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De nuevo suenan los sables

Fuentes: Rebelión

En la década siguiente a la muerte del dictador Franco se oía con frecuencia el ruido de sables entreverado con el de sotanas. Todos conocíamos los nombres de los capitanes generales de cada región militar y de los diversos ministros, militares por supuesto. Luego llegó el intento de golpe de Estado de Tejero, Milans del […]

En la década siguiente a la muerte del dictador Franco se oía con frecuencia el ruido de sables entreverado con el de sotanas. Todos conocíamos los nombres de los capitanes generales de cada región militar y de los diversos ministros, militares por supuesto. Luego llegó el intento de golpe de Estado de Tejero, Milans del Bosch y otros varios, pendientes aún de desvelar de forma definitiva y fehaciente. Los ecos de la intentona duraron varios años, hasta que se los tragó el sumidero de la historia.

Afortunadamente, ya habíamos llegado a una situación en que desconocíamos hasta el nombre del Jefe del Alto Estado Mayor. El servicio militar ha dejado de ser obligatorio y los militares estaban o recluidos en sus cuarteles o en misiones humanitarias varias, aparte de alguna que otra escaramuza en aguas canarias contra diversas especies marinas.

En fechas recientes, los ruidos de sotanas habían vuelto a aparecer por las calles de Madrid, manifestándose contra Zapatero y su Ley de Educación, acompañados por sus monaguillos del PP. Y han obtenido buenos réditos de su manifestación.

A los militares los había vuelto a poner de moda el protagonismo diario buscado por el ministro Bono que padece de incontinencia verbal cada vez que vislumbra por los alrededores un micrófono o una cámara de televisión. Pero hasta ahí, todo parecía estar sin novedad.

No obstante, el Estatuto para Cataluña ha vuelto a desenterrar la visceralidad de la derecha carpetovetónica, retrotrayendo sus posiciones al año 32 de la anterior centuria. Y la arenga  pronunciada con motivo de la Pascua Militar por el Teniente General José Mena contra dicho Estatuto ha sido el eco, con música de marcha militar, de la letra que el PP nos repite cada día hasta la saciedad.

Rediscutir el nuevo marco legal constitucional y estatutario, revisar el Estado de las Autonomías después de 27 años, avanzar hacia una mayor descentralización, les parece a los inmovilistas e involucionistas «una peligrosa situación que los políticos no quieren ver y que puede llevar a soslayar la Constitución y hasta el desmembramiento de España» (José Conde Monge, presidente de la Asociación de Militares Españoles).

El problema no es que los militares opinen, que debieran tener derecho a ello, como cualquier otro ciudadano. El problema es que sus opiniones se conviertan en órdenes jerárquicas, e investidos de salvapatrias, quieran liberarnos con las armas de las garras del Estatuto catalán y siguientes, como ya lo hicieron en el 36, con respecto a la II República, decidida democráticamente por la mayoría del pueblo español y eliminada por un golpe militar que costó tres años de guerra, un millón de muertos y casi cuatro décadas de dictadura y privación de libertades.

El PP se ha manifestado como un partido que cada vez parece tener mayores dudas acerca de la actual democracia y al que le gustaría, al parecer, volver al antiguo régimen, donde sólo ellos gobernaban, bajo el mandato de «Francisco Franco, caudillo de España por la gracia de Dios», con un solo partido y un solo sindicato. El PP juega con el miedo ancestral. Y no creo que sea una afirmación gratuita, puesto que aunque su portavoz, el Sr. Elorriaga no justificó las declaraciones del general Mena, sí subrayó que el PP «lo que hace es explicar el contexto en que se han producido… la política del Presidente del Gobierno… el desgobierno existente… los acontecimientos que estamos viviendo, la tensión que se está generando y la división que se está produciendo en la sociedad española».

En consecuencia, las fuerzas más reaccionarias de este país cada vez están más aglutinadas y cohesionadas, defendiendo sus intereses comunes.  Dirigentes del PP, obispos y militares, dogmáticos y autoproclamados defensores de las esencias patrias, de los supremos intereses de la nación y de la constitución, intentan meter el miedo en el cuerpo de los demócratas, pues, como diría Benedetti «el olvido está lleno de memoria», y aunque no sepamos el nombre del jefe del Alto Estado Mayor -ni falta que nos hace- sí tenemos marcado en la memoria colectiva la larga noche de los transistores del 23 de febrero de 1981 y aquel «¡se sienten, coño!» … y «ocurre que el pasado es siempre una morada pero no existe olvido capaz de demolerla».

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Manuel Marrero Morales (miembro del Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza de Canarias STEC-IC)