En la medida en que los escritos de Carlos Luque Zayas-Bazán restringen su calado teórico y crecen en insultos, les resulta poco apropiado un sitio de Internet como Rebelión, que incita a reflexionar y, además, tiene la saludable costumbre de divulgar todos los puntos de vista de los contendientes. Esa no es la izquierda que […]
En la medida en que los escritos de Carlos Luque Zayas-Bazán restringen su calado teórico y crecen en insultos, les resulta poco apropiado un sitio de Internet como Rebelión, que incita a reflexionar y, además, tiene la saludable costumbre de divulgar todos los puntos de vista de los contendientes. Esa no es la izquierda que se prefiere en nuestro medio ambiente ideológico.
Para sus diatribas resultan convenientes entornos digitales más íntimos, como su muro de Facebook, de donde lo replicó el blog PostCuba, también cuasi privado vistas las estadísticas de visitas que reporta, evidentemente de sus amigos. Santa Fraseología los cría y PostCuba los junta.
Luque reacciona esta vez a mi artículo La república dorada, publicado, como siempre, en LJC. La novedad es que ahora lo hace con un asistente: Ernesto Estévez Rams. Desde el primer debate que sostuvimos fue indiscutible que requería apoyo, pero era lógico esperar un colaborador más eficaz.
El profesor Estévez Rams posee grado científico de doctor y se especializa en el campo de la Física. Debe ser muy solvente en su especialidad, pero evidentemente ello no se extrapola al campo de la historia. Igual me pasaría si intentara calar en las honduras de la Teoría de la Relatividad, o me parara frente a un auditorio dispuesta a explicar el tema de los agujeros negros.
Se puede polemizar sobre historia sin ser historiador. Afirmar lo contrario sería entrar, con categoría VIP, en los reaccionarios salones del platonismo. Sin embargo, para participar en un debate serio se necesita cultura histórica. De nuevo falla Luque al escoger compañía.
A continuación atenderé las principales objeciones del físico devenido historiador.
Su primera duda: ¿Es República Burguesa el mejor nombre para la República pre-revolucionaria? El aporte se lo debemos a Fernando Martínez Heredia, en su ensayo «El problemático nacionalismo de la primera república» -publicado en Temas, no. 24-25, enero-junio del 2001,pp. 34-44-, lo utilizo pues me parece muy adecuado. Durante mucho tiempo, las tres grandes etapas en que se puede dividir la historia de Cuba fueron denominadas: Colonia, República y Revolución en el poder. Pero, como bien fundamentara Fernando, la etapa socialista también adoptó carácter de república y el término revolución en el poder otorgaba visos de interinidad al Estado forjado tras el 59 y sobre todo después de la Constitución de 1976. Su propuesta pretendía legitimar el carácter republicano del socialismo al clasificarlas en República burguesa (1902-1952) y República Socialista, de acuerdo al tipo de propiedad, a las clases sociales y a las constituciones que asumieron cada una con sus notablísimas diferencias.
La propia república burguesa ha sido dividida en dos etapas: la Primera república (1902-1933) y la Segunda república (desde esa última fecha hasta 1959).
Niega Estévez que la historiografía después de la Revolución maltratase a la República. Sí lo ha hecho estimado profesor, por omisión y por manipulación extemporánea de hechos y figuras de aquel período.
La primera de ellas se evidencia en el relativo desconocimiento de nuestro pasado republicano. Si Luque y compañía creen que dramatizo, lean entonces la valoración que realizara el doctor Eduardo Torres-Cuevas -Presidente de la Academia de la Historia de Cuba-, en el editorial de la revista Debates Americanos no 12, enero-diciembre de 2002, dedicada íntegramente a conmemorar el centenario de la proclamación de la república: «Un extraño temor parece rodear y condicionar el acercamiento a las problemáticas republicanas. La mayor parte de las fuentes históricas que contienen lo más revelador de la época, aún están sin consultar. Aún más, al repasar los estudios más conocidos acerca del período puede constatarse que la etapa que cubre de 1940 a 1959 es casi totalmente desconocida».
Es cierto que ha llovido mucho del 2002 a la fecha, y debe reconocerse que en los últimos tres lustros han proliferado importantes estudios sobre la república que no citaré por falta de espacio. Sin embargo, ellos no han transitado el camino que los conduzca de la ciencia a las aulas. La historia oficial, la que se aprende en las escuelas, sigue enjuiciando solo lo negativo de la época.
Lo referente a la manipulación se observa -y cito nuevamente a Torres-Cuevas y su editorial-: «(…) en el acercamiento netamente ideológico con que muchos intentan explicarse fenómenos que desconocen en sus esencias. Adjetivos, afirmaciones sin muchas demostraciones, visiones abductivas que trasladan a un pasado la mentalidad de un presente y juicios sobre la acción humana determinados por lo que se hubiese querido y no por la comprensión de las circunstancias y mentalidades de una época (…)».
Intenta ilustrarme el aficionado a la historia en ciertas cosas que ni por asomo he negado yo, como la frustración colectiva que significó la ocupación norteamericana, la humillación histórica de la enmienda Platt y cómo, aún después de ser derogada en 1934, se mantuvo la dependencia de nuestra economía a la del país vecino.
Mi punto era que, junto a aquellas realidades, develemos también aspectos positivos del pasado republicano, que también los hubo, y que no se estandaricen valoraciones que carecen de matiz y son injustas al unificar bajo el mismo rasero a figuras que tienen grandes diferencias. Como bien afirmara Eduardo Torres-Cuevas: «Lo que diferenció a Gerardo Machado y a Batista de Alfredo Zayas y Ramón Grau San Martín, es que los primeros violaron las constituciones, se impusieron por las fuerzas y ambos destruyeron las repúblicas de las que habían surgido. No puede trazarse un símbolo de igualdad entre ellos».
El habitual modo de afirmar que la revolución del treinta «se fue a bolina» impide asimilar los indudables contrastes entre la primera y la segunda república burguesas. Dice una gran estudiosa de la república, la doctora Berta Álvarez Martens, que como resultado de aquella revolución, la política en Cuba fue refundada y la nación cubana se piensa y se proyecta como realidad. La institucionalidad y la normativa generada en los años treinta permitieron que amplios sectores de las clases medias y de los trabajadores ejercieran protagonismo social y crearan organizaciones que tendrían mucha fuerza dentro de la reconformación del Estado.
Aun cuando las claves de la economía no estaban en manos de los cubanos y era muy susceptible a las directivas norteamericanas, en esa etapa se legisló sobre cuestiones sociales, laborales y económicas como nunca antes se había hecho. El Estado cubano, a partir de 1940, se caracterizó por ser liberal y democrático, con un orden social de utilidad pública.
Es una realidad que se mantuvieron las marcadas diferencias y los contrastes en las formas de vida de las diversas clases sociales. Como también lo es el hecho de que la democracia en la Constitución del 40 se propugna no solo en términos de derechos individuales, sino también de derechos sociales y económicos. Esto dio lugar a la legislación laboral más avanzada de América Latina; a una organización de la escuela cubana democrática, igualitaria y progresista y a un Estado con rol de orientador, regulador y normador en la economía del país.
En su escrito, el doctor en Ciencias Físicas comete dos deslices garrafales al afirmar que la Constitución del 40 «fue parida a contrapelo de los burgueses por las fuerzas más revolucionarias, en un contexto revuelto donde pesaba la necesidad de que el patio estuviera tranquilo cuando se luchaba contra los nazis en alianza con la URSS».
El primero es cronológico: la Asamblea Constituyente inició sus sesiones el 9 de febrero y las concluyó el 8 de junio de 1940. La URSS demoraría aún un año y catorce días en ser atacada por Alemania e involucrarse en la Segunda Guerra Mundial, lo que ocurrirá el 22 de junio del 41. Ya en pose preciosista, habría que reconocer que la alianza del gobierno de Stalin en el año 40 era precisamente con Hitler, con el cual, en septiembre del 39, había refrendado un Tratado de No Agresión con su correspondiente cláusula secreta, mediante la que se repartieron parte de Europa. Si se toma el trabajo de consultar el Diario de Sesiones de la Asamblea Constituyente del 40, constatará la condena de los asambleístas a la intervención soviética en Finlandia; por supuesto, como era de esperar, con el voto en contra de los seis representantes comunistas.
El segundo gazapo es ideológico: afirmar que la Constitución del 40 se hizo a «contrapelo de los burgueses». Por lo visto, Estévez no acepta que la burguesía cubana tuviera sectores que, aunque reformistas, como lo fue también el Partido Comunista después de su legalización, tuvieron un carácter progresista.
Lo remito a mi ensayo «Crónica de un fracaso anunciado: los intelectuales de la república y el socialismo soviético», publicado en Temas, no. 55 del 2008, pp. 163-174, y también, si no lo han retirado, en el sitio de la Asamblea Nacional del Poder Popular que ahora se demerita al hospedar el desinformado artículo de PostCuba. En el cual expreso:
No es casual que en los dos momentos revolucionarios de la República burguesa, hayan sido intelectuales que representaban a diversos sectores de la burguesía los más activos defensores de la opción revolucionaria y, a la larga, los artífices de la vía armada, la más radical -Guiteras en los años treinta, Fidel en los cincuenta- en desafío abierto, en el caso de la lucha contra Batista, a la postura de los comunistas cubanos que, con criterio dogmático y foráneo, negaban la posibilidad insurreccional.
En el ensayo «Los siete pecados capitales del mal historiador», el teórico mexicano Carlos Aguirre Rojas se refiere a la noción equivocada de la historia concebida como una gigantesca escoba. Su crítica es muy pertinente a la siguiente tesis de Estévez: «Aquí no hay imagen injusta que rescatar, ni nostalgia que celebrar. La república, neocolonial era y neocolonial fue hasta que la Revolución barrió las sombras y rescató las luces». Según Aguirre:
El cuarto pecado de la mala historia, repetido en los diversos manuales tradicionales, es su idea limitada del progreso, lo que está directamente conectado (…) con la noción del tiempo como tiempo físico, único, homogéneo y lineal (…).
Es una idea del progreso humano en la historia donde se afirma que, inevitablemente, todo hoy es mejor que cualquier mañana, y todo mañana será obligatoriamente mejor que cualquier hoy. Entonces, la humanidad no puede hacer otra cosa que avanzar y avanzar sin detenerse pues, según esta construcción, lo único que ha hecho hasta hoy es justamente «progresar», avanzando siempre desde lo más bajo hasta niveles cada vez más altos, en una suerte de «escalera» imaginaria donde estaría prohibido volver la vista atrás, salirse del recorrido ya trazado, o desandar, aunque sólo sea un paso, el camino ya avanzado. Y no cambia demasiado la cosa si esta idea es afirmada por los apologistas actuales del capitalismo, que quieren defender a toda costa la supuesta «simple superioridad» de este sistema sobre cualquier época del «pasado», o si es afirmada por los marxistas vulgares –no por los marxistas realmente críticos– quienes han pretendido enseñarnos que la historia avanza y tiene que avanzar, fatalmente, del comunismo primitivo al esclavismo, del esclavismo hasta el feudalismo, y de este último hacia el capitalismo, para luego desembocar, sin opción posible, en el anhelado socialismo y, tal vez después, en el comunismo superior. Una visión extremadamente simplista del progreso y de la historia, rechazada por el propio Marx (…).[1]
Las palabras con que Estévez concluye su escrito me han desconcertado totalmente. Creí que la vista me traicionaba y limpié los espejuelos, pero nada, ahí continuaban, obstinadas e imprudentes: «¡Ah, la república! mi padre me hablaba de joven tanto de esa república, mientras me enseñaba la medalla de la clandestinidad que se ganó por contribuir a echarla abajo!».
Lo que he aprendido de nuestra historia es que mucha gente luchó, en la clandestinidad y en la Sierra, por defender a la república y restaurar la constitucionalidad interrumpida por el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952. Si el padre de Estévez contribuyó «a echarla abajo» debió ser un aliado del general Batista.
Como supongo que no se enorgullecería de algo así, mi hipótesis es que está mal redactado su texto y ahí le cabe la crítica al administrador del sitio de la ANPP, porque pedirle correcciones a PostCuba sería exigirle peras al olmo.
Con mucho respeto le sugiero entonces que arregle la desacertada afirmación, pues otros pueden pensar y afirmar que en el sitio que debe ser bastión de la defensa de la institucionalidad cubana se rinde culto a un batistiano.
A Luque y Estévez los espero en próximos debates, confiando en que, para variar, se preparen mejor.
Nota:
[1] Carlos Antonio Aguirre:Antimanual del mal historiador, o cómo hacer una buena historia crítica. La Habana, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana J. Marinello, 2004, pp. 30-46.
Fuente: http://jovencuba.com/2019/08/08/de-los-agujeros-negros-a-la-historia-y-viceversa/