

En relación con la cuestión Latinoamericana, hay una iniciativa que se ha revitalizado, que es la de la Editorial Ayacucho -creada cerca de 1975-, con el objetivo de publicar los grandes clásicos de América Latina en versiones que se pudieran considerar definitivas, con estudios introductorios, cronologías, corrección muy cuidada, confrontación de varias ediciones del libro, y demás. Estas obras se han distribuido con precios subsidiados que las han hecho asequibles en muchos sitios de América Latina, incluso en Europa. Se ha dado un salto adelante con una versión digital de cada uno de esos libros, se pueden consultar y descargar por computadora estos grandes clásicos latinoamericanos. Eso te ofrece la gran ventaja de que los puedes estudiar con buscadores en la computadora. Este es un esfuerzo extraordinario y creo que se debería seguir por ese camino. El paso del libro de una frontera a otra es algo sumamente complejo, entonces estas ediciones virtuales son una maravillosa forma de que el libro circule. Gran parte de las editoriales que se dicen internacionales y publican en países latinoamericanos, no lo son realmente. Publicas en una de estas grandes casas pensando: «Qué bueno, me van a distribuir en toda Latinoamérica y en España», y resulta que hacen una edición local que ni por curiosidad se distribuye a otros países. Puede que haya una salida a esa situación a través de los medios electrónicos.

¿Pero qué ocurre con la brecha tecnológica a la que se enfrentan los países más pobres?

Hay un problema de desfase tecnológico, sin embargo, en una cantidad de sectores noto que no incide tanto. Los muy niños manejan perfectamente las computadoras, aprenden casi solos y tienen su universo allí, a través de formas nuevas. Se la pasan «chateando» como antes las adolescentes se la pasaban prendidas del teléfono. Creo que eso se universalizará, sobre todo porque las trasnacionales tienen el interés de que su uso se amplíe, como ocurrió con los celulares, por ejemplo. Creo que soy el único venezolano que no tiene celular. Hace dos décadas era un lujo y actualmente ves a la gente con dos o tres celulares. No hay reunión sin que sea obligatorio que interrumpan la conversación con las musiquitas más raras. No es inconcebible que en una o dos décadas avance la banalización y universalización de la computadora, como mismo no hubo brecha tecnológica en absoluto para el celular. Esa es una oportunidad que la literatura debe aprovechar y no dejar que se le arrebaten los inventores de juegos electrónicos.

Yo tuve una página web y ahora comencé mi blog digital en noviembre. Es totalmente gratuito, a diferencia de la página web, que es costosísima. Mantuve una serie de blogs primitivos cuando era estudiante, los periódicos murales. Cada 15 días, con un amigo, sacaba un mural grande con muchos artículos de desestabilización. Siempre se encuentra una brecha y el de ahora puede estar los blogs digitales.

El peso físico del papel y la tinta dificultan mucho la difusión del libro, es un objeto físico que tienes que almacenar, revender, liquidar. En EE.UU. y otros países desarrollados sucede algo que no se difunde, pero que es peor que en esa novela de Bradbury, Farenheit 451, en la que quemaban los libros, porque ahora los pulverizan, los hacen pulpa. Publican un libro y si no se vende en la cantidad de semanas que ellos esperan, va otra vez para las moledoras de papel y desaparece. Dicen: «¡Los regímenes tiránicos queman libros!»; bueno, el capitalismo los triza y los recicla.

Nos comentaba antes que recuerda muy bien el 1ro. de Enero de 1959. ¿Cómo lo vivió?

Recuerdo exactamente ese 1ro. de Enero. Yo estaba en una región llanera del oriente de Venezuela. Los 1ro. de Enero siempre hay un trasnochar generalizado, y en aquel de pronto se sintió un corneteo en la calle. Había una procesión de automóviles en la calle -y eso era en provincias, no era Caracas. Salgo a ver qué pasaba y era la gente celebrando la caída de Batista. Y entonces me sumé a la celebración, porque era algo tremendo. En Venezuela se había derrocado al dictador Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958 y estábamos esperando a que cayera Batista, incluso algunos de nosotros pensábamos que iba a caer primero Batista que Pérez Jiménez, pero no fue así. Quedaba esa agenda, todo el mundo esperaba que cayera pero la pregunta era cuándo. Había un sentimiento generalizado de simpatía por la causa cubana que incluso tenía proyección en el gobierno, porque el presidente de la Junta Provisional de Gobierno, Wolfgang Larrazábal, a pesar de la neutralidad que debía existir envió un avión con armamentos para apoyar al 26 de Julio. El avión aterrizó y creo que incluso se quedó aquí para seguir ayudando. El gran dilema moral era que si eso llegaba a saberse, Venezuela podía ser acusada de intervención y era un problema diplomático.

Había comités de apoyo a la Revolución Cubana y también había cubanos sumamente estimados viviendo allá, como Andrés Cova Casas, que después fue una de las primeras víctimas de la represión política de Acción Democrática. Se sentía que los dos movimientos, el de Cuba y el de Venezuela, podían andar muy unidos. De hecho, Fidel fue a visitar a Rómulo Betancourt después de elegido, y eso fue también un acontecimiento en Caracas, cuando pasaron los barbudos en un desfile por el centro de la ciudad. Fidel le pidió ayuda a Betancourt, sobre todo con dinero, para hacer un plan contra el imperialismo, cosa que debe haber aterrorizado a Betancourt.  

A causa de la campaña contra Cuba que se mantiene en los grandes medios del mundo, hasta la literatura tiende a politizarse. ¿Cuál ha sido su experiencia?

Desde hace mucho tiempo me han mantenido en una especie de asecho para que en alguna forma hable mal de Cuba o firme algo contra Cuba. Empezó cuando el caso Padilla: de repente, gente que jamás me había llamado se pega al teléfono y me dice que tengo que firmar contra no sé qué infamia. Afortunadamente estaba allá en Caracas Eduardo Galeano, en la agencia de Prensa Latina. Le pregunté qué estaba pasando y Eduardo me orientó. Eso fue una provocación que le sirvió de excusa a mucha gente para romper el frente cultural. Desde entonces uno advierte que basta ponerse a hablar mal de Cuba e inmediatamente hay una cobertura de prensa magnífica, se ha descubierto un nuevo genio literario. Es como un pago al contado.

¿Cómo se observan desde Venezuela los cambios que han ocurrido en Cuba a raíz de la elección de Raúl como nuestro presidente?

En Venezuela se tiene la apreciación obvia de que los seres humanos somos perecederos, somos transitorios. La Revolución tiene un mecanismo institucional y eso es lo que se ha puesto en marcha. Evidentemente, por voluntad propia, Fidel -ya vuelto a la plenitud de sus facultades- prefirió hacer la transición institucional. Eso se ha cumplido y no ha causado sorpresas ni estupor en Venezuela. La figura de Raúl se ha mantenido a lo largo de la historia con un bajo perfil, se ve que es una figura enteramente confiable para llevar el proceso adelante, que tiene autoridad moral. Lo importante de esto es que se ha visto que es posible un relevo del mando en Cuba dentro de la institucionalidad, sin mayor problema.

Los llamamientos, convocatorias y redes altermundistas, ¿en qué medida quedan como un diálogo entre las propias gentes de izquierda y hasta qué punto son realmente una defensa de nuestras propuestas políticas y sociales?

Hay una cosa verdadera: el adversario no se chupa el dedo. Todos esos papeles literarios tienen su filtro ideológico perfecto. Hay listas de personas inmencionables. Yo ya lo era por mérito propio; pero cuando me gané el Premio Casa de las Américas, fue un veto total, hasta que me ayudó un amigo en una revista. Hay publicaciones culturales para las cuales toda una intelectualidad no existe. Hay que saber que las cuestiones progresistas se enfrentan a un conjunto de vetos organizados y planificados. En Venezuela, a raíz del golpe del año 2002 y después el paro petrolero, los medios expulsaron a cerca de 500 comunicadores y los vetaron, entre ellos yo que llevo toda mi vida escribiendo. Venezuela tendrá un centenar de periódicos y hay solo dos que mantienen un relativo equilibrio, que no están parcializados de manera absoluta con la oposición. Uno de esos, que es el de mayor circulación, es donde publico. El resto son sectas muy definidas por el elemento político. Ellos que se llaman apolíticos ejercen la censura política y firman manifiestos a favor de golpes de Estado y sabotajes destructivos de las industrias nacionales, etcétera.

Su libro El imperio contracultural impacta desde el mismo título. ¿Cómo fue recibido este uso tan polémico de los términos «contracultura» e «imperio» cuando salió la primera edición?

Fue muy divertido porque en Venezuela, cuando el libro se presentó, aparecieron una cantidad de punks peinados con crestas de gallo multicolores, y también tuvo mucha acogida entre los anarquistas, porque tenemos de todo. Ellos lo llamaban «El libro azul» porque las primeras ediciones tenían la carátula azul. En ese momento parecía un debate un poco etéreo porque entro en la cuestión de la posmodernidad, y después la posmodernidad se volvió el credo oficial, era como el neoliberalismo cultural. El libro llegó a tener cuatro ediciones y se está preparando otra en Venezuela y una en Perú. Quiere decir que sí abrió un frente de debate, pero uno muy complejo, que es el de la contracultura. Es decir, cómo las contraculturas brotaron dentro del propio imperio para proponer alternativas, y cómo el propio imperio las fue corrompiendo poco a poco. Hay un juego muy turbio y es interesante cómo una cosa contracultural se inserta dentro de los mecanismos culturales del imperio. El imperio las neutraliza, invierte su significado, y finalmente viene ese lanzamiento del credo oficial, el posmodernismo.

El imperio se pretende muy liberal y múltiple, sin embargo, promueve cosas. Rockefeller, por ejemplo, promovió en arte el expresionismo abstracto como la estética del capitalismo. Lo dijo así en una oportunidad: había que promoverlo porque era una pintura sin contenido. Hay que ver que el abstraccionismo lo inventaron los soviéticos, con el constructivismo, y sin embargo EE.UU. lo apropió como una proclamación ideológica por su aparente falta de ideología. La ideología de la posmodernidad se podría decir que es un lirismo del mercado. En ella nada tiene validez, se acabó la historia, se acabó la política, se acabó la ética, se acabó todo menos el mercado, qué casualidad. Lo único que sobrevive a todo, es eterno y natural, es el mercado. Ese credo se convirtió en doctrina oficial del capitalismo financiero y se intentó imponer a todo el mundo. Creo que fue como la cara cultural del neoliberalismo económico. El neoliberalismo se desplomó y espero que la llamada posmodernidad también se esté cayendo.

De hecho, en el libro digo que hubo dos posmodernidades: una esa oficial, académica, y la otra que es como la pluralidad de manifestaciones culturales como la vuelta hacia el interés en las culturas étnicas, afirmación de las culturas diversas, afirmación de espiritualidades, de nacionalismo, de modos de vida alternativos, etcétera, que más que la otra posmodernidad yo preferiría llamar crítica a la modernidad. Porque la modernidad entró bajo unos ideales de universalismo y racionalidad total, e imposición absoluta de todo eso al estilo de vida, por ejemplo, el de vivir en una vivienda tecnológica, con la globalización total de sus contenidos, y por lo tanto con una uniformidad total de la cultura. No tendrían sentido las culturas locales, las ancestrales, todas se regimentarían por un patrón de globalización. Eso no logró la victoria, por el contrario, hubo una afirmación de la pluralidad. Esa fue la verdadera posmodernidad en cuanto a crítica de la modernidad a ultranza que se intentó imponer con el positivismo y después con el neopositivismo.

¿Qué nivel de audiencia tienen los canales que apoyan el proyecto bolivariano, los estatales o aquellos tienen un comportamiento más o menos neutro?

VTV tiene como un 8% de la teleaudiencia. En Venezuela todas las televisoras privadas han ido captando a las audiencias con las telenovelas, programas de concurso, programas humorísticos, etcétera, y actualmente son mantenidas por el sector empresarial. En Venezuela habrá unas 60 televisoras, aunque muchas de ellas son retransmisoras, pequeñas cosas locales. Las principales son las llamadas «los cuatro jinetes del Apocalipsis», las grandes opositoras al gobierno. Han captado una teleaudiencia muy fuerte y tienen una capacidad de transmisión tremenda, por ejemplo, para la época del golpe de estado Canal 8 no se veía en una cantidad de regiones del país; Vive TV, que es una magnífica emisora de documentales, popular y alternativa, la tengo porque me suscribí, en el sitio donde vivo no se capta. La verdad es que el espacio televisivo continúa dominado por el sector privado, que es acérrimo opositor al gobierno. Posiblemente en el Referendo, que fue la única derrota que ha tenido el proceso bolivariano, la ofensiva mediática fue un elemento definitorio: hubo cuentos de que iban a quitar los niños y los iban a mandar para Cuba, de que iban a acabar con la más insignificante propiedad privada. Circularon versiones falsas de la constitución, diciendo que esa era la Reforma Constitucional, y no hubo una respuesta adecuada de los medios públicos. En Venezuela es absolutamente normal que por TV llamen a derrocar al gobierno y a asesinar el presidente.

Con esta oposición tan violenta, ¿qué pasa con los intelectuales y artistas que apoyan el proceso? ¿Dónde se insertan en el proceso bolivariano?

Hay una situación muy paradójica. En mi concepto está con el proceso la mejor intelectualidad del país. Quizá uno de los más grandes poetas en lengua castellana, Ramón Palomares, está con el proceso; también Ana Enriqueta Terán, una gran poetisa; grandes novelistas como Carlos Noguera, narradores como Humberto Mata, ensayistas como Roberto Hernández Montoya, las grandes escritoras como Laura Antillano, Antonieta Madrid y Estefanía Mosca. Podría seguir nombrando luminarias, pero parecería que el proceso no las utiliza para nada. Es como si no existieran, no hay una política en relación con esto; mientras que la derecha sí está utilizando a los intelectuales a su máximo potencial. La derecha había cerrado los papeles literarios y los suplementos culturales porque no traían anuncios. Ahora, milagrosamente, han empezado a resucitarlos, financiados no se sabe por quién, que desde luego promueven a sus listas de autores, publican bibliotecas de cada uno de los autores opositores, donde aparecen sus obras completas como si ya fueran clásicos del idioma. No existe una política equivalente respecto a los intelectuales del proceso.

Yo, por ejemplo, que defiendo al proceso encarnizadamente, no tengo militancia política ni cargo público. Me publican editoriales privadas y un periódico cuyo contenido es en parte contrario al proceso pero que guardan un relativo equilibrio. Fuera de eso, ahí tienen dos antropólogos de primera magnitud, entre los más grandes de América Latina, Mario Sanoja e Iraida Vargas, y es como si no existieran. Es un misterio sobre el cual no me pronuncio pero existe. Diría que tenemos una capacidad latente y que la intelectualidad, que sigue publicando y creando, lo hace por su propio esfuerzo.

También se cuenta Vladimir Acosta, que es también un intelectual de primera, historiador, experto en cuestiones económicas, pero que además tiene una obra trascendente en el imaginario. Tenemos esa cantidad de intelectos y el uso que está haciendo de ellos el proceso es prácticamente nulo. Espero que en algún momento se le dé mayor atención. Creo que la mejor y más productiva intelectualidad está con el proceso, y que la de la oposición está llena de gente que escribió un libro en los 60 y después no ha tenido continuidad. Hay grandes talentos en sus filas, porque lamentablemente el talento no depende de la ideología.

A veces los movimientos y gobiernos de izquierda asumen que implicar a los intelectuales en los procesos significa darles cargos políticos y públicos, y de algún modo se olvidan del poder de la información y de las redes de información…

Sin embargo, cuando uno viene a ver, los gobiernos populistas anteriores no les tuvieron miedo a los intelectuales. Acción Democrática lanzó de candidato a la presidencia de la República a un escritor: Rómulo Gallegos. Ganó con casi un 70% de los votos. El presidente del Poder Legislativo fue un gran poeta venezolano, Andrés Eloy Blanco. No hubo ningún pánico que gritase: ¡Horror, es poeta, cómo lo vamos a admitir!

Los cubanos llegamos a Luis Britto más por la narrativa que por el ensayo. Aunque las preocupaciones latentes en una y otra forma de su escritura son las mismas, siempre esperamos más novelas. ¿Cómo trata ambos géneros?

En la década pasada, entre otros libros de narrativa, publiqué Piratas, una novela sobre el Caribe que abarca casi siglo y medio de esa primera guerra mundial que fue la que se libró en el Caribe por el dominio del mundo. En esta década he publicado ya dos libros de relatos: Andanada, Arca, y si mal no recuerdo otro más. Actualmente intento hacer una novela sobre la inteligencia artificial, todavía no sé si pueda. Sigo publicando narrativa, pero, curiosamente, a veces voy desarrollando, por esa escisión de personalidad, un proyecto narrativo al mismo tiempo que uno ensayístico. Junto con Piratas publiqué Demonios del mar. Piratas y corsarios en Venezuela, que es un estudio detalladísimo porque, claro, no se puede afrontar lo que fue la guerra mundial por el Caribe basándose en las necedades de las películas de Hollywoody esos piratas románticos. Por otra parte, soy navegante deportivo, he navegado en los barcos de los filibusteros de esta región, que eran pequeños balandros. Hasta hice la travesía del Atlántico en un velero de 60 m haciendo todos los oficios de a bordo, incluso el de timonel. Uno tiene que formarse, yo diría que mi mente trabaja en dos hemisferios, uno que tiene que ver con el ensayo y la documentación precisa y otro que es el delirio. Muy frecuentemente he trabajado así y hay libros que se podrían llamar paralelos. Por ejemplo, en Abrapalabra, entre los millares de cosas que abordo está la cuestión del gran demagogo, pero hice también dos trabajos que se llaman La máscara del poder y El poder sin la máscara, que eran sobre todo un análisis del discurso populista en Venezuela. Para ello tuve que hacer el análisis de los programas políticos, los roles actanciales, análisis de las imágenes, análisis de las mitificaciones y representaciones populares, una gran cantidad de trabajo muy detallado de semiología en vinculación con la política que en parte tiene su correlato en esa explosión de las hablas de Abrapalabra, es decir, cómo se manejaban las diversidades de hablas y entre ellas las políticas.

Hay que señalar también que la cuestión del ensayo es una imposición de nuestros medios, porque uno va a publicar y te dicen: no publicamos cuentos. Parece mentira que las publicaciones culturales no publiquen ni narrativa ni poesía, sino puro ensayo. Así, lamentablemente, me volví ensayista, para que me publicaran. Pero también hay una serie de temas que hay que acometerlos desde el punto de vista ensayístico, son cuestiones sumamente urgentes, por ejemplo, la decodificación de cómo estaba montada la patraña ideológica del populismo. Ese era un trabajo que había que hacer, y no lo había hecho nadie allí. Lo asumí yo. Todo en Venezuela ha dependido del Caribe, también la historia de las comunicaciones navales con el Viejo Mundo y de la sucesión de las hegemonías. Nadie había escrito esa historia y la tuve que hacer yo.

Tengo suspendido desde hace mucho tiempo un libro sobre la identidad del venezolano, un trabajo de sicología social. Lo he suspendido porque me haría falta un instrumento que se pudiera aplicar en condiciones metodológicamente aceptable a varios millares de personas. Para eso necesitaría un Instituto de Investigación, que no es el caso. Tenemos muchos sicólogos y nadie se ha puesto a escribir sobre la identidad del venezolano.

He publicado libros sobre cuestiones políticas, recopilaciones de ensayos sobre temas inmediatos y urgentes.

¿Esta relación que establece entre la novela y su ensayo paralelo se produce por una cuestión espiritual o práctica, para dar utilidad a toda la información recopilada?

No lo tengo pensado, pero sucede así. En la novela sobre los piratas tuve varios arranques en falso. En realidad pensaba escribir una pieza de teatro. Pero me decía, ¿cómo va uno a profundizar en este fenómeno basándose en las boberías del Corsario Negro o de Douglas Fairbank haciendo maromas en un estudio de Hollywood? El tema de los piratas es infinitamente más apasionante y extraño, sobre todo el de la filibustería. Eran sociedades democráticas, se elegía al capitán y se lo deponía libremente, no tenía privilegios. Los filibusteros eran solamente una parte réproba de la gran hermandad que tenían los pobladores ilegales de La Española, que eran sobre todo cazadores, recolectores y cosechadores de tabaco, porque era la mercancía de contrabando que tenía mayor salida. Los persiguieron tanto que muchos de ellos cogieron el mar en unos botecitos, llamados flyboats, con los que asaltaban a los galeones. Con un botecito se apoderaban de una fortaleza flotante. Era una locura. Luego había un reparto totalmente igualitario del botín y hasta una indemnización de seguridad social porque si se perdía un brazo, era tal parte del botín, y si una pierna, tal otra. Otra parte interesante era que había ahí una gran marginalidad social, por una parte de los sirvientes contratados que venían a América, pero también había muchos cimarrones, posiblemente un 20% de las tripulaciones era de esclavos huidos, cosa que Hollywood no pone en sus películas. Hubo además muchas más mujeres de las que se supone, aproximadamente tres centenares de mujeres piratas.

Hay historias como las de Mombars el Exterminador, que con una tripulación de indígenas recorrió el Caribe vengando las atrocidades de los españoles con atrocidades peores. Fue este un trasfondo delirante en el que se definieron las relaciones entre varias utopías: la de los indígenas, que eran sociedades no jerarquizadas, y después la otra sociedad igualitaria de los plantadores, bucaneros y filibusteros finalmente. Claro, eso después se fue corrompiendo. No se puede establecer un discurso narrativo sin conocer todo esto.

Mencionó una novela en ciernes sobre la inteligencia artificial. ¿Le atrae la ciencia ficción?

He escrito mucha ciencia ficción, creo que soy uno de los poco latinoamericanos que la escribe. Mis novelas tienen elementos de ciencia ficción. Escribí un libro llamado La orgía imaginaria que es un conjunto de trabajos imaginativos sobre las utopías. Pensaba hacer un libro sobre las utopías como forma histórica, pero después decidí que era mejor escribir relatos. Ese fue otro de los casos en los que hubo los dos estudios. Esta novela sobre la inteligencia artificial sería puramente ciencia ficción, si es que se le puede llamar así a algo que ya tenemos aquí.

¿Por qué cree que en América Latina la ciencia ficción es un género poco frecuentado?

Porque en América Latina no desarrollamos una tecnología y en líneas generales no tenemos una esperanza de futuro. Casi toda la ciencia ficción tiende a un futuro, en América Latina parece que no pensáramos en eso, como si tuviéramos clausurada esa operación mental.

Entrevistadores: R. Hernández, N. Acosta, Y. Polanco y J. Puyol.
http://www.lajiribilla.cu/2008/n362_04/362_15.html